Domingo vigésimo segundo
Tiempo ordinario, ciclo c
1 de Septiembre
“El que se enaltece será
humillado, y el que se humilla será enaltecido” (Lc 14,11).
Nos cuenta
San Lucas que Jesús entró un sábado a
comer a casa de uno de los principales fariseos
y todos estaban espiando su comportamiento, mientras que Él observaba
que los comensales escogían los primeros puestos en la mesa. Reprochando
interiormente este comportamiento, enseñó a sus discípulos a observar cada uno
el puesto que le corresponde en la Sociedad y a ser humildes, porque el que se enaltece será humillado, y el que
se humilla será enaltecido. Estas palabras me ofrecen una oportunidad para
hablar de la virtud de la humildad.
Naturaleza
de la humildad
Virtud de
la humildad
La humildad, fruto de la humillación
Naturaleza de la humildad
La humildad no es una cualidad humana
temperamental, la manera de ser de una persona: calladita, apocada, tímida,
débil de carácter, pobre, pues la manera natural de ser no define su virtud. Se
puede ser humilde con cualquier temperamento; ni tampoco es un estado social de
pobreza o un puesto insignificante en la
Sociedad.
“La humildad, en cuanto virtud especial, mira principalmente a la
sujeción del hombre a Dios, por el cual se somete también a los demás humillándose
ante ellos”,
dice Santo Tomás de Aquino (II-II 161,
1-5). La
humildad es una virtud natural o sobrenatural. Santa Teresa de Jesús la define
con estas palabras profundamente teológicas con sentido práctico: “Humildad es
andar en verdad” (Mor. Sexta
10,7), En verdad somos lo que somos
delante de Dios, pues delante de los hombres parecemos. Estructuralmente
somos la nada, y personalmente miseria, debilidad y pecado. “El hombre ve las apariencias, y Dios ve el corazón” (I Sm 16,7). Eres, en verdad, un pecador con cualidades, defectos y virtudes que
has recibido de Dios o con su gracia.
La humildad se fundamenta en el
conocimiento propio, que uno tiene de sí mismo en relación a Dios. Cuando uno
se conoce a sí mismo a fondo, se humilla, porque comprueba la grandeza y
fortaleza de Dios en relación con su pequeñez y debilidad. Quien se mira a sí
mismo desde la cima de Dios Altísimo, siente el vértigo de su propia miseria.
Arrójate con los ojos cerrados a los brazos de Dios Padre, infinitamente sabio
y santo, y caerás en los brazos de Cristo crucificado.
La humildad no es ciertamente la
principal de las virtudes, que es la caridad, pero es el fundamento de todas
ellas. Lo que es el cimiento al edificio es la humildad a la santidad:
principio de unidad y consistencia de todas las virtudes. Si quieres tener
santidad de rascacielos, necesitas tener humildad de cimentación de subsuelo.
Virtud de la humildad
Sé humilde delante de Dios en la
oración y delante de los hombres en la acción, con virtuoso temperamento,
siendo tú mismo. No te importe demasiado lo que puedas parecer. “Vale más un acto de humildad que toda la
ciencia del mundo”, dice Santa Teresa de Jesús (Vida 15, 8).
No me gusta el estilo de ser
humilde que tienes: tirarte por tierra,
porque puede ser o parecer una artimaña vanidosa de explotar tu amor propio. Procede con sencillez
y no te eches flores a la cara ni te tires tierra sobre las espaldas.
Las alabanzas y vituperios ni envanecen ni humillan al que es verdaderamente
humilde, porque se conoce de verdad como es por dentro, y no le importa lo que
digan de él los demás con humildad. “No eres más porque te alaben, ni menos
porque te vituperen” dice el Kempis.
En la carrera de la santidad se avanza al paso, al trote o a galope. Anda
o corre en el maratón de la humildad a tu paso, tratando de conseguir la meta
que Dios te ha señalado, sin que te importe el puesto que llevas en la carrera,
ni que otros te lleven la delantera, pues el caso es llegar a tu meta. No hay cosa más difícil en este mundo
que conocerse a sí mismo y conocer a los demás, pues pocos aprueban esta
asignatura con buena nota. Eres tan miope en el conocimiento propio, que
aumentas el escaso número de virtudes que tienes y no ves la montaña de tus defectos. “¿Cómo es que ves la paja en el ojo de tu
hermano si no adviertes la viga en el tuyo?” (Mt 7,3), dice el Evangelio. Si conoces a
Dios y te estudias a ti mismo en la oración y en las realidades de la vida, te
haces forzosamente humilde.
Vives en la inopia, envuelto en
vanidad, si piensas que todo el mundo te quiere y crees lo que te dicen, y
equivocado si piensas que nadie te quiere. Si los que conviven contigo te dijeran lo que piensan de ti con verdad, te
sentirías profundamente humillado. Conviene que tengas en cuenta los defectos
que te dicen los que conviven contigo, aunque te parezcan mentira o exagerados,
porque tienen algún fondo de verdad.
Pocas veces se pueden decir las verdades a los familiares, amigos y personas,
aunque sean espirituales. Si tienes la mala costumbre de hablar mucho y bien de
ti, te colocas falsamente en un altar, como falso santo, ante quien sólo tú te pones de rodillas.
Para conseguir la virtud de la
humildad debes empezar por aceptarte a ti mismo, tal como Dios te ha hecho y tú
te has deshecho. Aceptar, sufrir y
ofrecer los acontecimientos de la convivencia humana es un método virtuoso de
la santidad. La convivencia es escuela
de humillaciones, donde se aprenden las virtudes, especialmente la caridad,
humildad y paciencia. Gracias a la vida comunitaria ves los muchos defectos que
tienes y las virtudes que te faltan. Por santo que seas, resultarás molesto
para algunos, ocasión de sufrimiento para bastantes, e indiferente para casi todos.
La humildad, fruto de la humillación
“Humildar” no es lo mismo que
humillar. “Humildar” es la virtud de hacer humildes, y humillar es el pecado de
hacer soberbios. Sé humilde sin
ejercer el oficio de humillar a nadie. Humillar a otro ni es táctica
psicológica para corregir ni medio
espiritual para hacer humildes. Sin humillación toda humildad es aparente. La
virtud, como la ciencia, no se supone, se demuestra. La humildad no se consigue
solamente con actos piadosos de devoción, sino con actos costosos de
humillación. Necesitas las humillaciones que vienen de las personas y provienen
de las cosas para conocer a Dios, conocerte a ti mismo y conocer a los demás.
Las humillaciones son gracias que Dios permite para conocer los defectos
propios y ajenos, comprobar la realidad de las virtudes supuestas, descubrir la
necesidad para conocerte a ti mismo, y comprender las debilidades de los
hombres.
Principales
humillaciones más costosas son:
- Las limitaciones del propio ser;
- las repetidas caídas en el mismo pecado, que difícilmente se
pueden evitar;
-los vencimientos continuos de la convivencia familiar y social;
- y las circunstancias adversas de la vida.
No consideres demasiado la vida
pecadora de tu pasado, de la que ahora te arrepientes. El antes pecaminoso, arrepentido de ayer, y llorado hoy, es refuerza para la santidad del ahora. Las humillaciones son como los
golpes que da el escultor con el cincel sobre la piedra o el mármol para
transformar la materia en obra artística.
No hay comentarios:
Publicar un comentario