martes, 31 de diciembre de 2019

Festividad de Santa María Madre de Dios. Ciclo A


Es evidente que María no es la Madre de Dios, en cuanto persona divina, absurdo metafísico, pues Dios es eterno, espíritu purísimo, que ni siquiera se puede imaginar. Es la Madre de Dios en cuanto Dios, hecho hombre: madre del Hijo de Dios, la segunda Persona divina de la Santísima Trinidad con su naturaleza divina, Jesucristo que fue concebido humanamente en las entrañas purísimas de la Virgen María, por obra del Espíritu Santo; y el resultado fue que Jesús es Dios y hombre verdadero. Así nos lo enseña la teología dogmática de la Iglesia Católica, que el Catecismo del Papa Juan Pablo con las siguientes palabras: “Ella concibió como hombre, por obra del Espíritu Santo, y el que se ha hecho verdaderamente su Hijo según la carne, no es otro que el Hijo eterno del Padre, la segunda Persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia confiesa que María es verdaderamente Madre de Dios” (Cat 495).

Que María es la Madre de Dios no es una metáfora de fantasía poética, sino una realidad sobrenatural, misterio sobrenatural realizado por quien todo lo puede. Es madre como cualquier madre de la tierra con la sola diferencia privilegiada de que María concibió por obra del Espíritu Santo, no por obra de varón como todas las madres, y dio a luz a su Hijo, Jesús, virginalmente, mientras que las otras madres dan a luz a sus hijos naturalmente. Así como la madre es la madre de la persona de su hijo con cuerpo y alma, aunque ella proporciona a su hijo únicamente la materia del cuerpo, al cual infunde Dios un alma creada de la nada, de manera parecida, pero dentro del misterio sobrenatural. María concibió a la persona divina del Hijo de Dios en cuanto al cuerpo, como todas las madres dan a sus hijos: el cuerpo; y, por consiguiente, es real y verdaderamente Madre de Dios. María, como todas las madres, no es causa de la creación de su hijo, que es Dios, sino medio de transmisión del hijo. El Concilio de Calcedonia (año 451) nos dice:“Hay que confesar a un solo y mismo Hijo, Nuestro Señor Jesucristo: perfecto en la divinidad y perfecto en la humanidad; verdaderamente Dios y verdaderamente hombre, compuesto de alma racional y de cuerpo; consustancial con el Padre, según la divinidad, y consustancial con nosotros según la humanidad; en todo semejante a nosotros menos en el pecado (Hb 4,15); nacido del Padre antes de todos los siglos según la divinidad y, por nosotros y nuestra salvación, nacido en estos últimos tiempos de la Virgen María, la Madre de Dios, según la humanidad” (Cat 467).

En Jesús, Dios y hombre, hay dos entendimientos: uno divino y otro humano. Con su inteligencia humana aprendió en su tiempo histórico muchas cosas mediante la experiencia. Algo así como el ingeniero ve en su entendimiento con claridad meridiana la obra que va realizar, y luego la comprueba en su realización. Como hombre, Hijo de Dios, tenía un conocimiento humano de Dios, su Padre (Cat 470-474. 482); y como Dios tenía también un entendimiento divino con el que sabía todas las cosas; y tenía también dos voluntades: una divina y otra humana. La voluntad humana de Cristo cumplía, sin oposición ni resistencia, su voluntad divina, y estaba subordinada a ella (Cat 475. 482). Ahora en el Cielo la persona divina de Jesús con su naturaleza divina y humana existe en estado glorioso inimaginable, no teológicamente conocido.

