sábado, 30 de marzo de 2013


          RESURRECCIÓN DE JESUCRISTO                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                  
31 de Marzo de 2013
           
            Naturaleza de la resurrección de Jesucristo           
            Liturgia de la Palabra
            Comentario espiritual

            Naturaleza de la resurrección de Jesucristo
            La resurrección de Jesucristo se podría resumir en las siguientes frases:
            - el desenlace glorioso del drama de la vida de Jesús, hecho histórico del que no se puede dudar;
            - el dogma fundamental de la fe católica;
            - el triunfo de la gracia sobre el pecado;
            - la victoria de la vida sobre la muerte;
            - la  esperanza para el cristiano que sabe que viviendo con Cristo, sufriendo y muriendo con Cristo, resucitará con Cristo;
            - la transformación de la vida terrena por la vida eterna gloriosa, ahora en el tiempo la resurrección del alma en el Cielo o en el Purgatorio temporalmente.  Cuando este mundo termine y todas las cosas sean transformadas, todos los muertos resucitarán, y las almas que están en el Cielo se unirán a sus propios cuerpos, y las que estén en el Purgatorio terminarán su purgación, y unidas a sus propios cuerpos en personas resucitadas gozarán eternamente del Cielo.
            Las almas condenadas  resucitarán también y se unirán a sus propios cuerpos para padecer eternamente el Infierno en cuerpo y alma. Pero el fin primario de la resurrección es la glorificación de la persona humana.
             
            Liturgia de la Palabra
            En la primera lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles de la liturgia de la Palabra del domingo de resurrección se nos dice que San Pedro predicó la resurrección a los judíos incrédulos con estas palabras: A Jesús lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado: a nosotros, que hemos comido y bebido  con Él después de la resurrección.  
            En el salmo responsorial, el pueblo proclama que la resurrección es nuestra alegría y nuestro gozo, motivo de acción de gracias, porque es eterna su misericordia. Por eso debemos buscar los bienes de arriba, donde está Cristo y no los de la tierra, que gustan pero no satisfacen del todo, porque cuanto más se buscan más hambre de ellos se tiene.
En el Evangelio de este domingo se narra que María fue al sepulcro, cuando aún estaba oscuro y vio la losa quitada del sepulcro; y en lugar de concluir que si el cadáver no estaba allí, era porque había resucitado, porque esta profecía la había oído de los labios de Jesús centenares de veces, su inmediata reacción  fue ir corriendo a decir a Pedro y Juan que el cuerpo muerto de Jesús había sido robado y no sabemos donde lo han puesto. Pedro y Juan, alarmados por esa triste noticia, sin pensar que tal vez podía ser porque había resucitado,  fueron corriendo al sepulcro a comprobar el hecho. Juan corrió más porque era más joven y llegó al sepulcro antes. Pedro entró en el sepulcro, vio las vendas en el suelo y el sudario enrollado en un sitio aparte. Y entonces creyeron, pues hasta entonces no habían entendido la Escritura que afirma que Jesús había de resucitar de entre los muertos.
           
            Comentario espiritual
            Para los que vivimos profundamente la fe y amamos a Dios en la Persona de Jesucristo con limitaciones y defectos todo lo que sucede es para un bien  que tenemos  que aceptar (Rm 8,28).
            Cuando meditamos los personajes del Evangelio, apóstoles y discípulos, y comprobamos en ellos virtudes y defectos, nos sentimos animados a vivir con más plenitud la fe de la Iglesia, porque los defectos constitucionales de los santos no siempre ni todos son pecados, sino debilidades humanas, que  Dios  comprende con la infinita misericordia de Padre para con sus hijos.
            María Magdalena, San Pedro, San Juan, los demás apóstoles y las piadosas mujeres  escucharon muchas veces de labios de Jesús que iba a resucitar al tercer día. Seguramente que conocían la resurrección del hijo de la viuda de Naín, la de la hija de Jairo y la de Lázaro, pero cuando se trataba de la resurrección de Jesús, parece que dudaron. Pero no es así, pues es  comprensible, porque cuesta creer más en la resurrección de Jesús muerto con quien habían tratado entonces cuando estaba vivo, que creerlo ahora con fe heredada de siglos. Lo importante es amar a Jesús con todo nuestro ser y nuestras fuerzas, y todos los condicionamientos, limitaciones y debilidades dejarlos en manos de Dios infinitamente misericordioso.


