sábado, 21 de septiembre de 2024

Vigésimo quinto domingo. Tiempo ordinario. Ciclo B

 


Cuando nació Jesús en el portal de Belén, un ángel del Cielo se apareció a los pastores que velaban el rebaño a la intemperie  y les comunicó la buena noticia del nacimiento del Mesías, el Señor, el Salvador. De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: Gloria a Dios en el Cielo y en la tierra paz a los hombres, que ama el Señor. Fue el mensaje del Evangelio, la gran noticia, la redención que se cifra en la glorificación de Dios en el Cielo y el establecimiento de la paz en la Tierra.

La gloria de Dios es el fin último y supremo de toda la creación, y, por supuesto, principalmente del hombre, que es la síntesis de todo lo creado. En esto consiste la perfección del hombre en glorificar al Señor de la Creación, que es definitiva su propio bien temporal y eterno. Los santos y los ángeles del Cielo no hacen otra cosa que alabar a Dios eternamente; y los hombres en la Tierra que quieren santificarse para ir al Cielo no tienen otro camino que cumplir la voluntad de Dios,  que es el mayor bien para él. 

¿En qué consiste la paz que Dios quiere para todos los hombres?           

La paz no consiste en la ausencia de guerra ni en la abundancia de bienes, porque el bienestar social sin armas no causa la verdadera paz. Existen familias que nadan en riquezas, que no se tiran los trastos a la cabeza, y no son felices. Y hay personas a quienes les sobra todo, tiene incluso poder y dinero, viven en ambientes pacíficos, y tampoco son felices.

La guerra temperamental producida por el carácter más o menos violento, exaltado, nervioso, sanguíneo, debe compaginarse con la paz espiritual. Se puede estar tranquilo en la conciencia y tener los nervios de punta, que no son causas de pecado, sino objeto de tratamiento. Sólo Dios sabe cómo y cuánto peca el que sufre tener un temperamento difícil; y poca o casi ninguna responsabilidad moral tiene el que obra con desequilibrio mental.

En la segunda lectura de la liturgia de la Palabra de este domingo el apóstol Santiago nos habla de las envidias y peleas y todo tipo de males, que provienen del desorden de las pasiones; y causan la guerra en las familias y en los ambientes de la Sociedad. Como remedio para estos males está la sabiduría de Dios, que es amante de la paz.  Para entender el sentido de esta frase habrá que explicar qué se entiende por sabiduría y qué por paz.

La sabiduría de arriba o de Dios nada tiene que ver con la sabiduría humana, que es el conocimiento de la ciencia, que suele engendrar soberbia y no paz.  No el mucho saber harta y satisface alma, sino el saborear las cosas internamente, nos dice San Ignacio de Loyola.

La sabiduría del Espíritu Santo consiste en saber las verdades de la fe y vivir conforme a ellas con comportamientos acordes con la Ley de Dios en vivencia continuada de gracia. El que obra bien, cristianamente, tiene en su raíz y en su fruto la paz del alma, que es sabiduría de la gracia.           

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