jueves, 31 de octubre de 2013


Todos los Santos
1 de Noviembre
           
             La Iglesia Católica  celebra hoy la fiesta de todos los santos, principalmente la de los que están canonizados por la Iglesia, y por extensión también la de los beatos y mártires del Cielo que por circunstancias humanas, providenciales, no han obtenido ni obtendrán el título eclesial  de santos.
            En esta fiesta tan importante, tema tan difícil como apasionante, podríamos decir que la santidad se extiende también a los cristianos, mujeres y hombres buenos con sincero corazón en la presencia de Dios. Voy a tratar este documento en cinco capítulos:

            1 Santidad
2 Sagrada Escritura
3 Clases de santidad
4 Suficiente en virtud de la misericordia infinita de Dios
5 Vocación de santidad en todos los estados de la vida


            1 Santidad
La santidad para el cristiano no es una opción libre que se elige; ni un privilegio para una casta de personas dotadas de cualidades excepcionales, sino una obligación bautismal, si bien distinta en cada uno, según sea la vocación a la que ha sido llamado por el Espíritu Santo y la correspondencia personal. La santificación del cristiano es una vocación común que nace del bautismo. No todos los cristianos están llamados al mismo grado de santidad, de la misma manera que no todos los hombres, siendo iguales en naturaleza, tienen las mismas cualidades  y dones naturales. Los santos tuvieron y tienen ciertos defectos temperamentales,  que no quitaron ni quitan el brillo de su santidad, sino que con ellos hicieron que resplandecieran la  mayor gloria de Dios y la omnipotencia de su sabiduría divina. Fueron para ellos gracias de humillación, que no empañaron el brillo de su santidad. De la misma manera que  la luz del sol  pasa a los recintos del interior, aunque los cristales no estén totalmente limpios, así la luz de la gracia penetra en el alma, aunque tenga defectos, pecados veniales  miserias y debilidades. Se puede decir genéricamente que el santo es el cristiano, hombre normal, inteligente y libre,  que vive y muere en estado de gracia, sin pecado mortal.
El hombre creado por Dios es un ser esencialmente religioso, inclinado por instinto a su propio bien, que en su última finalidad es Dios, su Creador.  Sucede que por diversas razones y circunstancias muchos hombres confunden muchas veces el mal con el bien, por culpa del pecado original, que estropeó la  naturaleza humana, creada en justicia y santidad, dejando en ella la concupiscencia, causa de todo pecado y desorden. En este caso, el mal objetivo, buscado y hecho por el hombre con buena intención, resulta en su conciencia un bien subjetivo, que solamente puede ser evaluado por Dios, infinitamente sabio y poderoso, cuya misericordia ni siquiera se puede imaginar.
La santidad consiste esencialmente en la unión personal con Dios en la vida consagrada o en el mundo. La gracia bautismal a la santidad es esencialmente la misma en todos los cristianos, pero se hace personal en cada uno, en virtud de los dones que ha recibido del Espíritu Santo y las obras que realiza, dependiendo de muchos factores. Es como la luz eléctrica, que en su naturaleza es esencialmente la misma, pero distinta en su potencia de vatios en cada bombilla.



2 Sagrada Escritura
Son muchos los textos que existen en la Sagrada Escritura sobre la santidad. Citamos algunos de los más clásicos:
 Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad"  (I Tim 2,4).
"La voluntad de Dios es vuestra santificación" (1 Tes 4,3).
"Sed perfectos, como también es perfecto vuestro Padre Celestial"  (Mt 5, 48).
"Sed santos en toda vuestra vida, como es santo el que os ha llamado" (1 P 1,15).
"El que es santo siga santificándose" (Ap 22,11).
"Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales y celestiales. Él nos ha elegido, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables a sus ojos"  (Ef 1,3-4).

3 Clases de santidad
Haciendo un parangón con la evaluación que se estila en la docencia, podríamos decir que existen santos de calificación suficiente, notable, sobresaliente y matricula de honor.