sábado, 23 de marzo de 2013



            SEMANA SANTA 2013
            PASIÓN, MUERTE Y RESURRECIÓN
           
            Planificación  de la Redención
Dios, en las tres Personas Divinas de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, decretó desde la eternidad, en común consenso, que el Hijo realizara la Redención. Cuando llegara la plenitud de los tiempos, por  obra del Espíritu Santo, no de hombre, el Hijo de Dios encarnaría en las entrañas purísimas de una mujer, única, María, Inmaculada para que fuera Madre de Dios y Corredentora del género humano. Y así sucedió en el tiempo.  La Redención empezó el momento de la concepción. Después continuó con el nacimiento de Jesús nacido virginalmente de Santa María, asumiendo de ella la naturaleza humana, sin dejar de ser Dios. Por ser Persona Divina con todos los actos, humanamente divinizados, de su vida oculta, pública, de pasión muerte y resurrección realizó personalmente la Redención hasta el día de la Ascensión a los Cielos. Ahora Cristo, resucitado y glorioso, por medio de la Iglesia está terminando en sus miembros lo que faltó a la redención de Cristo hasta  el fin de los tiempos. Cuando este mundo se acabe, la Iglesia terrestre se convertirá en Iglesia celeste de los Nuevos Cielos y la Nueva Tierra, el fruto de la Redención: la visión y gozo de Dios en felicidad eterna de Amor.
En Semana Santa celebramos litúrgicamente los últimos acontecimientos de Jesús en la tierra sobre los que voy a hacer unas breves reflexiones de cada uno de ellos: Domingo de Ramos, Jueves Santo, Viernes Santo y Sábado Santo.
           




Domingo de Ramos
El Domingo de Ramos Jesús entró en Jerusalén triunfalmente pisando el camino que los buenos judíos habían alfombrado con mantos y ramas cortadas de los árboles gritando: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! Porque de buena fe estaban equivocados, convencidos de que Jesús era el  Mesías, que iba a librar a su pueblo, Israel, de la esclavitud de Roma, y por eso lo vitoreaban  con gritos y aplausos de alegría. Había también otros judíos indiferentes que contemplaban el acto por simple curiosidad; y no faltaron los judíos malos que  vieron el espectáculo con intenciones diabólicas de matar a Jesús. Esos fueron aquellos que el Viernes  Santo pidieron a  Pilato la libertad para Barrabás, notable preso, salteador de caminos, y para Jesús de Nazaret la crucifixión, como nos dice el Evangelio: ¿A quién de los dos queréis que os suelte: a Barrabás o a Jesús, el llamado Mesías? El populacho a gritos contestó: a Barrabás. ¿Y qué haré con Jesús, el rey de los judíos? Ellos gritaron: Crucifícalo.
En este mundo, los hombres buenos y malos convivimos mezclados de distinta manera. Con todos tenemos que tratarnos como mínimo con educación y respeto, como hermanos que somos e hijos de un mismo Padre, incluso con los enemigos.

