DOMINGO DECIMOCTAVO DEL TIEMPO ORDINARIO
(Ciclo b, 5 de Agosto de 2012)
“Me buscáis porque comisteis pan hasta saciaros” (Jn 6,26)
El evangelio de hoy nos cuenta las palabras que pronunció Jesús en Cafarnaún, después del discurso que pronunció sobre la promesa de la Eucaristía, cuando la gente le buscaba por haber sido alimentada en la primera multiplicación de los panes en un lugar desierto:
- Los enfermos para conseguir la salud, la cosa más natural del mundo;
- los pobres para saciar el hambre, una de las desgracias más angustiosas del ser humano;
- los curiosos para ver quién era, cómo hablaba, presenciar un milagro, un espectáculo o comprobar si era verdad que era el Mesías, como se decía;
- los pasotas, indiferentes, para ver quién era, sin ningún interés;
- los partidos políticos y religiosos con acecho y malas intenciones de persecución para tramar su muerte;
- muchísimos de buena fe para seguirle, porque sentían en el corazón una llamada especial.
Por idénticas razones los cristianos de todos los tiempos buscan a Jesús, Dios. El hombre actúa como es: imperfectamente en el entender y en el obrar por razones de su bien, frecuentemente equivocado, buscando psicológicamente el bien en el mal, cuyo juicio está reservado a la infinita sabiduría misericordiosa de Dios Padre. Pero es evidente y comprobable que hay muchísimos cristianos, simples y consagrados, en la Iglesia que buscan a Dios por verdadero amor, sin esperar nada a cambio, y no pretenden otra cosa que cumplir la voluntad de Dios siempre y en todo momento, que es el mayor bien que se puede buscar.
Comprueba la experiencia que hay bastantes cristianos que buscan las cosas de Dios por simple gusto natural y las dejan porque no les apetece, en contra de la doctrina de la Iglesia que enseña que buscar a Dios no es una apetencia natural, sino una obligación de fe y una necesidad para la felicidad y salvación eterna.
Según el Evangelio, Jesús buscaba muchas veces por propia voluntad a personajes como a la Samaritana para enseñar la naturaleza de la gracia, a la adúltera su misericordia, al paralítico de la piscina de Betesda su poder compasivo y otros fines misteriosos.
Hacer el bien sin mirar a quién
La misión de Jesús en su tiempo histórico no era otro que hacer el bien, sabiendo a quién, sin tener en cuenta la apatía de muchos, la ingratitud de algunos con la que contaba, como la de los diez leprosos de los que solo uno y extranjero volvió a darle las gracias. Algunas veces Jesús hacía algunas cosas que no gustaban o no parecían buenas, no entendibles para los hombres, porque, como Dios, metafísicamente no puede hacer el mal, pues es la Bondad infinita y eterna.
Nosotros los cristianos tenemos que imitar a Jesús haciendo el bien sin mirar a quien por amor a Dios, sin esperar recompensas, porque hacer el bien al prójimo en sí mismo sin intereses satisface, y además hace bien a Cristo en sus miembros del Cuerpo Místico.
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