sábado, 25 de agosto de 2012

DOMINGO VIGESIMO PRIMERO (Ciclo b) 26 de Agosto de 2012 “Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68)

DOMINGO VIGÉSIMO PRIMERO (ciclo b)
26 de Agosto de 2012
"Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6,68)

 Después de pronunciar Jesús el discurso sobre la promesa de la Eucaristía, muchos de sus discípulos, al oírlo, dijeron: “Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?” (Jn 6,60); y desde entonces  se echaron atrás y no volvieron a ir con Él. Entonces Jesús con pena  dijo a los doce: ¿También vosotros queréis marcharos? Simón Pedro le contestó: ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna (Jn 6,67-68).
La gente  tenía ciertamente un concepto elevado de Jesús, como profeta, pero no como Dios, como resultó de una encuesta que Jesús hizo a sus discípulos, con esta pregunta: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre? Para unos era Juan Bautista, y para otros Elías o un profeta, respondieron. 
Para conocer a las personas hay que convivir con ellas, pues con un trato ocasional por razones de trabajo, comercio o amistad se llega a tener un conocimiento parcial de la persona, superficial y frecuentemente equivocado, pero no total. Si el conocimiento total y perfecto de la persona es difícil, incluso para los genios de la psicología y psiquiatría, el conocimiento de Jesús, Persona divina, es imposible para el conocimiento humano, pues  sólo es conocido por la gracia de la fe. 
Muchos cristianos, más o menos practicantes, conocen a Jesús nada más que de oídas: por la catequesis de primera comunión,  medios de comunicación social, algunas conferencias culturales, y acaso por las homilías escuchadas en la liturgia de la Palabra de las misas del cumplimiento dominical o en celebraciones sacramentales que muchos tienen que aguantar. 
Jesús en la última cena lavó los pies a sus discípulos, descubrió la persona del traidor e instituyó la Eucaristía; y en la sobremesa declaró el mandamiento nuevo, predijo las negaciones de Pedro y les anunció que se marchaba a la Casa del Padre, donde hay muchas moradas, para prepararles  el camino, y les dijo: “Adonde  yo voy, ya sabéis el camino”. Tomás al oír estas palabras preguntó a Jesús: ¿“Señor no sabemos adónde vas; ¿cómo vamos a saber el camino? (Jn 14,5). 
Jesús le respondió: “Yo soy el camino, la Verdad y la Vida (Jn 14,6).
Voy a facilitar un breve comentario sobre estas palabras profundamente teológicas.
Cristo es el Camino, no un camino más, sino el Camino con artículo determinado, único y exclusivo, sin el cual no hay manera de llegar al Padre; camino para quienes desde la fe católica cumplen los mandamientos, viven los sacramentos y practican la fe con buenas obras, aunque con miserias, pasos vacilantes, tropiezos y caídas para llegar a la meta del Cielo. 
Cristo es la Verdad, la Suma Perfección, el Bien Eterno, que busca incansablemente el entendimiento y  sacia  el hambre de felicidad que padece el corazón humano, insatisfecho en la Tierra por el alimento de cosas y personas que perecen, pasan y no satisfacen. Cristo es la Verdad de siempre, la de ayer, la de hoy, y la de mañana; la Verdad bondadosa eterna e infalible, pues todas las demás personas o cosas  son verdades incompletas, grandes o pequeñas, o verdades mezcladas con errores o mentiras. 
Cristo es la Vida el principio eterno del vivir (Jn 1,4), que nos comunica su misma vida de Dios Uno y Trino, Amor eterno, por  la participación analógica de la gracia: realidad trascendente que supera todo conocimiento; vida que es potencia para creer, gracia esperar contra toda esperanza, y facilidad para obrar, sufrir y merecer el Cielo. 
  Medios para conocer a Jesús
  Independientemente del modo extraordinario con que Dios regala su conocimiento por amor de gracia excepcional a ciertas personas, enumero los medios ordinarios para conocer a Jesús: 
- La oración  de estar a solas con Dios con quien sabemos nos ama  con gozo o sequedad de espíritu, aunque  durante ese tiempo la imaginación, llamada por Santa Teresa de Jesús la loca de la casa, haga vagas  excursiones contra la propia voluntad, pues el fruto se consigue, porque es una obra espiritual realizada al modo humano. De la misma manera que una obra humana queda hecha y hasta perfecta, aunque mientras el que la estuvo haciendo su imaginación estuviera instantáneas de atención en otras cosas, así también el que hace oración recibe su fruto, aunque durante ella la imaginación divague, en contra de su voluntad. La oración, aunque se hace de modo personal, conviene que los principiantes utilicen libros de espiritualidad que instruyan y muevan el corazón hacia Dios; y cuando ya se puedan valerse por ellos mismos sin muletas, comunicarse con Dios secundando la gracia y dejando que el Espíritu Santo haga su obra con ellos.
- La escucha atenta y piadosa de la Palabra de Dios, no oída de cualquier manera, como un discurso más, sino escuchada con devoción, atentamente y meditada, para que se meta en el corazón y fructifique, como el alimento se convierte en vida, aunque se coma sin apetito, a la fuerza o vía sonda.  
- La lectura de la Biblia  aplicada a la propia vida que enseña el camino por donde hay que caminar, corrige los pecados, faltas y defectos que hay que evitar, consuela en las desgracias y dolores que hay que padecer y causa    alegrías y gozos en el alma que no se pueden describir. 
- La lectura de libros espirituales que no sean sólo para satisfacer un simple gusto literario, sino para  instruir  la fe, y  mueva el corazón a la conversión y a la santificación.
- Cursillos, ejercicios espirituales, charlas, conferencias que formen y transformen la vida en el conocimiento y vivencia de Jesús. 
- El estudio del Catecismo de la Iglesia Católica, publicado por el Papa Juan Pablo II que educa la fe en la vida cristiana y consagrada. 
- Y la aceptación de los acontecimientos que suceden por la providencia amorosa de Dios, Padre, que quiere, son instrumentos con que Dios gobierna todas las cosas  con sabiduría y bondad, que deben aceptarse con resignación, conformidad paz y alegría espiritual. 
Hoy que estamos en el tiempo de utilizar siglas para titular empresas, se me ocurre establecer una para la empresa sobrenatural de la salvación de las almas: A S O: A aceptar todos los acontecimientos buenos y malos, como voluntad de Dios efectiva o permisiva para un bien sobrenatural personal y de toda la Iglesia. S sufrir los eventos malos que sucedan, privados, familiares, sociales y políticos con la fortaleza del Espíritu Santo. O ofrecer todo lo bueno que ocurra, como gracia, y lo malo que no se pueda remediar en reparación de los propios pecados y los de todo el mundo  y para la santificación de la Iglesia. 

