sábado, 16 de agosto de 2025

Vigésimo domingo. Tiempo ordinario. Ciclo C

 

Es frecuente en el Evangelio encontrar pasajes y textos de difícil interpretación, que resultan extraños para la comprensión humana, y hasta llamativos o “escandalosos”, si se interpretan humanamente y se explican al pie de la letra, no en el sentido auténtico en que Jesucristo los predicó. El contenido de la predicación y de la escritura no debe interpretarse según el valor material de las palabras de un texto, sino teniendo en cuenta el género literario en que está dicho o escrito,  y, sobre todo, según la intención que pone en las palabras su autor. Las palabras significan lo que quiere decir el autor con ellas. En nuestro idioma hay frases que se dicen, y todo el mundo entiende, aunque las palabras utilizadas tengan en sí un sentido gramatical distinto al que se les da. Si yo digo, por ejemplo, que a Felipe le “han dado tres calabazas” en el Instituto o en el colegio, todos sabemos que ha obtenido en sus estudios tres suspensos, porque esta frase hecha tiene hoy en España este sentido popular. 

Jesús en su predicación utilizó frases hechas que usaba el pueblo, y también parábolas y metáforas con significado personal, que utilizaba para explicar temas transcendentes, sublimes y sobrenaturales, que necesitaban explicación. “A vosotros, decía Jesús a sus apóstoles, os hablo a las claras y a los demás en parábolas”. Luego el Evangelio necesita la interpretación de lo que Jesús quiso decir y no de lo que dijo con palabras humanas. Por ejemplo, en las bodas de Caná de Galilea, María dijo a su Hijo: “No tienen vino” Y Jesús le contestó: “A ti y a mí, nada nos va en este asunto”. Parece que se desentendía de este problema. Y, sin embargo, no fue así, porque en el tono y en la mirada, Jesús le dio a entender a su Madre que le haría caso, pues María mandó a los sirvientes: “Haced lo que él os diga”. Y se realizó el primer milagro de la vida pública de Jesús. 

El Evangelio de San Lucas, que acabamos de proclamar en el nombre del Señor, contiene frases que pueden resultar muy duras, si no se explican, porque no se pueden entender al pie de la letra:

“He venido a prender fuego en el mundo: ¡y ojalá estuviera ya ardiendo ¿Pensáis que he venido a traer al mundo la paz? No, sino división. En adelante una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra”

¿Cómo se puede entender que Jesús, el Hijo de Dios Padre, que con Él es Amor eterno en unión indisoluble del Espíritu Santo, ha venido al mundo a traer la división y la guerra, y no la paz, que es fruto del amor? ¿Pensáis que he venido a traer al mundo la paz? No, sino división. Jesucristo no fue un revolucionario social, ni un político que vino a romper los vínculos de amor, unión y paz naturales de la familia, sino el Amor encarnado, el autor de la paz, el fiel programador de la familia cristiana, el defensor a ultranza del cuarto mandamiento de la ley de Dios: Honrar padre y madre. Cuando Jesús nació en Belén, los ángeles, portavoces de la Paz de Dios en el Cielo, decían: “Gloria a Dios en el Cielo, y en la tierra paz a los hombres que Dios ama”. Todo el Evangelio rezuma amor, misericordia, paz, unión, concordia. No hay palabra ni frase que no hable de amor, comprensión, misericordia, perdón. Estas ideas se destacan con sublime literatura, sin igual, en la parábola del hijo pródigo, en la que el amor, que es perdón y paz, se describe en términos que no conoce el amor humano (Lc 15,11-32) En concreto ¿qué significan estas palabras del Evangelio? 

Jesús en el sermón de la montaña proclama como bienaventuranza la persecución de los elegidos con estas palabras: “Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegráos y regocijáos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos” (Mt 5,11-12).

En el libro de los Hechos se nos dice que los apóstoles fueron juzgados por el Sanedrín, y después de haber sido azotados, marcharon contentos por haber merecido la gracia de ser ultrajados por Cristo (Hech 5,41). El sufrir por Cristo es considerado por San Pablo como gracia (Flp 1,29)...

La Historia de la Iglesia atestigua con relevantes ejemplos cómo siempre, desde que Jesús fundó la Iglesia, los cristianos han sido y serán perseguidos, como también antes en el Antiguo Testamento fueron perseguidos  los antiguos profetas que transmitían la Palabra de Dios (Mt 5,12). ¡Cuántos mártires derramaron su sangre por Cristo, sin haber cometido otro delito que confesar la fe de Jesucristo! La última guerra española del año 1936, de la que todavía muchos de nosotros somos testigos presenciales, confirma este hecho. Muchos españoles sacerdotes, religiosos y cristianos fueron inocentemente ajusticiados simplemente por odio a Jesús y a la Iglesia Católica.  ¡Cuántos santos veneramos en los altares que fueron calumniados y perseguidos solamente por seguir a Jesucristo! ¿Por qué? En cumplimiento de la profecía de Jesucristo. Esta es la guerra de la que nos habla Jesús en el Evangelio de hoy. La ley de Dios contradice la ley del Mundo, el cumplimiento de la moral católica choca contra la inmoralidad de las leyes humanas y costumbres contrarias al derecho natural y divino, el seguimiento consecuente del Evangelio divide a la familia: a los hijos de los padres, a los hermanos entre sí y a los familiares más íntimos, porque el Evangelio en su doctrina y en su vivencia separa, divide. Conocemos muchos casos: padres que se enemistaron con sacerdotes o religiosos porque colaboraron a que sus hijos o hijas secundaran su vocación de vida consagrada, que se enemistaron con  la Iglesia, simplemente porque sus hijos optaron por seguir el Evangelio en el mundo o fuera de él. Esta es la guerra de Dios de la que nos habla el Evangelio de hoy. Serás más criticado y calumniado por venir a la Iglesia que por ir a espectáculos indecentes, por comulgar que por alternar en las diversiones pecaminosas del mundo, por ser cristiano que por ser mundano. Buena señal. El que no es perseguido no es elegido, dice un autor de nuestros días.

jueves, 14 de agosto de 2025

Asunción de María Santísima a los cielos.

 


Voy a tratar de explicar en poco tiempo el misterio que estamos celebrando hoy: La Asunción de María Santísima en cuerpo y alma a los Cielos, dogma que definió el Papa Pío XII el 1 de Noviembre de 1950.

Este misterio significa que María, después de haber vivido un tiempo en la Tierra, no sabemos cuánto, sin saber si murió o habiendo muerto, cosa que históricamente no se puede demostrar, ni está definido, resucitó y está en el Cielo.

Parece lo más lógico que María muriera, y sin que su cuerpo llegara a corromperse, resucitó y en cuerpo y alma fue Asunta a los Cielos, como pasó con Jesucristo que murió y al tercer día resucitó. Tiene que haber una igualdad teológica de Jesús con María, que son el principio de salvación de los hombres, Jesús como Redentor y María como Corredentora. Si Jesús vivió, murió y resucitó, es lógico que María también viviera, muriera y resucitara.

María Santísima, siendo juntamente con Cristo Corredentora del género humano, fue también redimida no del pecado original, que no tuvo, sino con una redención que los teólogos llaman preventiva, en cuanto que siendo preservada del pecado original, fue redimida por Jesucristo, de manera que la razón humana no alcanza a entender ni a explicar. 