Santidad suficiente
Obtienen la calificación de santidad suficiente  aquellos cristianos que viven y mueren en estado de gracia, sin pecado mortal, cumplen los mandamientos y practican las virtudes de modo común  con virtudes y defectos. Quizás son o fueron nuestros padres, hermanos y amigos.
            De la misma manera que se consigue la sabiduría con errores, la salud y el crecimiento físico con flaquezas corporales, la perfección espiritual se desarrolla con debilidades y pecados. El cristiano puede ser santo, aunque tenga defectos temperamentales, faltas e imperfecciones morales. La enfermedad encierra una fortaleza misteriosa que no puede soportar el hombre sano. En la debilidad del que trabaja por ser santo se realiza la fortaleza de la omnipotencia de la gracia: "Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad...porque, cuando soy débil, entonces soy fuerte" (2 Co 12,9-10).
              Si dejas la conversión para luego, corres el peligro de no empezar nunca, pues mañana es tarde si puede ser ahora. 
            Las equivocaciones de la vida son muchas veces aciertos de la Providencia de Dios. No te tortures la conciencia sobre los pecados del pasado, ya confesados perdonados, pues puedes repararlos con un presente de fervorosa vida cristiana. Si has  perdido el tiempo no habiendo aprovechado las ocasiones de la santificación, arrójate con los ojos cerrados a los brazos de Dios Padre,  y no caerás en el vacío. 
¿Quiénes son los cristianos y hombres que no aprueban el examen final de la vida?  (Mt 25,31-46) ¡Misterio!

4 Suficiente en virtud de la misericordia infinita de Dios
            Existe en el mundo una inmensa mayoría de hombres y mujeres que se salvan o santifican en virtud del misterio de la misericordia infinita de Dios, por medios que desconoce la teología católica y la ciencia religiosa humana. Dios aprueba con un “cinquillo”, por los pelos, en virtud de su infinita misericordia, a muchísimos cristianos, no practicantes, que no cumplen estrictamente  la Ley de Dios ni de la Iglesia, ni ejercitan las virtudes cristianas, según la teología de la gracia, pero  hacen el bien, según ellos entienden y saben, cuya evaluación moral sólo Dios juzga. El Espíritu Santo activa en ellos la santidad excepcional, basada en la bondad humana, que hace las veces de gracia; y también aprueban, de manera singular, millones de hombres, mujeres y religiosos de otras religiones, no católicas, que viven su fe con sincero corazón, cumpliendo y viviendo la fe que ellos conocen o conocieron; y un número impensable  de hombres que hacen el bien o hicieron, según ellos entienden en su recta conciencia.

Santidad notable. 
Consiguen la calificación notable en la santidad aquellos cristianos que, además de vivir la santidad suficiente, cumplen notablemente los mandamientos y practican las virtudes con defectos temperamentales, difícilmente corregibles, que sirven como  humillaciones para el conocimiento propio  y comprensión de los demás. Estos defectos ofenden más a los hombres que a Dios.

Santidad sobresaliente.
            Muchos santos, en número inimaginable, que pisan tierra o gozan la eternidad del cielo, alcanzaron la calificación de sobresaliente, porque viven o vivieron la santidad en grado sumo.

            Santidad matricula de honor
            Hay en el cielo y en la tierra bastantes santos de categoría de santidad sobresaliente, que en virtud de la gracia excepcional de Dios y el ejercicio de sus obras eminentes obtienen la calificación de matricula de honor, que suelen ser los grandes fundadores, de fama universal, destinados por Dios para el bien de la Iglesia y de todos los hombres del mundo.

