sábado, 7 de diciembre de 2013



SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO
            “Convertíos porque está cerca el Reino de los Cielos”

El evangelio de este domingo nos expone la figura del profeta San Juan Bautista, el precursor del Mesías, que profetizó con precisión histórica en rasgos generales la conversión, tema que voy a  tratar en este capítulo.
¿Qué es la conversión?
La conversión en sentido cristiano es cambio de vida espiritual: de una vida de infidelidad a una vida de fe; de una vida de pecado a una vida de gracia; de una vida de gracia a una vida de santidad en diversos grados. Todos los cristianos hasta, los mismos santos, tenemos que convertirnos en virtud del bautismo perfeccionando cada día más nuestra vida cristiana. La conversión  proviene inicialmente de la gracia del Espíritu Santo y consecuentemente de la colaboración del hombre consciente y libre  en cualquier edad y estado de la vida civil en que se encuentre. Todos los demás hombres, no cristianos,  tienen también que convertirse por las suplencias del bautismo,  en virtud de la omnipotente sabiduría infinita y misericordiosa  de Dios.  
            Medios cristianos para la conversión
Son muchos los medios que tenemos para convertirnos: cristianos y no cristianos. Los cristianos: la oración que es el trato personal con Dios, como cada uno sabe y puede, y no como quiere, con miserias, debilidades, distracciones, cualidades, virtudes y defectos. La oración es la omnipotencia del hombre que diviniza y cambia su debilidad en fortaleza para conseguir la vida sobrenatural, que el hombre no puede con sus propias fuerzas naturales.     La oración siendo  también un acto humano es valiosa y fructuosa, aunque se haga con involuntarias distracciones.  El cocinero mientras prepara la comida con idas y venidas de su imaginación por muchos sitios hace  comidas ricas y apetitosas. Orar en subido éxtasis, en alta contemplación, como Santa Teresa de Jesús es una exclusiva de determinados místicos. También se hace oración con el examen de conciencia,  escuchando la palabra de Dios. Si no nos asesoramos de maestros experimentados o santos hacemos caso a un tonto que se tiene por listo.

8 DE DICIEMBRE
INMACULADA CONCEPCIÓN
DE SANTA MARÍA VIRGEN

Inmaculada, fundamento de la Mariología

La Inmaculada Concepción es el fundamento de la Mariología, como nos dice el prefacio en la liturgia de la misa de la solemnidad de la Inmaculada Concepción: “Porque preservaste a la Virgen María de toda mancha de pecado original, para que en la plenitud de la gracia fuese digna madre de su Hijo… Purísima había de ser, Señor, la Virgen que nos diera el cordero que quita el pecado del mundo. Purísima la que, entre todos los hombres, es abogada de gracia y ejemplo de santidad”.
María ideada por Dios, tenía que ser una mujer única, excepcional, Virgen, ornamentada de todas las virtudes y dones del Espíritu Santo, íntimamente unida a su Hijo Redentor, como Corredentora, modelo y primicia de todos los creyentes; y terminado el curso de su vida en la Tierra, resucitada, gloriosa en los Cielos,  y con Cristo Rey, Reina y Señora de todo lo creado. 
La palabra Inmaculada en su sentido teológico significa no manchada del pecado original ni personal. María, por gracia y  un  privilegio excepcional y único de Dios omnipotente, en atención a los méritos previstos de Jesucristo Redentor, fue preservada de culpa original en el primer instante de su concepción. En las palabras con que el arcángel San Gabriel saludó a María, “llena de gracia”, se entiende que tenía la plenitud de gracias que necesitaba para cumplir su misión en la Tierra: Madre de Dios, Madre de la Iglesia y Corredentora del género humano. En este calificativo  estaban incluidas todas las virtudes y la total y plena posesión de los dones del Espíritu Santo en su máxima perfección creada. Inmaculada no significa sólo ni principalmente Pura, aunque también, sino más bien Santísima  en su dimensión total.

Historia de la Inmaculada
            La Inmaculada Concepción de María ha sido siempre una constante creencia en la historia de la Iglesia. En los primeros siglos hasta el Concilio de Éfeso (año 431) se la veneraba especialmente con los calificativos de santa, inocente, purísima, intacta, incorruptible, inmaculada en sentido  de santidad única y especial. Esta fe popular en la Inmaculada se fue extendiendo poco a poco hasta el siglo VIII, época en que se empezó a celebrar una fiesta especial en su honor en algunas Iglesias de Oriente, después en Inglaterra, España, Francia y  Alemania.
Las grandes controversias surgieron en los siglos XII-XIV en los que San Bernardo, San Anselmo, y los grandes teólogos escolásticos, como San Buenaventura, San Alberto Magno, incluso Santo Tomás de Aquino, pusieron en duda la Inmaculada de María, por la dificultad de conciliar el dogma de la redención universal de todos los hombres con la Inmaculada concepción de María, que como ser humano, descendiente de Adán, lógicamente debería contraer el pecado original y ser redimida por Cristo. Por fin, el Papa Pío IX, teniendo en cuenta la revelación de la Tradición de la Iglesia, el 8 de Diciembre de 1854 definió como dogma de fe la Inmaculada Concepción de la Virgen con estas palabras: “La beatísima Virgen María, en el primer instante de su concepción, por gracia y privilegio singular de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original”.
Los teólogos desde entonces  solucionan la aparente contradicción de la Inmaculada, sin pecado, con la redención de todos los hombres, diciendo que María fue redimida del pecado  por Cristo con una redención preventiva, impidiendo que contrajera el pecado original. Porque fue creada por Dios Inmaculada para ser Madre de Dios y de todos los hombres, Virgen y Corredentora del género humano.  






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