“A
la hora que menos penséis vendrá el Hijo del hombre”
Adviento
La
palabra adviento proviene del latín y en su sentido etimológico
significa venida o llegada de alguien o de algo bueno. Supone la
espera de un bien, porque el mal no se espera, no se quiere o se
teme. En el imperio romano Adviento se utilizaba para esperar la
llegada de un personaje histórico o un acontecimiento singular, que
suponía un tiempo de intensa preparación. La Iglesia en los
primeros tiempos de su origen acopló la palabra adviento en la
liturgia para significar el tiempo de preparación para celebrar el
solemne nacimiento de Jesús. Después de muchos estudios y cambios
en su evolución el Adviento quedó reducido a cuatro semanas, que
hasta hoy se mantiene después de muchos siglos.
Adviento
en una perspectiva teológica es un tiempo de preparación para la
venida de Jesús que está viniendo siempre a los fieles en la
Iglesia con una presencia
teológica de
una acción buena que se espera con ilusión, una presencia
sacramental de
un sacramento que se va a recibir, principalmente el de la
Eucaristía. Cuando los cristianos celebramos el sacrificio de la
Eucaristía, Jesús resucitado y glorioso, el mismo que está en el
Cielo, viene a la Iglesia sacramentalmente en cuerpo, sangre, alma y
divinidad para ser alimento de las almas, objeto de adoración, culto
y compañía.
Estad
preparados porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del
hombre.
El
Hijo del hombre, Jesucristo vendrá a la hora de nuestra muerte, el
día y la hora que menos pensemos, que nadie sabe. Será una realidad
sorprendente. La última venida será a la hora de nuestra muerte, y
después tendrá lugar el juicio particular con carácter eterno, en
el que Jesús juzgará todos los actos de nuestra existencia. Será
de alegría, temor, miedo o
esperanza. De alegría
para los santos que esperan ver a
Dios para gozar de Él eternamente, felicidad total que no tiene
parangón. Adviento es la esperanza de la alegría; de temor
para los pecadores que dudaron en la
tierra del premio o castigo; de miedo
para los que sirvieron a Dios con
tibiezas, medianías, zozobras, miserias, debilidades y defectos; de
misericordia para
hombres y mujeres ignorantes de
las cosas de Dios, que cumplieron la ley natural moral con sincero
corazón; de equivocación para
los que vivieron la fe que conocieron con buena voluntad y otros,
sin cuento, que por diversas causas, sin malicia, confundieron el
bien por el mal, y serán juzgados por la ley de la recta
conciencia; de taras para los que por diversas patológicas no discernieron el recto juicio del bien y del mal, que serán juzgados por la sabiduría misericordiosa de Dios más que por la ley moral.
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