sábado, 25 de marzo de 2023

Quinto domingo de Cuaresma. Ciclo A


En el Evangelio se narran tres resurrecciones que Jesús realizó en su vida pública: la resurrección del hijo de la viuda de Naín (Lc 7,11-17). Iba Jesús con sus discípulos a entrar en la ciudad de Naín, en el momento mismo en que salía un entierro de un joven, cuya madre iba detrás llorando sin consuelo. Jesús se conmovió profundamente, y se acercó a la madre le dijo:

- “No llores”
Y luego tocó el féretro. Y los camilleros se detuvieron. Y dijo:
- “Muchacho, levántate”

Este milagro nos enseña la compasión que Jesús tiene con nuestras miserias, y el milagro que hizo sin que nadie se lo pidiera. También a nosotros muchas veces nos concede gracias que no pedimos. Y también la manera de consolar sencilla: No llores. A veces no podemos hacer nada por los que amamos o sufren que decir: No llores, no te preocupes.

El segundo milagro fue la resurrección de la hija de Jairo (Mt 9, 28-19;Mc 5,21-24;Lc 8,40-42). Jairo, un personaje de una Sinagoga, fue en busca de Jesús, se echó a sus pies y le adoró, y le rogó que fuera a su casa, y pusiera sus manos sobre ella, porque su única hija, de doce años, se estaba muriendo. Y cuando Jesús acompañado de sus discípulos iba a su casa, sucedió la curación de la Hemorroísa. Antes de llegar a la casa de Jairo, un criado, se acercó a él y le dijo:

“Tu hija ha fallecido. ¿A qué molestar ya al Maestro?
Jesús dijo a Jairo:
- No temas, ten fe, que tu hija se salvará.
Y entrando dentro de la alcoba, tomó la mano de la niña y dijo:
- “Niña, levántate”.
Y la niña se levantó, quedando sus padres atónitos y fuera de sí. Y mandó que le dieran de comer:

El tercer milagro fue la resurrección de Lázaro que tuvo lugar casi al final del tercer año de la vida pública de Jesús. Es uno de los más bellos del Evangelio y contiene las más sublimes enseñanzas humanas, psicológicas, cristianas, espirituales y teológicas. Vamos a hacer un comentario literal sobre el relato de la resurrección de Lázaro que nos describe San Juan.

Jesús, como hombre, tenía relaciones sociales con todo el mundo, asistía a la sinagoga, a banquetes, a comidas de compromiso y amistad, hablaba con los niños, curaba a los enfermos, ayudaba a los pobres, perdonaba a los pecadores, y tenía trato político y diplomático con sus enemigos y poderes públicos. Pero por encima de todos los contactos humanos, tenía especiales confidencias con sus amigos íntimos, Lázaro, sus hermanas Marta y María, Simón el leproso, y sus discípulos, entre los que destacaban Pedro, Andrés, Santiago y Juan. Con ellos se comportaba de manera singular, confiando especiales secretos y gestos de amistad íntima.

Sucedió que Lázaro cayó gravemente enfermo. Sus hermanas Marta y María enviaron a un criado de la casa en busca de Jesús, para comunicarle la triste noticia de la grave enfermedad de su hermano, su íntimo amigo. Estaban seguras de que tan pronto como Jesús supiera la noticia, le faltaría tiempo para ir a curarle, como había hecho muchas veces con otros enfermos, que eran extraños y no amigos. Tal era la gran confianza que tenían en Él y el inmenso amor que le profesaban.

No sabemos dónde se encontraba Jesús en aquel momento, pero probablemente no lejos de Jerusalén, y se puede pensar que Marta y María tenían conocimiento del lugar donde estaba Jesús predicando el Evangelio, pues como Jesús iba con frecuencia a Betania, no es extraño que les comunicara sus proyectos y viajes apostólicos cercanos a Betania, como suele suceder entre familiares y amigos. El caso es que el correo encontró pronto a Jesús y le transmitió el mensaje de las hermanas:

-“Señor, tu amigo está enfermo”

Este mensaje me facilita la ocasión de hablar de la oración de exposición.