sábado, 18 de agosto de 2012


           VIGÉSIMO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
           (Ciclo b, 19 de Agosto de 2012)
           “Gustad y ved qué bueno es el Señor”

¡Qué bueno es el Señor!
En el salmo responsorial de la Liturgia de la Palabra de este domingo el pueblo ha proclamado una frase metafísica mente cierta y doctrinalmente dogmática: ¡Gustad y ved qué bueno es el Señor! Esta verdad indiscutible para la fe, la razón humana no la entiende, porque siendo Dios Bondad eterna e infinita quiere y permite muchos males que existen en el mundo. Aprovecho esta homilía  para explicar la bondad de Dios  en todos los acontecimientos.
Dios es Amor, Bondad infinita, y no puede obrar de otra manera que  haciendo el bien. Todas las cosas que existen y provienen de Dios directamente son buenas, porque han sido creadas por Él con sabiduría infinitamente poderosa y bondadosa. 
Reflexionemos. El Universo con infinitos seres diversos en perfección, conocidos y por conocer, son signos de la Bondad de Dios. La Tierra, con tantos seres creados en relación íntima unos con otros  formando un conjunto de maravillas incomprensibles e inimaginables en su ser y funcionamiento, es un regalo de Dios al hombre  para que viviera en ella y la cultivara en estado de justicia original; y al fin de un tiempo, si superara una prueba que se desconoce,  y no  superó, fuera trasformado en cuerpo  glorioso para el  Cielo. La Tierra después del pecado original fue el escenario de la Redención, donde Jesucristo, Dios, se hizo hombre, vivió, enseñó el camino del Cielo murió y resucitó. Al fin del mundo,  la Tierra será transformada en los Nuevos Cielos y la Nueva Tierra para ser eternidad y gozo de la Santísima Trinidad, en unión de toda la Corte celestial.  ¡Qué misterio de Amor! 
Dentro de esta inconmensurable variedad de bienes, signo inequívoco de la sabiduría, poder y bondad  de Dios para el hombre,  también existen males en el mundo. ¿Por qué? Hagamos algunas reflexiones.
¿Por qué existe el mal en el mundo?
¿Cómo se concilia el mal humano que Dios quiere o permite con la bondad infinita y eterna de Dios? 
El bien y el mal son conceptos absolutos que hay que evaluar desde la fe,  y no desde la óptica miope del entendimiento humano. El bien absoluto  es aquel que nos conduce a Dios, y el mal absoluto el que nos separa de Él. Por lo que el mal humano que Dios quiere no es un mal absoluto para el hombre sino un mal relativo  de medio para un bien supremo y último, que es la vida eterna con Dios en el Cielo;  y el bien humano que gusta y apetece, si nos aparta de Dios, es un mal que nos conduce a la condenación eterna. En la planificación eterna de la Creación existe una armonía de perfección conjunta en todas las cosas, que están coordinadas y subordinadas jerárquicamente al fin último para el que fueron creadas, que es la gloria de Dios, y al fin próximo que es la salvación de todos los hombres. Y el mal que el hombre quiere es fruto de su libertad, mal usada. 
Incógnitas por despejar
Existen interrogantes sobre el mal, que no tienen respuesta humana. 
¿Por qué hay tantos enfermos incurables, físicos y psíquicos con dolores inaguantables, sin esperanza, consuelo y sin remedio humano? ¿Por qué Dios quiere positivamente tantas catástrofes naturales: inundaciones, terremotos, huracanes, erupciones volcánicas...? Si vienen directamente de Dios, que es Bueno, sin ninguna intervención humana ¿por qué los quiere? Porque no son males absolutos sino males de medio para fines de bienes supremos y últimos, que sólo Dios conoce. Valga un ejemplo con cierta analogía comparativa. Un padre que ama con locura a su hijo  quiere una difícil, complicada y dolorosa operación para él, porque es un mal relativo de medio para un bien supremo que es la salud.   
