- Moisés, señor mío, prohíbeselo.
Moisés, como respuesta a esta petición aparentemente justificada, contestó: ¡Ojalá todo el pueblo fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!
Este hecho
bíblico nos da una ocasión para hacer unas reflexiones sobre el ministerio del
profetismo, para sacar el mayor provecho posible para nuestra vida cristiana.
En la Iglesia
Católica la palabra de Dios no puede ser predicada por libre y por cualquier persona. Es necesario
que el que la imparta reciba el sacramento del Orden sacerdotal, del diaconado, o un mandato oficial del
obispo que puede concederse a hombres o mujeres, solteros, casados o viudos,
para que quede garantizada la palabra de Dios que se predica. Y esta norma es razonable, pues la libre interpretación y
predicación de la Palabra de Dios lleva al confusionismo y termina siendo
palabra humana más que divina. El ministro de la Palabra debe ser un transmisor
oficial de la fe enseñada por el magisterio de la Iglesia, y no un predicador
de sus ideas, doctrinas y ocurrencias propias. Los dones y carismas del
Espíritu Santo, en versión eclesiológica,
han de ser interpretados por el Obispo, y no por el teólogo o enseñante
de la fe, por sabio y santo que sea.
Sin embargo,
a título de excepción siempre, Dios derrama su espíritu sobre todo hombre (Hech
2,17) y da cada individuo en particular
lo que a él le parece (1 Co 12,11). No existe un monopolio de gracias, que son
muchas y diversas, para los católicos exclusivamente, pues el Espíritu Santo,
dador de todo bien, reparte sus dones a
quienes quiere, cuando quiere y de la manera que quiere, por medio de la
Iglesia católica. Los cristianos recibimos las gracias por la oración,
sacramentos y obras buenas; y los
creyentes de otras religiones o no creyentes, incluso los llamados ateos y
agnósticos de maneras que la ciencia teológica no conoce, Basta para comprobar
esta realidad misteriosa observar cómo hay hombres sin fe con dones que los cristianos de a pie, incluso
muy virtuosos, no tenemos. ¡Cuántas veces admiramos las virtudes humanas de
hombres que no pisan la Iglesia, que son mundanos, que pertenecen a
ideologías contrarias a la fe de la
Iglesia! ¿De quién proceden esas gracias sino de Dios?
De la Palabra
de Dios, proclamada en la primera lectura, que hemos escogido para pronunciar
la homilía, podemos sacar cuatro consecuencias prácticas:
1ª Dios regala sus dones a los
hombres que quiere, cuando quiere y de la manera que quiere, sin mirar su fe y
bondad, por razones que no conocemos.
2ª Los dones del Espíritu Santo no
son un monopolio de católicos, sino un
reparto de Dios entre los hombres no con justicia humana, sino conforme al
misterio de la infinita sabiduría de Dios misericordiosa.
3ª Los dones actúan en los
cristianos con la gracia de Dios teológica y en los no cristianos, pecadores,
creyentes con la gracia de Dios en la
naturaleza, cuya naturaleza y actuación desconocemos.
4ª Debemos dejar el juicio de las obras humanas a Dios misericordioso,
sin críticas ni condenas en el corazón, y respetando la dignidad de la persona
humana, imitar las virtudes y dones que hay en los hombres, principalmente en
malos o enemigos teóricos de Dios y de la Iglesia, porque el Espíritu Santo con
sus dones está presente en su Iglesia de maneras diversas.