jueves, 5 de enero de 2023

Epifanía del Señor. Ciclo A

 



El mensaje principal de la Epifanía, que significa manifestación, es el siguiente: La salvación es un deseo de Dios para todos los hombres, como nos asegura el apóstol San Pablo en su carta a los Efesios, que hemos proclamado en la segunda lectura de la liturgia de la Palabra de hoy: “Que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la Promesa en Jesucristo, por el Evangelio”.

En el tiempo de Jesús muchos judíos pensaban que la salvación era un privilegio, casi en exclusiva, para el pueblo judío, a pesar de que en la Sagrada Escritura estaba revelado que la salvación era universal. Esta idea, deformada por los diversos intérpretes del antiguo Testamento, fue revelada especialmente en el Nuevo Testamento en diversos textos, por ejemplo: “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad” (1 Tim 2,4)

En efecto, esta es una verdad de fe: Dios salva a los hombres por medio de Jesucristo en la Iglesia católica, y de infinitas maneras, propias del misterio de la  misericordia de Dios Padre, que no conoce la teología católica.

Pero no es el tema de la salvación el objeto de esta homilía, porque quiero fijar mi atención en los regalos que los Magos hicieron al Niño Jesús en Belén: oro, incienso y mirra.

Los Santos Padres interpretan que el oro significa la dignidad que corresponde a Jesús, como Rey del Universo, porque el oro es el metal de los reyes; el incienso es símbolo de la divinidad del Niño Jesús; y la mirra significa su naturaleza humana.

Como estos dones pueden ser interpretados en muchos sentidos espirituales, a mí se me ocurre pensar que el oro puede significar la bondad de nuestro corazón, el incienso la ofrenda de nuestra oración y la mirra el sentido de nuestro dolor.

Un corazón de oro significa una vida limpia de pecado grave que impida la unión con Dios, el esfuerzo de vivir en lucha constante contra todo pecado, el ejercicio de la verdad sin engaños, ni dobleces, ni intenciones egoístas, el cumplimiento del deber en todas sus amplitudes y la práctica de obras buenas en caridad por amor a Dios y al prójimo. 

Pero es posible que algunos digan: Yo no puedo regalar al Niño Dios un corazón de oro, porque tengo un corazón de barro, manchado por muchos pecados de la vida pasada o presente; porque vivo envuelto en muchos vicios, porque soy un gran pecador. ¿Cómo voy a regalar a Dios un corazón de oro si está manchado de barro?

Quizás sea este tu caso. Hay dos caminos por los que se puede ir al Cielo: por el camino de la inocencia, con un corazón de oro, o por el camino de la penitencia, del arrepentimiento, de la conversión.

Si no eres inocente porque has pecado mucho, de muchas maneras y gravemente, no por esto, se te han cerrado las puertas del Cielo, pues la gracia de la misericordia de Dios tiene fuerza sobrenatural para convertir de muchas maneras el barro de tu corazón en oro, sobre todo si  acudes a la Fábrica de la conversión, que es el Sacramento de la Reconciliación con Dios, que perdona los pecados y convierte el corazón de barro en corazón de oro por la gracia sacramental.

El incienso puede significar para nosotros la unión con Dios por medio de la oración que mueve montañas, concede la fortaleza para la lucha contra el pecado, la preparación para la confesión bien hecha, aunque sea pobre y se haga con defectos.

Cada uno debe hacer su oración como es, como sabe y como puede, y no como le gustaría o como la hacen otros. No tenemos que imitar el modo de orar de otros, sino su actitud de orar. Debemos estar contentos con que otros tengan más gracia que nosotros con tal que cada uno tenga la que Dios quiera, aunque sea la menor. Dios hará todo lo que te falte, pues comprende la bondad limitada de tu corazón puro y el modo pobre de orar de quien está apegado a la tierra, a los bienes de este mundo con miserias y pecados. Y Él hace todo lo que tú no sabes o no puedes hacer.

Quizás el obsequio más agradable que puedes hacer al Niño Dios sea la mirra de tu dolor, de tu sufrimiento, de tu cruz, porque estás enfermo o con debilidades físicas, psíquicas o tienes un problema familiar insoluble: un marido o una mujer que te hace la vida imposible o con quien te resulta difícil o muy difícil la convivencia, un hijo que te lleva por la calle de la amargura, un problema de padres o familia, un desequilibrio, falta de trabajo, cualquier dolor, pena o angustia.

En este caso ofrécele al Señor la mirra de tu cruz personal, familiar, social, querida por Dios o permitida, porque estoy seguro de que el Señor aceptará el regalo del sufrimiento que te purifica y santifica.

Estos son los regalos que hoy podemos hacer al Niño Dios, adorado por los Magos: el oro de la bondad de nuestro corazón o del barro de nuestra conversión, el incienso de nuestra oración y la mirra de nuestro dolor.

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