sábado, 3 de agosto de 2019

Décimo octavo domingo. Tiempo ordinario. Ciclo C

“Aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra”

   En la segunda lectura de la liturgia de la Palabra de este domingo, el apóstol San Pablo escribiendo a los Colosenses les enseña cual es el fin  del cristiano: aspirar a los bienes de arriba, del Cielo, donde está Cristo,  y no a los de la tierra.

    El hombre por su propia naturaleza está inclinado a los bienes humanos y terrenos, pero por razones varias personales, familiares, culturales, sociales y ambientales confunde el mal con el bien, y por confusión o enfermedad aspira a los males, como bienes psicológicos o patológicos. 

   Es cierto que existen hombres malos, cuya malicia en relación al castigo Dios sólo sabe, pues un hombre normalmente equilibrado y bien educado no puede querer el mal para sí mismo. El cristiano, en virtud del bautismo, es un ser elevado al orden sobrenatural y capacitado para obrar los bienes de arriba, del cielo, y también convertir las obras buenas de la tierra e indiferentes   en sobrenaturales, porque viviendo en gracia de Dios, todo lo que el cristiano hace, que no sea malo, es, en cierto modo sobrenatural, y merece premio. Y si tiene la triste desgracia de cometer el pecado mortal, con el sacramento de la Confesión se le perdona, recupera la gracia perdida en mayor grado que la que tenía antes de pecar, como si nada hubiera pasado;  y el bien que hizo, en estado de pecado, perdonado, recupera su mérito por efectos retroactivos en la medida justa que Dios sólo sabe. 

   En consecuencia, el cristiano debe emplear toda su vida en hacer todo el bien que pueda, para aspirar a los bienes del Cielo, trabajando por vivir siempre en gracia haciendo que todas sus obras sean buenas en un grado o en otro sobrenaturales.

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