5 Vocación de santidad en todos los estados de la vida
El Concilio Vaticano II en la Constitución dogmática sobre la Iglesia nos dice:
"El Espíritu Santo reparte entre los fieles gracias de todo género, incluso especiales, con que nos dispone y prepara para realizar variedad de obras y de oficios provechosos para la renovación y una más amplia edificación de la Iglesia, según aquellas palabras del apóstol San Pablo: "A cada uno se le otorga la manifestación del espíritu para común utilidad" (LG 12).
            La carrera que el cristiano tiene que cursar en su vida para obtener en la otra vida la calificación mínima, al menos la de suficiente, es la de la santidad. La felicidad eterna del Cielo es esencialmente la misma para todos los que obtuvieron calificación diferente, porque todos ven y gozan de Dios totalmente en su plenitud, sin que exista entre ellos emulación ni envidia, porque cada uno está revestido con la gracia gloriosa que necesita. Valga un ejemplo. Si en una familia de distintos tamaños de cuerpo, cada uno está vestido a medida con la misma tela, todos estarán igualmente contentos, sin que haya entre ellos emulaciones ni envidias, porque cada uno tiene la misma tela en la cantidad que necesita para ser feliz.














sábado, 26 de octubre de 2013


Domingo treinta
            Tiempo ordinario, Ciclo C
            27 de Octubre

            El Publicano y el Fariseo
           
            Como suele pasar generalmente siempre, también en los tiempos de Jesús existían hombres piadosos que se tenían por justos con desprecio a los demás. Para enseñar la ciencia de la oración perfecta, Jesús, el modelo perfectísimo de orantes, expuso la parábola del Publicano y el  Fariseo. Hagamos una pequeña semblanza sobre ella:
            Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era un fariseo y el otro un publicano. La oración se puede hacer en cualquier parte y de muchas maneras, pues para comunicarse con Dios no hace falta buscar un sitio determinado, porque Dios está en todas partes y con Él se puede hablar siempre, en cualquier lugar, pero el más propio suele ser el templo, que está construido para la oración y el culto.
            El fariseo, engreído en si mismo y poseído de una soberbia satánica  entraría en el templo con aires de señorío y se situaría cerca del altar mayor para ser visto por todo el mundo. Y  oraba así: Te doy gracias, Señor, porque no soy como los demás: Ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo. Empezó bien la oración, dando gracias a Dios, como tiene que ser. Pero la estropeó en las peticiones y en la comparación con los demás. Para él no había  más que dos grupos de hombres: él y los demás. El fariseo se consideraba   único, el mejor de todos los hombres, virtuoso, santo, cumplidor de la ley, ayunaba dos veces por semana y pagaba el diezmo de todo lo que tenía. No se conocía y mentía, porque la santidad no consiste en el cumplimiento de la ley, que por sí misma no justifica, como enseña San Pablo, sino en la gracia de Dios con obras. Los demás eran los mayores pecadores que se pueden concebir en sentido bíblico y humano: ladrones, injustos y adúlteros. Su insensatez y orgulloso desconocimiento de sí mismo  llegó a su colmo cuando en la oración se comparaba delante de Dios con un publicano que, escondido en un rincón, cerca de la entrada del templo, no se atrevía a levantar los ojos al cielo, se rompía el pecho con golpes  de pecho diciendo: ¡Dios mío! ten compasión de este pecador.
            El resultado fue que el publicano se marchó a su casa  justificadio y el fariseo no, porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.
            Consecuencias
1 La oración es buena cuando está bien hecha y santifica, como la que hizo el publicano, gran pecador   que oraba con los ojos bajos mirando al suelo, reconociendo su condición de pecador y pidiendo a Dios el perdón de sus pecados, y no la del fariseo que oraba presumiendo mentirosamente de virtudes que no  tenía.
            2 Es una equivocación y una mentira comparar la virtud de uno con la que tienen los demás, porque sólo Dios conoce la realidad de la bondad y malicia del hombre, y el hombre conoce estas realidades subjetivamente según es él o le parece.
3 La moralidad de los actos humanos depende del objeto, sus circunstancias, intención y fin por el que se hace. Por ejemplo: robar a los ricos para socorrer a los pobres es un mal que se hace para hacer un bien, pues no se puede hacer un mal para hacer un bien.