Las hermanas de Lázaro, Marta y María, enviaron a un mensajero a buscar a Jesús para comunicarle la triste noticia de la grave enfermedad de su hermano:

- “Señor, tu amigo está enfermo”; y no para pedir que fuera cuanto antes a Betania para curar a su hermano, pues el amor y la confianza entre familiares y amigos no necesitan argumentación para suplicar la presencia en casos extremos. Estaban seguras de que Jesús iría a Betania a curar a su hermano, como sucede normalmente en estos casos. Cuando nos enteramos de que un amigo o un familiar están graves, nos falta tiempo para echar a correr para prestar nuestra ayuda posible o, como mínimo, el consuelo de nuestra presencia. Pero en este caso, misteriosamente, pero con providencia divina, Jesús humanamente tuvo un comportamiento extraño.

Este estilo de petición me sugiere la idea de la oración de exposición, que significa gran confianza en Dios Padre. El que expone a Dios su necesidad, no necesita razonamientos para convencer a Dios que le atienda, pues sabe que es Padre y le concederá, aún sin pedirlo, lo que necesita. Cuando un hijo dice a su madre: tengo hambre, está pidiendo implícitamente la comida. No hace falta que el hijo le exponga las razones por las que tiene que darle la merienda: porque es su madre y él es su hijo, porque es una obligación humana y cristiana, porque tiene hambre, porque sufre si no come…

Este tipo de oración utilizó María en las bodas de Caná de Galilea: María, ante la exposición de una necesidad material de falta de vino en una boda, cosa que a Ella no le incumbía, expuso a su Hijo la necesidad y no pidió un milagro: “No tienen vino”. Y su Hijo le contestó con evasivas, como desentendiéndose del tema: “Mujer, ¿qué tenemos que ver tú y yo en este asunto? Y con la confianza que tenía en el poder de su Hijo, adelantó la hora, y se hizo el primer milagro de la conversión del agua en vino.

La oración es trato con Dios de todas las maneras como el hombre puede comunicarse con otro: con la palabra, por escrito, mímica, expresiones artísticas, posturas, gestos; y además como nadie puede comunicarse con otro: con el pensamiento, sentimiento, remordimiento, pena, alegría, con el lenguaje del corazón que no tiene expresión externa. La oración de exposición es más perfecta que la de pedir, pues con la petición manifestamos a Dios nuestra voluntad, nuestro deseo, mientras que con la exposición de nuestra necesidad, dejamos en manos de Dios que haga su voluntad y no la nuestra.

Cuando Jesús supo la noticia de la gravedad de su amigo Lázaro, anunció implícitamente que iba a hacer el milagro de su resurrección, para la gloria de Dios, con el fin de que fuera glorificado el Hijo de Dios: “Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, a fin de que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”.

Seguramente que el mensajero no entendió estas palabras, y sus discípulos quedaron extrañados de su comportamiento, pues sabiendo la gravedad de su amigo, se quedó todavía dos días más en el lugar donde estaba. Por tanto, cuando el mensajero llegara con la respuesta a Betania, Marta y María seguramente quedarían extrañadas y desconcertadas.

Estudiado el comportamiento humano de Jesús en muchas escenas del Evangelio resulta extraño, misterioso, desconcertante. Recordemos dos ejemplos muy conocidos:

1 En el templo

José y María, los padres de Jesús, iban cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua. Y cuando Jesús cumplió doce años, subió con sus padres a Jerusalén, según la costumbre de la Fiesta; y acabados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo advirtiesen sus padres. Y después de tres días de angustiosa búsqueda, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los doctores, escuchándoles y haciéndole preguntas; y se pasmaban todos los que le oían de su inteligencia y de sus respuestas. Y sus padres al verlo, quedaron sorprendidos. Y le dijo su madre:

- Hijo, ¿Por qué te has portado así con nosotros? Mira que tu padre y yo, llenos de aflicción, te andábamos buscando.
Jesús respondió:
¿Por qué me buscabais? ¿No sabías que yo tengo que estar en la casa de mi Padre?
Pero ellos no comprendieron lo que les dijo.

También Jesús en el obrar con nosotros nos sorprende con su silencio y con lo que nos concede, que no queremos y ni es lo que le hemos pedido.
Tenemos que estar seguros de que Dios nos da lo que más necesitamos y no sabemos pedir.

