“Aspirad a los
bienes de arriba, no a los de la tierra”
En la
segunda lectura de la liturgia de la Palabra de este domingo, el apóstol San
Pablo escribiendo a los Colosenses les enseña cual es el fin del
cristiano: aspirar a los bienes de arriba, del Cielo, donde está Cristo,
y no a los de la tierra.
Es cierto que existen hombres malos,
cuya malicia en relación al castigo Dios sólo sabe, pues un hombre normalmente
equilibrado y bien educado no puede querer el mal para sí mismo. El cristiano,
en virtud del bautismo, es un ser elevado al orden sobrenatural y capacitado
para obrar los bienes de arriba, del cielo, y también convertir las obras
buenas de la tierra e indiferentes en sobrenaturales, porque
viviendo en gracia de Dios, todo lo que el cristiano hace, que no sea malo, es,
en cierto modo sobrenatural, y merece premio. Y si tiene la triste desgracia de
cometer el pecado mortal, con el sacramento de la Confesión se le perdona,
recupera la gracia perdida en mayor grado que la que tenía antes de pecar, como
si nada hubiera pasado; y el bien que hizo, en estado de pecado,
perdonado, recupera su mérito por efectos retroactivos en la medida justa que
Dios sólo sabe.
En consecuencia, el cristiano debe emplear toda su vida en
hacer todo el bien que pueda, para aspirar a los bienes del Cielo, trabajando
por vivir siempre en gracia haciendo que todas sus obras sean buenas en un
grado o en otro sobrenaturales.
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