“Estad. preparados, porque a la hora que menos penséis,
viene el Hijo del Hombre”
La Historia de la Revelación en la parte dogmática nos enseña, entre
otras muchas verdades, que la muerte es consecuencia del misterio del pecado
original, porque “Dios no es un Dios de muertos sino de vivos” (Lc 20,38); y
Jesucristo, que es Dios y hombre, en el Evangelio nos afirma: Yo soy, el
camino, la vedad y la Vida. No un camino, uno más entre los muchos que existen,
sino el Camino, único, en el que desembocan todos los caminos verdaderos y buenos;
ni una verdad más, sino la Verdad, con artículo determinado, exclusivo, pues
las otras verdades múltiples, grandes y pequeñas, están subordinas la Verdad
eterna (Jn 14,6).
La
muerte, catástrofe del hombre, no puede venir de Dios, sino misteriosamente del
pecado de Adán, que tantos males han traído traen y traerán al mundo hasta el
fin de los tiempos. ¿Por qué? La fe nos dice que en la providencia eterna de la
creación del hombre Dios previó que Adán, el primer hombre, creado en santidad
y justicia en un estado sobrenatural de gracia con dones preternaturales de
inmunidad al dolor, inmortalidad e integridad, tentado por el demonio,
cometería inimaginablemente el pecado original, causa de todos los males del
mundo. Y a la vez, previó la solución a este problema: la Redención.
En mutuo
consenso de las tres divinas Personas, Dios determinó que el Hijo, la Segunda
Persona de la Santísima Trinidad, sin dejar de ser Dios, se encarnaría en una
mujer especial, única, llamada María, Inmaculada, Madre de Jesucristo, Dios,
Redentor para que juntamente con Él fuera Corredentora del género humano. En
efecto, el Hijo de Dios en su tiempo asumió la naturaleza humana de la Virgen
María; fue engendrado no por obra de varón sino del Espíritu Santo y se
hizo hombre en todo menos en pecado; nació virginalmente de Santa María
Virgen; vivió, siendo también Dios, padeció y murió como todo hombre, y
resucitó para ser modelo de todos los hombres. ¿Qué hubiera sido mejor
que el hombre no pecara, y superada la prueba que Dios le puso a Adán en el
Paraíso, fuera trasladado al Cielo, o como sucedieron las cosas con el pecado y
la Redención? Entre las muchas posibilidades pienso que la Redención fue la
mejor, pues ocasionó la oportunidad de que Dios se hiciera hombre para que
el hombre se hiciera dios. El hecho del pecado original que tantos males ha
causado, causa y causará hasta el fin de los tiempos han sido son y serán menos
males que bienes, porque la mayoría de los pecados que se han cometido, se
cometen y se cometerán en la Historia de la salvación son males
materiales, no formales, con finalidad de bienes últimos, y no
ofensas a Dios. Y tener a Dios, hecho hombre, desde que fue engendrado
hasta toda la eternidad, como centro y fin de la Creación, es una realidad
inimaginable que no se puede agradecer.
¿La muerte para el hombre es un bien o un mal? ¿Hay que temerla, desearla
o esperarla?
La muerte es un bien humano para quien sufre sin fe ni esperanza, porque
es dejar de sufrir; un mal para el creyente pecador que vive habitualmente de
espaldas a Dios, porque puede condenarse; y un bien para quien vive
siempre en gracia, como si en cualquier momento tuviera que morir, haciendo que
su vida sea una muerte lenta con la esperanza en la vida eterna con Dios;
la desea el santo que trabaja con todas sus fuerzas por ver a Dios y gozar de
Él en plenitud por toda la eternidad. Por
consiguiente, todos los que vivimos tenemos que estar preparados para
cuando llegue el Hijo del hombre que vendrá cuando menos lo pensemos.
La
vida debe ser una espera gozosa, sin miedos ni complejos, evitando todo pecado,
y llena de obras santas, esperando la llegada del Señor, Cuando abramos los
ojos en la otra vida, todo va a ser agradable sorpresa, porque la realidad de
las verdades eternas va a ser mejor que pensamos en este mundo. Todo va a
ser distinto, porque las cosas no se conocerán humanamente desde la fe, sino
desde la visión sobrenatural con conceptos divinos. Los misterios que ahora
creemos con fe serán evidencias de visión celeste. El mal y el
bien, el pecado, la ofensa y la gracia se verán como realmente son a los
ojos de Dios, que evalúa todas las cosas con infinita sabiduría de
misericordia, teniendo en cuenta las miserias del hombre, frágil,
imperfecto, desequilibrado, miserable con infinitas secuelas físicas,
psíquicas, que son inculpables. Estoy personalmente convencido de que la
Redención tiene que ser un triunfo, un éxito y no un fracaso, y la mayor
parte de los hombres, hijos de Dios se salvan.
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