El Evangelio de hoy me ofrece una oportunidad
para hablar del encuentro que Jesús tuvo con una mujer, conocida en el
Evangelio con el nombre de Cananea. Como el tema es muy amplio, solamente haré
un comentario espiritual sobre el diálogo de Jesús con la Cananea y su
comportamiento extraño, que los
críticos racionalistas juzgan ineducado, duro, poco humano. Y así parece de una
simple lectura o estudio de este episodio, juzgado en sentido literal. Pero el
Evangelio no es un simple libro histórico sometido a la crítica racional, sino
un libro de fe inspirado por el Espíritu Santo, que debe ser interpretado por
el magisterio auténtico y perenne de la Iglesia, o meditado o leído a la luz de
la fe. Por consiguiente, hay que explicar el pasaje de la Cananea en el sentido
místico pretendido por Jesús, que fue la eficacia de la oración para conseguir
de Dios gracias materiales o humanas, si se piden con fe, confianza, humildad y
perseverancia, tema que explicaré en otra homilía.
No sabemos
cómo la Cananea, mujer pagana, gentil, siro-fenicia de raza, tuvo noticia de
que Jesús se encontraba probablemente en el territorio de Tiro y Sidón, cerca
de la frontera de su País. Se enteró por inspiración singular, tal vez, o
porque los grandes acontecimientos corren de boca en boca a la velocidad del
relámpago. El caso es que esta mujer se presentó en el lugar donde Jesús
estaba. Y tan pronto como estuvo en su presencia, se puso a gritarle:
- Ten
compasión de mí, Señor, Hijo de David.
El modo de
orar de esta mujer, humanamente considerado, es exaltado en su forma externa,
pues no son modos educados pedir una cosa a gritos, pero se justifica por tres
razones: porque sería su manera temperamental de ser, porque la angustia que
padecía por la posesión diabólica de su hija le tenía desquiciados los nervios,
y porque a ella le parecía que pidiendo la curación de su hija con fe,
insistentemente y a voces, Jesús le iba a escuchar antes y mejor.
Observo en
la petición de esta mujer un detalle muy significativo, que encierra un
profundo sentido teológico: pedir para otro lo que uno no necesita, como si
fuera propio: Sufría tanto por la posesión diabólica de su hija, que hizo
propio su mal y pidió a Jesús como si fuera para ella la curación de su hija:
- “Ten
compasión de mí, Señor, Hijo de David, porque mi hija tiene un demonio muy
malo”.
Lo más
normal del mundo hubiera sido pedir a Jesús directamente la curación de su
hija, de esta manera:
“Ten compasión
de mi hija que tiene un demonio muy malo”.
Pero no,
como si ella tuviera el demonio, pide a Jesús: “Señor, ten compasión de mí”
Es un modo
de orar muy teológico hacer propios los males de los demás y pedir al Señor la
solución de ellos, como si fueran personales. Y en rigor teológico, como
sabemos, en virtud de la comunión de los santos los bienes y males de unos son
también bienes y males para otros porque todos los hombres somos miembros del
Cuerpo Místico de Cristo; y, por consiguiente, todo el bien o el mal que uno
hace repercute en todo el Cuerpo de Cristo. Por esta razón, no debemos pecar
sólo para no ofender a Dios, sino también para no hacer daño a los demás; y
debemos hacer todo el bien posible no sólo para enriquecernos nosotros, sino
también para enriquecer a los demás con nuestros bienes.
A pesar de
que la Cananea pedía a gritos a Jesús el milagro de la curación de su hija, es
desconcertante observar que Jesús no le hizo caso, como nos refiere el
Evangelio:
- “Él
no le respondió nada”.
¿Cómo se
explica esta actitud de Jesús? Este silencio desconcertó a sus discípulos tanto
que, sorprendidos, se le acercaron a decirle:
“Atiéndela,
que viene detrás gritando”.
Probablemente
sus discípulos intercedieron en favor de ella para evitar el escándalo que esta
mujer venía armando detrás de ellos,
con el fin de quitársela de encima,
más que para que Jesús le hiciera el milagro que pedía. Es un estilo muy
humano de proceder, que utilizamos también nosotros: socorrer al que nos
molesta con su petición, para
“quitarnos el mochuelo de encima”, valga la frase.