En nuestra Parroquia tenemos el altar del tránsito, que está situado junto a la capilla de las Vírgenes, que representa este misterio. María se encuentra como dormida, es decir, muerta, en un sepulcro dentro de una urna de cristal, y encima aparece resucitada. Es una representación de la muerte y asunción de María resucitada a los Cielos. 

María no es solamente una mujer privilegiada, persona excepcional única, sino que realmente es la criatura más perfecta que ha salido de las manos de Dios; y ha resucitado, porque es la Madre de Dios y juntamente con Cristo forma un solo co-principio de salvación, como Madre de Dios y Madre de todos los hombres. Está en el Cielo  para ejercer su misión de Corredentora y Madre espiritual de todos los hombres en su plenitud, pues es Medianera de todas las gracias. De ninguna manera mejor puede cumplir este sagrado oficio que resucitada desde el Cielo. 

María no es la causa de la divina gracia sino el medio de su transmisión, como el espacio no es la causa de la luz sino el medio que comunica a la Tierra la luz que el sol produce; o como la madre no es la causa de la vida del hijo, sino el medio de la comunicación de la vida que sólo Dios crea.  

Nosotros, hermanos, tenemos que vivir como María una vida sencilla y simple, pues su profesión fue ama de casa. No hizo otra cosa durante toda su vida, que lo que una mujer hace en el hogar, desempeñar las faenas del servicio doméstico. María Santísima no desarrolló una vida espectacular: no predicó el Evangelio, ni hizo correrías apostólicas, que sepamos, ni realizó ningún milagro, sino que llevando una vida sencilla en Nazaret cumplió su misión de Madre de Dios y madre de todos los hombres. Con su vida nos enseña, igual que Jesús con su larga vida oculta de unos treinta años,  que la vida, por humilde y sencilla que sea, tiene sentido cristiano y apostólico. 

María, por privilegio especial mereció resucitar con Cristo, para ser no sólo la Medianera de todas las gracias sino también para ser la primicia de nuestra propia resurrección. Nosotros, secundando el ejemplo de nuestra Madre María, y de Jesús en su vida oculta, debemos hacer que nuestra vida, por excelsa y sublime que sea, se convierta en una vida de santificación con sentido eminentemente apostólico, con el fin de que pasado el destierro en la Tierra, podamos conseguir a pulso el Cielo para gozar eternamente de la visión eterna de Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, misterio de la Santísima Trinidad, juntamente con los ángeles y los santos, en unión de María resucitada o María asunta a los Cielos. 

sábado, 9 de agosto de 2025

Décimo noveno domingo. Tiempo ordinario. Ciclo C

 


La sagrada escritura enseña, reprende y corrige               

La Revelación es el hecho de que Dios ha hablado a los hombres en distintas etapas de la Historia para comunicarles el misterio de su ser, Uno y Trino, y los grandes y escondidos secretos de la Vida eterna, con el fin de hacerles partícipes de su gloria.  Dios ha hablado por medio de palabras, sonidos fonéticos al estilo humano, inspiraciones y visiones que atestiguaban inconfundiblemente que era Dios quien hablaba.

El contenido de la Revelación se encuentra en dos depósitos distintos, de igual fiabilidad y credibilidad: la Tradición y  la Sagrada Escritura. La Tradición es la Palabra de Dios transmitida de boca en boca, cuando no existía la escritura, y que luego fue escrita bajo la inspiración del Espíritu Santo, y quedó reflejada en la Sagrada Escritura, tanto del Antiguo como Nuevo Testamento; o reflejada en los escritos de los Santos Padres de los primeros siglos de la Iglesia.

El autor de la Sagrada Escritura y de la Tradición es Dios, pero el escritor de la Sagrada Escritura, llamado hagiógrafo, escribió con su propio estilo personal las verdades reveladas, no como quien escribe al dictado, sino con la inspiración del Espíritu Santo, que hacía que lo escrito no tuviera errores de fe; en cambio, el autor de la Tradición escribió con la asistencia del Espíritu Santo, que no puede ser llamada inspiración.

La Revelación no tiene otra finalidad que transmitir a los hombres las verdades que son necesarias para conseguir el Reino de los Cielos. Para saber qué verdades están reveladas y cuáles no, no basta la explicación magnífica de un teólogo excepcional o de un insigne predicador, es necesario el asesoramiento del Magisterio auténtico de la Iglesia, que unas veces es ordinario y otras infalible. Está formado por el Papa, Maestro Supremo de la Verdad Revelada en toda la Iglesia, y por todos los Obispos del mundo, unidos entre sí y concordes, bajo la autoridad del Papa. El Magisterio de la Iglesia puede ser ejercido por el Papa solo y también por todos los Obispos dispersos por el mundo o reunidos en Concilio.

Después de estas breves nociones sobre la Revelación, vamos a fijar nuestra atención en las palabras de la segunda lectura de la liturgia de hoy, original del Espíritu Santo, y escrita por el apóstol San Pablo a Timoteo: “Toda Escritura inspirada por Dios conduce a la salvación y es también útil para enseñar, reprender y corregir”.

El contenido de la Sagrada Escritura tiene cuatro eficacias con una finalidad suprema: la salvación de todos los hombres: ser camino de la salvación, enseñar, reprender y corregir.

Ser camino de la salvación, es decir saber por dónde se camina hacia la vida eterna para que el hombre pueda llegar a la meta de la vida. En este mundo, se ofrecen muchos caminos para la felicidad, basados en el egoísmo: la sexualidad, la riqueza, el poder, la diversión, la sabiduría, el goce de los placeres, que atraen al hombre apasionadamente y le ofuscan desorientando su vida hacia la perdición. Contrarrestando estos instintos de falsa felicidad, la Sagrada Escritura ofrece al hombre un mapa que le orienta a la salvación para que no se pierda por caminos falsos, tortuosos y desviados de la meta. Con un buen mapa en la mano, cualquiera puede llegar al fin del mundo, aunque sea por países desconocidos. Lo difícil no es interpretarlo, sino confeccionarlo. La Iglesia con su magisterio perenne y auténtico ha confeccionado el mapa de la fe, desde que Jesucristo fundó la Iglesia, y por él debemos guiarnos los cristianos para llegar a nuestro destino, que es el Cielo.

Enseñar las señales de tráfico de la salvación, la topografía de los caminos, peligros, desniveles, curvas,  a él va ajustando los inventos que se rozan con la fe moral y costumbres en el correr de los tiempos.  Por eso, dice San Pablo a Timoteo: “La Sagrada Escritura puede darte la sabiduría que por la fe en Cristo Jesús conduce a la salvación”. Por consiguiente, la primera eficacia de la Palabra de Dios escrita es ser el camino de la Salvación. Hoy que tantos libros se escriben, de literatura barata, que atolondran la mente y enturbian el corazón, y algunos con ideas que hacen daño a la fe de la Iglesia o la moral cristiana; y tantos libros religiosos se escriben sin contenido doctrinal, debemos leer y meditar la Sagrada Escritura, que es fuente de Sabiduría del Espíritu Santo. Pero en los casos de difícil interpretación, debemos consultar a sacerdotes o teólogos conocedores de las verdades reveladas, y no a los maestrillos de escuela que enseñan lo que no saben, comunicando propias opiniones, que son más bien ocurrencias personales que ciencia de fe.