Jueves Santo
El Jueves Santo es el gran día en que Jesús instituyó el sacerdocio y la  Eucaristía, sacrificio que se ofrece al Padre por los pecados del mundo, sacramento en el que se convierte el pan y el vino en el cuerpo y la Sangre de Cristo, alimento del alma para la vida eterna, eje alrededor del cual gira toda la vida cristiana y apostólica de la Iglesia. La Eucaristía es la misma presencia de Jesús glorioso del Cielo, hecho sacramento. Y también celebramos el precepto del Amor mutuo de unos a otros en distinta calidad como, se dice en la liturgia de la Santa Misa 

Viernes santo
Con su pasión horripilante, Cristo nos enseñó  que el dolor  redime, santifica, y apostoliza en el Cuerpo Místico de Cristo. El dolor, efecto del pecado original, mal humano, es gracia necesaria para la salvación, como enseña la Sagrada Escritura.  
 El hombre en su peregrinación por la tierra hacia la meta de la vida eterna tiene que llevar la cruz a cuestas hasta la muerte, como Jesús en siete expresiones distintas: personal, familiar, cultural, laboral, social, política y circunstancial.  
El cristiano ante la cruz que es desgracia humana, pero gracia divina para la Redención, no debe adoptar una postura de pasividad, dejando el dolor en manos de nadie. Es necesario y obligatorio que busque las soluciones que estén en su mano, y no esperar a que las cosas se arreglen por sí solas o venga la solución de Dios por un milagro.  La rebeldía es actitud negativa, atea, pagana, racionalista, inútil,  y con ella se aumenta el dolor sin solución de fe ni esperanza.  La mejor solución humana y cristiana es aceptar el dolor con paciencia y resignación cristiana y poner todos los remedios posibles para combatirla o suprimirla, si es posible. La Palabra de Dios nos dice que “Dios no prueba por encima de nuestras fuerzas”.
   Con el dolor aprendemos el conocimiento propio de nuestro ser y valer, de nuestra debilidad, impotencia, capacidad limitada, y comprendemos a los  que sufren como nosotros o quizás más, y, como hermanos e hijos de un mismo Padre, nos unimos a Cristo sufriente, Redentor y a los sufridores de todos los hombres para corredimir los pecados del mundo, como miembros del Cuerpo Místico de Cristo y nos ahorrarnos penas del Purgatorio.




 Sábado Santo
Jesucristo con su muerte en la cruz consumó su vida redentora en la tierra, como pórtico de la Resurrección. La muerte con Cristo no es terminar de vivir, sino cambiar la vida temporal por la vida eterna de felicidad y gozo. La resurrección de Cristo es modelo y garantía de la resurrección de todos los muertos al final de todos los tiempos, Porque  Cristo nació, siendo Dios,  el nacimiento humano tiene sentido, porque Cristo vivió la vida se hace divina, porque Cristo murió, la muerte tiene precio de gloria, porque Cristo resucitó, también nosotros resucitaremos  con Él,  porque en la vida y en la muerte somos del Señor y para el Señor (Rm 14,8).  


sábado, 16 de marzo de 2013



            DOMINGO V DE CUARESMA
            LA MUJER  ADÚLTERA

     En este hecho evangélico, no ficción literaria,  podemos distinguir cuatro elementos principales sobre los que voy hacer algunas reflexiones espirituales:
            Escribas y fariseos
Ley de Moisés
Jesús
            La mujer  adúltera

