viernes, 1 de noviembre de 2019

Conmemoración de los fieles difuntos. 2 de Noviembre


La Iglesia católica celebra en este día la conmemoración de todos los difuntos, por eso los cristianos de todo el mundo ofrecemos sufragios por nuestros padres, familiares, amigos y también por todos los difuntos que necesitan sufragios en el Purgatorio para entrar en el Cielo. Voy a tratar  cinco capítulos importantes sobre este tema.

1 La muerte      
2 En la vida y en la muerte somos del Señor
3 Sentido cristiano de la muerte
4 Sufragios

1 La muerte  
  
La muerte, considerada desde el punto de vista biológico, tendría que haber sido un hecho natural al hombre, ser que nace vive y muerte. Pero en sentido teológico es consecuencia del pecado original, como nos enseña dogmáticamente la Iglesia católica. 
 La muerte es el final de la vida y el principio de la eternidad: dejar de vivir en la tierra para vivir siempre en el Cielo o en el Infierno o de paso en el Purgatorio. El hombre es sempiterno, vive un tiempo en la tierra, después muere en el cuerpo, y al final de los tiempos resucitará para vivir para siempre glorioso o condenado.
La muerte suele ser siempre de repente, porque sucede cuando no se sabe, no se quiere o no se espera. Vivimos muriendo cada día un poco, porque la vida es una muerte lenta. La muerte por la redención de Jesucristo adquiere el carácter de gracia.  

¿La muerte  es mala o buena?

Depende. Si se considera en sentido humano es mala para los que tienen buena salud, viven bien y todo les va viento en popa, porque en este caso la muerte es la privación del bien de la vida y de sus bienes; y humanamente es buena para los enfermos psiquiátricos o terminales que viven con dolores irresistibles, inaguantables, porque la vida es un sufrimiento constante y la muerte es la liberación de un mal, que es mejor que la vida.
En sentido teológico, miradas las cosas desde la fe, si la muerte viene por voluntad de Dios es un bien. Para los santos que desean terminar esta vida, valle de lágrimas, para empezar a vivir eternamente con Dios en el Cielo, en visión y gozo, la muerte es mejor que la vida.  

2 En la vida y en la muerte somos del Señor

Nos dice San Pablo: “en la vida y en la muerte somos del Señor” (Rm 14,8). El fin del hombre en la tierra es dar gloria a Dios, alabarlo y bendecirlo, y mediante esto conseguir la vida eterna  del Cielo. Todo lo demás está subordinado a este supremo fin. Es bueno todo lo que nos lleva a Dios y malo lo que de Él nos separa, como dice San Ignacio de Loyola en el principio y fundamento de su libro de Ejercicios espirituales. De lo que se deduce que lo mismo da vida larga que vida corta, salud que enfermedad, pobreza que riqueza, vida que muerte.
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3 Sentido cristiano de la muerte

En el libro de la sabiduría (3,1-9) la Palabra de Dios nos enseña la diferencia que hay entre la vida y la muerte para los justos  y la gente insensata. 
Para la gente insensata la muerte es una desgracia, una destrucción, una pena. Para el justo que tiene fe y vive en las manos de Dios la muerte es vida, un don, la última gracia que Dios concede al hombre para entrar en el Cielo; una reconstrucción del hombre viejo en el hombre nuevo, resucitado y glorioso, mejor que  cuando fue creado por Dios en el Paraíso terrenal, no una pena o castigo, sino un premio eterno.
La visión cristiana de la muerte se expresa de modo privilegiado en el prefacio de difuntos: “La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el Cielo”. Luego la muerte es un cambio de vida, una transformación del ser en otro mejor.
Lo importante de la muerte no es  el hecho físico de dejar de vivir, morir a consecuencia de esta o aquella enfermedad; ni de una manera u otra; ni el dónde, en este lugar o en otro, sino el hecho moral de cómo se muere, en estado de gracia o de pecado: morir eternamente para el cielo o para el infierno. Este es el problema personal que cada uno tiene que tener siempre planteado durante toda la vida y por el que tenemos que luchar: vivir en gracia de Dios para merecer, a la hora de nuestra muerte: la gracia del premio y la reconstrucción del ser en el Cielo.

 Porque Cristo murió, la muerte del cristiano tiene un sentido positivo, como dice el apóstol San Pablo: “Para mí, la vida es Cristo y morir una ganancia” (Flp 1,21) “Es cierta esta afirmación: si hemos muerto con Él, también viviremos con Él (2 Tm 2,11). Por el bautismo, el cristiano está ya sacramentalmente “muerto con Cristo” al pecado, para vivir una vida nueva; y si morimos en la gracia con Cristo, la muerte física consuma “este morir con Cristo” y perfecciona así nuestra incorporación a Él en su acto redentor (Cat 1010).

La muerte es el fin de la peregrinación  del hombre en la tierra, tiempo de gracia y de misericordia, que Dios le ofrece para conseguir  su último destino. Cuando el cristiano ha vivido el fin último de su existencia, morir, es una trasformación del ser. “Está establecido que los hombres mueran una sola vez” (Hb 9,27). Por consiguiente no hay “reencarnación” después de la muerte (Cat 1013).

            La Iglesia nos anima a prepararnos para la hora de nuestra muerte, luchando contra el pecado, cumpliendo la voluntad de Dios y haciendo todo el bien que esté en nuestra mano, confiando en la misericordia infinita de Dios Padre, que nos ha redimido con la sangre divina de su Hijo, Jesucristo, nuestro Señor; y a pedir a la Madre de Dios que interceda por nosotros “en la hora de nuestra muerte” (Ave maría). Confiemos con devoción a San José, patrono de la buena muerte, nuestra vida y nuestra muerte (Cat 1014).
  
El libro de la Imitación de Cristo nos dice: “Habrías de ordenarte en toda cosa como si hubieses de morir. Si tuvieses buena conciencia, no temerías la muerte. Mejor sería huir de los pecados que de la muerte. Si hoy no estás aparejado, ¿cómo lo estarás mañana?” 

            4 Sufragios

            Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico (DS 856), para que, una vez purificadas las almas del Purgatorio puedan llegar a la visión beatífica de Dios en el Cielo. Especifiquemos los principales sufragios que podemos hacer por los difuntos:
 la oración como el padrenuestro, el ave María, el credo, la Salve y otras oraciones.  
- el dolor físico o psíquico que tenemos que padecer en nuestro propio cuerpo;
- el sufrimiento de la convivencia familiar, laboral, amistosa y social;
el trabajo agradable, duro y costoso, y acaso no bien remunerado, de cada día en ambientes poco humanos y descristianizados;
- el arrepentimiento de nuestros pecados;
- los sacramentos sobre todo, el sacrificio de la Santa Misa, el mejor y más valioso de todos los sufragios.
- y la limosna libre y voluntaria que se da en sufragio por  los difuntos.

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