Otra segunda eficacia de la Sagrada Escritura es enseñar lo que es necesario saber para salvarse o ir al Cielo. No es ni un libro científico ni un simple libro religioso de lectura espiritual o meditación, sino el texto oficial de la enseñanza de salvación. Para saber el contenido sustancial de la doctrina revelada no encontramos otro mejor que el catecismo de todos los tiempos, que es el resumen de la doctrina de la fe, y que ahora tenemos renovado en el Catecismo de la Iglesia del actual Papa Juan  Pablo II. En él o en otros resúmenes de él encontramos la enseñanza de la Sagrada Escritura.

La tercera enseñanza es reprender, pues la Palabra de Dios escrita reprende, como una carta de Dios que amonesta, advierte, a veces con amenazas, con el fin de corregir a sus hijos del mal camino por donde van y educar en la virtud. Es la misma actitud del padre que escribe a su hijo para conducirlo  por el buen camino.

Y, por último, educar en la virtud. La Sagrada Escritura es un libro de formación moral en la que podemos aprender nuestro comportamiento de buenas costumbres, un libro de formación religiosa en la fe y un libro de espiritualidad en el que podemos aprender las virtudes cristianas en todas sus expresiones.

En consecuencia, en la Sagrada Escritura, Palabra de Dios revelada y escrita bajo la moción el Espíritu Santo tenemos el mejor mapa que nos enseña el camino de la Vida eterna, el mejor libro de enseñanza religiosa, que está contenido en el Catecismo de la Iglesia del Papa Juan Pablo II, el ejemplar escrito más apropiado para corregirnos de nuestros pecados y defectos, el más inspirado libro de espiritualidad y el epítome de virtudes que tenemos que conocer y vivir para ser buenos cristianos y santificarnos.

sábado, 2 de agosto de 2025

Décimo octavo domingo. Tiempo ordinario. Ciclo C

 




En la primera lectura del libro del Eclesiastés la Palabra de Dios nos dice que el trabajo del hombre sobre la Tierra, en sí mismo y sin ninguna trascendencia, es vaciedad. Trabajar con destreza,  habilidad y acierto con sentido puramente humano no tiene otra finalidad que cosechar haciendas con dolores, penas y fatigas y dejarlas a los herederos que no las han trabajado. ¿Qué saca el hombre de todo su trabajo y de los afanes con que trabajó bajo el sol? Vaciedad sin sentido.

El hombre no sacia el hambre de felicidad que tiene en la esencia misma  de su propio ser con cosas,  criaturas,  amores humanos, sino con los bienes de allá arriba y no con los bienes de acá abajo. Sólo Dios  y las cosas de Dios son los bienes supremos que calman de manera relativa los deseos del corazón humano en la Tierra. Cuando estemos en el Cielo no necesitaremos nada y seremos eternamente felices.

La experiencia nos dice que el rico que amasa millones y posee fortunas inmensas, no es feliz, porque pone como meta última de su vida los bienes perecederos de la Tierra. El que busca la felicidad llenándose de criaturas, se siente decepcionado porque cuanto más tiene más quiere. Nunca tiene bastante, se vuelve avaricioso y egoísta, su corazón se endurece y  materializa con corrupciones y vicios. Es más, incluso el hombre que busca  bienes espirituales humanos, exclusivamente, como el arte, la literatura, la música, no se siente nunca totalmente saciado ni recompensado con ellos, porque le falta el alimento de los bienes sobrenaturales en Dios, que sacian el hambre de ser feliz que el hombre tiene, mientras es peregrino en la Tierra. San Agustín, que buscó los placeres humanos hasta en el pecado, y se alimentó con ellos, poseyendo mucho dinero y hasta la sabiduría máxima de su tiempo, como pocos, llegó a decir: “Señor, nos has hecho para ti y nuestro corazón anda inquieto hasta que descanse en Ti”.

Encontramos esta misma idea explicada con más detalle en la segunda lectura de la liturgia de hoy, en la que se nos dice: “Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes del Cielo y no a los de la Tierra. La razón por la que se nos invita a vivir una vida con Cristo, escondida en Dios, es porque por el bautismo hemos muerto con Cristo y hemos resucitado con Él. Por consiguiente, “debemos dar muerte a todo lo terreno que hay en nosotros: la fornicación, la impureza,  la pasión, la codicia, y la avaricia, que es una idolatría”. Es decir, en una palabra, debemos dar muerte al pecado para vivir la gracia de Dios.

Todos somos pecadores, unos más y otros menos, unos de una manera y otros de otra. Pero no todos nos reconocemos pecadores delante de Dios y de los hombres. Morir al pecado es despojarnos de la vieja condición humana, con sus obras,  y revestirnos de Cristo, es decir llegar a conocerlo en plenitud, pensar como Cristo, querer lo que Cristo quiere y hacer lo que Cristo quiere, que es lo mismo que cumplir su santa voluntad siempre y en todo.  Es tan escaso el conocimiento que tenemos de nosotros mismos, que todos los pecados o comportamientos humanos los virtualizamos o justificamos con argumentaciones basadas en el egoísmo. En consecuencia coherente con la Palabra de Dios, hagamos una reflexión y veamos en qué tenemos puesto nuestro corazón: ¿En la riqueza? ¿Nos empeñamos solamente en ser ricos, en tener muchas cosas, mucho dinero? ¿Buscamos los placeres pecaminosos o desordenados, poniendo nuestro corazón en lo que gusta,  en dar gusto al cuerpo en todo lo que apetece, sin mirar la ley de Dios? ¿Nos afanamos por planificar diversiones exorbitadas, pasarlo bien, comer de lo bueno lo mejor, beber sin tino? ¿Ponemos nuestro corazón en amores pecaminosos o descentrados, incluso amores fatuos, insustanciales, libertinos? Hacemos porque nuestros propios gustos naturales se conviertan en caprichos exigentes y esclavizantes? ¿Mantenemos a toda costa nuestro propio criterio, de manera exclusiva, menospreciando o despreciando el de los demás? ¿En el ejercicio de la autoridad somos intolerantes, exigentes, mandando lo que nos gusta como si fuera siempre lo mejor, sin consultar a nadie ni constatar el parecer de otros? ¿Conceptuamos a los demás por debajo de nuestra propia estima? ¿Presumimos por soberbia de los dones que hemos recibido, presumiendo de nuestras cualidades, como adquiridas por nuestro propio esfuerzo? ¿Estamos apegados a las cosas o a personas, aunque sean espirituales, con desorden del amor a las criaturas? ¿Hacemos muchas cosas buenas por el egoísmo de nuestro propio interés?.... Si examinamos a conciencia nuestros actos, a la luz de Dios, con toda seguridad encontraremos en nuestra vida malas inclinaciones, propias de la naturaleza o adquiridas por nuestros vicios o pecados.

En el Evangelio, la Palabra de Dios nos propone una parábola muy significativa en la que un hombre rico tuvo una gran cosecha y empezó a echar cálculos para ver donde podía almacenarla. Pensó que tenía que derruir los graneros que tenía porque se le quedaban chicos; y debería construir otros más grandes donde pudiera almacenar todo el grano y toda su cosecha. Y se decía a sí mismo: Tienes muchos bienes acumulados y para muchos años: me tumbaré, comeré, beberé, y me daré buena vida. Pero sucedió que la misma noche en que él soñaba con un futuro de riquezas y una buena y larga vida para disfrutarlos, Dios le llamó a cuentas. Y concluye la parábola: ¿Para qué le sirvió haber trabajado tanto para ser rico y vivir a lo grande, si no tuvo tiempo para gozar de sus bienes? Y el Evangelio concluye con la siguiente moraleja: Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios.

