Vocación
Vocación cristiana
Clases Santidad
Vocación de santidad en todos los estados de la vida
Apostolado, obligación bautismal
Vocación consagrada
Vocación cristiana
No es lo mismo vocación que gusto por las cosas, pues la vocación requiere
cualidades para las cosas que gustan. El gusto es una simple complacencia por
ciertas cosas, pero si no se tienen cualidades para desarrollarlas, no es
vocación; ni tampoco es igual que obligación de hacer ciertas cosas, pues en
este caso hay que hacerlas, guste o no guste. La vocación cristiana es
obligatoria a todos los bautizados, radica esencialmente en el bautismo y hay que
potenciarla con el esfuerzo de la oración, recepción de los sacramentos,
principalmente el de la Eucaristía y el de la Penitencia, y el ejercicio de las
obras buenas. La santificación del cristiano es una vocación común, y no una
casta privilegiada de personas dotadas de cualidades excepcionales. Su
desarrollo es un misterio que evoluciona de muchas maneras. No todos los
cristianos están llamados al mismo grado de santidad, de la misma manera que no
todos los hombres, siendo iguales en naturaleza, son los mismos en cualidades y
dones naturales.
Adecuando la santidad a la calificación que se hace en la docencia podríamos decir que existen cinco clases de santidad: Santidad suficiente, Santidad de aprobado por misericordia; Santidad notable, Santidad de sobresaliente y Santidad de matricula de honor.
Dios aprueba con un “cinquillo”, por los pelos, en virtud de su infinita misericordia, a muchísimos cristianos, no practicantes, que no cumplen estrictamente la Ley de Dios ni de la Iglesia, pero ejercitan las virtudes cristianas, según ellos entienden y saben, pues la evaluación moral de los actos sólo Dios la juzga. El Espíritu Santo activa en ellos la santidad excepcional, basada en la bondad humana, que por la omnipotencia divinamente infinita de su misericordia hace las veces de gracia; y también aprueba, de manera singular, a millones de religiosos de otras religiones, no católicas, que viven su fe con sincero corazón, y al número impensable de hombres que hacen el bien, según ellos entienden en su recta conciencia
Santidad notable
La santidad notable consiste en cumplir las obligaciones cristianas de la santidad suficiente, hacer por evitar el pecado venial en lo posible, y en ejercer notablemente las virtudes cristianas. Esta santidad se vive con defectos personales, que no siempre son pecados, sino muchas veces ofensas a los hombres. Dios permite los fallos humanos en los cristianos para que se compruebe que la santidad es radicalmente gracia, y los defectos humanos son factores necesarios para el conocimiento de Dios, el propio y la comprensión de los hombres.
Santidad sobresaliente
Los cristianos que viven en gracia, superan, en general, el pecado venial y ejercitan de modo heroico las virtudes cristianas, merecen la calificación de sobresaliente en la santidad. Los santos, que vivieron y murieron con calificación de sobresaliente tuvieron ciertos defectos temperamentales, que no quitaron el brillo de su santidad, sino que con ellos hicieron que resplandeciera la mayor gloria de Dios y la omnipotencia de su sabiduría divina. Los defectos fueron para ellos gracias de humillación, que no empañaron el brillo de su santidad, de la misma manera que la luz del sol pasa a los recintos del interior, aunque los cristales no estén totalmente limpios.
Sobresaliente con matrícula de honor
Algunos santos, como, por ejemplo, los Apóstoles, San Pedro Poveda y otros, sufrieron el martirio físico, cuyo acto purificó sus pequeños fallos humanos, borrados con su sangre derramada por Cristo, y merecieron la calificación de matricula de honor, la máxima calificación en la santidad. También otros millones de santos, como San Ignacio de Loyola, San Francisco de Paula, San Vicente de Paúl y otros vivieron la santidad con idéntica calificación, sufriendo por Cristo en favor de los hombres el martirio moral de su vida en una entrega total y absoluta a la Iglesia; y otros, muchísimos, quizás nuestros padres, hermanos y amigos, consiguieron la santidad de modo heroico sencillo en el cumplimiento de la Ley y ejercicio de virtudes, y fueron canonizables, pero no canonizados por la Iglesia: santos del silencio.
Muchos cristianos obtienen, además de la vocación bautismal común de la santidad, la vocación de perfección evangélica, viviendo los consejos evangélicos de pobreza, obediencia y castidad u otros vínculos aprobados por la Iglesia. El modo de vivir esta específica consagración está determinado por los Fundadores en las Constituciones de sus Obras, escritos que luego sus seguidores viven por reglas y normas legítimamente establecidas.
Vocación de santidad en todos los estados de la vida
El Concilio Vaticano II en la Constitución dogmática sobre la Iglesia nos dice:
“Todos los fieles, de cualquier condición y estado que sean, fortalecidos
por tantos y tan poderosos medios, son llamados por Dios, cada uno por su
camino, a la santidad por la que el mismo Padre es perfecto” (LG 11)
Así como la naturaleza humana es
la misma esencialmente para todas las personas, pero, personificada, cada una
de ellas es distinta en el ser y en el obrar, así también la vocación cristiana
es esencialmente la misma para todos los cristianos, bautismal, pero diferente
en grupos y en cada una de sus componentes. De la misma manera que el agua es
sustancialmente la misma, aunque adopte formas diferentes en cantidad y formas,
según sea el continente donde se recibe o se comunique, según sea la voluntad
de Dios y la correspondencia a la gracia.Es
como la voz humana que tiene el mismo sonido en el idioma que se hable, pero en
cada hablante su propio timbre. La santidad de cada bautizado tiene su
expresión en todos los estados de la vida: en el sacerdocio, en la vida
consagrada, en la virginidad elegida o aceptada, en el matrimonio, viudez y en
otros estados civiles admitidos por la legislación canónica de la Iglesia.
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