 ¿Por qué sufren y mueren tantos niños inocentes por culpa de las injusticias humanas? ¿Por qué existen tantos odios, injusticias, venganzas, asesinatos, secuestros, guerras?  Si Dios es bueno ¿por qué permite el mal en el mundo? Y si es todopoderoso ¿por qué no remedia tantos males humanos que existen, pudiendo?  ¿Cómo se concilia la bondad infinita de Dios con los males que Dios  permite en el mundo? La respuesta desde la fe es porque Dios creó al hombre libre  con capacidad de hacer el mal, que Dios no lo quiere y lo permite para un bien supremo y universal y último que no se conoce. Estos males humanos queridos por los hombres son relativos para bienes eternos que veremos en el Cielo, y, sobre todo,  al fin del mundo, donde todo se verá con claridad evidente divina.
 ¿Por qué existe la muerte?
¿Existe la vida eterna? ¿Qué hay  después de la muerte?  Sobre estos angustiosos y grandes interrogantes del hombre, que son evidentes, han pensado los más sabios de todos los tiempos, sin que hayan encontrado respuesta humana que satisfaga. Han discurrido los filósofos racionalistas buscando sus causas y han caído en el ateísmo, escepticismo,  pragmatismo, existencialismo o agnosticismo; los “místicos” de las más diversas culturas religiosas han sostenido  muchas teorías  con  contradicciones y afirmaciones vagas, gratuitas y peregrinas;  el hedonismo se echa en manos de la buena vida, buscando el bien en el placer y huyendo del mal humano, sin cuestionarse problemas que no tienen solución, porque el mundo está mal hecho.
En definitiva, el problema del mal a la luz de la razón ha sido, es y será siempre una incógnita por despejar.    
La fe católica explica la existencia de la muerte de la siguiente manera:
El hombre creado perfecto en santidad y justicia pecó, y por el pecado original vinieron todos los males al mundo. Aquella misteriosa culpa, que tantas desgracias trajo al mundo, motivó la encarnación del Hijo de Dios, su vida, muerte y resurrección, que es un bien infinitamente superior al que Dios regaló al hombre en su creación de santidad y justicia. Así lo dice la liturgia de la vigilia del Sábado Santo en el pregón pascual: "Necesario fue el pecado de Adán, que ha sido borrado por la muerte de Cristo. ¡Feliz culpa que mereció tal Redentor!
El Concilio Vaticano II recoge los grandes interrogantes del hombre con estas palabras:
"¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar de tantos progresos hechos, subsisten todavía? ¿Qué valor tienen las victorias logradas a tan caro precio? ¿Qué puede dar el hombre a la Sociedad? ¿Qué puede esperar de ella? Qué hay después de esta vida temporal?" (GS 10).
"El hombre, en efecto, cuando examina su corazón, comprueba su inclinación al mal y se siente anegado por muchos males, que no pueden tener origen en su Santo Creador...La Iglesia, aleccionada por la revelación divina, afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz, situado más allá de las fronteras de la miseria terrestre. La fe cristiana enseña que la muerte corporal, que entró en la historia a consecuencia del pecado, será vencida, cuando el omnipotente y misericordioso Salvador restituya al hombre en el estado de salvación perdida por el pecado" (GS 13.18).                
"Cree la Iglesia que Cristo muerto y resucitado por todos da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo, a fin de que pueda responder a su máxima vocación, y que no ha sido dado bajo el Cielo a la humanidad otro nombre en el que sea necesario salvarse. Igualmente cree que la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se hallan en su Señor y Maestro. Afirma además la Iglesia que bajo la superficie de lo cambiante hay muchas cosas permanentes, que tienen su último fundamento en Cristo, quien existe ayer, hoy y para siempre" (GS 10). 
 El mal que ahora triunfa sobre el bien será aniquilado en el último día, cuando Jesús vuelva al fin del mundo a poner definitivamente todas las cosas en su sitio y a juzgar a los hombres sobre el amor a Dios y al prójimo (Mt 25,31 ss).
  En conclusión. Por encima de todos los males que existen en el mundo, los creyentes de fe firme debemos bendecir  a Dios en todo momento, porque todo lo que sucede en este mundo, bueno y malo, en su última finalidad en un bien supremo último y universal. Por consiguiente, bien hemos proclamado   como respuesta a la liturgia de la Palabra: Gustad y ved que bueno es el Señor.    