Lo importante en la vida no es tener muchas fincas, grandes posesiones, millones de euros sin cuento en el banco, porque todo eso no hace al hombre feliz. Lo que enriquece al hombre es lo que perdura, lo que sirve para la eternidad, lo que merece premio de Cielo: hacer el bien, vivir en gracia de Dios, realizar buenas obras, estar desprendido de las riquezas, ganarse a pulso con el trabajo, sacrificio y dolor la vida eterna. Por consiguiente, revisemos nuestra vida, trabajemos con sensatez y equilibrio para cubrir las necesidades propias y las de la familia; y si Dios nos concede riquezas, administrémoslas con una funcionalidad social, justa, equitativa, y llevando, a la vez, una vida profundamente cristiana.

sábado, 26 de julio de 2025

Décimo séptimo domingo. Tiempo Ordinario. Ciclo C

 

“Señor, enséñanos a orar

1 Oración

2 Definición

3 Clases de oración 

1 Oración

La oración no es un  “concesionario” de gracias que se consiguen observando rigurosamente ciertas normas de ciencia experimental; ni un soborno espiritual por el que se obtienen de Dios favores a  cambio de oraciones, sacrificios, limosnas y ciertos actos, de modo condicional, final o causal: “te doy, si me das, te doy para que me des, y te doy porque me has dado”; ni una magia sacra de prestidigitación por la que se reciben gracias por el hábil manejo de fuerzas ocultas; ni un estudio piadoso  sobre la vida de Jesús o temas evangélicos; ni una petición de bellas oraciones compuestas con artificio literario que se presentan a Dios con presuntuosa ostentación, por el que se consiguen favores, como hacían los fariseos reprendidos por Jesús: "No os convirtáis en charlatanes como los paganos, que se imaginan que serán escuchados por su mucha palabrería. No hagáis como ellos porque vuestro Padre conoce las necesidades que tenéis antes de que vosotros se las pidáis" (Mt 6,7). 

2 Definición  

Aparcando las muchas definiciones clásicas que existen sobre la oración expongo la de Santa Teresa de Jesús: “Orar es tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”. Tratar es comunicarse con Dios de muchas maneras más que con las que los hombres nos comunicamos unos con otros: palabras, escritos, signos, arte, música. El hombre se comunica o trata con Dios además de la manera humana, cada uno como es, sabe y puede, mediante el lenguaje místico de pensamientos, deseos, afectos, sentimientos y  el corazón.

La oración es fuerza sobrenatural que forma, reforma y transforma al hombre para que vea todas las cosas con los ojos de Dios; el quehacer supremo  del apostolado; el medio necesario para la santificación de la vida cristiana; la escuela del conocimiento de Cristo, del hombre y de la realidad de la vida. 

3 Clases de oración           

Se puede decir de modo genérico que hay tantas cases de oración como orantes, pues  cada uno ora como es,  de manera que la oración resulta personal. La tradición cristiana ha expresado tres modos principales de hacer la oración: la oración vocal, la meditación y la oración contemplativa, según enseña el Catecismo de la Iglesia Católica (Cat compendio 568). 

La oración vocal

La oración vocal consiste en rezar oraciones contenidas en la Biblia, compuestas por la Iglesia, los santos, autores cristianos, incluso inventadas por uno mismo que brotan de modo espontáneo  del corazón. Las oraciones más conocidas y populares son: el avemaría, el credo, la salve, el gloria, el ángelus, las oraciones de la mañana, de la noche, la bendición de la mesa, las oraciones antes y después de recibir la Comunión, el santo rosario, y el vía crucis.  La más importante de todas las oraciones es, sin duda, la oración del Padrenuestro, compuesta por Jesucristo. Contiene las siete gracias que debemos pedir para conseguir la vida eterna: que el nombre de Dios sea siempre santificado; venga a todos los hombres su reino; se cumpla siempre su santísima voluntad; nos dé Dios el pan nuestro de cada día y todos los bienes necesarios para la vida; el perdón de los pecados; no nos deje caer en la tentación; y nos libre Dios de todo mal.

La mayor parte de la gente suele pedir gracias humanas y materiales, que son concedidas por Dios, si están subordinadas a la salvación eterna, según el juicio de Dios.

La meditación

La meditación es una reflexión orante, en la que  interviene la inteligencia, la imaginación, la emoción, el deseo de profundizar en nuestra fe y fortalecer la voluntad de seguir a Cristo; es una etapa preliminar hacia la unión de amor con el Señor (Cat 570).

A lo largo de la Historia de la Iglesia, en la antigüedad y después hasta la edad de oro han existido varios métodos de meditación, muy distintos y variados. A partir del siglo XVI se perfilaron los métodos de Fray Luis de Granada, San Pedro de Alcántara, el P. Jerónimo Gracián y otros. Se pueden concretar en seis partes: preparación, lección, meditación, contemplación, acción de gracias y petición. El método más clásico, recomendado por los Papas, es el de San Ignacio de Loyola en el libro de Ejercicios espirituales.  El método ignaciano se puede resumir en los siguientes puntos: aplicación de las tres potencias: memoria, entendimiento y voluntad; contemplación imaginaria de los misterios de la vida de Cristo; aplicación de los cinco sentidos; tres modos de orar: examen en torno a los mandamientos, pecados capitales etc; consideración de cada una de las palabras del Padre nuestro; oración al compás, que consiste en la repetición de frases o jaculatorias, mientras se va meditando  ellas; contemplación para alcanzar amor ascendiendo de las criaturas al Creador con reflexión. 

La oración contemplativa 

La oración contemplativa es una mirada sencilla a Dios en el silencio, un don de Dios, un momento de fe pura, durante el cual el que ora busca a Cristo, se entrega a la voluntad amorosa del Padre y recoge su ser bajo la acción del Espíritu Santo (Cat 571).

Contemplar en grado supremo es estar con Dios en un estado  elevado de íntima unión en el que toda la persona se sitúa en  un plano  superior, vive en un ambiente sobrenatural más o menos gozoso. Santa Teresa de Jesús decía que la "sublime contemplación de unión mística no consiste en sentir, sino en gozar sin entender lo que se goza. Basta un momento de unión contemplativa para que queden bien pagados todos los trabajos de la vida" (Vida 18-19).

Hay que advertir que el fervor espiritual puede ser fruto de la consolación del Espíritu Santo o psicosis de un desviado sentimentalismo religioso, un desahogo psicológico, un refugio humano o un desequilibrio nervioso.  

Nadie piense que practicando la oración se consigue llegar a la contemplación mística, como opina un famoso escritor español del siglo pasado. El progreso en la ciencia de la oración depende fundamentalmente de la capacidad de gracia  recibida del Espíritu Santo y complementariamente de la colaboración humana.

Dios no valora más la oración del místico que se pierde "endiosado" en las altas esferas de la contemplación que la oración del pobre y humilde cristiano que sólo sabe orar rezando o hablando con Dios, a su manera.

No busques el fervor sensible que te recoja, sino la gracia de Dios que alimente tu espíritu, aunque sea sin apetito o por vía de sonda mística: "Busca al Dios de los consuelos y no los consuelos de Dios", como decía Santa Teresa de Jesús.

La oración como es también un acto humano cuenta con la distracción, más o menos evitable o no evitable, pero no pierde su eficacia, como pasa con la obra que se está haciendo, que queda terminada y hasta perfecta, aunque mientras se está haciendo se piense en otras cosas.

