Domingo
vigésimo séptimo
Tiempo
ordinario, ciclo C
“Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: somos unos pobres siervos,
hemos hecho lo que teníamos que hacer”.
El evangelio de este domingo nos habla de la virtud
cristiana de la fe, basada en la esperanza que desemboca en la caridad, la más
perfecta de todas las virtudes. Es tan importante que la palabra de Dios nos
dice con hipérbole que el que la tiene profundamente tiene capacidad para hacer
que una morera se arranque de raíz del
suelo y se plante en el mar. La fe es un
don divino, absolutamente necesaria para conseguir el Reino de los Cielos, que
cambia la óptica de la visión verdadera de las cosas, haciendo que se vean con
los ojos de Dios. Sustancialmente
consiste en la fiel obediencia a la voluntad divina, manifestada en el
cumplimiento de los mandamientos y en la aceptación resignada o alegre de todo
lo que sucede.
El
fin supremo del hombre, la obra más perfecta del globo terráqueo, es la síntesis
de todas las perfecciones creadas, porque contiene algo material, algo vegetal,
algo espiritual y algo divino, Esta obra maestra de perfección tiene el fin
supremo de glorificar a Dios, utilizando los bienes de la tierra, de los que es
administrador, en orden a conseguir la vida eterna en el Cielo. De lo que se
deduce que debe usarlos tanto cuanto le ayude a cumplir la voluntad de Dios, y
mediante esto conseguir el Reino de los Cielos, meta final de felicidad eterna.
Cuando los hombres hacemos lo que está mandado, que es lo que tenemos que hacer
somos unos pobres siervos Luego la fe es
creencia en Dios, vivencia de lo que Él quiere, y cumplimiento de lo que se tiene
que hacer.
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