Domingo vigésimo octavo
Tiempo ordinario
13 de Octubre
DIEZ LEPROSOS Y JESÚS
COMENTARIO
La curación de los diez leprosos sucedió en el
tercer año de la vida pública de Jesús, cuando se dirigía hacia Jerusalén para
celebrar la última Pascua y consumar el sacrificio de la cruz. No sabemos más
detalles de este milagro que la simple y sencilla narración que nos facilita el
evangelista San Lucas (Lc 17,11-19).
Sucedió que
al pasar Jesús por un pueblo, cuyo nombre no dice el evangelista, en el que
había una leprosería, salieron a su encuentro diez leprosos, que conocían de
oídas a Jesús, como insigne predicador de la Nueva Noticia y taumaturgo, pues
su fama se había extendido ya por todas partes. Y desde lejos, observando la
legislación vigente, los diez gritaron con tonos descompasados: “Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros”.
Habían perdido toda esperanza humana y no encontraban otra solución para su
enfermedad incurable entonces que el milagro.
Jesús con su corazón humano, divinizado, al verlos
se compadeció de ellos y les dijo: Id a
los sacerdotes. Con estas palabras les dio a entender que se iban a curar,
pues los sacerdotes eran los que extendían el certificado de curación o el alta, como decimos hoy, para que se pudieran integrar en la Sociedad.
Tuvieron fe en su palabra, y todavía leprosos se pusieron en marcha; y sucedió
que en el camino, quedaron limpios de la lepra. Uno de ellos, que era
samaritano, enemigo de raza de los judíos,
al verse curado, echó a correr, loco de contento, en busca de Jesús,
alabando a Dios a gritos y pregonando a los cuatros vientos que Jesús lo había
curado. Y cuando lo encontró, se echó por tierra a sus pies, signo de humilde
gratitud, dándole las gracias repetidas veces con palabras emocionadas,
expresadas con espontaneidad y mímica desproporcionada. Jesús, al verlo en esa
postura reverente, recorrió con su mirada el lugar donde se encontraba el
samaritano, para ver si venían detrás los otros nueve; y, visiblemente entristecido, dijo:
¿No han quedado limpios diez?; los otros nueve, ¿dónde
están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios? Y, apenado por
la ingratitud de los otros nueve, conmocionado, dijo al leproso samaritano: Levántate, vete; tu fe te ha salvado.
Este pasaje,
tan psicológicamente humano, me sugiere tres temas que quiero tratar
someramente: la Oración comunitaria,
Haz el bien y no mires a quién, acción de
gracias.
ORACIÓN
COMUNITARIA
Los diez leprosos tenían la misma enfermedad de la
lepra, y juntos acudieron a Jesús a pedirle el milagro de la curación. Y Jesús
como respuesta a esa petición comunitaria los curó. La oración comunitaria
tiene ante Dios una fuerza tan grande que produce efectos sorprendentes y, a
veces, milagrosos, porque “cuando dos o
tres se reúnen en mi nombre, en medio de ellos estoy Yo”, dice Jesús en el
Evangelio. También la oración personal tiene eficacia para otros, pues todo lo que un cristiano hace personalmente
produce efectos comunitarios en el Cuerpo Místico de la Iglesia.
Piensa que en tu oración y acción orante, otras
muchas personas que tienen necesidades, enfermedades físicas o espirituales
iguales, parecidas o mayores que las tuyas, se aprovechan de ellas, casi como
si fueran propias, porque la savia de la gracia personal que circula por las
venas de tu alma, se comunica por todos los miembros, del Cuerpo Místico de la
Iglesia. Y aunque digas: Señor ten
compasión de mí, equivale a decir: Señor,
ten compasión de nosotros. De esta manera con tu oración nos sentimos más
reforzados, y las gracias que pedimos al Señor para nosotros, las pedimos
también para los demás.
HAZ EL BIEN Y NO MIRES A QUIÉN
Jesucristo, como Dios, sabía perfectamente que nueve
de los diez leprosos curados, no
volverían a darle las gracias; y, a pesar de la ingratitud humana prevista,
hizo a los diez el milagro, porque el
bien hay que hacerlo sin mirar a quién.
La bondad infinita de Dios, que es Amor, se difunde
a todos los hombres en la medida que a Él le parece en bien de cada uno de
ellos. Así como el Señor hace salir el sol y llover para el bien de todos los
hombres, buenos y malos, cuando le parece mejor, nosotros debemos hacer el bien
a todos los que lo necesitan, sin mirar su condición moral. Como cristianos,
debemos hacer siempre el bien que podamos
a todos, sin tener en cuenta el bien o el mal que hagan, porque todo el bien que se hace al hombre se
hace al mismo Cristo (Mt 25,40).
Cuando Jesús
curó a los diez leprosos, sabía que sólo uno volvería a darle las gracias, y
sin embargo, curó a los diez, aunque los
otros nueve no fueron agradecidos. “Dios quiere que nos amemos unos a otros, ya
que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios. Quien no ama no ha
conocido a Dios, porque Dios es Amor” (1 Jn 4,7-8).
Jesucristo nos enseñó a hacer el bien a quien nos
hace mal, bendecir a quien nos maldice, perdonar a quien nos ofende (Mt 5,38-48). Hacer el bien por amistad, por simpatía, por ideal humano o político,
nada más, es sacar al hombre fuera de su contesto cristiano. La mejor manera
de perdonar al enemigo es haciéndole
bien con obras, palabras y pensamientos, y, sobre todo, con la oración, aunque
se tengan que amordazar los instintos rebeldes de la sensibilidad, que pide
correspondencia o venganza.
ACCIÓN DE
GRACIAS
El hombre depende totalmente de Dios, Creador, por ser su criatura, e hijo
de Dios, Padre. De Dios todo lo hemos
recibido, y, por tanto, todo lo que somos, tenemos, y valemos debe ser para
Dios. La actitud del hombre para con su
Creador, Señor, y Padre, debe ser una permanente acción de gracias, porque
siendo la nada, empezó a ser criatura, hijo de Dios, como Él quiso, según el
plan eternamente concebido sobre la Creación y Redención.
Recapitulemos algunas gracias que hemos recibido de Dios:
1 Gracias a
Dios por haber nacido de unos padres concretos, en un lugar determinado y en
una época precisa.
2 Gracias a
Dios por el bautismo que hemos recibido y por haber sido educados en ambientes
cristianos.
3 Gracias, Señor, por las personas que
pusiste en nuestro camino para que pudiéramos vivir la vocación bautismal
cristiana.
4 Gracias, Señor, por el Colegio,
Parroquia, Centro cristiano que nos ayudaron a formarnos en el compromiso
bautismal.
5 Gracias por todo lo que me sucedió en mi viaje
hacia la eternidad.
6 Gracias a quienes nos han hecho el bien
y no les hemos dado las gracias por
inconsciencia, negligencia u olvido.
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