La habitual contemplación de profundo recogimiento es una gracia singular que el Espíritu Santo regala a quienes quiere. Los orantes contemplativos no son más santos que los orantes activos  de contemplación apostólica. El que se habitúa a la vida de oración activa experimenta frecuentemente ráfagas de contemplación, más o menos permanentes o transitorias. La intimidad con Cristo se vive a solas sin compartirla con nadie. Sólo Dios puede sentirse a gusto en el secreto de tu corazón, que es el lugar donde Él se encuentra contigo mismo, sin que haya plaza para otro. "Cuando reces, entra en tu habitación, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está presente en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará (Mt 6,6)".

jueves, 24 de julio de 2025

Santiago Apóstol

 


Santiago el Mayor, así llamado para distinguirlo de Santiago el Menor, y su hermano Juan evangelista, eran hijos de Zebedeo y Salomé, naturales de Betsaida y de oficio pescadores (Mt 4,21;Jn 21,1-2). Sus padres tenían una posición económicamente desahogada, pues poseían, por lo menos, una barca y jornaleros a su servicio que pescaban con red barredera, y no con redes de mallas arrojadas al mar a merced de la suerte, como hacían los humildes pescadores de Galilea (Mc 1,20; Mt 4,21).

Su madre fue una de aquellas piadosas mujeres que siguieron fielmente a Jesús y le asistieron con sus bienes, incluso en los momentos cruciales de su crucifixión y muerte (Mt 27,55-56; Mc 15,40;Lc 8,3).

Por su carácter impetuoso, ambos recibieron de Jesús el apelativo de Boanerges o hijos del trueno (Mc 3,17), pues pidieron al Señor que bajara fuego del Cielo (Lc 9,54) para quienes no comprendían a su Maestro. Parece que este apelativo se debe a la anécdota evangélica que voy a contar.

Cuando llegó la hora de partir Jesús de este mundo al Padre, decidió ir a Jerusalén.  Y para cumplir su propósito envió a unos emisarios suyos a que fueran delante de él a buscarle posada en una de las aldeas de samaritanos, que había en el camino. Pero sus habitantes no quisieron alojarlo, por la extraña y simplona razón de que tenía intención de ir a Jerusalén. Enterados sus discípulos Santiago y Juan del caso, se enfadaron mucho, y, enfurecidos, acudieron al Señor a decirle: “Si quieres, decimos que caiga un rayo y acabe con ellos” (Lc 9,54).

Se me ocurre pensar que estas duras palabras salieron de los labios de Santiago y no de Juan, que tenía un temperamento pacífico y controlado. Sucede generalmente en grupos de amigos, compañeros y extraños, que se reúnen por intereses comunes, que uno asume la representación de todos, aunque nadie se la encomiende.

Santiago se pasó, pues el hecho de que aquella aldea no quisiera alojar a Jesús en la posada, no sabemos por qué, no era tan grave como para pedir a Dios que la castigara mandando del Cielo un rayo que la fulminara. Es admirable el comportamiento de Jesús que reprende cariñosamente el defecto de sus discípulos, justificando, tal vez, la libertad del posadero para hospedar en su casa a quienes quiera.

Esta actitud tan virtuosa nos enseña a dejar la justicia en manos de Dios, y no desear males a nadie. Los hombres juzgamos las apariencias externas de las acciones, sin conocer la intención secreta de los corazones, que es una exclusiva reservada a Dios.

Los dos hermanos, hijos de Zebedeo, discípulos predilectos de Jesús, juntamente con su amigo Pedro, aparecen en el Evangelio en los siguientes pasajes:

- en la llamada  oficial de Jesús en el Lago de Tiberíades (Mt 4,21-22);

- en la lista de los Apóstoles (Mt 10,2-4;Mc 3,16-19;Lc 6,14-16;Hech 1,13;

- en la resurrección de la hija de Jairo (Mc 5,37);       

- en la transfiguración en el monte Tabor (Mt 17,1-13);

- en el discurso escatológico sobre la destrucción de Jerusalén y fin del mundo (Mc 13,1-4);

- con su madre Salomé, cuando pedía a Jesús un puesto de privilegio, uno a la derecha y otro a la izquierda en su reino para sus dos hijos (Mt 20,20-23);

- en la agonía del huerto de Getsemaní (Mc 14,33); 

Formaba, junto con su hermano Juan, y con Pedro, el grupo de los tres discípulos preferidos (Mt 17,1;26,37;Mc 5,37;13,3).

El apóstol Santiago el Mayor, Patrono de España, a quien se le tiene mucha devoción en todo el mundo, principalmente en Europa, no tuvo diálogos personales con Jesús. Aparece en el Evangelio como personaje de referencia, como se puede comprobar en los textos antes citados. Por eso, de este insigne apóstol solamente reseñaremos una síntesis biográfica, que es realmente escasa.

De su hermano Juan explicaremos, en documento aparte, el único diálogo que mantuvo con Jesús en la última Cena.

Tenemos pocos datos en el Evangelio para hacer una radiografía psicológica de la personalidad de este apóstol. A pesar de ser uno de los discípulos preferidos, aparece en el Evangelio como personaje extra en relación con los diálogos de Jesús.

Santiago era un joven inteligente, de carácter espontáneo, que decía las palabras sin pasarlas antes reposadamente por el control de la razón. Podía más en él la fuerza del corazón que la atinada prudencia del razonamiento. Temperamentalmente inquieto y nervioso, no podía estarse quieto ni un momento. Compañero servicial como el primero, estaba al quite de todo cuanto sucedía, y dispuesto a echar una mano allí donde se precisaba cualquier servicio. Por su genio activo y abierto era emprendedor y eminentemente misionero, destacando en él las virtudes de la sinceridad y la justicia.

Tal vez pudo ser un hombre de genio vivo, defensor de la ley y de los derechos de Dios, y simpatizante del partido de los Celotes, que fanáticamente esperaban la inminente venida del Mesías, y luchaban contra las esclavitudes que padecía entonces el pueblo de Israel, por culpa del abusivo Imperio Romano.

Su madre, que tenía amistad especial con Jesús, le pidió la ambiciosa gracia de que sus dos hijos estuvieran sentados a la derecha y a su izquierda en su Reino, ingenua petición que equivalía humanamente casi a pedir al Señor que sus dos hijos fueran vicepresidente primero y vicepresidente segundo del Gobierno del Reino iba a fundar.(Mt 20,20-28;Mc 10,35-45). ¡Qué enseñanza nos ofrece este pasaje del Evangelio, que denota la ambición humana del hombre y la envidia entre iguales!

Debemos dar la vida por Cristo y esperar de Él su infinita misericordia, sin desear tener en el Cielo los mejores puestos, sino aquél que nos corresponda, según los secretos designios de Dios Padre.

La tradición extrabíblica de su venida a España y la aparición de la Virgen del Pilar en carne mortal en Zaragoza es una devoción española, muy arraigada en nuestro Pueblo, que no se puede demostrar ni negar históricamente con argumentos apodícticos. 

Sufrió el martirio bajo Herodes Agripa I (Hech 12,2) en el año 44.

 

sábado, 19 de julio de 2025

Décimo sexto domingo. Tiempo ordinario. Ciclo C

 


MARTA Y MARÍA


1. Marta y María
2. Marta y María símbolos de la vida consagrada.

1 Marta y María 

Jesús tenía una amistad especial con una familia rica, de Betania, profundamente religiosa, compuesta por tres hermanos: Lázaro, Marta y María. Solía visitar esta casa con relativa frecuencia, cuando ejercía el apostolado por las cercanías de Jerusalén en los tiempos libres. 

