sábado, 18 de marzo de 2023

Cuarto domingo. Cuaresma. Ciclo A

 


 “-¿Crees tú en el Hijo del Hombre?
Él contestó:
-¿Y quién es, Señor, para que crea en Él?
Jesús le dijo:
-Lo estás viendo: El que te está hablando, ése es.
Él le dijo:
-Creo, Señor” (Jn 9,35-38)



El relato del milagro del ciego de nacimiento es, sin duda, uno de los más bellos de los cuatro Evangelios, no sólo en cuanto a su contenido, sino también en cuanto al estilo literario de su exposición.

Dejando sin explicar todo el texto, cosa que nos llevaría demasiado tiempo para una homilía, nos vamos a fijar en el diálogo que Jesús mantuvo con el ciego de nacimiento, y en concreto en las palabras que él pronunció:
“Creo, Señor”
Por consiguiente, el tema de la homilía de hoy va a ser la fe.

¿Qué es la fe?

La fe es un don de Dios que el Espíritu Santo concede a quien quiere, cuando quiere y de la manera que quiere, de muchas formas conocidas y desconocidas por los hombres. Es una virtud sobrenatural necesaria para conseguir la salvación eterna: un regalo del Espíritu Santo que llega a millones de hombres por los cauces normales que enseña la doctrina de la Iglesia, y, muchas veces, por modos misteriosos que transcienden la capacidad intelectiva de la ciencia humana y teológica.

Los teólogos nos dicen que es una creencia experimental que se vive en el corazón y se demuestra en las obras, más que una ciencia humana explicada por los sabios del conocimiento de Dios. No existen palabras humanas para definir con acierto los misterios divinos.

La fe nace de Dios sin que, a veces, se la pidan los hombres, como sucedió en el ciego de nacimiento del Evangelio, que se encontró con Jesús, y sin pedirle la fe, se la concedió, aprovechando el milagro de devolverle la visión, que tampoco pidió.

Cuando los judíos y vecinos observaron que el ciego que antes pedía limosna por las calles veía, confundidos, sin saber si era el mismo u otro, le preguntaron:
¿Quién te ha abierto los ojos?
El ciego contestó:
- Ese hombre que se llama Jesús. Y les explicó el modo extraño en que fue curado: con barro hecho con saliva y untado en los ojos, terapia humanamente contraproducente, que sirve para cegar más a quien ya está ciego, que para devolver la vista.

Los fariseos quedaron desconcertados y divididos, pensando que el que había abierto los ojos al ciego no podía venir de Dios, porque quebrantó el sábado, entonces el día del Señor. Tenía que ser un pecador.
Volvieron a preguntar al ciego:
- ¿Tú qué dices de ese hombre?
Y él contestó:
- Que es un profeta.

Luego, preguntaron a sus padres quién había devuelto la vista a su hijo ciego. Pero como las cosas se ponían encrespadas y violentas, temiendo ser expulsados de la Sinagoga, dijeron que se lo preguntaran a su hijo, que ya tenía edad para responder.

Los fariseos, por más razones y explicaciones que les daba el ciego sobre el milagro, no le creyeron; y llenándolo de improperios, lo expulsaron de la Sinagoga, porque para ellos era un gran pecador.

Cuando se enteró Jesús de que lo habían expulsado de la Sinagoga, fue a su encuentro y le dijo:
- “¿Crees tú en el Hijo del Hombre?”
Entonces Jesús se le manifestó como el Mesías, el Hijo de Dios. Y el ciego, postrándose de rodillas ante Él, le dijo:
- Creo, Señor.

La fe católica suele tener un proceso sobrenatural que se desarrolla en el hombre de modo connatural por medios muy diferentes, a través de diversas circunstancias humanas: la familia, la amistad, el colegio, la Parroquia... Viene del Padre, por medio de Jesucristo y con la fuerza del Espíritu Santo. Es Dios Padre en la Persona divina de su Hijo Jesús quien causa la fe en el hombre, una exclusiva del Espíritu Santo; y no es, de ninguna manera, efecto lógico y consecuente de obras humanas: comunicación de la fe por medio de la Palabra de Dios, escuchada atenta y fervorosamente; ni la consecuencia del ambiente de una familia muy honrada y religiosa; ni tampoco de la educación recibida en el colegio o en la Parroquia, ni ...

Ciertamente que estas circunstancias ocasionan oportunidades para que Dios cause la fe, pero no la causan. Dios se vale de acontecimientos humanos para realizar su obra generalmente, pero, a veces, Dios causa la fe en quienes quiere, incluso en personas antidispuestas a recibirla, como sucedió en la conversión de San Pablo, que recibió no sólo la fe, sino también la gracia de la vocación apostólica, y precisamente en el momento en que perseguía a Cristo en sus discípulos con mayor encono. Peor disposición no cabe.

De la misma manera que los padres son medio de transmisión de la vida del hijo que Dios causa, así también los hombres y las circunstancias comunican la fe que causa Dios.

Por consiguiente, la fe, que es un don de Dios sobrenatural, no puede ser causada por ninguna causa humana, sino por Dios exclusivamente, valiéndose de múltiples medios.

No cabe la menor duda de que todos los que estamos aquí celebrando la Eucaristía tenemos fe, de una o de otra manera, con mayor o menor intensidad y pureza teológica, en mayor o menor grado, pero fe que hemos recibido de Dios, y no por la fuerza de un impacto psicológico o sentimental de algún acontecimiento deslumbrante. Dios es tan sabio que hace, en cierto sentido connatural lo que es sobrenatural. Cuando se da el caso de un convertido que siente la fe con fuerza y la expresa exageradamente con actos desequilibrados, que se salen de los moldes ordinarios del sentimiento humano, se trata, generalmente, de una enfermedad psicológica, y no de una vocación profundamente cristiana, ¡Cuidado! Nadie se convierte de repente. Nadie pasa de una vida de pecado a una vida de gracia de golpe, sino poco a poco. El Espíritu Santo trabaja misteriosamente en el fondo del alma, atrayéndola a la fe de muchas formas, hasta que llega la última gracia, que algunos teólogos llaman “tumbativa”, que puede ser un acontecimiento insignificante o importante, como pasó en la fe que recibió el ciego de nacimiento. Primero recibió el milagro de la visión y luego el milagro de la fe. Pero no todos los que presencian milagros, creen. El milagro sin la gracia especial de Jesús tampoco produce la fe.

¡Qué grande es la fe y qué misterioso el modo en que se recibe! ¡Qué grande y misteriosa es la gracia de Dios en aquellos que no tienen fe! La sabiduría infinita de Dios omnipotente hace que la fe pueda ser sustituida misteriosamente por la buena voluntad de los que creen, sin ser católicos, porque profesan, convencidos, su fe, o por la recta conciencia en el bien obrar de quienes no conocen al Dios verdadero, ni saben que Jesús, verdadero Dios, ha muerto en la cruz por todos los hombres.

Pues bien, hermanos, esa fe que hemos recibido todos, acaso desde siempre, repetimos para concluir, es obra directa y exclusiva, del Espíritu Santo, venida a nosotros por distintos cauces humanos.

Vamos agradecer a Dios este don incomparable, recitando todos juntos en alta voz y con fervor especial el credo de la Santa misa, repitiendo en el corazón las palabras del ciego de nacimiento: “Creo, Señor”.

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