Fin del mundo
El Universo, Cosmos, mundo en que
vivimos no es eterno, tuvo su principio y tendrá su fin, no sabemos cuándo ni
cómo. Fue creado por Dios, y de Él depende en toda su evolución. La
inteligencia divina, que no se puede imaginar,
conoce la naturaleza de la Creación, sus elementos, y su desarrollo
hasta que llegue su fin. El Evangelio
nos habla de ciertos signos, males
astronómicos, guerras,
odios, muchos de los cuales han
sucedido ya, suceden y sucederán en todos los tiempos, sin que se pueda precisar
el momento científico del final de todas las cosas. Sin duda alguna, algún día
llegará, pero no hay que hacer caso a las religiones adventistas y testigos de
Jehová que han precisado muchas veces fechas para el fin del mundo, con
equivocaciones manifiestas, contrarias al Evangelio.
Globalmente la ciencia avanza y las técnicas se modernizan
con pasos agigantados en bien de todos los hombres. Pero el fin del mundo,
hecho revelado, llegará algún día, curiosidad sobre la que los discípulos
preguntaron a Jesús, sin que obtuvieran otra respuesta que ésta: “No lo sabe
nadie, sino el Padre y Jesús, que no lo quiso revelar”. Pero es cierto que el
fin del mundo vendrá, y se transformará en los nuevos cielos y la nueva tierra
de los que nos habla la Sagrada Escritura.
Fin del mundo para cada persona
Es importante el fin del mundo del
Universo, trágico suceso del fin de los tiempos, pero el fin del mundo llega
para quien muere y empieza la
eternidad.
El hombre fue creado por Dios a su
imagen y semejanza, divinizado, pero por el pecado original misteriosamente en
su ser y en sus facultades quedó sometido al dominio del mal. Fue redimido por
Dios, hecho hombre, mediante el misterio pascual de su vida, pasión muerte y
resurrección. Y redimido no tiene otro fin que la salvación para vivir
eternamente con Dios en el Cielo en visión y gozo, concepto sobrenatural, que
no tiene explicación humana. El mal tiene tanta fuerza que pone en riesgo la
salvación eterna de los hombres por muchas causas mediante el pecado mortal. No
es tan fácil como parece cometer un pecado mortal que merezca la condenación
eterna, porque sólo Dios sabe qué acto humano tiene la malicia suficiente para
la condenación eterna. Son muchísimas las personas ignorantes, incapaces del razonamiento, del conocimiento de la
moral católica, que padecen perturbaciones mentales, enfermedades que impiden
el discurso normal de la razón y pasiones que en un momento dado trastornan el
entendimiento y consecuentemente corrompen el corazón y hacen que algunos
hombres cometan barbaridades inconscientes o semiconscientes, pero no pecados
que condenan al hombre al infierno eterno
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