Nos dice el evangelio de
este domingo que un día los saduceos, que negaban la resurrección de los
muertos, se acercaron a Jesús y le hicieron esta pregunta: Había siete
hermanos que se casaron con una misma mujer ¿con cual de ellos estará
casada en la otra vida? Y Jesús respondió: En esta vida, hombres y mujeres se
casan, pero en la vida futura y de la resurrección no se casan, porque
participan de la resurrección.
Las cosas de la tierra no
son como las del Cielo. Aprovecho este evangelio para hablar de la resurrección
de los muertos. Remito al lector al Catecismo de la Iglesia Católica del Santo
Papa Juan Pablo II, donde podrá encontrar los temas importantes sobre la
Resurrección (Cat 990, 991, 997, 998, 999, 1000, 1001).
La resurrección de los
muertos ha sido creencia en el Antiguo Testamento y elemento esencial de la fe
cristiana en el Nuevo. (Lc 24,39). Creer en la resurrección de la carne significa que al
final de los tiempos todos los muertos resucitarán y las almas se unirán a sus
propios cuerpos para ser personas resucitadas, gloriosas que
merecieron el Cielo, o condenadas en el Infierno porque
rehusaron voluntariamente la misericordia divina. ¿Cómo será la resurrección?
Este tema sobrepasa nuestra capacidad intelectiva e imaginativa, porque es una
verdad de fe que se cree, sin entender. ¿Cuándo tendrá lugar este hecho
trascendental? No se sabe. Sin duda al fin del mundo (LG 48), el último día (Jn 6,39-40. 44,54).
La vida cristiana en la
tierra es una participación en la vida, pasión muerte y resurrección de Cristo.
Es el tiempo del mérito y de la misericordia, pues en la vida eterna sólo
hay justicia. Lo importante es que los cristianos vivamos en la tierra muertos
al pecado y resucitados en la vida de la gracia para vivir con Cristo, morir con
Cristo y resucitar con Cristo en la Vida eterna.
Creo en la vida eterna
Conociendo la vida humana
en la tierra, tal como es en su realidad, la simple razón humana nos dice que
el hombre, criatura de Dios, tiene que tener otra vida mejor y eterna, donde
haya justicia, que premie a los buenos y castigue a los malos, donde haya
bondad en contraposición del mal; una vida que satisfaga totalmente y por toda
la eternidad todas las íntimas aspiraciones del hombre que en el mundo quedan
insatisfechas, pues en el mundo no existe la felicidad completa o existe
parcialmente y con mezclas.
La Iglesia nos enseña que
inmediatamente después de la muerte, el alma, separada del cuerpo, es juzgada
por Dios con un juicio particular para recibir la sentencia
del premio o castigo eterno que ha merecido en la tierra con sus actos morales.
Si ha conseguido el aprobado o mejor nota, recibe la salvación eterna en
el Cielo, esperando el día de la resurrección en que las almas se
unirán a sus propios cuerpos para gozar en persona gloriosa la visión intuitiva
que ya gozaba en el alma. Si al morir quedaron en el alma culpas o penas por
los pecados va al Purgatorio a purificarse por un tiempo
hasta que vaya al Cielo, que es su destino eterno. Al fin del mundo ya no
existirá Purgatorio. Si, en cambio, el alma muere voluntariamente en pecado
mortal, se excluye de la salvación y va al Infierno a esperar
la resurrección para unirse al cuerpo resucitado, y en persona resucitada
padecerá eternamente penas inconcebibles.
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