4  Orar es comunicarse con Dios para conseguir las gracias necesarias  para  la vida eterna, y no para mentir, hablar de las virtudes que no se tienen y leer a Dios la cartilla mintiendo. 

sábado, 19 de octubre de 2013

Domingo vigésimo noveno
Tiempo ordinario, Ciclo c
20 de Octubre
           
            La Sagrada Escritura  conduce a la salvación

            En la segunda lectura de la liturgia de la Palabra de este domingo, la Iglesia nos propone un trozo de la segunda carta del apóstol San Pablo a Timoteo, de la que elijo un epígrafe o sentencia para hacer un breve comentario: La Sagrada Escritura  conduce a la salvación.
            El Hijo Unigénito del Padre, Palabra de Dios para el hombre, le  reveló los misterios de la Santísima Trinidad, la naturaleza de la Redención y los medios necesarios para conseguir la salvación eterna  por medio de los profetas y evangelistas. Todo su contenido se encuentra en la Revelación oficial  de la Sagrada Escritura y Tradición de la Iglesia. Dios revela también a ciertos santos o a personas privadas algunos misterios o verdades, pero no son revelación pública y oficial de la Iglesia, que terminó con la muerte del apóstol San Juan, si no privada, no es fiable.
            Los profesores de las Universidades, Seminarios, Institutos, y Colegios de la Iglesia son intérpretes de la Revelación enseñada oficialmente por el Magisterio con explicaciones, sugerencias, pensamientos propios o de otros autores. Toda escritura, inspirada por Dios, es enseñanza de la verdad sobrenatural que no conoce la sabiduría humana; reprensión de los desordenes morales; corrección de los pecados, vicios y faltas; educación en el ejercicio de la virtud  y perfección evangélica en el camino de la santidad. El hombre equipado perfectamente con estas virtudes puede realizar toda obra buena.
            La lectura de la Palabra de Dios, aunque no se entienda, produce efectos espirituales sorprendentes, porque tiene fuerza mística en sí misma. Santa Teresa de Jesús se emocionaba algunas veces, cuando rezaba el breviario en latín, que no entendía, como si el contacto con la letra inspirada tocara las fibras del alma y le hiciera vibrar como las cuerdas de un violín, tocadas magistralmente  por un artista consumado.
             Por la fuerza que tiene en sí misma la Palabra de Dios, San Pablo a su discípulo Timoteo le mandaba: proclamar la Palabra de Dios, no como la recitación de una poesía o una pieza magistral de oratoria, sino con la fuerza espiritual que contiene en sí misma; insistir en la predicación de la Palabra de Dios a tiempo o destiempo con cabeza y prudencia; reprender caritativamente y buenos modales a los que se apartan de la Verdad; reprochar con humildad y caridad con la Palabra a los cristianos que se apartan de Dios por debilidad, ingenuidad o confusión y son moralmente recuperables; y exhortar con toda comprensión y pedagogía  a los que pueden ser aconsejados en el progreso de la perfección evangélica, y no lo hacen por desidia o falta de esfuerzo.
            La Sagrada Escritura es libro sagrado inspirado por Dios que juntamente con la Tradición de la Iglesia contienen las verdades eternas que el hombre necesita para ser feliz en la tierra con sacrificios y cruces  y desembocan en el Cielo donde todo es verdad, paz y alegría en el conocimiento pleno de  Dios y visión y gozo  por los siglos que no tienen fin.