Marta 

Me imagino que Marta era la hermana mayor de la familia. Era como la segunda madre, asumía la autoridad de la casa y ejercía el gobierno de la familia fraterna y de la servidumbre, a falta de los padres que, pienso, no vivían. Tendría menos de cuarenta años de edad. Deduzco este supuesto del hecho de que fue quien recibió a Jesús en su casa (Lc 10,38), costumbre judía que correspondía al Jefe de la Casa. 

Cuando Jesús llegó a Betania, Marta mandaría a los criados colocar en el mejor salón de la vivienda los más cómodos y lujosos divanes, adornar la estancia con suntuosidad, colocar la mejor mesa en el comedor, y sobre ella la mantelería y la vajilla más lujosa, piezas reservadas para los ilustres visitantes, procurando que no faltara ni el más mínimo detalle. Como buena ama de casa “andaba muy atareada con los muchos servicios” (Lc 10,40) con el fin de preparar un suntuoso banquete para Jesús y tal vez también para sus discípulos. Era una mujer muy trabajadora, enérgica, de temperamento sanguíneo, activa, dinámica, siempre tenía que estar haciendo algo, sin poder estar quieta ni un momento. Cuando venía Jesús a comer a casa, le faltaban manos para traer cosas a la mesa y pies para correr para que no faltara nada en la mesa. Por eso, Jesús le dijo: “Marta, Marta: andas inquieta y preocupada con muchas cosas: sólo una es necesaria” (Lc10, 41), pues con un aperitivo bastaba, porque en esta ocasión no había venido a comer, sino a estar un rato con ellas y hablar de las cosas de Dios. 

María 

Me imagino que María tendría alrededor de una veintena de años. Era la hermana menor de los tres hermanos por naturaleza intuitiva y de temperamento contemplativo. Cuando llegó Jesús a Betania, se desentendió de los trabajos del banquete que su hermana estaba preparando para Jesús, y se sentó a sus pies para escuchar sus palabras (Lc 10,39). 

Es evidente que ambas hermanas, Marta y María, amaban a Jesús y tenían con Él la máxima confianza, cada una a su manera temperamental. Marta encontrándose agobiada por las tareas del servicio, en lugar de acudir a su hermana a pedirle ayuda, que hubiera sido lo más normal del mundo, acude a Jesús y con cariñosa confianza fraterna le dijo: 

Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile que me eche una mano (Lc 10,40). 

Lo lógico hubiera sido que ambas se ocuparan de las tareas del trabajo, turnándose en estar con Jesús; y, luego durante la comida o en la sobremesa las dos juntas escucharan la palabra de Dios. 

Marta y María eran dos mujeres distintas que con su propio temperamento amaban a Jesús y tenían con Él la máxima confianza. El temperamento, normalmente equilibrado de la persona, no es una dificultad para la virtud sino más bien un medio eficaz, que es necesario educar y perfeccionar con sacrificio personal y comunitario en la lucha de cada día. El temperamento ideal no existe en teoría, porque en la práctica para cada uno el suyo es el mejor, porque Dios se lo ha concedido para los mejores fines. La santidad, siendo objetivamente la misma en su esencia, resulta en concreto personal. La personalidad de uno no gusta a todos, ni siquiera la divina de Jesús gustó a todos, como sabemos por el Evangelio. Aunque uno sea santo, por su manera de ser vivida temperamentalmente, no gusta a los que son de otra manera; y esto se ve mejor en la convivencia. Los mismos santos en la convivencia se ocasionan dificultades unos a otros por la manera de ser de cada uno y el modo de vivir la santidad, incluso con el mismo carisma. Procura no ser tú causa de mortificación para nadie, pero inevitablemente serás ocasión de molestias o sufrimientos para algunos o muchos, por muy santo que seas. Lo importante en la vida cristiana y en la vida consagrada es amar a Jesús cada uno como es, y no como es el otro o le gusta a otros. Querer ser como es el otro es tratar de enmendar la plana al Creador y estropear la obra de Dios en cada persona. 

2 Marta y María, símbolos de la vida consagrada 

Marta y María son dos maneras de vivir la consagración a Dios en el mundo o en la vida religiosa. Marta es modelo de vida activa, fundamentada en la contemplación, pues hacer sin orar es humanizar o deshacer, pero no apostolizar, y frecuentemente actuar por gusto. María suele ser símbolo de vida contemplativa en el mundo o en vida consagrada, pero debe estar hermanada con el trabajo y en vida fraterna complementada con el trabajo, pues orar sin hacer es neurastenia psicológica o espiritual. No es mejor una vida que otra, sino distintas, las dos igualmente buenas.

sábado, 12 de julio de 2025

Décimo quinto domingo. Tiempo ordinario. Ciclo C

 

EL BUEN SAMARITANO 

1. Comentario.

2 Amor al prójimo.

3 Clases de prójimo.

4 Amarás al prójimo como a ti mismo.

5 Amor al enemigo.

 

1 Comentario

El Buen Samaritano es una parábola que inventó Jesús para responder a la pregunta que le hizo un doctor de la Ley: ¿Quién es el prójimo?

El prójimo no es como un sacerdote que bajaba de Jerusalén a Jericó y encontró en el camino a un judío en el suelo, molido a palos por unos bandidos que le robaron, y lo dejaron desnudo y medio muerto. Y al verlo, dio un rodeo y pasó de largo; ni tampoco como un levita, experto en la Sagrada Escritura, que se acercó adónde estaba el herido, y al verlo, se desentendió del tema y se marchó sin hacer nada. Luego pasó por allí un samaritano que iba de viaje, y al verlo le dio lástima, se acercó a él, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, lo montó después en su jumento, y lo llevó a una posada para que lo cuidaran. Al día siguiente dio dos denarios al posadero y le dijo: Cuida de él y lo que gastes de más, yo te lo pagaré a la vuelta. Jesús dijo al doctor de la ley: Éste es el verdadero prójimo, el que hace bien al prójimo, también al enemigo. Haz tú lo mismo. 

2 Amor al prójimo 

“Amarás al prójimo como a ti mismo” (Mt 22,39). 

No existe hada más que un mandamiento, primero, principal y único de la Ley de Dios: amar a Dios sobre todas las cosas, tema fundamental de la vida cristiana y sobre el que juzgará Dios a todos los hombres en el examen del juicio personal y final(Mt 25, 31ss). 

El amor al prójimo no es nada más que una consecuencia lógica del amor a Dios, como también el amor a las cosas. Son dos aspectos diferentes de un mismo amor. No existe verdadero amor a Dios sin el amor efectivo al prójimo. 

3 Clases de prójimo 

Según la doctrina de Santo Tomás de Aquino el amor al prójimo se extiende a todos los seres que poseen la comunicación de la gracia o la capacidad de conseguirla: Solamente no son prójimos los demonios y condenados que están en el infierno, porque están eternamente desconectados de la bienaventuranza. 

4 Amarás al prójimo como a ti mismo 

Amar al prójimo como a ti mismo no significa amar al otro tanto cuanto uno se ama a sí mismo, pues no es un amor cuantitativo sino cualitativo, modal y sobrenatural. Valga una comparación. Amamos a todos los miembros de nuestro cuerpo de la misma manera, aunque no a todos con la misma preferencia o intensidad. Amamos más, por ejemplo, un ojo que un dedo de un pie que no se ve y no es tan necesario para la vida del cuerpo, pero a todos los miembros de nuestro cuerpo los amamos igualmente, de manera preferencial y necesaria. Así debemos amar a todo prójimo, pero de distinta manera cuantitativa. Por ley natural se ama más a un hijo o a un amigo que a un extraño o al enemigo, a quien hay que amarlo con amor de caridad por amor a Cristo, pero no con la misma intensidad. 