2 En la vida pública

Predicaba Jesús el Evangelio en Cafarnaún, probablemente en la casa de Pedro, cuando la madre de Jesús se presentó con sus parientes, con ánimo de escuchar la palabra de Dios, de labios de su Hijo. La casa estaba abarrotada de gente hasta el punto de que no había posibilidad de entrar por la puerta dentro de la casa. Alguien reconoció la presencia de la madre de Jesús, y se fue corriendo la noticia de boca en boca hasta que llegó a oídos de uno de los oyentes, que estaba cerca de Jesús, y con soltura y por deferencia le dijo en voz alta:

- Tu madre y tus hermanos están afuera y quieren hablar contigo. Entonces Él respondió:
- ¿Quién es mi madre y quienes son mis hermanos? El que hace la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.

Las cosas que pasan tienen siempre una providencia divina que no entendemos los hombres, que razonamos con argumentos y silogismos humanos nuestras necesidades. Todo ocurre, nos dice San Pablo, para el bien de los hombres, a quienes Dios ama. Aunque nos parezcan males los acontecimientos que nos suceden, hay que creer por fe que todo tiene su razón última de bien. Los extraños comportamientos de Jesús en el Evangelio, como en otros hechos humanos, que no entendemos, tienen su razón divina que no tienen comprensión humana. Es necesario para vivir la fe consecuentemente aceptar las circunstancias de la vida, como realidades divinas que tienen un fin eterno, la vida y el gozo de Dios en el Cielo.

Como las noticias corren a la velocidad del relámpago, sobre todo en pueblos y aldeas, Marta y María supieron pronto que Jesús estaba entrando en Betania, cuando Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Enseguida Marta se puso en camino y salió al encuentro e Jesús, mientas María se quedó en casa atendiendo a los muchos amigos que habían venido a darle el pésame, incluso desde Jerusalén. Y cuando estuvo en su presencia le dijo:

“Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano”.

Probablemente Marta y María echaron de menos la ausencia de Jesús a la hora de la muerte y del entierro de su hermano Lázaro, pues son los momentos más críticos en que se requiere la presencia de los familiares y amigos. Y seguramente que las dos hermanas hablaron del tema, a todas horas, doloridas por el extraño comportamiento de Jesús, acordando lo que le iban a decir cuando volviera a casa, pues las dos le dijeron al pie de la letra la misma frase: “Si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano”.

¿Qué significa esta frase?

El sentido literal hace pensar que esta frase está dicha con tono de sentimiento o resentimiento, con pena, con dolor, como echando la culpa de la muerte de su hermano a Jesús, por no haber venido a curar a su hermano, cuando estaba gravemente enfermo. Como queriendo decir: “Mi hermano ha muerto porque tú no estabas aquí. Por supuesto indica fe en el poder de Jesús, puesto que sabía que Él podía haberle curado, como había hecho con otros enfermos no tan amigos, pero Marta creía que necesitaba la presencia física en Betania. Era un fe imperfecta, menor que la del Centurión que dijo a Jesús que no era necesario que fuera a su casa para curar a su siervo, ni tocarlo, pues bastaba decir una sola palabra, a distancia, para curar a su siervo. Jesús quedó admirado con esta palabras, y vuelto a la gente dijo en alta voz: En verdad os digo que ni siquiera en Israel he encontrado tanta fe”.

Marta, después de desahogarse con Jesús con esa frase tan significativa, manifestó la fe en el poder de Jesús que podía conseguir del Padre cualquier cosa que le pidiera: “Aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá”. ¿Pediría Marta a Jesús la resurrección de su hermano? Me parece que no, pues cuando Jesús iba a resucitar a Lázaro dijo:

- “Señor, si ya huele, pues hace cuatro días que fue enterrado mi hermano”. Con esta frase estaba indicando la fe que tenía en Jesús para conseguir lo que quisiera delante del Padre. Algo así como dijera: Sé que puedes conseguir lo que quieres delante del Padre, pero a nosotras no nos has hecho caso. Has consentido dejar pasar el tiempo y venir cuando ya no hace falta. Jesús dijo a Marta:
- Tu hermano resucitará.
Marta le respondió:
- Sé que resucitará en la resurrección del último día.