Y Jesús, que
todavía no había dicho ni una sola palabra, aparentemente empeoró las cosas:
“Sólo me han
enviado a las ovejas descarriadas de Israel”
Es verdad
que Jesús fue enviado por el Padre para salvar inicialmente a las ovejas de
Israel, pero su misión era universal, como lo dijo poco antes de ascender a los
Cielos: "Id y predicad el Evangelio a todo el mundo...". Este mandato
lo entendieron bien sus discípulos,
porque después de la Ascensión de Jesús, empezaron a predicar la buena noticia
por todo el mundo a judíos y gentiles. En esta respuesta del Señor, difícil de
entender en sentido literal, hay que
suponer una intención mística: aumentar la fe en esta mujer, a la que atendió
poco después, concediéndole el milagro, aunque era extranjera.
A pesar de
esta respuesta desconcertante, evasiva, la mujer adelantó el paso y los
alcanzó, dice el Evangelio, se postró de rodillas ante Jesús y le pidió con
mayor fe y fuerza:
-“Señor,
socórreme”.
La Cananea
ahora ya no expone el argumento de la enfermedad de su hija, sino un problema
puramente personal: “Socórreme, Señor”.
Y Jesús,
increíblemente, le respondió con mayor dureza aún:
“No está bien
echar a los perros el pan de los hijos”
Y la Cananea,
en lugar de enfadarse, cosa lógica y natural, aumentó más su amor a Jesús y su
fe en Él. Reconoce que no tiene ella derecho a pedirle ningún favor, porque no
era judía, y que el pan del favor era para los hijos y no para ella. Y con más
fe y amor repuso:
- “Tienes
razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa
de los amos”.
Jesús estaba
tratando con táctica psicológica y espiritual con una mujer que tenía fe y le
amaba, y, por tanto, todo lo que dijera o hiciera estaba bien dicho o hecho. Y,
admirado, le respondió:
¡Qué grande es
tu fe! Y en aquel momento quedó curada su
hija.
Cuando la fe
es inquebrantable y se ama al Señor, todo se comprende, aunque nada se
entienda, porque se fía uno de Dios y sabe que Él actúa con sabiduría y bondad
en todas las cosas; y todo lo que sucede, guste o no guste, se acepta como expresión de amor de Dios. La
Cananea tenía seguridad de que Jesús le iba a conceder la curación de su hija
endemoniada, y, por tanto, todo lo que Jesús le decía, que para los extraños
resultaba desconcertante, como mínimo, para ella era motivo de más fe y más
amor, porque estaba segura de que todo
lo que dijera o hiciera, iba a ser lo mejor.
El diálogo
de Jesús con la Cananea no fue un simple diálogo de un hombre con una mujer, en
cuyo caso cabe la crítica de la dureza o indiscreción del hombre con la mujer
en sus palabras y comportamiento; y cabe también que la mujer se sienta
ofendida por no ser escuchada y ser tratada con desaire, cosa que produce
necesariamente ofensa entre los hombres. Fue un diálogo de Jesús, Dios, con una
mujer, llamada Cananea. Él estaba seguro de que, cualquier cosa que le dijera o
hiciera, la recibiría con fe y amor. El santo acepta la voluntad de Dios, de
cualquier manera que se manifieste,
pues, aunque humanamente no quiera lo que Dios quiere, sobrenaturalmente
lo quiere porque sabe que es lo mejor.
El verdadero
amor a Cristo es Cristo en sí mismo y no el premio que de Él se espera ni el
castigo que de Él se teme, como dice preciosamente y con exacto y riguroso
sentido teológico y místico los siguientes versos del soneto vulgarmente
conocido:
No me mueve mi Dios para quererte
el Cielo que me tienes prometido;
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
....................................................
No me tienes que dar porque te quiera;
Pues, aunque lo que espero no esperara,
Lo mismo que te quiero te quisiera.
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