1 Comentario del texto
2 Tenía que pasar por allí
3 Conversión
1 Comentario del texto
El relato de Zaqueo sucedió en el tercer año de la vida pública de Jesús en Jericó, cuando se dirigía a Jerusalén a consumar el sacrificio en la Cruz. Jericó en aquella época era, después de Jerusalén, la ciudad más floreciente de Judea. Sus productos agrícolas eran abundantes y variados: bosques de palmeras, de bananos, de sicómoros y otros árboles, que con fuentes colocadas en sitios estratégicos daban al paisaje una belleza sin igual, y servían para refrescar el calor tropical en verano, según cuenta el historiador Flavio Josefo. En el año 1947 nos dice Fillion en la vida de Nuestro Señor Jesucristo que esta ciudad era una aldehuela miserable con casuchas de tierra con techo de ramaje, que tenía unos quinientos habitantes. Actualmente se intenta restablecer el antiguo cultivo para devolver a aquella región su antigua belleza armoniosa de fertilidad.
Como Jericó pillaba de paso para ir a Jerusalén, Jesús con sus discípulos hizo escala en esta ciudad, y permaneció en ella un tiempo. Cuando la gente supo que se marchaba, se llenaron las calles de espectadores para verlo pasar. Había entonces allí un personaje famoso, llamado Zaqueo, rico, jefe de publicanos, que se había enriquecido con la injusta administración de los impuestos. Desde hacía tiempo había oído hablar de Jesús y deseaba verlo porque en su corazón sentía hacia Él una atracción especial. Al saber el sitio por donde tenía que pasar Jesús, impulsado por una fuerza interior, irresistible, echó a correr y fue a su encuentro. Recorrió las calles céntricas buscando un buen sitio para ver a Jesús pasar, y no le fue posible, porque era bajo de estatura. Zaqueo no quería nada más que ver a Jesús pasar. Nervioso porque oía que Jesús se acercaba y podría pasar de largo sin verlo, al ver en el camino una higuera con ramas bajas, se agarró a una de ellas y con esfuerzos de mañoso equilibrista, se le ocurrió la peregrina idea de subirse a ella para verlo, porque tenía que pasar por allí.
Cuando Jesús se iba acercando hacia el lugar donde estaba Zaqueo, levantó la cabeza señorialmente, lo miró con cariño, y en voz alta dijo: Zaqueo hoy tengo que alojarme en tu casa. Era la única vez, que sepamos por el Evangelio, que Jesús se invitó a comer en una casa de un extraño, que no era amigo. Zaqueo quedó sorprendido por la rara invitación, y, emocionado, se bajó inmediatamente de la higuera, y como si fuera un amigo de siempre, se acercó a Jesús y le acompañó a su casa. Y, loco de contento, puso en movimiento a los criados y servidumbre, y le improvisó un banquete suntuoso con los mejores manjares.
Muchos judíos que conocían la pecadora y mala fama de Zaqueo, pecador público, se escandalizaron de que un profeta comiera con un pecador, y manifestaron su descontento con severas murmuraciones. Al final del banquete, quizás a la hora de los postres, momento oportuno para el brindis y los discursos, Zaqueo, con aire resuelto y decidido, se levantó y con el corazón roto de arrepentimiento por sus pecados, dijo: Mira, la mitad de mis bienes, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más. Fue, digamos, una confesión general, pública y solemne de sus pecados. Tales sentimientos, libremente expresados en público, eran signo de una sincera y ejemplar conversión. Jesús perdonó sus pecados en silencio, y dijo: “Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido” (Lc 19, 1-10).
2 Tenía que pasar por allí
Las cosas no suceden porque sí, por el hado, el destino, la casualidad, sino por la causalidad divina, que en teología se llama Providencia. Todo tiene su razón de ser y estar en el conjunto de la Creación, que sólo Dios sabe en su totalidad por su sabiduría infinita y eterna. Todos los seres creados en sí mismos y cada uno de ellos en su desarrollo y armonía del Universo tienen la finalidad para los que fueron creados por Dios en su proyecto eterno.
En los hombres, seres libres, interviene Dios, Creador y Padre, con sus gracias en juego misterioso con su libertad, en orden a la salvación eterna, de la manera que Él sólo sabe en su infinita sabiduría. Jesús tenía que pasar por allí, por las calles de Jericó, entre otros fines porque tenía que convertir a Zaqueo, por las razones que ni siquiera se pueden imaginar.