miércoles, 15 de agosto de 2012


ASUNCIÓN DE MARÍA A LOS CIELOS
  (Ciclo b,  15 de Agosto de 2012)

La Asunción de María a los cielos es una consecuencia lógica de la Inmaculada Concepción de María, concebida sin pecado, Madre de Dios, Virgen, y Corredentora del género humano. Si Cristo, Dios sin pecado, y Redentor, vivió, padeció, murió y resucitó, María, Madre de Dios, Virgen y Corredentora murió y resucitó. Es un dogma definido por el Papa Pío XII el 1 de Noviembre de 1950 con estas palabras: “La augusta Madre de Dios, misteriosamente unida a Jesucristo desde toda la eternidad con un mismo decreto de predestinación, Inmaculada en su concepción, Virgen sin mancha en su divina maternidad, generosa socia del divino Redentor, que obtuvo un pleno triunfo sobre el pecado y sobre sus consecuencias, al fin como supremo coronamiento de sus privilegios fue preservada de la corrupción del sepulcro, y vencida la muerte, como antes por su Hijo, fue elevada en alma y cuerpo a la gloria del Cielo”.
El Catecismo de la Iglesia católica de Juan Pablo II resume el dogma de la  Asunción con las siguientes palabras: “La Virgen Inmaculada, preservada libre de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada a la gloria del cielo y elevada al trono por el Señor como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los Señores y vencedor del pecado y de la muerte. La Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos” (Cat 966).

