sábado, 14 de septiembre de 2024

Vigésimo cuarto domingo. Tiempo ordinario. Ciclo B

 


Como respuesta a la Palabra de Dios proclamada en la primera lectura, hemos afirmado comunitariamente una frase, que tiene rango de promesa: “Caminaré en presencia del Señor en el País de la vida”.

Si prestamos atención sobre ella, observamos que contiene dos partes: caminar en la presencia del Señor y en el País de la vida, que unidas entre sí forman un auténtico plan de vida espiritual y pastoral. ¿Qué significa caminar en la presencia del Señor? ¿Qué significa en el país de la vida? 

Caminar en presencia del Señor

Para poder caminar se necesitan tres cosas: salud en el cuerpo, movilidad en las piernas y la marcha. Un enfermo, por muy ágiles que tenga las piernas, no puede caminar porque le falta la salud es indispensable para hacer camino;  un sano, por mucha salud que tenga, no puede andar si le fallan los pies; y un hombre sano y robusto con  movilidad en los pies, no camina si se queda parado y no se pone en marcha. Teniendo estas tres condiciones indispensables para andar, tanto mejor se camina cuanto mejor es la salud, más ejercitada se tiene la musculatura de las piernas y más rápido es el desplazamiento.

Aplicando este ejemplo natural a la vida cristiana, podríamos decir que para caminar en presencia del Señor, es necesario tener salud en el alma, es decir estar en gracia de Dios y ejercitar las virtudes, que son las potencias sobrenaturales del ejercicio del bien. De esta manera, se  hace el camino que va desde el tiempo a la eternidad, es decir desde que empezamos a vivir en cristiano hasta que llegamos a la meta del Cielo. Este recorrido se puede hacer de dos maneras: caminando simplemente en estado de gracia y caminando además con el estilo apostólico del ejercicio de obras buenas, bajo la bondadosa mirada de Dios Padre. 

¿Y cómo se consigue estar en gracia? La respuesta es muy sencilla, evangélica: cumpliendo sustancialmente los mandamientos de la ley de Dios y de la Santa Madre Iglesia; digo sustancialmente queriendo decir observando los preceptos del Señor en materia grave, pues es evidente que en el cumplimiento obligado de la ley, siempre hay defectos, imperfecciones, debilidades, que no obstaculizan la marcha, como tampoco dificulta la carrera los pequeños trastornos del cuerpo ni los rasguños en las piernas, por ejemplo. La gracia de Dios es consecuencia del cumplimiento de la Ley y el pecado consecuencia de su incumplimiento. “El que me ama, cumple los mandamientos, mi Padre lo amará y vendremos a Él y haremos morada en él”, dijo Jesús en el Evangelio. Un cristiano que camina en la vida espiritual con desgana, tibieza, a disgusto, a la fuerza, acaba por pararse y no caminar; y, si, todavía peor, vive en pecado mortal, no puede caminar. Tiene el don de la fe, pero no la vida del alma que es la gracia, de la misma manera que el enfermo tiene la vida, no está muerto, pero  no la fuerza para caminar.

No basta cumplir la ley sustancialmente, es decir no ofender a Dios en materia grave, sino es necesario también cumplir la ley con la mayor perfección posible: hacer las cosas cada día mejor, ejercitando las virtudes con ilusión progresiva de santidad. Caminar en la presencia del Señor, en sentido pleno, es no sólo andar en gracia de Dios, sino vivir por dentro el misterio insondable de la presencia de Dios en el alma por medio de la inhabilitación del Espíritu Santo y  hacer el camino con la mayor rapidez posible realizando obras buenas con ilusión santificadora y apostólica.  Es, para mayor abundancia, una correspondencia a la realidad teológica de la inmensidad de Dios en todos los seres, principalmente en los hombres. Si Dios está siempre presente en el hombre, lo lógico es que el hombre esté presente en Dios. La presencia de Dios nos ayuda a evitar el pecado y a realizar las cosas con mayor perfección.  No debemos caminar en el camino de la vida cristiana como quien se siente vigilado por la mirada de Dios, ni como quien teme que el jefe le pille en un incumplimiento del deber, sino más bien como quien camina acompañado, protegido y ayudado por la gracia de Dios, que es presencia de Dios operativa. No es lo mismo caminar con un extraño con la sensación fría de no ir solo que caminar con una persona a quien se la quiere mucho y con la que se camina con gozo. Caminar con el Señor es ir con Él a todas partes y tenerle presente en todos los actos, sabiendo que Dios está siempre con nosotros haciendo el mismo camino y comprometido en nuestra marcha; y si nos faltaran las fuerzas y nuestra cruz se nos hiciera humanamente insoportable, Cristo con nuestra cruz a cuestas camina con nosotros haciendo las veces de Cirineo. 

 ¿Cuál es el país de la vida por el que tenemos que caminar?

La Iglesia, que es el Reino de Cristo en la Tierra, anticipo del Reino de los Cielos, meta final de nuestra vida y Patria de gloria eterna a la que esperamos llegar por la misericordia infinita de Dios Padre. Caminemos como fieles hijos de la Iglesia Católica en amor, obediencia y fidelidad. Ella es nuestra Madre que nos enseña el camino de la Vida que es el cumplimiento de la Ley de Dios, las fuentes de la vida, fuerzas para caminar, que son los sacramentos, y los medios para mantener las constantes de nuestros pasos al andar, que son la oración y el ejercicio supremo del bien obrar.

Todo cuanto llevamos dicho en esta homilía se puede resumir en pocas palabras de esta manera: Haremos nuestro viaje de la Tierra al Cielo caminando en estado de gracia, como paso elemental y necesario, pero además bajo la mirada de Dios y su compañía haciendo el bien a todos, aceptando todos los contratiempos, cargando con nuestra cruz a cuestas, y en el País de la Vida, que es la Iglesia, que nos hace llegar al Paraíso, donde está la Vida que es Dios, intercomunicada en la Santísima Trinidad, y a la Vida gloriosa de Jesucristo, como cabeza de todo lo creado y del Cuerpo Místico, VIDA ETERNA, que nunca termina.   

 

 

 

 

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