Es lógico y natural que hasta llegar al conocimiento de la revelación de la Persona divina y dos naturalezas, divina y humana en Jesús surgieron muchas herejías y errores, humanamente comprensibles, que estudia la Historia de la Iglesia. Porque el conocimiento del Verbo encarnado, revelado, ha supuesto muchos esfuerzos y estudios, que el magisterio auténtico, perenne e infalible de la Iglesia, iluminado por el Espíritu Santo, ha ido enseñado en su tiempo. Nestorio afirmaba que el hijo de la Virgen María es distinto del Hijo de Dios, pues así como en Cristo hay dos naturalezas hay también dos personas: una divina y otra humana. Esta herejía fue condenada por el Concilio universal de Éfeso el año 431, en el que fue definido como dogma de fe que María es Madre de Dios con estas palabras: “Cristo en su propia carne es un ser único, es decir, una sola Persona divina y dos naturalezas, divina y humana, Dios y hombre al mismo tiempo. La santísima Virgen María es Madre de Dios porque dio a luz según la carne al Verbo de Dios encarnado”.

María, al ser la Madre de Dios, tiene cierta y verdadera afinidad y parentesco con la Santísima Trinidad, de manera singular, por lo que es la criatura más digna de todas las demás, ángeles y santos del Cielo; y su dignidad es superior a la dignidad sacerdotal. El poder de intercesión de María ante Dios supera a la de cualquier santo y ángel del Cielo y a la de todos juntos. Los hombres podemos contar con una Madre que ama a cada hombre tanto cuanto puede ser amado, como si fuera hijo único, con el mismo corazón inmaculado con que amó a Dios en la tierra y ama ahora en el Cielo con su corazón glorificado.

A la Virgen, madre de todos los hombres, podemos pedir con filial confianza todo lo que queramos, sabiendo que siempre nos concederá todo lo que necesitamos, tanto humano, como material o espiritual, siempre y cuanto se ajuste a la voluntad de Dios, y sea lo mejor en todos los sentidos para nuestra salvación eterna, porque María, por ser madre de Dios, es también Madre espiritual de todos los hombres en el sentido de que es Madre de la divina gracia, que transmite todas las gracias a todos los hombres, que Dios causa; algo así como el espacio comunica la luz a los hombres y a la Tierra la luz que el sol causa.


sábado, 28 de diciembre de 2019

Festividad de la Sagrada Familia. Ciclo A


La Sagrada Familia compuesta por la Virgen María, San José y el Niño Jesús, es la Trinidad de la Tierra. Llevó durante su tiempo histórico de treinta años una vida oculta, sencilla y ordinaria, sin grandes acontecimientos. María en su papel de Madre de Dios y de todos los hombres, Corredentora del género humano no hizo otra cosa siempre que hacer bien y con amor divino lo que tenía que hacer en una vida ordinaria; su castísimo esposo San José, que colaboró en la Redención, como esposo de la Virgen María y padre legal del Niño Jesús, con su oración y trabajo común de un simple obrero; y por fin Jesús, divino obrero, como Redentor principal redimió al mundo en tres etapas: vida oculta durante treinta años, casi toda su vida, dedicado a la oración, al trabajo común de la vida ordinaria en obediencia, dando a este género de vida categoría sobrenatural, corredentora.

El evangelio nos ha facilitado pocos datos para conocer la infancia de Jesús. Desde la vuelta de la Sagrada Familia de Egipto a Nazaret, solamente conocemos el episodio del Niño Jesús, perdido y hallado en el templo a los doce años. El resto de su vida hasta los treinta años hay que imaginarla, pensando en un niño, un joven y un adulto de categoría de superdotado, como si fuera un niño un joven y un adulto normal, sin parecer que era Dios. La vida pública de Jesús duró tres años, dedicado a la predicación del evangelio y realización de milagros para testimoniar su misión redentora en el mundo; y la tercera etapa fue de pasión, muerte y resurrección que duró tres días.

Pablo VI definió la vida de la Sagrada Familia en la siguiente frase proverbial que voy a reseñar: Nazaret es la escuela donde se comienza a entender la vida de Jesús: la escuela del Evangelio. Es una lección de silencio, de vida familiar, de trabajo”. (Pablo VI, 05-01-1964).