sábado, 12 de octubre de 2013


Domingo vigésimo octavo
            Tiempo ordinario
            13 de Octubre

                                              
DIEZ  LEPROSOS Y JESÚS

COMENTARIO
La curación de los diez leprosos sucedió en el tercer año de la vida pública de Jesús, cuando se dirigía hacia Jerusalén para celebrar la última Pascua y consumar el sacrificio de la cruz. No sabemos más detalles de este milagro que la simple y sencilla narración que nos facilita el evangelista San Lucas (Lc 17,11-19).
  Sucedió que al pasar Jesús por un pueblo, cuyo nombre no dice el evangelista, en el que había una leprosería, salieron a su encuentro diez leprosos, que conocían de oídas a Jesús, como insigne predicador de la Nueva Noticia y taumaturgo, pues su fama se había extendido ya por todas partes. Y desde lejos, observando la legislación vigente, los diez gritaron con tonos descompasados: “Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros”. Habían perdido toda esperanza humana y no encontraban otra solución para su enfermedad incurable entonces que el milagro.
Jesús con su corazón humano, divinizado, al verlos se compadeció de ellos y les dijo: Id a los sacerdotes. Con estas palabras les dio a entender que se iban a curar, pues los sacerdotes eran los que extendían el certificado de curación  o el alta, como decimos hoy,  para que se pudieran integrar en la Sociedad. Tuvieron fe en su palabra, y todavía leprosos se pusieron en marcha; y sucedió que en el camino, quedaron limpios de la lepra. Uno de ellos, que era samaritano, enemigo de raza de los judíos,  al verse curado, echó a correr, loco de contento, en busca de Jesús, alabando a Dios a gritos y pregonando a los cuatros vientos que Jesús lo había curado. Y cuando lo encontró, se echó por tierra a sus pies, signo de humilde gratitud, dándole las gracias repetidas veces con palabras emocionadas, expresadas con espontaneidad y mímica desproporcionada. Jesús, al verlo en esa postura reverente, recorrió con su mirada el lugar donde se encontraba el samaritano, para ver si venían detrás los otros nueve; y, visiblemente entristecido,  dijo:
¿No han quedado limpios diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios? Y, apenado por la ingratitud de los otros nueve, conmocionado, dijo al leproso samaritano: Levántate, vete; tu fe te ha salvado. 
Este pasaje, tan psicológicamente humano, me sugiere tres temas que quiero tratar someramente: la Oración comunitaria, Haz el bien y no mires a quién, acción de gracias.  

ORACIÓN COMUNITARIA
Los diez leprosos tenían la misma enfermedad de la lepra, y juntos acudieron a Jesús a pedirle el milagro de la curación. Y Jesús como respuesta a esa petición comunitaria los curó. La oración comunitaria tiene ante Dios una fuerza tan grande que produce efectos sorprendentes y, a veces, milagrosos, porque “cuando dos o tres se reúnen en mi nombre, en medio de ellos estoy Yo”, dice Jesús en el Evangelio. También la oración personal tiene eficacia  para otros, pues  todo lo que un cristiano hace personalmente produce efectos comunitarios en el Cuerpo Místico de la Iglesia. 
Piensa que en tu oración y acción orante, otras muchas personas que tienen necesidades, enfermedades físicas o espirituales iguales, parecidas o mayores que las tuyas, se aprovechan de ellas, casi como si fueran propias, porque la savia de la gracia personal que circula por las venas de tu alma, se comunica por todos los miembros, del Cuerpo Místico de la Iglesia. Y aunque digas: Señor ten compasión de mí, equivale a decir: Señor, ten compasión de nosotros. De esta manera con tu oración nos sentimos más reforzados, y las gracias que pedimos al Señor para nosotros, las pedimos también para los demás.

HAZ EL BIEN Y NO MIRES A QUIÉN
Jesucristo, como Dios, sabía perfectamente que nueve de los diez leprosos  curados, no volverían a darle las gracias; y, a pesar de la ingratitud humana prevista, hizo a los diez el milagro, porque el bien hay que hacerlo sin mirar a quién.
La bondad infinita de Dios, que es Amor, se difunde a todos los hombres en la medida que a Él le parece en bien de cada uno de ellos. Así como el Señor hace salir el sol y llover para el bien de todos los hombres, buenos y malos, cuando le parece mejor, nosotros debemos hacer el bien a todos los que lo necesitan, sin mirar su condición moral. Como cristianos, debemos hacer siempre el bien que podamos  a todos, sin tener en cuenta el bien o el mal que hagan,  porque todo el bien que se hace al hombre se hace al mismo Cristo (Mt 25,40).  
 Cuando Jesús curó a los diez leprosos, sabía que sólo uno volvería a darle las gracias, y sin embargo, curó  a los diez, aunque los otros nueve no fueron agradecidos.  “Dios quiere que nos amemos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor” (1 Jn 4,7-8).