Nosotros, que inicialmente estamos convertidos ya, tenemos que aprovechar los múltiples caminos por donde sabemos que Jesús tiene que pasar. Jesús pasa por nosotros cuando:
- Nos ponemos en contacto con Dios en la oración personal o comunitaria;
- en la Casa de Dios o en Comunidad cantamos himnos y salmos de alabanza, de arrepentimiento y de acción de gracias;
- dos o más nos reunimos en nombre del Señor para espiritualizar la vida;
- sufrimos el dolor en nuestra propia carne o padecemos murmuraciones, calumnias, rechazos, abandonos, desprecios, que Dios permite para nuestro bien y el de todos los hombres;
- somos despreciados, calumniados o perseguidos por ser cristianos;
- celebramos los sacramentos, principalmente el de la Eucaristía, sobre todo si comulgamos, que es el paso más perfecto de Cristo, resucitado, glorioso y sacramentado por nosotros;
- hacemos lectura espiritual meditada en la presencia de Cristo, resucitado y glorioso;
- ejercemos la caridad con los hermanos en obras de misericordia corporales y espirituales o hacemos una obra buena, cualquiera que sea, por amor a Cristo;
- y cuando, sin hacer nada, Jesús tiene que pasar por allí, simplemente porque quiere, para diluviar sobre nosotros sus gracias y privilegios, como pasó por el lado donde estaba Zaqueo.
Recuerda con gratitud el día en que Jesús quiso encontrarse contigo, valiéndose de muchas circunstancias providenciales, para que fueras cristiano o cristiana, sacerdote, religioso o religiosa, porque tenía que pasar por allí.
¿Cuándo y cómo fue tu encuentro con Cristo?
Tal vez te encontraste con Él, sin que tú te enteraras, porque naciste en una familia cristiana en la que fuiste educado, y en la que viviste la fe siempre, como pez en el agua. Quizás Jesús se encontró contigo valiéndose del colegio, de la Parroquia, de un amigo, de un sacerdote, de la catequesis, de un libro, de la televisión, de una enfermedad… ¡Qué sé yo! Cualquier circunstancia fue la providencial para el paso de Jesús por tu vida, porque tenía que pasar por allí para que tú te encontraras con Él.
Tal vez tu encuentro con Él fue excepcional, y Dios te proporcionó los medios necesarios para tu conversión. Los caminos por los que Dios llama a los hombres y actúa en ellos son infinitos y misteriosos, y no pueden catalogarse científicamente.
3 La conversión
La conversión radical en sí misma y en su desarrollo es obra del Espíritu Santo, y no el resultado del esfuerzo humano de planificaciones pastorales, preparadas con lógica y razonamientos que produzcan resultados científicos. Esto no quiere decir que no valgan y no sean necesarios los planes pastorales, que se deben hacer con cabeza y corazón, pero con el conocimiento teológico de que son medios que ofrecemos al Espíritu Santo para que Él actúe con su providencia.
Los hombres, los medios y las circunstancias concurren en la conversión con la gracia de Dios que la precede, acompaña en todo su proceso hasta que llegue a su pleno desarrollo. Lo dijo Jesucristo en el Evangelio: “Sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5).
El hospedaje fue la oportunidad sobrenatural que Jesús aprovechó para que Zaqueo, pecador público, empezara el proceso de la conversión: la chispa del fuego del Espíritu Santo para encender en el corazón de Zaqueo la hoguera en llama viva de la conversión. Estoy seguro de que después, a lo largo de su vida, tuvo que luchar consigo mismo para dominar sus pasiones y sufrir mucho con victorias y derrotas para seguir a Jesucristo. La conversión total no suele darse en un santiamén, como sucedió en el caso excepcional del Buen ladrón, que fue una muestra única, evangélica, de la inimaginable misericordia que Jesús tiene con los pecadores.
La conversión tiene un proceso en el que concurre todo con providencia divina: la salud, la enfermedad, los amigos, los enemigos, los accidentes, las circunstancias adversas y agradables, la tentación, las miserias, las debilidades y hasta los pecados, que para muchos, siendo “desgracias”, son “gracias” para la conversión y santificación.