Todos podemos ser santos
Estamos celebrando la fiesta litúrgica de todos los santos que están en el
Cielo, a quienes veneramos en los altares por definición de la
Iglesia. La Palabra de Dios nos ofrece una oportunidad para hablar de la
santidad en los santos, con el fin de animarnos todos a ser santos, que es el
fin del cristiano. Es la enseñanza de Jesucristo en el Evangelio: “Sed
perfectos como mi Padre celestial es perfecto”.
¿Quién
es santo?
Santo es, en primer lugar, un hombre que pisa tierra, con cualidades y
defectos, equilibrado, no necesariamente inteligente, pero
bueno, que vive la gracia bautismal, colabora con
ella, cumple los mandamientos y acepta la voluntad de Dios, de
cualquier manera que se manifieste en los distintos acontecimientos de la vida.
Solemos tener un fallo radical que consiste en querer imitar a los santos
de nuestra devoción copiando sus actos; y nos equivocamos, pues tenemos que
imitar a los santos en sus virtudes o actitudes, ya que hay muchos santos que
son admirables pero no imitables. Nadie puede imitar María Santísima nada más
que en sus virtudes y no en el amor que vivió en los actos que realizó. De la
misma manera que sucede en las ciencias, que puede uno elegir la carrera de las
matemáticas, amando las matemáticas, pero no todos pueden llegar a ser
matemáticos como los de la NASA. Así también podemos imitar los actos virtuosos
de los santos en sus actitudes y no en los actos, porque no es siempre posible.
La causa eficiente de la santidad es la Santísima Trinidad: Dios Padre por
medio de Jesucristo y con la fuerza de la gracia del Espíritu Santo. El sujeto
de la santificación es el hombre y los medios son los sacramentos, la oración,
el ejercicio de las virtudes cristianas en toda la vida cristianizada, que es el
taller donde se transforma el hombre pecador en santo.
Los santos no nacen, se hacen, pero se hacen como nacen, según han sido
creados por Dios en su propia constitución de personas concretas, de manera que
cada santo, poseyendo las virtudes comunes de todos, es único, con su propia
santidad personalizada. La santidad tiene su raíz y fundamento en la gracia del
bautismo, es una exigencia del sacramento que comunica a todo bautizado la
potencia de santificación sustancial, que resulta diferente en cada santo,
según el grado de gracia que ha recibido del Espíritu Santo y la
correspondencia a la gracia en obras santas.
Algunos cristianos nacen con tanta facilidad para el bien que, por
naturaleza y gracia, llegan a ser santos, sin mayor esfuerzo, y con cierta naturalidad
sobrenatural, mientras que otros nacen con ciertas taras psíquicas y rebeldías
instintivas que les dificultan seriamente el progreso de la santidad, pero no
se lo impiden, pues pueden llegar a ser santos como otros.
Dios juzga la santidad de los cristianos no sólo por los actos realizados,
sino principalmente por el amor que ponen en cada acto, teniendo en cuenta la
realidad de las personas que se santifica.
No existe una serie de actos para conseguir mayor santidad, por los
que se clasifican los santos, de manera que unos son más santos que
otros, dependiendo del sacrificio y de las obras costosas que realizan: los
santos, muy penitentes, como San Francisco de Paula, los muy elevados y
versados en las altas esferas de la mística, como San Juan de la Cruz y Santa
Teresa de Jesús, los muy apóstoles como San Francisco Javier al que
se caían los brazos por el cansancio te tanto bautizar, o como el Papa Juan
Pablo II, que ha recorrido el mundo entero con sacrificios heroicos de celo
apostólico.
A los hombres nos gustan lo santos de relumbrón, santos espectaculares,
santos excepcionales, milagrosos, heroicos, con nota de sobresaliente o
matrícula de honor, y no los santos de a pie, que caen y se levantan, que
aprobaron la carrera de la santidad por los pelos. Son las actitudes de los
santos o virtudes del amor, con actos comunes o heroicos, las que juzga Dios,
con la nota que cada santo merezca.
Dios ama a todos los hombres por igual, en el sentido de que ama a cada uno
tanto cuanto puede ser amado totalmente, según ha sido creado, aunque pueda
parecer que ama más a unos que a otros, porque los hombres juzgamos la santidad
por actos externos y obras importantes para el mundo, en cambio Dios evalúa a
los santos por el amor del corazón con obras, de cualquier índole que sean.
El Espíritu Santo reparte sus dones naturales y sobrenaturales a quienes
quiere, en la medida e intensidad que quiere y cuando quiere. Así como hay
diversidad de seres creados y cada uno es un ser único, hombres iguales y no
existe uno igual, así pasa con la diversidad de santos, que cada santo es él
mismo. En esto se demuestra la infinita sabiduría de Dios que nunca se repite
en sus obras.
Hoy, fiesta de los santos canonizados, por extensión, podemos decir que
celebramos también la fiesta de los santos canonizables, santos del silencio,
santos sencillos, santos de a pie, que llegaron a la meta de la santidad paso a
paso y no en carreras de competición de santidad. Seamos tan santos
como debemos y no como nos gustaría ser, porque querer ser tan santos como
otros es vanidad. Que todos sean más santos que nosotros con tal que nosotros
seamos tan santos como debemos.
Me consuela saber que podemos ser Santos siendo sencillos, normales y corrientes. Gracias
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