DOMINGO
CUARTO DE ADVIENTO
La tentación de San José
La Virgen María tuvo
que hacer un viaje a Ain-Karin a casa del sacerdote
Zacarías, esposo de Isabel, su pariente, con el fin de atender a su prima,
anciana, en su embarazo milagroso, poco antes del nacimiento de su hijo Juan, el
Bautista. Cuando María regresó de su viaje a Nazaret, San José observó pronto
que su esposa, María, estaba rara, distinta a como era Ella. Su cuerpo estaba
un poco deformado, su rostro pálido, demacrado, y sus ojos habían perdido el
brillo y la viveza de siempre, quedando con una mirada perdida. Entristecido, la
observaba y cada veía en Ella signos de maternidad evidente. ¿Qué habrá pasado?
¿Será por el cambio de aires de la montaña? ¿Por las inclemencias del largo
viaje? ¿Por el cansancio agotador del trabajo en la atención a su prima Isabel
y al servicio de la casa de Zacarías? Por más que la miraba y remiraba con
discreción y prudencia, cada vez se
convencía más de un evidente embarazo. San José sufrió la mayor de las
tentaciones que puede tener en esta vida un esposo puro y casto, al ver a
su esposa embarazada, siendo, pura como
un ángel. ¿Violación en el viaje de
Nazaret a Ain Karin? ¡Qué horror! ¡Imposible! María se lo hubiera dicho para
desahogarse con él, como sucede en estos casos, incluso con el fin de acudir,
si fuera necesario, a la justicia para defender los propios derechos y castigar
gravemente este pecado social y religioso.
José lo pasó francamente mal, muy
mal. Acudió con fuerza inusitada a la oración, o mejor dicho todo su tiempo se
convirtió en una oración atormentada, angustiosa, nerviosa, sin poder conciliar
su atención ni siquiera en sueños, porque no tenía motivos para desconfiar
de María. El entendimiento, alborotado,
que tanto discurre en estas cosas, razonaba sobre el problema sin encontrar
argumento para justificar la evidente maternidad de María. Así estuvo turbado,
llorando, con el corazón hecho añicos de dolor, y el pensamiento atormentado,
sin saber qué decisión tomar.
Por fin, como una solución extrema,
pensó conceder legalmente a su esposa el libelo de repudio, como nos relata el
Evangelio: antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra
del Espíritu Santo, José, su esposo, como era justo y no quería difamarla,
decidió repudiarla en privado (Mt 1,18-
19). El libelo
era una especie de ley de divorcio, tolerada por Moisés, que al principio
no existió, que escribió este precepto (del divorcio) por la
dureza de los corazones. Pero al
principio no fue así" (Mc 10,5-6). En virtud de
esta norma de excepción, se permitía al marido escribir una carta de repudio a
su mujer, cuando ella había cometido un pecado escandaloso. En este caso la
esposa tenía que abandonar la casa, y podía volverse a casar de nuevo. "Si un hombre se casa con una mujer y
luego no le gusta por haber encontrado en ella algo indecente, le dará por escrito
un certificado de divorcio y la echará de casa. Una vez fuera de casa, esta
mujer puede casarse con otro" (Dt 24,1-2).
Pero esta atormentada tentación le
parecía injusta, pues era culpar a su esposa de un pecado que no había
cometido, sin saber la razón del embarazo. ¿Por qué José guardó silencio
absoluto ante la evidente maternidad de María en la que él no tenía parte
alguna? ¿No hubiera sido mejor dialogar santamente con su esposa para poner
sobre el tapete todas las cosas? Hablar
con María sobre este tema le era violento, y es comprensible. ¿Qué pensar? ¿Qué hacer...?
Tampoco se puede entender
humanamente por qué María no comunicó a su esposo el misterio de la concepción
virginal de Jesús en su seno, por obra del Espíritu Santo ¿Por qué permitió que
José, su amadísimo esposo, fuera tremendamente tentado por esta causa. ¿Por qué
con su silencio le ocasionó aquella agonía que le torturaba el pensamiento,
mortificaba su imaginación y le hacía sangrar de pena su casto corazón? ¿Por
qué consintió que tuviera numerosas cavilaciones, lógicas tentaciones
justificadas y dolorosas angustias? ¿No hubiera sido mejor haber comunicado a
José, que era un hombre bueno, justo, santo, la revelación del ángel y los
planes de Dios?: María habría concebido el
misterio realizado por obra del Espíritu Santo.
Los
misterios de Dios, realidades sobrenaturales que superan la razón humana, no se
pueden entender nada más que con la fe, potencia sobrenatural que da la
capacidad de creer las verdades reveladas, que humanamente no se entienden. María
guardó silencio absoluto sobre la concepción virginal de Jesús, porque sabía,
por inspiración divina, que Dios revelaría a José el secreto de este misterio.
Y así sucedió, como sabemos por el evangelio de San Lucas: “Mira, la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrás
por nombre Emmanuel, que significa Dios con nosotros”. Cuando José se despertó,
hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer. José, hombre de fe, creyó la palabra del
ángel, y celebró con María la boda solemne.
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