Entre los tres miembros de la Sagrada Familia existía una perfecta y santa armonía con pequeños sacrificios por la manera santa de ser de cada persona la convivencia y dificultades de la vida, que eran aceptados y comprendidos con el amor caritativo, que todo lo comprende y diviniza, y sabiendo que lo que ocurre es obra de Dios para bien de su gloria y de los hombres, dentro del misterio de la salvación.

De la vida de San José y de la de la Virgen María no se sabe nada históricamente. Es objeto de la piadosa imaginación para la oración personal y comunitaria, digna de ser imitada, sabiendo que su valor es infinito, santificador y redentor.

martes, 24 de diciembre de 2019

Navidad. Ciclo A


NAVIDAD

La Navidad no es el nacimiento de un personaje de la Historia sino el cumpleaños del Señor, el día en que nació Jesús, el Hijo de Dios, hecho hombre, concebido en las entrañas virginales de Santa María Virgen por obra del Espíritu Santo, el Redentor de todos los hombres a quienes redimió con su vida, pasión, muerte y resurrección. ¿Por qué?

El hombre fue creado por Dios a su imagen y semejanza en un estado de santidad original que comprendía el don sobrenatural de la gracia, los dones preternaturales de la ausencia del dolor, la inmunidad de la concupiscencia o inclinación al pecado, y el don de la inmortalidad, con el fin de que, viviendo divinizado en la Tierra un tiempo, consiguiera la plena gloria con Dios en el Cielo. Para que esto se realizara, Adán, cabeza de toda la Humanidad, debería cumplir un precepto muy importante y grave, que no se sabe cuál es, con la condición vinculante de que si no lo cumplía, moriría él y su descendencia. Pero abusando de su libertad, desobedeció el mandato de Dios y cometió el llamado pecado original que se transmite a todos los hombres por propagación, no por imitación, y se halla como propio en cada hombre. En consecuencia, por culpa del pecado, el hombre perdió los dones que había recibido y “la naturaleza humana quedó debilitada en sus fuerzas, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al dominio de la muerte e inclinada al pecado, inclinación llamada concupiscencia. (Cat 415-418).

Dios no abandonó al hombre a su perdición, sino que en el mismo momento en que pecó, lo perdonó y le prometió enriquecer su naturaleza contagiada con la promesa de la Redención que realizaría el Mesías, Jesucristo, Dios y Hombre verdadero. Este nuevo estado era superior al que el hombre tenía al principio. Así nos lo enseña el pregón de la Vigilia Pascual: “Necesario fue el pecado de Adán, que ha sido borrado por la muerte de Cristo ¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!”.

Dios fue revelándose, de muchas maneras en el Antiguo Testamento hasta que llegó la plenitud de los tiempos en los que nos habló por medio de su Hijo en el Nuevo Testamento. “En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo”.

La Revelación se encuentra en la Tradición y en la Biblia: Antiguo y Nuevo Testamento, y es interpretada oficialmente por el Magisterio de la Iglesia.
En el mismo instante en que empezó a ser Jesucristo, dentro del útero virginal de María, nació la Iglesia en su germen. Pasados nueve meses de la gestación de Dios, hecho hombre, tuvo lugar la Navidad o el nacimiento de Jesús en Belén y con él el Nacimiento de la Iglesia en su Cabeza, como Cuerpo místico. La Navidad de Cristo es el comienzo del misterio pascual que comprende vida, pasión muerte y resurrección.

Con el nacimiento de Cristo, nosotros recordamos nuestro nacimiento a la vida cristiana en la Iglesia, que tuvo lugar en el sacramento del bautismo. Nacimiento que exige una vida oculta de oración y trabajo en la vida ordinaria, como la de Jesús, una vida pública de ejemplo cristiano y realización de obras buenas y una vida de pasión, soportando el dolor en todas sus versiones siguiendo a Jesús con la cruz a cuestas, con la esperanza de morir con Cristo y resucitar luego con Él para la vida eterna, plasmando en la propia vida el misterio pascual de Cristo.

