Jesucristo mandó a sus apóstoles: “Id por
todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo, enseñándolos a guardar lo que yo os he enseñado, y sabed que yo
estoy con vosotros hasta el fin del mundo”. Esta es la misión de la Iglesia:
evangelizar a todos los hombres para que se salven y lleguen al conocimiento de
la Verdad.
Es un hecho evidente que son muchos,
muchísimos los millones de hombres que todavía no conocen a Jesucristo, que no
tuvieron la suerte que hemos tenido nosotros: nacer en una familia cristiana,
tener unos padres católicos, una parroquia, una comunidad cristiana, un
ambiente propicio donde hemos conocido a Jesucristo, desde siempre.
Todos los cristianos estamos obligados a ser
misioneros, unos de vanguardia y otros de retaguardia.
Son misioneros
de vanguardia aquellos cristianos que por vocación divina dejaron todas las
cosas, al estilo de los apóstoles, y se marcharon a predicar el Evangelio a los hombres que viven
en países desconocidos para ellos, con culturas diferentes, ambientes paganos,
costumbres extrañas, y condiciones sociales y políticas degradantes; empresa
difícil y costosa en la que los misioneros tienen que pasar todo tipo de
dificultades materiales, espirituales, corporales, económicas, sociológicas
políticas, y persecuciones.
Para llevar a cabo esta misión tienen que tener una vocación singular y
contar con un apoyo especial divino, porque el que no esté lleno de Dios no
puede evangelizar. El misionero que, con corazón vacío de Dios y con ideales puramente humanos, se va a las
misiones para realizar grandes empresas sociales de bienestar, justicia y
paz, evangeliza con el peligro de ser
arrastrado por las corrientes mundanas y
paganas del País, justificadas por todo el mundo, pero contrarias a la doctrina
de la Iglesia. Y podrá suceder que en lugar de convertir quede él pervertido.
Para ser misionero hay que tener mucha fe,
mucha vocación, un sentido común inteligente y un corazón fortalecido por el
Espíritu Santo, puesto a prueba de bomba. En países de misión no es tan fácil,
como en España, predicar la Palabra de Dios. Los misioneros tienen que hacer lo
que puedan; y todo lo bueno que hagan, aunque sea humano, es cristiano y
evangélico. Decía en cierta ocasión un misionero que para evangelizar en países
a los que el conocimiento de Jesucristo no ha llegado todavía, es necesario
llevar en la mano derecha un crucifijo y en la otra un pan, como diciendo que
hay que anunciar el Evangelio de Cristo resucitado, establecer la acción social
cristiana, y denunciar con valentía y prudencia las injusticias humanas,
sociales y políticas, tratando de humanizar a los hombres a quienes hay que
cristianizar.
La acción misionera tiene que ser total: sobrenatural como principio y fin, pero humana y natural dentro de las realidades necesarias del hombre, que abarque todos los aspectos de su vida. Y para llevar a cabo esta empresa es necesario rezar, sacrificarse por las misiones y aportar dinero para que los misioneros puedan vivir, crear Iglesias donde los cristianos puedan reunirse para celebrar la Eucaristía, los sacramentos, escuchar la Palabra de Dios, orar, desplazarse de un lado a otro, montar colegios de educación humana y cristiana, construir residencias de ancianos, orfanatos, guarderías, hospitales y todos los centros necesarios para ejercer la caridad cristiana y humana.
Otros cristianos, que somos nosotros, somos también misioneros de
retaguardia, porque, en virtud del sacramento del bautismo, estamos llamados por Dios a extender el
evangelio místicamente por todo el mundo, por medio de nuestra oración,
penitencias, dolor, y materialmente por medio de nuestros recursos económicos.
Hoy, día de las misiones, podríamos, por ejemplo, privarnos del postre que más nos gusta o
tomar otro inferior, comer una comida más humilde, hacer algún sacrificio, el
mejor de todos hacer lo que más nos cuesta por amor a las misiones, suprimir
los caprichos habituales, el aperitivo, la diversión, y cosas por el estilo por
un día; y el importe entregarlo para el Domund.
Hay que reconocer que no somos generosos,
entregamos a la Iglesia, que es nuestra Madre, una limosna, y a las madres no se las socorre, se las ayuda. El dinero
que te sobra no es sólo tuyo y para ti, sino corresponde también a los pobres.
Hay otra razón poderosa y gratificante que es evangélica: “Todo lo que hacéis
por estos mis hermanos, los pobres, a mí
me lo hacéis”. Sabemos también que a la hora del juicio final, nos van a
examinar sobre el amor; y el que haya superado la prueba, cumpliendo las
bienaventuranzas y ejerciendo la caridad en obras, conseguirá una plaza en el
cielo.
Con nuestras oraciones, sacrificios, dolores,
renuncias y dinero colaboramos a que se nos perdonen nuestros pecados, nuestras
indiferencias, se fortalezca nuestra fe y crezcan nuestros méritos para el
Cielo, a la vez que realizamos una obra humana importante y la empresa más
grande se puede hacer en esta vida: la contribución a la extensión del Reino de
Dios, la Iglesia, por todo el mundo y a la salvación eterna de los hombres que
no conocen a Cristo.
Quiero hacer antes de terminar una reflexión,
formulada en un interrogante misterioso, que nos ofrece la oportunidad de estar
agradecidos a Dios: Por qué los llamados infieles, en el sentido de que no
tienen fe, nacieron en países descristianizados, donde hay hambre, guerras,
enfermedades, injusticias, incultura humana y religiosa, en los que todavía no
ha llegado la noticia de que Dios se ha hecho hombre en la Persona de
Jesucristo, para salvar a todos los hombres. Mientras que, nosotros hemos
nacido en una familia cristiana, en un país civilizado, con cultura y dotado de
bienestar social.
Esta es la realidad: desde siempre hemos
conocido a Jesús, a la Virgen María, y hemos vivido en un ambiente de
costumbres cristianas. Quizás si ellos hubieran tenido la suerte de ocupar
nuestro puesto, serían más cristianos que nosotros; y si nosotros hubiéramos
nacido en esos países no evangelizados, ni culturizados, ni socializados,
seríamos peores que ellos. ¿Por qué, Señor? Seamos agradecidos a Dios por
habernos regalado tantas cosas, y tengamos caridad con nuestros hermanos que
viven en países de misión, y ayudemos a las misiones, con nuestra oración,
sacrificio y dinero.
Gracias a los misioneros por su entrega y a Dios por habernos creado en España, tierra de María
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