5 Amor al enemigo 

El amor al enemigo no es un consejo de perfección evangélica sino un precepto universal para todos los hombres. Está claramente preceptuado en la Sagrada Escritura. El motivo principal de perdonar a quien nos ha ofendido es el ejemplo del Señor que perdonó a quienes lo crucificaron con excusas antes de morir: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). 

No se puede excluir a nadie del amor al prójimo, ni siquiera al enemigo a quien hay que amar como miembro del Cuerpo Místico de Cristo. Negando el perdón a nuestros hermanos, el corazón se cierra y se hace impermeable a la misericordia de Dios. Así nos lo enseña la Iglesia en el Catecismo de la Iglesia católica del Papa Juan Pablo II: “Al negarse a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre; en la confesión del propio pecado, el corazón se abre a su gracia” (Cat 2840). El amor al enemigo consiste esencialmente en no odiar y no vengarse. Excluye dos cosas: el odio y la venganza en el corazón, términos incompatibles con el perdón. Odiar no es lo mismo que sentir la ofensa en lo más íntimo del corazón, ni tampoco exigir la justicia

sábado, 5 de julio de 2025

Décimo cuarto domingo. Tiempo ordinario. Ciclo C



“La paz y la misericordia de Dios vengan sobre todos”

 En la segunda lectura de la liturgia de la Palabra de Dios en este domingo, el apóstol San Pablo escribiendo a los Gálatas les dice que la paz y la misericordia de Dios vengan sobre todos. ¿Cómo se puede conseguir la paz en un mundo lleno de males y pecados? Con la justicia y misericordia de Dios. Hagamos algunas reflexiones sobre estos temas.

1 Virtud de la paz

2 Males en el mundo

3 Pecados de los hombres

4 Justicia y misericordia de Dios


1 Virtud de la paz

En un sentido profundamente teológico, San Agustín dice que la paz es la tranquilidad en el orden. Cuando las cosas están como son y en el orden que tienen que estar, se produce un ambiente de paz. Cuando en el hombre las cosas están debidamente ordenadas: subordinado el cuerpo al alma, la razón a la fe, la voluntad humana a la voluntad de Dios existe la paz en el alma, pase lo que pase, pese a quien pese, y cueste lo que cueste, aunque haya males en el mundo. La paz es la santidad, el orden y subordinación de todas las cosas a Dios.

2 Males del mundo

En la Historia humana observamos que en el mundo del pasado ha habido siempre muchos males físicos en la naturaleza: inundaciones, volcanes, terremotos, incendios, desgracias humanas, enfermedades, dolores horribles; males espirituales, psicológicos, psíquicos, males morales crímenes espeluznantes, inconcebibles, inhumanos, inevitables que claman a gritos al Cielo; los hay ahora también en el mundo del presente y los habrá siempre en el del futuro hasta el fin del mundo. Y lo que es humanamente inconcebible es que muchos vienen de la libre voluntad de Dios, que es bueno, Creador y Padre de todos los hombres. ¿Cómo se concilia la bondad de Dios con los males que hay en el mundo?

 La causa fundamental teológica del mal nos dice la fe que es el misterio del pecado original, que causó todos lo males del mundo con el fin del bien de la Redención, el misterio pascual: la Encarnación del Hijo de Dios, hecho hombre, para que el hombre se haga “dios”, pues no hay mal que por bien no venga. Los males que Dios quiere no son males intrínsecamente malos en sí mismos, sino medios humanos, aparentemente malos, para bienes supremos y eternos que sólo Dios conoce.

3 Pecados de los hombres

Los pecados son los únicos y mayores males morales que existen en el mundo, pero no todos son ofensas a Dios, pues hay muchas causas eximentes de responsabilidad moral: ignorancias, pasiones, temores, miedos, violencias, anomalías psíquicas y otras muchas causas. Para que el hombre peque y ofenda a Dios tiene que ser consciente y libre del mal que hace, cosa que sólo Dios sabe en su infinita sabiduría misericordiosa. Hay muchos males en el hombre que no son pecados, sino actos de hombre, no actos humanos; y muchos, por graves que parezcan, y al observarlos rompan el discurso de la razón y dejen el corazón hecho trizas, no ofenden a Dios ni merecen el infierno. Sólo la eterna sabiduría de Dios, hermanada con su infinita misericordia sabe quién peca y merece el infierno con sus pecados. Esto no quiere decir que no hay pecados graves y leves, porque es la justicia misericordiosa de Dios quien los juzga.

4 Justicia y misericordia de Dios

Dios es el Ser eterno, el que es infinitamente perfecto amando siempre. Es Uno en esencia y Trino en personas distintas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, una realidad sobrenatural que el hombre concibe en perfecciones humanas o atributos, cuyo significado no se pueden aplicar de la misma manera a Dios que a los hombres. Son muchos los atributos con los que conocemos a Dios con limitaciones, y de modo imperfecto y analógico. Su existencia es el principal atributo, pues el que es siempre forzosamente tiene que ser lo mejor. En relación de los hombres destacamos dos atributos: justicia y misericordia.

La justicia es la virtud por la que Dios juzga las obras de cada hombre sin equivocación posible, porque es infinitamente sabio, sabe lo que hace y metafísicamente no se puede equivocar. La misericordia es otra virtud tan perfecta como la justicia. Cuando se dice que la justicia de Dios es infinitamente misericordiosa no quiere decir que es más justo que misericordioso, ni más misericordioso que justo, sino tan justo como misericordioso, pues Dos tiene todas las perfecciones por igual en grado infinito, y entre ellas no existen distinción real sino de razón. Tenemos que amar tanto la justicia de Dios como su misericordia, porque Dios es una sola cosa: Amor, que es gracia, paz, justicia y misericordia.

Confía en Dios, aunque hayas pecado, vive convertido y no le temas, porque su justicia es paz, misericordiosa de Padre

sábado, 28 de junio de 2025

San Pedro y San Pablo

 

 


El nombre propio de Pedro es Simón (Simeón). Fue hijo de Jonás o Juan (Mt 16,17;Jn 1,42;21,15), hermano de Andrés (Mt 10,2), y de profesión pescador (Mt 4,18;Mc 1,16). Nació en Betsaida. Estaba casado. La tradición popular, no confirmada históricamente, afirma que tenía una hija llamada Petronila. Probablemente al casarse se estableció en una casa de Cafarnaúm, en la que vivía con él su suegra, curada por Jesús de un mal de fiebre muy alta (Mt 8,14-15;Lc 4,39).

Cuando Jesús le conoció por primera vez, en el mismo momento en que se lo presentó su hermano Andrés, le cambió el nombre de Simón por el de Pedro, que significa piedra, aludiendo a la misión que le iba a encomendar con el tiempo: ser piedra fundamental o autoridad suprema en la Iglesia (Jn 1,42).

Estudiando la simpática y atractiva figura de Pedro, a mí se me ocurre concebir su personalidad, más o menos, de la siguiente manera.

