sábado, 14 de diciembre de 2019

Tercer domingo de Adviento. Ciclo A

“Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor”



Paciencia

El apóstol Santiago nos habla de la virtud de la paciencia y nos la propone en la segunda lectura de la liturgia de la Palabra en este domingo del ciclo A.
La paciencia es una parte fundamental de la virtud cardinal de la fortaleza, muy necesaria para la vida humana y cristiana, porque el trato con los demás nos ofrece muchas oportunidades para ejercitar esta santa virtud, porque siempre vivimos en comunidad familiar, laboral, amistosa, vecinal y circunstancial.
En la familia todos somos de un mismo vientre y cada uno diferente por naturaleza y personalidad; diferentes en  la manera de ser, pensar, obrar: diferentes en gustos, caprichos, incluso  en ejercer las virtudes. También son diferentes los miembros de una misma familia religiosamente consagrada con un mismo carisma por  la convivencia Esto supone dificultades, sacrificios y roces en el trato que hacen sufrir y también  facilitan oportunidades para santificación.
Son incontables los sufrimientos que acarrea la convivencia laboral por las injusticias que se cometen en el trabajo y favoritismos arbitrarios que suceden. Cuando la familia laboral se utiliza para el egoísmo causa y ocasiona contrariedades, disgustos y también medios para ejercitar la virtud de la paciencia.
En el trato o amistad con los vecinos que buscan el bien personal, y no el comunitario, existen circunstancias, a veces tontas, por la manera de ser y egoísmos que hacen surgir oportunidades múltiples para ejercitar la paciencia.
La paciencia es buena y santificadora cuando se aprovechan las penitencias circunstanciales del frío, del calor e imprevistos que ocurren inesperadamente, que ponen a prueba la paciencia. Si de todas maneras hay que sufrir inevitablemente muchas veces, estas contrariedades, mejor es aguantarlas con paciencia, porque con ellas se merece Cielo, y sin ella se sufre  tontamente.


Ventajas del ejercicio de la virtud de la paciencia


  • Aceptación de la voluntad de Dios
El ejercicio de la paciencia, como norma de santidad, ayuda  a aceptar la voluntad de Dios en las cosas que no se quieren, molestan y ofenden  como medios de santificación, imitando a Jesús que tantas veces sufrió muchos males para redimirnos, por parte de los partidos políticos y religiosos hasta el extremo de ser azotado, coronado de espinas y crucificado, siendo inocente, pena reservada a los más facinerosos de su tiempo.



  • Reparación de nuestros pecados
El fin por el que Jesús sufrió tantos e inimaginables sufrimientos con extrema paciencia, sobrehumana, divina, fue la redención de todos los hombres, símbolo de los que sufren con paciencia redimiendo y santificando a los hombres en el mundo.


  • Imitación de la paciencia de Jesús y de su Madre, Santa María de los Dolores y de la Soledad
La actitud paciente de Jesús y de su Madre,  la Virgen de los Dolores, ante el dolor, redimiendo y corredimiendo respectivamente, a la Humanidad es modelo vivo de paciencia para los que sufren. Porque la paciencia en el dolor comunitariamente corredime y santifica a todos los hombres de la Iglesia.

A la virtud de la paciencia se opone el defecto de la impaciencia que se manifiesta con quejas, murmuraciones, desesperación. Es inútil sufrir en balde, sin utilidad, mientras que la paciencia en el sufrimiento reporta consuelo y esperanza de la vida eterna.


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