            Los escribas en tiempo de Jesús eran los judíos expertos en la Sagrada Escritura, doctores y maestros de la Ley, que conocían e interpretaban la Biblia con autoridad. En nuestros tiempos podrían equipararse a los doctores en  Sagrada Escritura.
            Los fariseos eran judíos escrupulosamente piadosos en el cumplimiento de la ley y fervorosos observantes de la Tradición oral. Cifraban la santidad en el cumplimiento minucioso, riguroso y exagerado de leyes, incluso pequeñas,  expresadas en obras externas, oraciones, ayunos, actos exagerados y costumbres tradicionales. En nuestros días podrían identificarse con los  cristianos exaltados en su fe que ponen la perfección evangélica en la observancia de muchas prácticas piadosas, omitiendo el cumplimiento de la obligación y la caridad, virtud fundamental de la vida cristiana.
Sucedió que unos  escribas y fariseos sorprendieron a una mujer en flagrante adulterio. ¿Qué pasó con el adúltero? ¿Se escapó? ¿Le dejaron escapar? ¿Quién presenció el adulterio para testificarlo? 
Es un pecado de injusticia que clama al Cielo acusar y condenar en otros los mismos o parecidos pecados que nosotros hemos cometido o cometemos, como dice el evangelio: ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas tú en el tuyo? (Mt 7,3).
La ley de moisés
La ley de Moisés mandaba que  los adúlteros debían ser castigados con la pena de muerte por lapidación, como aparece en el libro del Levítico y en el del Deuteronomio: “Si un hombre comete adulterio con la mujer de su prójimo, será muerto tanto el adúltero como la adúltera” (Lev 20,10; Dt 22,22-24).
En el Antiguo Testamento existían muchas leyes humanas, religiosas, disciplinares, no divinas, dictadas por Moisés para el pueblo de Israel en aquella época.  Por ser humanas, podían ser mejoradas, sustituidas o suprimidas, como fue el caso del divorcio, autorizado por Moisés (Mt 19,7-9).
Jesús en su Evangelio abolió o reformó muchas leyes y normas con su propia autoridad divina, porque no estaban conformes con la voluntad de Dios. En cambio, recalcó con insistencia las leyes divinas del Decálogo, estructuradas en diez mandamientos divinos que entregó a Moisés en el monte Sinaí, que jamás pueden cambiarse por ningún motivo.
Respecto de la pena de muerte, aplicada por la política de algunos gobiernos y abolida por otros, Santo Tomás de Aquino la defendió como argumento únicamente necesario para el bien común: “Es lícito matar al malhechor en cuanto se ordena a la salud de la Sociedad, y, por tanto, corresponde sólo a aquel a quien está confiado el cuidado de su conservación… Y como el cuidado del bien común está confiado a los príncipes, que tienen pública autoridad, solamente a éstos es lícito matar a los malhechores, y no a las personas particulares” (II-II, 64,3)  La pena de muerte no es contraria a la doctrina de la Iglesia. El Catecismo de la Iglesia católica de Juan Pablo II nos dice: “La enseñanza tradicional de la Iglesia ha reconocido el justo fundamento y deber de la legítima autoridad pública para aplicar penas proporcionadas a la gravedad del delito, sin excluir, en casos de extrema gravedad, el recurso a la pena de muerte (Cat 2266- 2667).  Los casos de pena de muerte “suceden muy rara vez, si es que ya en realidad se dan algunos” dice el Papa Juan Pablo II en la encíclica Evangelium vitae. Hoy no suele ser  generalmente aplicada en muchos países porque hiere la sensibilidad humana y cristiana, se opone al buen sentir común de la gente y puede ser sustituida por otras penas.

            La mujer adúltera
Los escribas y fariseos con malos tratos, insultos y a empujones dejaron caer brutalmente  a la adúltera, ante la presencia de Jesús, esperando la sentencia de la pena de muerte por lapidación; y ella, hecha un ovillo en el suelo, avergonzada y humillada esperaba la decisión de Jesús, y a voces y gritos hicieron a Jesús esta pregunta políticamente capciosa:
Maestro: La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras. ¿Tú que dices?
 Esta pregunta era un auténtico dilema con respuesta comprometida. Si Jesús mandaba cumplir la ley de Moisés, le acusarían de falso y mentiroso profeta que predicaba la misericordia infinita de Dios que Él no cumplía, pues condenaba a una pobre pecadora sorprendida en adulterio; y si perdonaba a la adúltera, le culparían de falso Maestro que no cumplía la ley de Moisés, que era tanto como contradecir la ley de Dios. Cualquiera de las dos respuestas no tenía escapatoria.