En la segunda lectura del apóstol San Pablo a Tito nos dice que “ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres, debemos renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos, y llevar una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios Salvador nuestro: Jesucristo”.

La Navidad debe ser un momento para renunciar al pecado y a sus males, y llevar una vida sobria, sin excesos inútiles en comidas y bebidas; honrada, llena de gracias, virtudes y ejercicio de santas obras; religiosa de fe profunda y consecuente, con el fin de participar de la divinidad de Jesucristo; de gracia para llegar un día a la perfecta comunión con Cristo en la gloria, como pedimos al Señor en la oración después de la Comunión. Esta vida tiene que ser en cada uno de nosotros Navidad en la celebración litúrgica del 25 de Diciembre, vivencia en los sacramentos y ejercicio del misterio pascual en la vida ordinaria hasta que llegue el momento de celebrarla eternamente en el Cielo.

Además de la navidad litúrgica en la que celebramos la Navidad histórica, hecho trascendental del nacimiento de Jesús, Redentor, Dios hecho hombre, en sentido teológico podemos decir que siempre es NAVIDAD espiritual: cuando nace la gracia de Jesucristo en la oración, en el ejercicio de la caridad, de las obras buenas, en el dolor padecido y ofrecido como participación de la pasión de Cristo, en la recepción de los sacramentos, y sobre todo en la Eucaristía en la que el mismo Jesucristo, resucitado y glorioso, que está en el Cielo, nace sacramentalmente con una presencia real y sustancial de cuerpo, sangre, alma y divinidad.


sábado, 21 de diciembre de 2019

Cuarto domingo de Adviento. Ciclo A

La tentación de San José
           
            La Virgen  María  tuvo que hacer un viaje a  Ain-Karin a casa del sacerdote Zacarías, esposo de Isabel, su pariente, con el fin de atender a su prima, anciana, en su embarazo milagroso, poco antes del nacimiento de su hijo Juan, el Bautista. Cuando María regresó de su viaje a Nazaret, San José observó pronto que su esposa, María, estaba rara, distinta a como era Ella. Su cuerpo estaba un poco deformado, su rostro pálido, demacrado, y sus ojos habían perdido el brillo y la viveza de siempre, quedando con una mirada perdida. Entristecido, la observaba y cada veía en Ella signos de maternidad evidente. ¿Qué habrá pasado? ¿Será por el cambio de aires de la montaña? ¿Por las inclemencias del largo viaje? ¿Por el cansancio agotador del trabajo en la atención a su prima Isabel y al servicio de la casa de Zacarías? Por más que la miraba y remiraba con discreción  y prudencia, cada vez se convencía más de un evidente embarazo. San José sufrió la mayor de las tentaciones que  puede tener  en esta vida un esposo puro y casto, al ver a su esposa  embarazada, siendo, pura como un ángel.  ¿Violación en el viaje de Nazaret a Ain Karin? ¡Qué horror! ¡Imposible! María se lo hubiera dicho para desahogarse con él, como sucede en estos casos, incluso con el fin de acudir, si fuera necesario, a la justicia para defender los propios derechos y castigar gravemente este pecado social y religioso.

            José lo pasó francamente mal, muy mal. Acudió con fuerza inusitada a la oración, o mejor dicho todo su tiempo se convirtió en una oración atormentada, angustiosa, nerviosa, sin poder conciliar su atención ni siquiera en sueños, porque no tenía motivos para desconfiar de  María. El entendimiento, alborotado, que tanto discurre en estas cosas, razonaba sobre el problema sin encontrar argumento para justificar la evidente maternidad de María. Así estuvo turbado, llorando, con el corazón hecho añicos de dolor, y el pensamiento atormentado, sin saber qué decisión tomar. 