¿Murió la Virgen? 
Históricamente no se puede demostrar la muerte de la Virgen María. El Papa en la definición dogmática intencionadamente rehusó pronunciarse en la fórmula dogmática sobre este tema.  
¿María Santísima fue Asunta a los Cielos después de morir o fue trasladada a los Cielos en cuerpo y alma, sin pasar por el trance de la muerte, por medio de una transformación misteriosa de un cuerpo mortal a un cuerpo glorioso? La Tradición cristiana de la Iglesia y la Liturgia afirman desde el siglo III que la Virgen María murió.  Algunos teólogos imaginan  que la causa de la muerte de María pudo ser la enfermedad, cosa que les parece a ellos que no está en contra del dogma. Pero parece más probable que por ser Inmaculada y Corredentora pudo morir con dolor o sin dolor; con dolor de igual manera que Jesús que no murió por enfermedad, sino a consecuencia del dolor extremado que le causó la muerte por asfixia. Si hubiera muerto sin dolor, la muerte de María puede concebirse como una muerte  repentina mediante el paso místico de la muerte a la Vida resucitada en cuerpo y alma. En este caso su cuerpo  murió por la separación del alma, y pocos segundos después  se unió  a su cuerpo incorrupto, resucitó y fue Asunta a los Cielos. Hay una diferencia esencial entre la Ascensión de Jesucristo y la Asunción de María. Jesús subió a los Cielos por su propia virtud porque era Dios, mientras que María tuvo que ser Asunta a los Cielos por un poder divino, que pudo ser  la  agilidad que tienen  los cuerpos gloriosos, por la que pueden moverse adonde quieran, trasladarse a sitios remotísimos y atravesar distancias fabulosas con la velocidad del pensamiento. 
En resumen: Si Cristo para la Redención  vivió como Dios, la Virgen María vivió como Madre de Dios. Si como Redentor murió con dolor, María como Corredentora murió con dolor o sin dolor. Si  resucitó y ascendió a los Cielos en cuerpo glorioso, María resucitó y fue Asunta a los Cielos por el poder divino de la resurrección.
Tampoco se conoce el lugar donde fue enterrado el cuerpo virginal de María, aunque Jerusalén y Éfeso se disputan el honor de ser escenario de este singular y privilegiado acontecimiento. 

sábado, 11 de agosto de 2012


DOMINGO DECIMONOVENO DEL TIEMPO ORDINARIO
(Ciclo b, 12 de Agosto de 2012)
“Yo soy el pan de vida” (Jn 6, 35)

En el discurso que Jesús pronunció en Cafarnaúm sobre la promesa de la Eucaristía afirmó categóricamente: “Yo soy el pan de vida”; pan, dijo,   que no es como el maná que vuestros padres comieron en el desierto (Jn 6, 48), sino su cuerpo y su sangre, verdadera comida y verdadera bebida. Y lo que prometió, lo realizó el día del Jueves Santo en la institución de la Eucaristía con estas palabras: Tomad, comed: esto es mi cuerpo. Bebed todos; porque esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados (Mt 26,26-27).
La Eucaristía, entre otras características esenciales, produce los siguientes frutos:
- alimenta a los que comulgan en estado de gracia, de manera analógica a como el pan  alimenta el cuerpo, conserva la salud y lo vivifica con la garantía de la vida eterna y preanuncio de la resurrección en el último día,  como dijo Jesús en el Evangelio: “Os aseguro que si no coméis la carne y no bebéis la sangre de este Hombre, no tendréis vida en vosotros. Quien como mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día, porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida"  (Jn 6,53-55);
- borra los pecados veniales;
- concede fuerzas  para no cometer el pecado;
- une con Cristo a todos los comulgantes en un solo Cuerpo, porque todos los que comulgan en gracia se unen entre sí formando un solo Cuerpo Místico con Cristo.
- repara  los pecados de los vivos y difuntos y  obtiene beneficios espirituales o temporales (Cat 1414).
- fortalece la unidad de la Iglesia contra tantas asechanzas que sufre;
- une al comulgante con la Iglesia del Cielo, la Santísima Virgen y todos los santos (1419).
En sentido amplio,  en la Eucaristía existe una verdadera comunión de Cristo con toda la creación material y espiritual, visible e invisible, angélica y humana, porque Cristo es la cabeza de todos los seres creados.
La comunión no es un acto antropófago: comer el cuerpo y beber la sangre de Jesús en sentido humano, sino verdadera comida y verdadera bebida en sentido místico sacramental, misterio que trasciende la capacidad del entender humano y que sólo en el Cielo se puede entender.
La comida eucarística, sacramentalmente recibida en estado de gracia, y no por costumbre o rutina, transforma la vida cristiana en sobrenatural y hace que el alma sea un cielo de fe en el tiempo, y en la eternidad un Cielo eterno de visión y gozo con la Santísima Trinidad en unión de todos los santos y ángeles.
Al fin del mundo, cuando todas las cosas se conviertan en los nuevos cielos y la nueva tierra, toda la Creación será “Eucaristía”, acción eterna  de gracias por toda la Creación y Redención.






