sábado, 21 de diciembre de 2013

DOMINGO CUARTO DE ADVIENTO
La tentación de San José
           
            La Virgen  María  tuvo que hacer un viaje a  Ain-Karin a casa del sacerdote Zacarías, esposo de Isabel, su pariente, con el fin de atender a su prima, anciana, en su embarazo milagroso, poco antes del nacimiento de su hijo Juan, el Bautista. Cuando María regresó de su viaje a Nazaret, San José observó pronto que su esposa, María, estaba rara, distinta a como era Ella. Su cuerpo estaba un poco deformado, su rostro pálido, demacrado, y sus ojos habían perdido el brillo y la viveza de siempre, quedando con una mirada perdida. Entristecido, la observaba y cada veía en Ella signos de maternidad evidente. ¿Qué habrá pasado? ¿Será por el cambio de aires de la montaña? ¿Por las inclemencias del largo viaje? ¿Por el cansancio agotador del trabajo en la atención a su prima Isabel y al servicio de la casa de Zacarías? Por más que la miraba y remiraba con discreción  y prudencia, cada vez se convencía más de un evidente embarazo. San José sufrió la mayor de las tentaciones que  puede tener  en esta vida un esposo puro y casto, al ver a su esposa  embarazada, siendo, pura como un ángel.  ¿Violación en el viaje de Nazaret a Ain Karin? ¡Qué horror! ¡Imposible! María se lo hubiera dicho para desahogarse con él, como sucede en estos casos, incluso con el fin de acudir, si fuera necesario, a la justicia para defender los propios derechos y castigar gravemente este pecado social y religioso.
            José lo pasó francamente mal, muy mal. Acudió con fuerza inusitada a la oración, o mejor dicho todo su tiempo se convirtió en una oración atormentada, angustiosa, nerviosa, sin poder conciliar su atención ni siquiera en sueños, porque no tenía motivos para desconfiar de  María. El entendimiento, alborotado, que tanto discurre en estas cosas, razonaba sobre el problema sin encontrar argumento para justificar la evidente maternidad de María. Así estuvo turbado, llorando, con el corazón hecho añicos de dolor, y el pensamiento atormentado, sin saber qué decisión tomar. 
            Por fin, como una solución extrema, pensó conceder legalmente a su esposa el libelo de repudio, como nos relata el Evangelio: antes de vivir juntos,  resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo, José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado (Mt 1,18- 19).  El libelo era una especie de ley de divorcio, tolerada por Moisés, que al principio no existió, que  escribió este precepto (del divorcio) por la dureza de los  corazones. Pero al principio no fue así" (Mc 10,5-6). En virtud de esta norma de excepción, se permitía al marido escribir una carta de repudio a su mujer, cuando ella había cometido un pecado escandaloso. En este caso la esposa tenía que abandonar la casa, y podía volverse a casar de nuevo. "Si un hombre se casa con una mujer y luego no le gusta por haber encontrado en ella algo indecente, le dará por escrito un certificado de divorcio y la echará de casa. Una vez fuera de casa, esta mujer puede casarse con otro" (Dt 24,1-2).
            Pero esta atormentada tentación le parecía injusta, pues era culpar a su esposa de un pecado que no había cometido, sin saber la razón del embarazo. ¿Por qué José guardó silencio absoluto ante la evidente maternidad de María en la que él no tenía parte alguna? ¿No hubiera sido mejor dialogar santamente con su esposa para poner sobre el tapete   todas las cosas? Hablar con María sobre este tema le era violento, y es comprensible.  ¿Qué pensar? ¿Qué hacer...?
            Tampoco se puede entender humanamente por qué María no comunicó a su esposo el misterio de la concepción virginal de Jesús en su seno, por obra del Espíritu Santo ¿Por qué permitió que José, su amadísimo esposo, fuera tremendamente tentado por esta causa. ¿Por qué con su silencio le ocasionó aquella agonía que le torturaba el pensamiento, mortificaba su imaginación y le hacía sangrar de pena su casto corazón? ¿Por qué consintió que tuviera numerosas cavilaciones, lógicas tentaciones justificadas y dolorosas angustias? ¿No hubiera sido mejor haber comunicado a José, que era un hombre bueno, justo, santo, la revelación del ángel y los planes de Dios?: María habría concebido  el misterio realizado por obra del Espíritu Santo.

            Los misterios de Dios, realidades sobrenaturales que superan la razón humana, no se pueden entender nada más que con la fe, potencia sobrenatural que da la capacidad de creer las verdades reveladas, que humanamente no se entienden. María guardó silencio absoluto sobre la concepción virginal de Jesús, porque sabía, por inspiración divina, que Dios revelaría a José el secreto de este misterio. Y así sucedió, como sabemos por el evangelio de San Lucas: “Mira, la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Emmanuel, que significa Dios con nosotros”. Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer.  José, hombre de fe, creyó la palabra del ángel, y celebró con María la boda solemne.

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