Jesús
Como Jesús advirtió que la pregunta contenía diabólicos fines se inclinó y se puso a hacer dibujos  con el dedo en el suelo, como dando a entender a los que acusaban a la pobre adúltera que se desentendía del tema. Irritados los acusadores por esta actitud, insistieron en la pregunta, molestos porque Jesús había adoptado como respuesta un silencio sepulcral. Entonces se incorporó y con sabiduría salomónica les dijo:
El que esté libre de pecado, que le tire la primera piedra (Jn 8,7). Y luego volvió a inclinarse y siguió escribiendo en la tierra.
            Ellos, al oír estas palabras, se fueron escabullendo uno detrás de otro, empezando por los más viejos, hasta el último. Con esta actitud demostraron que todos tenían el mismo pecado que acusaban o parecido. Y quedó solo Jesús y la mujer en medio, de pie. Entonces Jesús se incorporó  y preguntó a la adúltera:
 ¿Ninguno te ha condenado?
Contestó ella: Ninguno, Señor.
Jesús le dijo:
Pues tampoco yo  te condeno. Vete y en adelante no vuelvas a pecar (Jn 8,2-11).  Jesús reconoció el pecado, pero se lo perdonó, rogándole que en lo sucedido no volviera a pecar más.  
Jesús, Amor hecho misericordia,  no condena nada más que a quien quiere ser condenado, no se arrepiente de su pecado y no lo confiesa. Pienso que la adúltera, al sentirse perdonada por Jesús, le reconoció como el Mesías, Dios, y se convertiría  en discípula suya y fiel seguidora, como era frecuente en muchos casos del Evangelio, como por ejemplo el ciego Bartimeo (Mc 10,46-52), el paralítico de Cafarnaúm (Mc 2,1-12), y otros.

Consecuencias espirituales
¿Fuiste muy pecador o lo eres ahora? Arrepiéntete, confiesa tus pecados y confía en Jesús que te perdona como si nunca hubieras pecado, porque Dios no tiene memoria sino corazón y ha muerto por ti en la cruz, derramando sangre divina; y no acuses a otros de los pecados que tú cometes o has cometido, porque te estás condenando a ti mismo. 

sábado, 9 de marzo de 2013


DOMINGO IV DE CUARESMA
PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO

El hijo menor
            El Padre
El hijo mayor

Parábola del hijo pródigo
La parábola del hijo pródigo podría llamarse también la parábola del Padre de la misericordia. Expongo, a modo de cuento didáctico, este hecho literariamente fingido: Un padre tenía dos hijos,  el hijo menor  le pidió la herencia para marcharse de casa en busca de la libertad y liberarse de la obediencia y de la disciplina; y el otro, el mayor, estuvo siempre  en obediencia a su padre y en disciplina en la casa puntualmente, pero era pródigo en el corazón del padre. La moraleja de esta parábola es la misericordia infinita de Dios para con todos los hombres, sus hijos, y la ingratitud de los hijos  con su padre.
Dejando aparcada  la historia que todos sabemos de memoria, voy a hacer algunas reflexiones espirituales sobre los tres personajes de la parábola: el hijo menor, el padre y el hijo mayor.

El hijo menor
El hijo menor, harto de la obediencia al padre y de la disciplina de la casa pidió a su padre la herencia, que no le correspondía por derecho, pues la herencia se recibe por voluntad del padre o defunción, y se marchó de casa para buscar la libertad a un País lejano. Y el resultado fue que encontró la tiranía de los vicios, el abandono de los amigos, la pobreza, el hambre y la esclavitud de su vida.
El hijo pródigo después de haber malgastado su herencia en juergas, vicios, pecados y mujeres libertinas, examinó detenidamente su penosa situación, y entre tentaciones y luchas interiores de vergüenza y confianza en su padre, decidió ponerse en camino a su casa; y sucedió que antes de llegar a su casa, se encontró  con la sorpresa de que su padre lo estaba esperando siempre con los brazos abiertos; y al verlo  el padre  se echó  al cuello de su hijo y le cubrió de besos, mientras que él, llorando a lágrima viva, le confesó su mala vida pecaminosa, le pidió perdón por sus pecados y un puesto de trabajo, en calidad de criado, y no de hijo. El  padre lo llevó a su casa, mandó vestirlo con ropa de lujo, ponerle el anillo de hijo de la Casa señorial y celebró una fiesta con un banquete amenizado con música a bombo y platillo.
En el hijo menor están simbolizados los cristianos que estuvieron un tiempo en la Iglesia con paz y a bien con Dios  en obediencia amorosa y disciplina sacrificada, abandonaron  la Iglesia, y se marcharon al mundo a buscar la libertad, y lo que encontraron fue la degradación de la vida, la esclavitud del pecado y de sus pasiones, la pobreza y miseria; y luego arrepentidos retornaron a Dios a la  casa del Padre.
Muchas veces Dios permite que los pecadores se hundan en la miseria y en el pecado para que estos males sean ocasiones providenciales para recuperar la amistad con  Dios,  por aquello de que “no hay mal que por bien no venga.”