¿Sabía Marta que Jesús había resucitado a la hija de Jairo y al hijo de la viuda de Naín? Probablemente no, puesto que estos hechos sucedieron en el segundo año de la vida pública de Jesús, y entonces tal vez ni siquiera tenía amistad con los hermanos de Betania.

Entonces Jesús le dijo:

-“Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?

Jesús, por ser Dios, es todo. Se definió a sí mismo con muchas frases evangélicas, que explican su naturaleza, su personalidad, su misión, como por ejemplo: Yo soy el Camino, la Verdad, la Vida, la Vid, la Resurrección. ,

Vamos a hacer un comentario espiritual a la frase que dijo Jesús a Marta:

Yo soy la resurrección y la vida

Cristo es la resurrección en un sentido físico y espiritual. En un sentido físico la resurrección de los muertos, que tendrá lugar al final de los tiempos, cuando todas las cosas de este mundo terminen y empiecen los nuevos Cielos y la Nueva Tierra. La fe nos dice que todos los hombres resucitaremos, en cuerpo y alma gloriosos, para la vida eterna en el Cielo, los que hayan cumplido la ley de amor y mueran en estado de gracia; o para la vida eterna del infierno, en cuerpo y alma, para quienes rechazaron libremente la gracia de Dios. Por consiguiente, debemos vivir, siempre preparados, para la resurrección, tratando de vivir en gracia la fe de la Iglesia, porque Cristo es para todos lo hombres la resurrección y la vida.

En sentido espiritual, Cristo es la resurrección para quienes hayan muerto por el pecado grave y resuciten a la vida de la gracia en el sacramento de la Confesión o de maneras misteriosas de la acción omnipotente de la gracia. En sentido católico con un acto de contrición. Y en sentido de divina misericordia por muchas gracias que no conoce la teología católica, principalmente por la buena fe en la que se ha educado y vivido, y en última instancia en la recta conciencia del bien obrar. Por tanto, con razón dice Jesús “el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá”.

En cambio, para quienes están vivos por la gracia y creen en Jesucristo, vivirán para siempre o conseguirán la vida eterna.

Cuando Marta oyó estas palabras, se perfeccionó en la fe y creyó que Jesús era el Mesías, pero no creía que iba a resucitar a su hermano, como se demuestra en las palabras que dijo a Jesús, cuando mandó levantar la losa.

- Sí, Señor: “yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”.
Y dicho esto, fue a llamar a su hermana, diciéndole en voz baja:
- El Maestro está ahí, y te llama.

Entonces echó a correr y fue a buscar a Jesús al mismo sitio donde antes le había encontrado su hermana Marta. Los muchos judíos amigos que había en casa para darle el pésame por la muerte de su hermano, la siguieron pensando que iba al sepulcro a llorar allí.

Cuando María se encontró en la presencia de Jesús, a impulsos de su temperamento, se echó a sus pies y repitió al pie de la letra la misma frase que antes le había dicho su hermana Marta a Jesús:

- “Si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano”.

Jesús viendo llorar a María y a los judíos que la acompañaban, sollozó y se echó a llorar, hasta el punto de que los judíos comentaban: ¡Cómo lo quería!

Fueron todos al sepulcro donde Lázaro estaba enterrado, mandó quitar la losa, con la intervención de Marta de que era inútil porque el cadáver olía mal, porque llevaba enterrado cuatro días, y la reprensión de Jesús:

¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios? Entonces fue cuando creyó firmemente que era Dios.

La fe no es teórica, creencia religiosa que no compromete, como quien cree en la ciencia, pero no se vive. No se puede recitar el credo en la santa misa y no rezarlo. El que reza el credo, lo vive. La fe no es una creencia de artículos, definidos por la Iglesia, sino una vivencia de un compromiso bautismal. La mayor fe es vivir en la gracia, para morir en gracia, que es la seguridad de la vida eterna. Muchos católicos dicen que tienen fe, la saben, pero no la viven. Más bien, se puede decir que tienen creencias, pero no fe.

La Iglesia nos enseña que la fe es un don de Dios que nos exige vivir siempre en estado de gracia, es decir libre de pecado mortal. Si pecas, vives tan tranquilo y duermes tan tranquilo, tu fe no es perfecta. No digo que no peques, pero si pecas, y no confiesas, tu fe no es perfecta, tu cristianismo es un contrasentido: creer y no vivir lo que se cree.

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