Era hombre de estatura mediana y de fuerte complexión física. Cuando en tiempo caluroso faenaba en el mar, ligero de ropa, se podía apreciar en sus brazos una musculatura rígida, conseguida por la gimnasia obligada de tirar tantas y tantas veces de la red para subir el cargamento de peces a la barca. A causa de estar casi siempre al sol en contacto con las aguas marítimas, en su rostro curtido se acusaban arrugas prematuras, que le daban un aspecto de envejecimiento, no teniendo muchos más de treinta años. Tenía unos ojos grandes, de color oscuro indefinido, ligeramente hundidos en sus profundas órbitas. Su larga y negra cabellera, salpicada de algunas canas disimuladas, conjuntaba con su descuidada barba cerrada, dando a su interesante persona una singular prestancia.

Con su mirada viva y penetrante filmaba todo lo que veía, grabando en el cerebro la especie de todas las cosas. Era tan fisonomista que le bastaba una sola mirada para quedarse con la cara de las personas para siempre. Tenía tan privilegiada memoria que se le quedaba grabada en ella toda cosa que oía o leía.

No era un genio, ni un sabio, ni tampoco un teólogo, como San Juan, sino un hombre de mucha inteligencia práctica, conocedor de la vida real, líder por naturaleza y apto para el gobierno. No profundizaba más en el conocimiento de la verdad, porque se dejaba llevar de la pereza innata. Por su perspicacia cazaba al vuelo el error, sin mayor esfuerzo.

Tenía tal voluntad de hierro que nada se le ponía por delante. Perseveraba en su empeño con constancia hasta conseguir todo lo que se proponía.

En el trato con la gente era educado, atento y amable, con cualidades temperamentales que infundían a todos veneración y respeto. En ambiente familiar, en cambio, se mostraba abierto y comunicativo, pero siempre con un trasfondo de seriedad.

Poseía una intuición tan aguda para el gobierno que veía la solución de los problemas en el mismo momento que surgían.

Por su temperamento nervioso, no podía estarse quieto ni un momento: necesitaba estar haciendo siempre alguna cosa. Diseñaba en su cabeza inquieta borradores de objetivos pastorales prácticos, con perspectivas de futuro, que ponía en práctica casi al momento, porque era muy seguro y certero en sus últimas decisiones. Conciliaba la precipitada actividad apostólica con el temple pacífico de la paciencia. Conseguía empresas pastorales con éxito por el sentido realista que tenía de las cosas, el tesón de su voluntad inquebrantable, el esfuerzo constante de su trabajo y el carisma de líder indiscutible con el que había nacido. Parecía que todo se lo daban hecho.

Generalmente vivía absorto en su mundo interior y, a la vez, ocupado totalmente en las cosas que tenía que hacer. Por esta razón se le escapaban detalles de educación y formas sociales, perdonables en él por su incondicional entrega.

No se prestaba al timo porque conocía la picaresca de la vida. Sin embargo, por su bondad natural, se dejaba llevar del corazón al ejercer la caridad, cayendo algunas veces en el engaño.

Luchaba por vencer sus pasiones, superándose a sí mismo en el camino de la perfección evangélica.  En el momento de fervoroso entusiasmo de la Santa Cena, estaba ilusamente seguro de sí mismo hasta el punto de dar la vida por Cristo en cualquier momento, si fuera preciso, confiando en fuerzas humanas que no tenía (Jn 13,37-38); y luego, ante la acusación de una simple criada del palacio del Sumo Sacerdote, juró muchas veces en tres ocasiones diferentes que no “conocía a ese hombre” (Mt 26,72).

En el huerto de los Olivos, valiente como un soldado aguerrido en plena lucha, con su espada cortó de un tajo la oreja de Malco para defender al Maestro; y unas tres o cuatro horas después huyó, como los demás discípulos, muerto de miedo. No llegó al conocimiento de sí mismo hasta que el pecado le enseñó su tremenda debilidad. 

Por su inquieto carácter y capacidad creativa, salía airoso de todos los objetivos pastorales que se proponía, por lo que, sin pretenderlo, humillaba a sus compañeros, haciéndoles sufrir inconscientemente.  Debido a las excepcionales cualidades humanas que poseía, ocasionaba envidias, inevitables, en la comunidad apostólica y social, porque con ellas acomplejaba a los que con él compartían la misma vida. 

Cuando Jesús hacía una pregunta al grupo de los doce, él se constituía, por propia cuenta, en portavoz del Colegio apostólico, sin requerir antes el parecer de sus compañeros; y esto, no por arrogarse el poder, sino por los arranques de su temperamento impulsivo.

Se notaba a la legua que no era un conferenciante, ni un charlatán, ni un orador de campanillas, sino un fervoroso apóstol que predicaba en estilo llano y sencillo, sin elocuencia, el mensaje que creía y vivía. Lograba mantener la atención de los oyentes, convencer y conseguir que la Palabra de Dios se metiera dentro de los corazones suavemente. Poseía dotes especiales de persuasión y una imaginación tan viva que conseguía hacer vivir a los oyentes los hechos que contaba, como si los estuvieran presenciando. Se llevaba a la gente de calle porque era expresivo y comunicador con palabras, actitudes y gestos.

Siendo muy humano y sensato, manso y humilde como un cordero, era autoritario en el modo de proceder.

Me parece que sus principales virtudes eran las siguientes:

- amor apasionado a Jesús hasta el incondicional seguimiento;

- perfecta caridad hasta el punto de amar a todos, perdonarlo todo y no guardar en su corazón de oro rencor ni resentimiento. Tenía los brazos abiertos para abrazar a todos, sin estrechar a ninguno especialmente; 

- caritativa comprensión y firmeza dentro de la misericordiosa justicia;

- sinceridad para decir siempre la verdad, con prudente caridad, porque aborrecía las medias tintas y las “componendas”;

- sencillez, como la de un niño inocente que no conoce dobles intenciones, paréntesis rebuscados, ni puntos suspensivos, cargados de misterios;

- generosidad y desprendimiento, capaz de darlo todo y quedarse sin nada;

- abnegación para el trabajo incansable, sin regatear esfuerzo en la entrega a los demás;

Por estas y otras muchas excelentes virtudes inspiraba confianza y seguridad a todos los que estaban a su lado.

Era un apóstol por los cuatro costados, santo, pero tenía también sus propios defectos, entre los que destacamos: 

-demasiada seguridad en sí mismo;

-autosuficiencia, algunas veces excluyente;

-confianza exagerada en sus propias fuerzas;

-presunción de sus cualidades que consideraba mejores que las de los demás;

-energía de carácter con prontos temperamentales en las decisiones;

-precipitación en realizar muchas obras, sin el debido sosiego;

-vanidad en los muchos éxitos que conseguía.

En su destacada personalidad se daban alternativamente cualidades y defectos:

-valentía en actos reflejos y miedo en momentos de reflexión;

-fortaleza instintiva y debilidad consciente;

-soberbia psicológica y profunda humildad;

-espontaneidad infantil y reflexión madura;

-precipitación y sensatez;

-prisas para hacer y la paciencia para esperar;

-audacia y timidez;

-actividad exuberante y pasividad perezosa;

-amabilidad educada por fuera y vergüenza superada por dentro;

-frialdad o indiferencia aparentemente y tremendamente apasionado en el corazón para el amor sano y equilibrado;

-dureza de carácter y piadosamente humano y comprensivo; 

Así es como yo imagino a San Pedro, el Apóstol de Jesucristo, santo temperamental, primer Papa de la Historia de la Iglesia.