 Jesucristo nos enseñó a hacer el bien a quien nos hace mal, bendecir a quien nos maldice, perdonar a quien nos ofende (Mt 5,38-48). Hacer el bien por amistad, por simpatía, por ideal humano o político, nada más, es sacar al hombre fuera de su contesto cristiano. La mejor manera de  perdonar al enemigo es haciéndole bien con obras, palabras y pensamientos, y, sobre todo, con la oración, aunque se tengan que amordazar los instintos rebeldes de la sensibilidad, que pide correspondencia o venganza.  

 ACCIÓN DE GRACIAS
 El hombre depende totalmente  de Dios, Creador, por ser su criatura, e hijo de Dios, Padre.  De Dios todo lo hemos recibido, y, por tanto, todo lo que somos, tenemos, y valemos debe ser para Dios. La actitud del hombre  para con su Creador, Señor, y Padre, debe ser una permanente acción de gracias, porque siendo la nada, empezó a ser criatura, hijo de Dios, como Él quiso, según el plan eternamente concebido sobre la Creación y Redención.
   Recapitulemos algunas gracias que hemos recibido de Dios:

1 Gracias a Dios por haber nacido de unos padres concretos, en un lugar determinado y en una época precisa.
2 Gracias a Dios por el bautismo que hemos recibido y por haber sido educados en ambientes cristianos.
 3 Gracias, Señor, por las personas que pusiste en nuestro camino para que pudiéramos vivir la vocación bautismal cristiana.
 4 Gracias, Señor, por el Colegio, Parroquia, Centro cristiano que nos ayudaron a formarnos en el compromiso bautismal.
 5 Gracias por todo lo que me sucedió en mi viaje hacia la eternidad.
 6 Gracias a quienes nos han hecho el bien y  no les hemos dado las gracias por inconsciencia, negligencia u olvido.





sábado, 5 de octubre de 2013

            Domingo vigésimo séptimo
            Tiempo ordinario, ciclo C

           
“Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”.

El evangelio de este domingo nos habla de la virtud cristiana de la fe, basada en la esperanza que desemboca en la caridad, la más perfecta de todas las virtudes. Es tan importante que la palabra de Dios nos dice con hipérbole que el que la tiene profundamente tiene capacidad para hacer que una morera se arranque de raíz  del suelo  y se plante en el mar. La fe es un don divino, absolutamente necesaria para conseguir el Reino de los Cielos, que cambia la óptica de la visión verdadera de las cosas, haciendo que se vean con los ojos de Dios.  Sustancialmente consiste en la fiel obediencia a la voluntad divina, manifestada en el cumplimiento de los mandamientos y en la aceptación resignada o alegre de todo lo que sucede.  

            El fin supremo del hombre, la obra más perfecta del globo terráqueo, es la síntesis de todas las perfecciones creadas, porque contiene algo material, algo vegetal, algo espiritual y algo divino, Esta obra maestra de perfección tiene el fin supremo de glorificar a Dios, utilizando los bienes de la tierra, de los que es administrador, en orden a conseguir la vida eterna en el Cielo. De lo que se deduce que debe usarlos tanto cuanto le ayude a cumplir la voluntad de Dios, y mediante esto conseguir el Reino de los Cielos, meta final de felicidad eterna. Cuando los hombres hacemos lo que está mandado, que es lo que tenemos que hacer somos unos pobres siervos  Luego la fe es creencia en Dios, vivencia de lo que Él quiere, y cumplimiento de lo que se tiene que hacer.