DOMINGO
TERCERO DE ADVIENTO
“Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor”
Paciencia
El apóstol Santiago nos habla de la virtud de la paciencia
y nos la propone en la segunda lectura de la liturgia de la Palabra en este
domingo del ciclo A.
La paciencia es
una parte fundamental de la virtud cardinal de la fortaleza, muy necesaria para
la vida humana y cristiana, porque el trato con los demás nos ofrece muchas
oportunidades para ejercitar esta santa virtud, porque siempre vivimos en
comunidad familiar, laboral, amistosa, vecinal y circunstancial.
En la familia
todos somos de un mismo vientre y
cada uno diferente por naturaleza y personalidad; diferentes en la manera de ser, pensar, obrar: diferentes en
gustos, caprichos, incluso en ejercer
las virtudes. También son diferentes los miembros de una misma familia religiosamente
consagrada con un mismo carisma por la
convivencia Esto supone dificultades, sacrificios y roces en el trato que hacen
sufrir y también facilitan oportunidades
para santificación.
Son incontables los sufrimientos que acarrea la convivencia laboral por las injusticias
que se cometen en el trabajo y favoritismos arbitrarios que suceden. Cuando la familia laboral se utiliza para el
egoísmo causa y ocasiona contrariedades, disgustos y también medios para
ejercitar la virtud de la paciencia.
En el trato o amistad con los vecinos que buscan el
bien personal, y no el comunitario, existen circunstancias, a veces tontas, por
la manera de ser y egoísmos que hacen surgir oportunidades múltiples para ejercitar
la paciencia.
La paciencia es buena y santificadora cuando se
aprovechan las penitencias circunstanciales
del frío, del calor e imprevistos que ocurren inesperadamente, que ponen a
prueba la paciencia. Si de todas maneras hay que sufrir inevitablemente muchas
veces, estas contrariedades, mejor es aguantarlas con paciencia, porque con
ellas se merece Cielo, y sin ella se sufre
tontamente.
Ventajas
del ejercicio de la virtud de la paciencia
-
Aceptación de la voluntad de Dios
El ejercicio de la paciencia, como norma de santidad,
ayuda a aceptar la voluntad de Dios en
las cosas que no se quieren, molestan y ofenden
como medios de santificación, imitando a Jesús que tantas veces sufrió
muchos males para redimirnos, por parte de los partidos políticos y religiosos
hasta el extremo de ser azotado, coronado de espinas y crucificado, siendo
inocente, pena reservada a los más facinerosos de su tiempo.
-
Reparación de nuestros pecados
El fin por el que Jesús sufrió tantos e inimaginables
sufrimientos con extrema paciencia, sobrehumana, divina, fue la redención de
todos los hombres, símbolo de los que sufren con paciencia redimiendo y
santificando a los hombres en el mundo.
- Imitación
de la paciencia de Jesús y de su Madre, Santa María de los Dolores y de la
Soledad
La actitud paciente de Jesús y de su Madre, la Virgen de los Dolores, ante el dolor,
redimiendo y corredimiendo respectivamente, a la Humanidad es modelo vivo de
paciencia para los que sufren. Porque la paciencia en el dolor comunitariamente
corredime y santifica a todos los hombres de la Iglesia.
A la virtud de la paciencia se opone el defecto de la
impaciencia que se manifiesta con quejas, murmuraciones, desesperación. Es
inútil sufrir en balde, sin utilidad, mientras que la paciencia en el
sufrimiento reporta consuelo y esperanza de la vida eterna.
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