El padre
La figura del padre es un personaje excepcional, único, ideal, no real, que no existe en el mundo.  Representa a Dios, Padre, que no tiene parangón. Adopta con sus dos hijos,  un comportamiento que nadie hace:
- Reparte la hacienda entre los dos hijos (Lc 15,12) simplemente porque se la pidió el hijo menor para irse de casa  a derrochar su fortuna en vicios y pecados; 
-  recibe a su hijo como a un hijo bueno, lo perdona, y manda revestirlo con ropa señorial y anillo de hijo de la casa, y manda celebrar un gran banquete con música por todo lo alto, porque su hijo había muerto y  resucitado;  
- hizo ver a su hijo mayor, que le pasó la factura por los servicios prestados en la casa, que la envidia es mala cizaña para la familia, pues la vuelta  de su hermano perdido debe ser motivo de alegría para todos, porque él, estando en la casa del padre, tenía todo lo suyo era para él, en cambio su hermano estaba muerto y había resucitado.

El hijo mayor
Cuando el hijo mayor regresaba del campo y se acercaba a su casa, al enterarse de la fiesta que había organizado su padre porque había vuelto el hijo de su padre, al que no llamaba hermano, se enfadó con él y no quería entrar en casa. Pero el padre salió a su encuentro, le hizo los razonamientos oportunos, y le persuadió a que entrara en casa.  Pero el hijo mayor, muerto de envidia, dio a su padre las quejas: “Estoy siempre en tu casa sin desobedecer jamás tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para divertirme con mis amigos” (Lc 15,29). En cambio, cuando ha vuelto ese hijo tuyo, no mi hermano, después de haber derrochado tu fortuna pecando con mujeres, premias su vuelta y celebras una fiesta. Pero el padre le hizo los razonamientos: Deberías alegrarte porque tú siempre has estado conmigo, y todo lo mío es tuyo, en cambio, tu hermano estaba perdido y lo hemos recuperado. 
En el hijo mayor están representados los cristianos practicantes  y religiosos que simplemente cumplen las leyes de la Iglesia, por rutina, costumbre, tibieza,  pero sin amor a los hermanos,  pues el cristiano que no ama ni perdona al hermano es un pródigo en el corazón de Dios, Padre. Los  males que les suceden a los pecadores, buenos, pero débiles, son  vehículos para encontrarse con Dios en paz, corregir su vida, y santificase. Porque Dios es Padre, que perdona todos los  pecados arrepentidos de sus hijos, por graves que sean, como si nada hubiera pasado y celebra una fiesta con música celestial.
Cuando nos presentemos ante el Señor para dar cuenta de nuestra vida, todo será una sorpresa agradable, porque los pecados no serán estrictamente como los enseña como ciencia la Moral Católica al pie de la letra, ni juzgan ni piensan los hombres, porque Dios, Padre,  evaluará los pecados de los hombres, sus hijos con su infinita misericordia, incluso a los que hacen el mal  con rectitud de conciencia, creyendo que es un bien, aunque moralmente estén equivocados.






