NAVIDAD
La
Navidad no es el nacimiento de un personaje de la Historia sino el
cumpleaños del Señor, el día en que nació Jesús, el Hijo de
Dios, hecho hombre, concebido en las entrañas virginales de Santa
María Virgen por obra del Espíritu Santo, el Redentor de todos los
hombres a quienes redimió con su vida, pasión, muerte y
resurrección. ¿Por qué?
El
hombre fue creado por Dios a su imagen y semejanza en un estado de
santidad original que comprendía el don sobrenatural de la gracia,
los dones preternaturales de la ausencia del dolor, la inmunidad de
la concupiscencia o inclinación al pecado, y el don de la
inmortalidad, con el fin de que, viviendo divinizado en la Tierra un
tiempo, consiguiera la plena gloria con Dios en el Cielo. Para que
esto se realizara, Adán, cabeza de toda la Humanidad, debería
cumplir un precepto muy importante y grave, que no se sabe cuál es,
con la condición vinculante de que si no lo cumplía, moriría él y
su descendencia. Pero abusando de su libertad, desobedeció el
mandato de Dios y cometió el llamado pecado original que se
transmite a todos los hombres por propagación, no por imitación, y
se halla como propio en cada hombre. En consecuencia, por culpa del
pecado, el hombre perdió los dones que había recibido y “la
naturaleza humana quedó debilitada en sus fuerzas, sometida a la
ignorancia, al sufrimiento y al dominio de la muerte e inclinada al
pecado, inclinación llamada concupiscencia. (Cat
415-418).
Dios
no abandonó al hombre a su perdición, sino que en el mismo momento
en que pecó, lo perdonó y le prometió enriquecer su naturaleza
contagiada con la promesa de la Redención que realizaría el Mesías,
Jesucristo, Dios y Hombre verdadero. Este nuevo estado era superior
al que el hombre tenía al principio. Así nos lo enseña el pregón
de la Vigilia Pascual: “Necesario fue el pecado de Adán, que ha
sido borrado por la muerte de Cristo ¡Feliz la culpa que mereció
tal Redentor!”.
Dios
fue revelándose, de muchas maneras en el Antiguo Testamento hasta
que llegó la plenitud de los tiempos en los que nos habló por medio
de su Hijo en el Nuevo Testamento. “En distintas ocasiones y de
muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los
profetas. Ahora en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo”.
La
Revelación se encuentra en la Tradición y en la Biblia: Antiguo y
Nuevo Testamento, y es interpretada oficialmente por el Magisterio de
la Iglesia.
En
el mismo instante en que empezó a ser Jesucristo, dentro del útero
virginal de María, nació la Iglesia en su germen. Pasados nueve
meses de la gestación de Dios, hecho hombre, tuvo lugar la Navidad o
el nacimiento de Jesús en Belén y con él el Nacimiento de la
Iglesia en su Cabeza, como Cuerpo místico. La
Navidad de Cristo es el comienzo del misterio pascual que comprende
vida, pasión muerte y resurrección.
Con
el nacimiento de Cristo, nosotros recordamos nuestro nacimiento a la
vida cristiana en la Iglesia, que tuvo lugar en el sacramento del
bautismo. Nacimiento que exige una vida oculta de oración y trabajo
en la vida ordinaria, como la de Jesús, una vida pública de ejemplo
cristiano y realización de obras buenas y una vida de pasión,
soportando el dolor en todas sus versiones siguiendo a Jesús con la
cruz a cuestas, con la esperanza de morir con Cristo y resucitar
luego con Él para la vida eterna, plasmando en la propia vida el
misterio pascual de Cristo.
En
la segunda lectura del apóstol San Pablo a Tito nos dice que “ha
aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los
hombres, debemos renunciar a la vida sin religión y a los deseos
mundanos, y llevar una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando
la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios Salvador
nuestro: Jesucristo”.
La
Navidad debe ser un momento para renunciar al pecado y a sus males, y
llevar una vida sobria, sin excesos inútiles en
comidas y bebidas; honrada, llena de gracias, virtudes
y ejercicio de santas obras; religiosa de fe profunda y
consecuente, con el fin de participar de la divinidad de Jesucristo;
de gracia para llegar un día a la perfecta comunión
con Cristo en la gloria, como pedimos al Señor en la oración
después de la Comunión. Esta vida tiene que ser en cada uno de
nosotros Navidad en la celebración litúrgica del 25 de Diciembre,
vivencia en los sacramentos y ejercicio del misterio pascual en la
vida ordinaria hasta que llegue el momento de celebrarla eternamente
en el Cielo.
Además
de la navidad litúrgica en la que celebramos la Navidad histórica,
hecho trascendental del nacimiento de Jesús, Redentor, Dios hecho
hombre, en sentido teológico podemos decir que siempre es NAVIDAD
espiritual: cuando nace la gracia de
Jesucristo en la oración,
en el ejercicio de la caridad, de las obras
buenas, en el dolor padecido y ofrecido
como participación de la pasión de Cristo, en
la recepción de los sacramentos, y sobre todo en la Eucaristía en
la que el mismo Jesucristo, resucitado y glorioso, que está en el
Cielo, nace sacramentalmente con una
presencia real y sustancial de cuerpo, sangre, alma y divinidad.
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