sábado, 16 de marzo de 2013



            DOMINGO V DE CUARESMA
            LA MUJER  ADÚLTERA

     En este hecho evangélico, no ficción literaria,  podemos distinguir cuatro elementos principales sobre los que voy hacer algunas reflexiones espirituales:
            Escribas y fariseos
Ley de Moisés
Jesús
            La mujer  adúltera

            Los escribas en tiempo de Jesús eran los judíos expertos en la Sagrada Escritura, doctores y maestros de la Ley, que conocían e interpretaban la Biblia con autoridad. En nuestros tiempos podrían equipararse a los doctores en  Sagrada Escritura.
            Los fariseos eran judíos escrupulosamente piadosos en el cumplimiento de la ley y fervorosos observantes de la Tradición oral. Cifraban la santidad en el cumplimiento minucioso, riguroso y exagerado de leyes, incluso pequeñas,  expresadas en obras externas, oraciones, ayunos, actos exagerados y costumbres tradicionales. En nuestros días podrían identificarse con los  cristianos exaltados en su fe que ponen la perfección evangélica en la observancia de muchas prácticas piadosas, omitiendo el cumplimiento de la obligación y la caridad, virtud fundamental de la vida cristiana.
Sucedió que unos  escribas y fariseos sorprendieron a una mujer en flagrante adulterio. ¿Qué pasó con el adúltero? ¿Se escapó? ¿Le dejaron escapar? ¿Quién presenció el adulterio para testificarlo? 
Es un pecado de injusticia que clama al Cielo acusar y condenar en otros los mismos o parecidos pecados que nosotros hemos cometido o cometemos, como dice el evangelio: ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas tú en el tuyo? (Mt 7,3).
La ley de moisés
La ley de Moisés mandaba que  los adúlteros debían ser castigados con la pena de muerte por lapidación, como aparece en el libro del Levítico y en el del Deuteronomio: “Si un hombre comete adulterio con la mujer de su prójimo, será muerto tanto el adúltero como la adúltera” (Lev 20,10; Dt 22,22-24).
En el Antiguo Testamento existían muchas leyes humanas, religiosas, disciplinares, no divinas, dictadas por Moisés para el pueblo de Israel en aquella época.  Por ser humanas, podían ser mejoradas, sustituidas o suprimidas, como fue el caso del divorcio, autorizado por Moisés (Mt 19,7-9).
Jesús en su Evangelio abolió o reformó muchas leyes y normas con su propia autoridad divina, porque no estaban conformes con la voluntad de Dios. En cambio, recalcó con insistencia las leyes divinas del Decálogo, estructuradas en diez mandamientos divinos que entregó a Moisés en el monte Sinaí, que jamás pueden cambiarse por ningún motivo.
Respecto de la pena de muerte, aplicada por la política de algunos gobiernos y abolida por otros, Santo Tomás de Aquino la defendió como argumento únicamente necesario para el bien común: “Es lícito matar al malhechor en cuanto se ordena a la salud de la Sociedad, y, por tanto, corresponde sólo a aquel a quien está confiado el cuidado de su conservación… Y como el cuidado del bien común está confiado a los príncipes, que tienen pública autoridad, solamente a éstos es lícito matar a los malhechores, y no a las personas particulares” (II-II, 64,3)  La pena de muerte no es contraria a la doctrina de la Iglesia. El Catecismo de la Iglesia católica de Juan Pablo II nos dice: “La enseñanza tradicional de la Iglesia ha reconocido el justo fundamento y deber de la legítima autoridad pública para aplicar penas proporcionadas a la gravedad del delito, sin excluir, en casos de extrema gravedad, el recurso a la pena de muerte (Cat 2266- 2667).  Los casos de pena de muerte “suceden muy rara vez, si es que ya en realidad se dan algunos” dice el Papa Juan Pablo II en la encíclica Evangelium vitae. Hoy no suele ser  generalmente aplicada en muchos países porque hiere la sensibilidad humana y cristiana, se opone al buen sentir común de la gente y puede ser sustituida por otras penas.

            La mujer adúltera
Los escribas y fariseos con malos tratos, insultos y a empujones dejaron caer brutalmente  a la adúltera, ante la presencia de Jesús, esperando la sentencia de la pena de muerte por lapidación; y ella, hecha un ovillo en el suelo, avergonzada y humillada esperaba la decisión de Jesús, y a voces y gritos hicieron a Jesús esta pregunta políticamente capciosa:
Maestro: La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras. ¿Tú que dices?
 Esta pregunta era un auténtico dilema con respuesta comprometida. Si Jesús mandaba cumplir la ley de Moisés, le acusarían de falso y mentiroso profeta que predicaba la misericordia infinita de Dios que Él no cumplía, pues condenaba a una pobre pecadora sorprendida en adulterio; y si perdonaba a la adúltera, le culparían de falso Maestro que no cumplía la ley de Moisés, que era tanto como contradecir la ley de Dios. Cualquiera de las dos respuestas no tenía escapatoria.

Jesús
Como Jesús advirtió que la pregunta contenía diabólicos fines se inclinó y se puso a hacer dibujos  con el dedo en el suelo, como dando a entender a los que acusaban a la pobre adúltera que se desentendía del tema. Irritados los acusadores por esta actitud, insistieron en la pregunta, molestos porque Jesús había adoptado como respuesta un silencio sepulcral. Entonces se incorporó y con sabiduría salomónica les dijo:
El que esté libre de pecado, que le tire la primera piedra (Jn 8,7). Y luego volvió a inclinarse y siguió escribiendo en la tierra.
            Ellos, al oír estas palabras, se fueron escabullendo uno detrás de otro, empezando por los más viejos, hasta el último. Con esta actitud demostraron que todos tenían el mismo pecado que acusaban o parecido. Y quedó solo Jesús y la mujer en medio, de pie. Entonces Jesús se incorporó  y preguntó a la adúltera:
 ¿Ninguno te ha condenado?
Contestó ella: Ninguno, Señor.
Jesús le dijo:
Pues tampoco yo  te condeno. Vete y en adelante no vuelvas a pecar (Jn 8,2-11).  Jesús reconoció el pecado, pero se lo perdonó, rogándole que en lo sucedido no volviera a pecar más.  
Jesús, Amor hecho misericordia,  no condena nada más que a quien quiere ser condenado, no se arrepiente de su pecado y no lo confiesa. Pienso que la adúltera, al sentirse perdonada por Jesús, le reconoció como el Mesías, Dios, y se convertiría  en discípula suya y fiel seguidora, como era frecuente en muchos casos del Evangelio, como por ejemplo el ciego Bartimeo (Mc 10,46-52), el paralítico de Cafarnaúm (Mc 2,1-12), y otros.

Consecuencias espirituales
¿Fuiste muy pecador o lo eres ahora? Arrepiéntete, confiesa tus pecados y confía en Jesús que te perdona como si nunca hubieras pecado, porque Dios no tiene memoria sino corazón y ha muerto por ti en la cruz, derramando sangre divina; y no acuses a otros de los pecados que tú cometes o has cometido, porque te estás condenando a ti mismo. 

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