            Por fin, como una solución extrema, pensó conceder legalmente a su esposa el libelo de repudio, como nos relata el Evangelio: antes de vivir juntos,  resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo, José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado (Mt 1,18- 19).  El libelo era una especie de ley de divorcio, tolerada por Moisés, que al principio no existió, que  escribió este precepto (del divorcio) por la dureza de los  corazones. Pero al principio no fue así" (Mc 10,5-6). En virtud de esta norma de excepción, se permitía al marido escribir una carta de repudio a su mujer, cuando ella había cometido un pecado escandaloso. En este caso la esposa tenía que abandonar la casa, y podía volverse a casar de nuevo. "Si un hombre se casa con una mujer y luego no le gusta por haber encontrado en ella algo indecente, le dará por escrito un certificado de divorcio y la echará de casa. Una vez fuera de casa, esta mujer puede casarse con otro" (Dt 24,1-2).

            Pero esta atormentada tentación le parecía injusta, pues era culpar a su esposa de un pecado que no había cometido, sin saber la razón del embarazo. ¿Por qué José guardó silencio absoluto ante la evidente maternidad de María en la que él no tenía parte alguna? ¿No hubiera sido mejor dialogar santamente con su esposa para poner sobre el tapete   todas las cosas? Hablar con María sobre este tema le era violento, y es comprensible.  ¿Qué pensar? ¿Qué hacer...?

            Tampoco se puede entender humanamente por qué María no comunicó a su esposo el misterio de la concepción virginal de Jesús en su seno, por obra del Espíritu Santo ¿Por qué permitió que José, su amadísimo esposo, fuera tremendamente tentado por esta causa. ¿Por qué con su silencio le ocasionó aquella agonía que le torturaba el pensamiento, mortificaba su imaginación y le hacía sangrar de pena su casto corazón? ¿Por qué consintió que tuviera numerosas cavilaciones, lógicas tentaciones justificadas y dolorosas angustias? ¿No hubiera sido mejor haber comunicado a José, que era un hombre bueno, justo, santo, la revelación del ángel y los planes de Dios?: María habría concebido  el misterio realizado por obra del Espíritu Santo.

            Los misterios de Dios, realidades sobrenaturales que superan la razón humana, no se pueden entender nada más que con la fe, potencia sobrenatural que da la capacidad de creer las verdades reveladas, que humanamente no se entienden. María guardó silencio absoluto sobre la concepción virginal de Jesús, porque sabía, por inspiración divina, que Dios revelaría a José el secreto de este misterio. Y así sucedió, como sabemos por el evangelio de San Lucas: “Mira, la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Emmanuel, que significa Dios con nosotros”. Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer.  José, hombre de fe, creyó la palabra del ángel, y celebró con María la boda solemne.

sábado, 14 de diciembre de 2019

Tercer domingo de Adviento. Ciclo A

“Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor”



Paciencia

El apóstol Santiago nos habla de la virtud de la paciencia y nos la propone en la segunda lectura de la liturgia de la Palabra en este domingo del ciclo A.
La paciencia es una parte fundamental de la virtud cardinal de la fortaleza, muy necesaria para la vida humana y cristiana, porque el trato con los demás nos ofrece muchas oportunidades para ejercitar esta santa virtud, porque siempre vivimos en comunidad familiar, laboral, amistosa, vecinal y circunstancial.
En la familia todos somos de un mismo vientre y cada uno diferente por naturaleza y personalidad; diferentes en  la manera de ser, pensar, obrar: diferentes en gustos, caprichos, incluso  en ejercer las virtudes. También son diferentes los miembros de una misma familia religiosamente consagrada con un mismo carisma por  la convivencia Esto supone dificultades, sacrificios y roces en el trato que hacen sufrir y también  facilitan oportunidades para santificación.
Son incontables los sufrimientos que acarrea la convivencia laboral por las injusticias que se cometen en el trabajo y favoritismos arbitrarios que suceden. Cuando la familia laboral se utiliza para el egoísmo causa y ocasiona contrariedades, disgustos y también medios para ejercitar la virtud de la paciencia.
En el trato o amistad con los vecinos que buscan el bien personal, y no el comunitario, existen circunstancias, a veces tontas, por la manera de ser y egoísmos que hacen surgir oportunidades múltiples para ejercitar la paciencia.
La paciencia es buena y santificadora cuando se aprovechan las penitencias circunstanciales del frío, del calor e imprevistos que ocurren inesperadamente, que ponen a prueba la paciencia. Si de todas maneras hay que sufrir inevitablemente muchas veces, estas contrariedades, mejor es aguantarlas con paciencia, porque con ellas se merece Cielo, y sin ella se sufre  tontamente.


