DOMINGO V DE CUARESMA
LA MUJER ADÚLTERA
En este hecho evangélico, no ficción literaria, podemos distinguir cuatro elementos
principales sobre los que voy hacer algunas reflexiones espirituales:
Escribas y
fariseos
Ley de Moisés
Jesús
La mujer adúltera
Los escribas
en tiempo de Jesús eran los judíos expertos en la Sagrada Escritura,
doctores y maestros de la Ley, que conocían e interpretaban la Biblia con
autoridad. En nuestros tiempos podrían equipararse a los doctores en Sagrada Escritura.
Los fariseos
eran judíos escrupulosamente piadosos en el cumplimiento de la ley y
fervorosos observantes de la Tradición oral. Cifraban la santidad en el
cumplimiento minucioso, riguroso y exagerado de leyes, incluso pequeñas, expresadas en obras externas, oraciones,
ayunos, actos exagerados y costumbres tradicionales. En nuestros días podrían
identificarse con los cristianos
exaltados en su fe que ponen la perfección evangélica en la observancia de
muchas prácticas piadosas, omitiendo el cumplimiento de la obligación y la
caridad, virtud fundamental de la vida cristiana.
Sucedió que unos
escribas y fariseos sorprendieron a una mujer en flagrante adulterio.
¿Qué pasó con el adúltero? ¿Se escapó? ¿Le dejaron escapar? ¿Quién presenció el
adulterio para testificarlo?
Es un pecado
de injusticia que clama al Cielo acusar y condenar en otros los mismos o
parecidos pecados que nosotros hemos cometido o cometemos, como dice el
evangelio: ¿Por qué te fijas en la mota
que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas tú en el
tuyo? (Mt 7,3).
La ley de
moisés
La ley de
Moisés mandaba que los adúlteros debían
ser castigados con la pena de muerte por lapidación, como aparece en el libro
del Levítico y en el del Deuteronomio:
“Si un hombre comete adulterio con la mujer de su prójimo, será muerto tanto el
adúltero como la adúltera” (Lev 20,10; Dt 22,22-24).
En el Antiguo Testamento
existían muchas leyes humanas, religiosas, disciplinares, no divinas,
dictadas por Moisés para el pueblo de Israel en aquella época. Por ser humanas, podían ser mejoradas,
sustituidas o suprimidas, como fue el caso del divorcio, autorizado por Moisés (Mt 19,7-9).
Jesús en su Evangelio abolió o reformó muchas leyes y normas con su
propia autoridad divina, porque no estaban conformes con la voluntad de Dios.
En cambio, recalcó con insistencia las leyes divinas del Decálogo,
estructuradas en diez mandamientos divinos que entregó a Moisés en el monte
Sinaí, que jamás pueden cambiarse por ningún motivo.
Respecto de la
pena de muerte, aplicada por la política de algunos gobiernos y abolida por
otros, Santo Tomás de Aquino la defendió como argumento únicamente necesario
para el bien común: “Es lícito matar al
malhechor en cuanto se ordena a la salud de la Sociedad, y, por tanto,
corresponde sólo a aquel a quien está confiado el cuidado de su conservación… Y
como el cuidado del bien común está confiado a los príncipes, que tienen
pública autoridad, solamente a éstos es lícito matar a los malhechores, y no a
las personas particulares” (II-II, 64,3) La pena de muerte
no es contraria a la doctrina de la
Iglesia. El Catecismo de la Iglesia
católica de Juan Pablo II nos dice: “La
enseñanza tradicional de la Iglesia ha reconocido el justo fundamento y deber
de la legítima autoridad pública para aplicar penas proporcionadas a la
gravedad del delito, sin excluir, en casos de extrema gravedad, el recurso a la
pena de muerte (Cat
2266- 2667). Los casos de pena de
muerte “suceden muy rara vez, si es que
ya en realidad se dan algunos” dice el Papa Juan Pablo II en la encíclica
Evangelium vitae. Hoy no suele ser
generalmente aplicada en muchos países porque hiere la sensibilidad
humana y cristiana, se opone al buen sentir común de la gente y puede ser
sustituida por otras penas.
La mujer
adúltera
Los escribas y fariseos con malos tratos, insultos y
a empujones dejaron caer brutalmente a
la adúltera, ante la presencia de Jesús, esperando la sentencia de la pena de
muerte por lapidación; y ella, hecha un ovillo en el suelo, avergonzada y
humillada esperaba la decisión de Jesús, y a voces y gritos hicieron a Jesús esta
pregunta políticamente capciosa:
Maestro: La ley de Moisés nos manda apedrear a las
adúlteras. ¿Tú que dices?
Esta
pregunta era un auténtico dilema con respuesta comprometida. Si Jesús mandaba
cumplir la ley de Moisés, le acusarían de falso y mentiroso profeta que
predicaba la misericordia infinita de Dios que Él no cumplía, pues condenaba a
una pobre pecadora sorprendida en adulterio; y si perdonaba a la adúltera, le
culparían de falso Maestro que no cumplía la ley de Moisés, que era tanto como
contradecir la ley de Dios. Cualquiera de las dos respuestas no tenía
escapatoria.
Jesús
Como Jesús
advirtió que la pregunta contenía diabólicos fines se inclinó y se puso a hacer
dibujos con el dedo en el suelo, como
dando a entender a los que acusaban a la
pobre adúltera que se desentendía del tema. Irritados los acusadores por
esta actitud, insistieron en la pregunta, molestos porque Jesús había adoptado
como respuesta un silencio sepulcral. Entonces se incorporó y con sabiduría
salomónica les dijo:
El que esté libre de pecado, que le tire la primera piedra (Jn
8,7). Y
luego volvió a inclinarse y siguió escribiendo en la tierra.
Ellos,
al oír estas palabras, se fueron escabullendo uno detrás de otro, empezando por
los más viejos, hasta el último. Con esta actitud demostraron que todos tenían
el mismo pecado que acusaban o parecido. Y quedó solo Jesús y la mujer en
medio, de pie. Entonces Jesús se incorporó
y preguntó a la adúltera:
¿Ninguno te ha
condenado?
Contestó ella: Ninguno, Señor.
Jesús le dijo:
Pues tampoco yo te
condeno. Vete y en adelante no vuelvas a pecar (Jn 8,2-11). Jesús reconoció el pecado, pero se lo
perdonó, rogándole que en lo sucedido no volviera a pecar más.
Jesús, Amor
hecho misericordia, no condena nada más
que a quien quiere ser condenado, no se arrepiente de su pecado y no lo
confiesa. Pienso que la adúltera, al sentirse perdonada por Jesús, le reconoció
como el Mesías, Dios, y se convertiría
en discípula suya y fiel seguidora, como era frecuente en muchos casos
del Evangelio, como por ejemplo el ciego Bartimeo (Mc 10,46-52), el paralítico de Cafarnaúm (Mc 2,1-12), y otros.
Consecuencias espirituales
¿Fuiste muy
pecador o lo eres ahora? Arrepiéntete, confiesa tus pecados y confía en Jesús
que te perdona como si nunca hubieras pecado, porque Dios no tiene memoria sino
corazón y ha muerto por ti en la cruz, derramando sangre divina; y no acuses a
otros de los pecados que tú cometes o has cometido, porque te estás condenando
a ti mismo.
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