En los primeros siglos de la Iglesia, la Semana Santa se vivía, en sentido eminentemente espiritual, solamente en los templos, como corresponde a la celebración mística de la actualización y representación del Misterio Pascual. Más tarde la devoción popular suscitó la piadosa necesidad de representar en imágenes la Pasión y Muerte del Señor, que se instalaban en las Iglesias, ermitas, centros públicos y casas, como recuerdos piadosos de la fe popular. Con el correr de los tiempos se popularizaron las procesiones de imágenes sagradas con verdadero sentido cristiano, como manifestaciones de fe y respuestas al anticlericalismo, en defensa de la Iglesia Católica, que cristalizaron en Hermandades.
Hoy en el siglo XXI, la Semana Santa se ha convertido en un tiempo de vacación, que hay que invertir en lugares de diversión, ocio o descanso en las playas o en la montaña, dejando para los curiosos y turistas las procesiones, que con un fondo religioso han quedado reducidas a espectáculos procesionales de arte sacro en los que los dirigentes de las Cofradías compiten con sus rivales por ganar la atención del público y de turismo religioso, con la participación masiva de cristianos de buena voluntad y también fanáticos, que desvirtúan en muchos casos el sentido verdadero de la fe. Y la verdadera celebración de la Semana Santa ha quedado como exclusiva para los mayores, casi de la tercera edad, que viven los misterios sacros, como en su origen, en las Parroquias de la capital, de pueblos y casas religiosas.
¿Cómo hay que vivir la Semana Santa hoy?
No condeno, por supuesto, las procesiones de Semana Santa que recorren las calles de nuestro pueblo, de conmoción popular, y contribuyen a extender la cultura y a suscitar, de maneras muy diversas, la fe, que es un fondo es una exclusiva de la valoración de Dios, que no juzga las cosas con criterios humanos, pues los juicios de Dios no son como los juicios de Dios, nos dice la Palabra de Dos en la Biblia. Lo que sí digo, con la doctrina de la Iglesia en la mano, es que no se puede, desde la fe, celebrar la Semana Santa, a lo pagano, sin ninguna relación con la liturgia del Jueves Santo, institución de la Eucaristía, del sacerdocio y del amor fraterno, y ni sin conmemorar la Pasión y Muerte de Jesús; y con más precisión aún no solamente con la asistencia a estos cultos, sino con la vivencia de la gracia y la participación activa, consciente y responsable en el drama sagrado de la salvación.
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