El fin último del hombre en la tierra no es
otro que santificar el nombre de Dios, tal como rezamos en la oración del Padre
nuestro, que Jesucristo nos enseñó en el Evangelio: “Santificado sea tu nombre” y el fin próximo conseguir su
salvación. Y todas las demás cosas que hay en el mundo son medios para la
salvación eterna. De lo que se deduce que tenemos que utilizarlas tanto cuanto
nos coloquen en el camino hacia Dios, y abandonarlas tanto cuanto nos aparten
del camino de Dios.
Estas ideas básicas de la profunda y
misteriosa teología de la salvación, las expresa con belleza singular San
Ignacio de Loyola en el prólogo de los “Ejercicios espirituales”, llamado
“Principio y Fundamento”, que es como un índice de la temática que va a
desarrollar en su famoso y difícilmente superable libro. Más o menos dice así:
El hombre ha sido creado por Dios para alabarlo, bendecirlo y darle gloria; y
mediante esto salvar el alma; y todas las demás cosas que hay sobre la faz de
la tierra no tienen otra misión que servirnos de medio para la gloria de Dios y
la salvación de las almas.
Por consiguiente, tenemos que tener un
sentido real y verdadero del papel que desempeñamos en el mundo, y no trastocar
los fines. Porque muchos no tienen otras motivaciones en la vida que ganar
dinero, atesorar riquezas, conseguir
puestos de relieve social, político y económico; y no piensan en otra cosa que
en la comida de manjares exquisitos, bebidas excelentes y beneficiosas para el
cuerpo, y divertirse sin medida ni tino, aprovechando todos las ocasiones para
el placer en todos los sentidos. Y todo esto, utilizado con discreción y en su
justo uso, como complemento de la felicidad, es bueno, si se busca como medio
equilibrado y justo, y no como fin supremo de la vida.
Dios quiere que utilicemos los bienes
materiales que ha creado para nuestra santificación con mesura, disfrute y
alegría, porque disfruta, diríamos, como buen Padre, con que sus hijos se
diviertan, se entretengan con las cosas y juguetes, como hacen los buenos
padres de la tierra. Pero no quiere el despilfarro y el capricho de las cosas
que para nada valen y perjudican.
El apóstol San Pablo estaba acostumbrado a
todo, a vivir bien y a vivir mal, a pasar hambre y sed y a tener de todo en
abundancia, a tener amigos y enemigos. Y con todo era feliz, porque sabía que
tenía el conocimiento y amor a Cristo, y todo lo demás era basura. La felicidad
consiste en vivir en Cristo y con Cristo, unido en Él a todos los hombres,
cumpliendo con alegría, o al menos con resignación cristiana, la voluntad de
Dios, que no siempre gusta, pero que es el fin supremo del hombre en la Tierra
y en el Cielo.
Es verdad que padecemos muchas cruces y de
muchas clases, que tenemos momentos difíciles que nos parece superan nuestras
fuerzas físicas y espirituales, problemas en nuestro propio ser, en la familia,
en el trabajo, en la sociedad y en muchos de nuestros ambientes, que nos
agobian, nos hacen sufrir y nos colocan en situaciones de pena, angustia y
acaso de depresión actual o permanente. Pero contamos en todo momento con la
gracia de Dios, que nos asiste, aunque no la notemos, que nos protege, aunque
no nos sintamos amparados, porque el auxilio de Dios reviste muchas aristas que
el hombre no percibe, que tiene finalidades desconocidas, misteriosas, de
transcendencia última de vida eterna.
Hagamos una examen rápido de memoria,
recordemos los muchos bienes que hemos recibido de Dios, nuestros
comportamientos en paga por ellos, no siempre justos, y frecuentemente
desagradecidos, porque devolvemos pecados por
gracias. Y, aunque nos pesan las cruces que llevamos como cargamento
sobre las espaldas, y nos parece que nos van a aplastar y dejar tirados en tierra,
pensemos seriamente en la agonía de Cristo, en la oración del Huerto de los
Olivos, en la que derramando sangre pidió al Padre pasara de Él el cáliz de la
pasión. Sin embargo, esta oración no fue aparentemente escuchada, porque la
voluntad divina era la salvación universal de todos los hombres, y después de
la pasión y muerte de Jesús, vino la Resurrección, la redención de todos los
hombres que culminará en la resurrección de los muertos, al fin de los tiempos.
Compara tus sufrimientos con los que pasó
Jesús, y verás cómo recibirás fuerzas para aguantar tus cruces, esperar la
salvación de la vid eterna, pues todo lo que al hombre le sucede es medio para
su salvación y glorificación de Dios, fin del hombre en la Tierra.
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