26 de Agosto de 2012
"Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6,68)
Después de pronunciar Jesús el discurso sobre la promesa de la Eucaristía, muchos de sus discípulos, al oírlo, dijeron: “Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?” (Jn 6,60); y desde entonces se echaron atrás y no volvieron a ir con Él. Entonces Jesús con pena dijo a los doce: ¿También vosotros queréis marcharos? Simón Pedro le contestó: ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna (Jn 6,67-68).
La gente tenía ciertamente un concepto elevado de Jesús, como profeta, pero no como Dios, como resultó de una encuesta que Jesús hizo a sus discípulos, con esta pregunta: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre? Para unos era Juan Bautista, y para otros Elías o un profeta, respondieron.
Para conocer a las personas hay que convivir con ellas, pues con un trato ocasional por razones de trabajo, comercio o amistad se llega a tener un conocimiento parcial de la persona, superficial y frecuentemente equivocado, pero no total. Si el conocimiento total y perfecto de la persona es difícil, incluso para los genios de la psicología y psiquiatría, el conocimiento de Jesús, Persona divina, es imposible para el conocimiento humano, pues sólo es conocido por la gracia de la fe.
Muchos cristianos, más o menos practicantes, conocen a Jesús nada más que de oídas: por la catequesis de primera comunión, medios de comunicación social, algunas conferencias culturales, y acaso por las homilías escuchadas en la liturgia de la Palabra de las misas del cumplimiento dominical o en celebraciones sacramentales que muchos tienen que aguantar.
Jesús en la última cena lavó los pies a sus discípulos, descubrió la persona del traidor e instituyó la Eucaristía; y en la sobremesa declaró el mandamiento nuevo, predijo las negaciones de Pedro y les anunció que se marchaba a la Casa del Padre, donde hay muchas moradas, para prepararles el camino, y les dijo: “Adonde yo voy, ya sabéis el camino”. Tomás al oír estas palabras preguntó a Jesús: ¿“Señor no sabemos adónde vas; ¿cómo vamos a saber el camino? (Jn 14,5).
Jesús le respondió: “Yo soy el camino, la Verdad y la Vida (Jn 14,6).
Voy a facilitar un breve comentario sobre estas palabras profundamente teológicas.
Cristo es el Camino, no un camino más, sino el Camino con artículo determinado, único y exclusivo, sin el cual no hay manera de llegar al Padre; camino para quienes desde la fe católica cumplen los mandamientos, viven los sacramentos y practican la fe con buenas obras, aunque con miserias, pasos vacilantes, tropiezos y caídas para llegar a la meta del Cielo.
Cristo es la Verdad, la Suma Perfección, el Bien Eterno, que busca incansablemente el entendimiento y sacia el hambre de felicidad que padece el corazón humano, insatisfecho en la Tierra por el alimento de cosas y personas que perecen, pasan y no satisfacen. Cristo es la Verdad de siempre, la de ayer, la de hoy, y la de mañana; la Verdad bondadosa eterna e infalible, pues todas las demás personas o cosas son verdades incompletas, grandes o pequeñas, o verdades mezcladas con errores o mentiras.
Cristo es la Vida el principio eterno del vivir (Jn 1,4), que nos comunica su misma vida de Dios Uno y Trino, Amor eterno, por la participación analógica de la gracia: realidad trascendente que supera todo conocimiento; vida que es potencia para creer, gracia esperar contra toda esperanza, y facilidad para obrar, sufrir y merecer el Cielo.
Medios para conocer a Jesús
Independientemente del modo extraordinario con que Dios regala su conocimiento por amor de gracia excepcional a ciertas personas, enumero los medios ordinarios para conocer a Jesús:
- La oración de estar a solas con Dios con quien sabemos nos ama con gozo o sequedad de espíritu, aunque durante ese tiempo la imaginación, llamada por Santa Teresa de Jesús la loca de la casa, haga vagas excursiones contra la propia voluntad, pues el fruto se consigue, porque es una obra espiritual realizada al modo humano. De la misma manera que una obra humana queda hecha y hasta perfecta, aunque mientras el que la estuvo haciendo su imaginación estuviera instantáneas de atención en otras cosas, así también el que hace oración recibe su fruto, aunque durante ella la imaginación divague, en contra de su voluntad. La oración, aunque se hace de modo personal, conviene que los principiantes utilicen libros de espiritualidad que instruyan y muevan el corazón hacia Dios; y cuando ya se puedan valerse por ellos mismos sin muletas, comunicarse con Dios secundando la gracia y dejando que el Espíritu Santo haga su obra con ellos.
- La escucha atenta y piadosa de la Palabra de Dios, no oída de cualquier manera, como un discurso más, sino escuchada con devoción, atentamente y meditada, para que se meta en el corazón y fructifique, como el alimento se convierte en vida, aunque se coma sin apetito, a la fuerza o vía sonda.
- La lectura de la Biblia aplicada a la propia vida que enseña el camino por donde hay que caminar, corrige los pecados, faltas y defectos que hay que evitar, consuela en las desgracias y dolores que hay que padecer y causa alegrías y gozos en el alma que no se pueden describir.
- La lectura de libros espirituales que no sean sólo para satisfacer un simple gusto literario, sino para instruir la fe, y mueva el corazón a la conversión y a la santificación.
- Cursillos, ejercicios espirituales, charlas, conferencias que formen y transformen la vida en el conocimiento y vivencia de Jesús.
- El estudio del Catecismo de la Iglesia Católica, publicado por el Papa Juan Pablo II que educa la fe en la vida cristiana y consagrada.
- Y la aceptación de los acontecimientos que suceden por la providencia amorosa de Dios, Padre, que quiere, son instrumentos con que Dios gobierna todas las cosas con sabiduría y bondad, que deben aceptarse con resignación, conformidad paz y alegría espiritual.
Hoy que estamos en el tiempo de utilizar siglas para titular empresas, se me ocurre establecer una para la empresa sobrenatural de la salvación de las almas: A S O: A aceptar todos los acontecimientos buenos y malos, como voluntad de Dios efectiva o permisiva para un bien sobrenatural personal y de toda la Iglesia. S sufrir los eventos malos que sucedan, privados, familiares, sociales y políticos con la fortaleza del Espíritu Santo. O ofrecer todo lo bueno que ocurra, como gracia, y lo malo que no se pueda remediar en reparación de los propios pecados y los de todo el mundo y para la santificación de la Iglesia.
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