Ventajas del ejercicio de la virtud de la paciencia


  • Aceptación de la voluntad de Dios
El ejercicio de la paciencia, como norma de santidad, ayuda  a aceptar la voluntad de Dios en las cosas que no se quieren, molestan y ofenden  como medios de santificación, imitando a Jesús que tantas veces sufrió muchos males para redimirnos, por parte de los partidos políticos y religiosos hasta el extremo de ser azotado, coronado de espinas y crucificado, siendo inocente, pena reservada a los más facinerosos de su tiempo.



  • Reparación de nuestros pecados
El fin por el que Jesús sufrió tantos e inimaginables sufrimientos con extrema paciencia, sobrehumana, divina, fue la redención de todos los hombres, símbolo de los que sufren con paciencia redimiendo y santificando a los hombres en el mundo.


  • Imitación de la paciencia de Jesús y de su Madre, Santa María de los Dolores y de la Soledad
La actitud paciente de Jesús y de su Madre,  la Virgen de los Dolores, ante el dolor, redimiendo y corredimiendo respectivamente, a la Humanidad es modelo vivo de paciencia para los que sufren. Porque la paciencia en el dolor comunitariamente corredime y santifica a todos los hombres de la Iglesia.

A la virtud de la paciencia se opone el defecto de la impaciencia que se manifiesta con quejas, murmuraciones, desesperación. Es inútil sufrir en balde, sin utilidad, mientras que la paciencia en el sufrimiento reporta consuelo y esperanza de la vida eterna.


sábado, 7 de diciembre de 2019

Segundo domingo de Adviento. Ciclo A


            “Convertíos porque está cerca el Reino de los Cielos”


El evangelio de este domingo nos expone la figura del profeta San Juan Bautista, el precursor del Mesías, que profetizó con precisión histórica en rasgos generales la conversión, tema que voy a  tratar en este capítulo.

¿Qué es la conversión?

La conversión en sentido cristiano es cambio de vida espiritual: de una vida de infidelidad a una vida de fe; de una vida de pecado a una vida de gracia; de una vida de gracia a una vida de santidad en diversos grados. Todos los cristianos hasta, los mismos santos, tenemos que convertirnos en virtud del bautismo perfeccionando cada día más nuestra vida cristiana. La conversión  proviene inicialmente de la gracia del Espíritu Santo y consecuentemente de la colaboración del hombre consciente y libre  en cualquier edad y estado de la vida civil en que se encuentre. Todos los demás hombres, no cristianos,  tienen también que convertirse por las suplencias del bautismo,  en virtud de la omnipotente sabiduría infinita y misericordiosa  de Dios.  


            Medios cristianos para la conversión

            Son muchos los medios que tenemos para convertirnos: cristianos y no cristianos. Los cristianos: la oración que es el trato personal con Dios, como cada uno sabe y puede, y no como quiere, con miserias, debilidades, distracciones, cualidades, virtudes y defectos. La oración es la omnipotencia del hombre que diviniza y cambia su debilidad en fortaleza para conseguir la vida sobrenatural, que el hombre no puede con sus propias fuerzas naturales.     La oración siendo  también un acto humano es valiosa y fructuosa, aunque se haga con involuntarias distracciones.  El cocinero mientras prepara la comida con idas y venidas de su imaginación por muchos sitios hace  comidas ricas y apetitosas. Orar en subido éxtasis, en alta contemplación, como Santa Teresa de Jesús es una exclusiva de determinados místicos. También se hace oración con el examen de conciencia,  escuchando la palabra de Dios. Si no nos asesoramos de maestros experimentados o santos hacemos caso a un tonto que se tiene por listo.


