Hoy celebramos con gran alegría
la fiesta de la Asunción de María en cuerpo y alma a los Cielos, un gran
misterio de la Virgen, que es como el
colofón de todos sus privilegios.
Todos sabemos que María fue
concebida sin pecado y en la plenitud de la gracia, es decir, que en el mismo
momento en que ella fue concebida ya en el seno de su madre, y antes de nacer,
por un privilegio de excepción, nació sin pecado original, con el que nacemos
todos, heredado de nuestros primeros padres, Adán y Eva.
Además de este privilegio de la
Inmaculada Concepción, María recibió otros dos importantes: uno que es real y
verdaderamente Madre de Dios, la Madre de Jesucristo, que es Dios, el
fundamento de todos los privilegios; y otro que fue Madre Virgen en cuanto al
modo, pues concibió por obra y gracia del Espíritu Santo y no por obra de
varón, como conciben todas las mujeres de la Tierra.
A María Santísima no le
correspondía la muerte, porque la muerte es castigo del pecado, y Ella no pecó.
Sin embargo, murió y resucitó para que haya un paralelismo entre Jesucristo y
María. Así como Jesucristo, por ser Dios, no tuvo pecado, porque realmente el
pecado es incompatible con Dios, y sin
embargo murió para redimirnos, de la misma manera, María Santísima, por ser Inmaculada,
no debería estar sometida a la muerte, castigo del pecado, que nunca tuvo. Pero
por ser juntamente con Cristo Corredentora, debió morir. Murió y resucitó para
corredimir con Cristo los pecados de todos los hombres.
Jesucristo podría haber redimido
al hombre sin morir, y, por supuesto, sin padecer, e incluso sin nacer. Desde
el Cielo, Dios pudiera haber dicho a Adán y Eva: Os perdono. Y no tenía por qué
haberse hecho hombre, ni tenía por qué haber predicado el Evangelio, ni sufrir,
ni morir. Pero para dar sentido a todos los dolores del hombre, y para mayor
amor, Dios, en la Persona divina de su Hijo, Jesús, asumió toda la naturaleza
humana, menos el pecado, y así dio sentido a la vida humana en todas sus
dimensiones.
Nació como cualquier ser humano,
vivió como cualquier niño, estuvo en Nazaret viviendo la vida oculta, como
cualquier hombre dedicado al trabajo, padeció y murió para resucitar. Y por
esto, hermanos, tienen sentido, desde el punto de vista de la fe, la vida, el
dolor y la muerte.
María Santísima, que no tenia
por qué morir. Murió igual que Jesucristo para ser corredentora con Cristo de
los pecados del hombre, para dar un sentido espiritual y transcendente a
nuestra muerte, que nos asusta y no disgusta, aunque no es un "coco”, sino
una necesidad para resucitar.
El Papa Pío XII en el documento
de definición dogmática sobre la Inmaculada Concepción no dice nada sobre su
muerte, sino que afirma que después de su vida terrestre fue asunta a los
Cielos en cuerpo y alma. Sin embargo, la tradición de la Iglesia,
principalmente de Oriente hasta nuestros días, cree que María Santísima murió,
hecho reflejado en la liturgia y en diversas representaciones.
En la parroquia nuestra al final
de la Iglesia, junto a la capilla de las Vírgenes, tenemos este misterio
representado: la muerte o dormición de María en una urna de cristal, y encima
la Asunción en cuerpo y alma a los Cielos.
María Santísima, aunque ya en la
tierra era Madre de todos los hombres, desde que está en el Cielo lo es en
mayor plenitud gloriosa, porque es también Madre de los santos en visión y gozo
de Dios, siendo también Reina de ángeles y de toda la Creación.
En el Cielo tenemos a nuestra
Madre, a la que debemos imitar en su vida sencilla y humana y acudir a Ella
para pedirle todas las gracias que necesitemos.
Si nos fijamos en el Evangelio,
comprobamos lo que hizo María durante el tiempo de su vida, que no sabemos
cuánto tiempo duró: nada importante, si es que se puede decir que no es nada
importante el servicio doméstico. Pero no es así, pues el hacer cualquier cosa
por amor a Dios, por pequeña e insignificante que sea, en estado de gracia,
tiene precio de Cielo. Por tanto, hermanos, nuestro trabajo ordinario de ama de
casa, de oficina, del taller; y nuestro trabajo extraordinario, hecho
ordinario, tiene un valor infinito de gloria eterna.
Hermanos, podemos santificarnos
con el trabajo de cada día, porque Jesucristo, Dios, con su trabajo dio valor
sobrenatural al nuestro. Y porque María trabajó y sufrió, también nuestra vida,
trabajo y dolor tienen explicación de valor eterno.
Pidamos a nuestra Madre, que
está en el Cielo, que la imitemos en la tierra, y que con nuestra vida,
trabajos, sufrimientos y gozos merezcamos gozar con Ella del Cielo, siendo
eternamente hijos glorificados de la Madre de Dios, que pienso será también
Madre de la gloria del Cielo que esperamos gozar.
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