sábado, 2 de marzo de 2013



DOMINGO III DE CUARESMA
            El Señor es compasivo y misericordioso
           
            En el salmo responsorial que el pueblo ha dado  a la palabra de Dios  ha proclamado: El Señor es compasivo y misericordioso, tema que me da una oportunidad para hacer unas reflexiones espirituales sobre la misericordia del Señor. Este tratado ocupará cuatro capítulos: 
            Significado de la palabra misericordia 
Atributo de la misericordia divina
Misericordia de Dios para con el pecador

SIGNIFICADO DE LA  PALABRA MISERICORDIA 
La palabra misericordia etimológicamente proviene de dos palabras latinas: miserum cor, que significan corazón misericordioso, que según San Agustín tienen el sentido de compasión interna ante la miseria ajena, que nos mueve e impulsa a socorrerla, si es posible. Sucede muchísimas veces que nos encontramos ante muchas miserias o desgracias que no podemos remediar físicamente, y nos limitamos a compadecernos de ellas y a  prestar a los que las padecen la ayuda que podemos; y cuando nada podemos hacer la única  solución que existe es la oración en la que encomendamos a Dios los males del prójimo para que Él haga lo que convenga según su santísima voluntad.

ATRIBUTO DE LA MISERICORDIA DIVINA
Los atributos son conceptos humanos que utilizamos los hombres  para entender y explicar imperfectamente la realidad del Ser y Obrar de Dios de manera metafórica.   De entre ellos, que son muchos, hay dos que son humanamente difícilmente conciliables: la infinita justicia y su misericordia divina.  Santa Teresita del Niño Jesús decía: “tanto espero de la justicia de Dios como de su misericordia”. ¿Cómo administrará Dios la misericordia con los hombres, sus hijos? Es un misterio.
Pocas virtudes se ensalzan tanto en la Sagrada Escritura, principalmente en el Evangelio, como la misericordia de Dios, como podemos comprobar en las parábolas de la oveja perdida (Lc 15,1-7); del hijo pródigo (Lc 15,11-32); del siervo que debía diez mil talentos (Mt 18,23-35); del buen samaritano (Jn 10,25-37); y en la alegoría del Buen Pastor (Jn 10,1-21).
Jesús ejerció su  misericordia divina con la mujer adúltera (Jn 8,1-119); la pecadora (Lc 7,36-50); el paralítico de la piscina (Mc 2,1-12); y, sobre todo, con el buen ladrón (Lc 23,39-43), el mejor ladrón del mundo, que logró robar el corazón de Jesús con una petición de un simple recuerdo: “Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino”. Y fue tan amplio y generoso el perdón de Jesús que le concedió que no solamente le perdonó  todos sus pecados sino que  lo canonizó en un instante, mereciendo ser el primer santo canonizado de la Iglesia.

MISERICORDIA DE DIOS PARA CON EL PECADOR
La misericordia de Dios, aunque es esencialmente la misma en su propia razón de ser para todos los pecadores, es moralmente distinta en forma e intensidad para cada pecador y para cada pecado del mismo pecador. Porque el pecado no es simplemente una trasgresión de la ley, sino el misterio de maldad con que una persona, distinta y única en el ser y en el obrar ofende a Dios, teniendo en cuenta su capacidad intelectual, cultura, formación religiosa, condicionamientos de la persona y circunstancias del pecado con que ofende a Dios, que  solamente Dios puede evaluar y juzgar en justicia divina y misericordia infinita. ¿Cuándo un pecado, acto humano, es tan grave como para merecer el infierno eterno? Sólo Dios lo sabe.
Los cristianos debemos ejercer las catorce obras clásicas de misericordia, as siete corporales y siete espirituales, y otras muchas más, incontables, que se nos presentan cada día. Cuando no podamos remediar las miserias de los hombres, practiquemos la misericordia de la oración que es “la omnipotencia del hombre y la debilidad de Dios”   en el sentir de San Agustín, como alguna vez ya he repetido.
Danos, Señor, un corazón compasivo y misericordioso para comprender, perdonar y no juzgar los pecados de los hombres, orar por ellos y los nuestros, dejándolos todos en las manos de Dios infinitamente rico en misericordia.