sábado, 4 de agosto de 2012



  DOMINGO DECIMOCTAVO DEL TIEMPO ORDINARIO
(Ciclo b, 5 de Agosto de 2012)
“Me buscáis  porque comisteis pan hasta saciaros”  (Jn 6,26)

El evangelio de hoy nos cuenta las palabras que pronunció Jesús en Cafarnaún, después  del discurso que pronunció sobre la promesa de la Eucaristía, cuando la gente le buscaba por haber sido alimentada en la primera multiplicación de los panes en un lugar desierto:
 - Los enfermos para conseguir la salud, la cosa más natural del mundo;
- los pobres para saciar el hambre, una de las desgracias más angustiosas del ser humano;
- los curiosos para ver quién era, cómo hablaba, presenciar un milagro, un espectáculo o comprobar si era verdad  que era el Mesías, como se decía;
- los pasotas,  indiferentes, para ver quién era, sin ningún interés;
- los partidos políticos y religiosos  con acecho y  malas intenciones de persecución para tramar su muerte;
- muchísimos de buena fe para seguirle,  porque sentían en el corazón una llamada especial.
Por idénticas razones los cristianos de todos los tiempos buscan a Jesús, Dios.  El hombre actúa como es: imperfectamente  en el entender y en el obrar por razones de su bien, frecuentemente equivocado, buscando psicológicamente el bien en el mal, cuyo juicio está reservado a la infinita sabiduría misericordiosa de Dios Padre. Pero es evidente y comprobable que hay muchísimos cristianos,  simples y consagrados, en la Iglesia que buscan a Dios por verdadero amor, sin esperar nada a cambio, y no pretenden otra cosa que cumplir la voluntad de Dios siempre y en todo momento, que es el mayor bien que se puede buscar.
Comprueba la experiencia que hay bastantes cristianos que buscan las cosas de Dios por simple gusto natural y las dejan porque no les apetece, en contra de la doctrina de la Iglesia que enseña que buscar a Dios no es una apetencia natural, sino una obligación de fe y una necesidad para la felicidad y salvación eterna.
Según el Evangelio,  Jesús buscaba muchas veces por propia voluntad  a personajes  como a la Samaritana para enseñar la naturaleza de la gracia, a la adúltera su misericordia, al paralítico de la piscina de Betesda su poder compasivo y otros fines misteriosos.
Hacer el bien sin mirar a quién
La misión de Jesús en su tiempo histórico no era otro que hacer el bien, sabiendo a quién, sin tener en cuenta la apatía de muchos, la ingratitud de algunos con la que contaba, como la de los diez leprosos de los que solo uno y extranjero volvió  a darle las gracias. Algunas veces Jesús hacía algunas cosas que no gustaban o no parecían buenas, no  entendibles  para los hombres,  porque, como Dios, metafísicamente no puede hacer el mal, pues es la Bondad infinita y eterna.
Nosotros los cristianos tenemos que imitar a Jesús haciendo el bien sin mirar a quien por amor a Dios, sin esperar recompensas,  porque  hacer el bien al prójimo en sí mismo sin intereses satisface,  y  además  hace bien  a Cristo en sus miembros del Cuerpo Místico.