La justicia es la virtud que consiste en dar a cada uno lo que le corresponde. Y dar a Dios lo que le corresponde es darle todo lo que uno es y lo que uno tiene, pues todo procede de Él, y dar al hombre lo suyo: el pecado.
El santo es el hombre bueno, justo, que con su colaboración personal potencia la gracia que del Espíritu Santo ha recibido, a pesar de tener defectos personales, que muchas veces son moralmente inculpables.
San
José es el santo más grande que hay en el Cielo, después de la Santísima Virgen
María. Y, sin embargo, no fue hombre que hizo cosas extraordinarias,
admirables, un gran predicador, un sacerdote carismático, un asceta penitente,
un misionero incansable y fervoroso, un santo que prodigaba milagros, sino un
hombre bueno, sencillo, común, esposo único, y padre adoptivo de Jesús,
inigualable.
¿Quién fue San José? Fue simplemente un hombre bueno, de profunda y continuada oración, trabajador apostólico cumplidor de sus obligaciones religiosas y humanas, buen esposo y buen padre.
¿Qué hizo? Nada humanamente importante. Ser un profesional excelente con talante evangélico. Orar y trabajar silenciosamente con sentido apostólico, cumpliendo bien sus obligaciones.
Orar, primero, de manera ininterrumpida, estando siempre en unión con Dios de muchas maneras; dedicar espacios de tiempo, solamente a estar con Él, sintiéndose amado y pidiéndole la gracia de cumplir siempre la voluntad divina en todo.
San José, con su oración contemplativa en la acción y con su trabajo común de carpintero y obrero de oficios varios, es Patrono de los esposos cristianos, por ser esposo de María Inmaculada y Virgen, Madre de Dios; Patrono de los padres, por ser padre legal de Jesús, Dios encarnado, Padre adoptivo con los mismo derechos y las mismas obligaciones que corresponden a los padres biológicos Patrono de la Iglesia Universal y de las vocaciones sacerdotales, dignidad que parece es más propia de uno de los Apóstoles de Jesús, San Pedro o San Juan, por ejemplo; y, por último, Patrono de todos los hombres, pues si San José fue el Padre de Jesús, y Jesús es el hermano mayor de todos los hombres, San José es también el Padre de todos los hombres en cierto sentido místico.
Por consiguiente, los esposos, los padres, los hijos, los seminaristas y todos los hombres tenemos a San José por modelo y protector.
¿Qué
virtudes tenemos que copiar de él?
En
primer lugar, la vida de oración contemplativa en la acción, que él llevó en
todo momento, según el carisma que a cada uno le regala el Espíritu Santo.
La
oración activa no consiste solamente en rezar las tres avemarías al levantarse
y al acostarse, como nos enseñaron nuestros padres; ni tampoco es el acto de
oración que cada cristiano hace cada día: cinco minutos, un cuarto de hora,
media hora, un a hora, dos horas... Es además estar en contacto permanentemente
con Dios, de manera ininterrumpida; un estado habitual de presencia de Dios en
los quehaceres del día...
Trabajar en lo que sea, pero con amor haciendo bien lo que tenemos que hacer, sin pensar en la categoría del trabajo que realizamos, pues las obras humanas valen lo que vale el amor que se ponga en ellas al realizarlas. ¿Qué es más importante? En el mundo se valora más ser general que soldado raso, ser director de una empresa que aprendiz, propietario de un palacio que portero, ser ministro que ordenanza, ser obispo que sacerdote...
El
trabajo cristiano, por encumbrado y elevado que sea, debe ser siempre una
actividad sencilla, desempañada con humildad, que deponga todo orgullo o
empaque personal. Todo trabajo, por humilde y bajo que parezca, es digno,
santificador y apostólico. La vida personal, aunque esté revestida de la mayor
dignidad, de debe ser sencilla, evangélica.
Tenemos
que copiar de San José también el silencio, virtud que no consiste en ser
callado, ni en ser silencioso, sino en hablar o callar oportunamente con
caridad, es decir en administrar la palabra con prudente caridad.
San José nunca aparece en el Evangelio como protagonista, sino como un personaje extra, escondido y silencioso. En el episodio del Niño perdido y hallado en el Templo, que se proclama en el día de hoy, San José aparece asintiendo a las palabras que María dice a su Hijo, Jesús con derechos de Madre:
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