8 de Diciembre Inmaculada Concepción de Santa María Virgen

Inmaculada, fundamento de la Mariología

          La Inmaculada Concepción es el fundamento de la Mariología, como nos dice el prefacio en la liturgia de la misa de la solemnidad de la Inmaculada Concepción: “Porque preservaste a la Virgen María de toda mancha de pecado original, para que en la plenitud de la gracia fuese digna madre de su Hijo… Purísima había de ser, Señor, la Virgen que nos diera el cordero que quita el pecado del mundo. Purísima la que, entre todos los hombres, es abogada de gracia y ejemplo de santidad”.

María ideada por Dios, tenía que ser una mujer única, excepcional, Virgen, ornamentada de todas las virtudes y dones del Espíritu Santo, íntimamente unida a su Hijo Redentor, como Corredentora, modelo y primicia de todos los creyentes; y terminado el curso de su vida en la Tierra, resucitada, gloriosa en los Cielos,  y con Cristo Rey, Reina y Señora de todo lo creado. 

La palabra Inmaculada en su sentido teológico significa no manchada del pecado original ni personal. María, por gracia y  un  privilegio excepcional y único de Dios omnipotente, en atención a los méritos previstos de Jesucristo Redentor, fue preservada de culpa original en el primer instante de su concepción. En las palabras con que el arcángel San Gabriel saludó a María, “llena de gracia”, se entiende que tenía la plenitud de gracias que necesitaba para cumplir su misión en la Tierra: Madre de Dios, Madre de la Iglesia y Corredentora del género humano. En este calificativo  estaban incluidas todas las virtudes y la total y plena posesión de los dones del Espíritu Santo en su máxima perfección creada. Inmaculada no significa sólo ni principalmente Pura, aunque también, sino más bien Santísima  en su dimensión total.


           Historia de la Inmaculada


            La Inmaculada Concepción de María ha sido siempre una constante creencia en la historia de la Iglesia. En los primeros siglos hasta el Concilio de Éfeso (año 431) se la veneraba especialmente con los calificativos de santa, inocente, purísima, intacta, incorruptible, inmaculada en sentido  de santidad única y especial. Esta fe popular en la Inmaculada se fue extendiendo poco a poco hasta el siglo VIII, época en que se empezó a celebrar una fiesta especial en su honor en algunas Iglesias de Oriente, después en Inglaterra, España, Francia y  Alemania.

            Las grandes controversias surgieron en los siglos XII-XIV en los que San Bernardo, San Anselmo, y los grandes teólogos escolásticos, como San Buenaventura, San Alberto Magno, incluso Santo Tomás de Aquino, pusieron en duda la Inmaculada de María, por la dificultad de conciliar el dogma de la redención universal de todos los hombres con la Inmaculada concepción de María, que como ser humano, descendiente de Adán, lógicamente debería contraer el pecado original y ser redimida por Cristo. Por fin, el Papa Pío IX, teniendo en cuenta la revelación de la Tradición de la Iglesia, el 8 de Diciembre de 1854 definió como dogma de fe la Inmaculada Concepción de la Virgen con estas palabras: “La beatísima Virgen María, en el primer instante de su concepción, por gracia y privilegio singular de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original”.

          Los teólogos desde entonces  solucionan la aparente contradicción de la Inmaculada, sin pecado, con la redención de todos los hombres, diciendo que María fue redimida del pecado  por Cristo con una redención preventiva, impidiendo que contrajera el pecado original. Porque fue creada por Dios Inmaculada para ser Madre de Dios y de todos los hombres, Virgen y Corredentora del género humano.