En el tiempo de Jesús muchos judíos pensaban
que la salvación era un privilegio, casi en exclusiva, para el pueblo judío, a
pesar de que en la Sagrada Escritura estaba revelado que la salvación era
universal. Esta idea, deformada por los diversos intérpretes del antiguo
Testamento, fue revelada especialmente en el Nuevo Testamento en diversos
textos, por ejemplo: “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al
conocimiento de la Verdad” (1 Tim 2,4)
En efecto, esta es una verdad de fe: Dios
salva a los hombres por medio de Jesucristo en la Iglesia católica, y de
infinitas maneras, propias del misterio de la
misericordia de Dios Padre, que no conoce la teología católica.
Pero no es el tema de la salvación el objeto
de esta homilía, porque quiero fijar mi atención en los regalos que los Magos
hicieron al Niño Jesús en Belén: oro, incienso y mirra.
Los Santos Padres interpretan que el oro
significa la dignidad que corresponde a Jesús, como Rey del Universo, porque el
oro es el metal de los reyes; el incienso es símbolo de la divinidad del Niño
Jesús; y la mirra significa su naturaleza humana.
Como estos dones pueden ser interpretados en
muchos sentidos espirituales, a mí se me ocurre pensar que el oro puede
significar la bondad de nuestro corazón, el incienso la ofrenda de nuestra
oración y la mirra el sentido de nuestro dolor.
Un corazón de oro significa una vida limpia
de pecado grave que impida la unión con Dios, el esfuerzo de vivir en lucha
constante contra todo pecado, el ejercicio de la verdad sin engaños, ni
dobleces, ni intenciones egoístas, el cumplimiento del deber en todas sus
amplitudes y la práctica de obras buenas en caridad por amor a Dios y al
prójimo.
Pero es posible que algunos digan: Yo no
puedo regalar al Niño Dios un corazón de oro, porque tengo un corazón de barro,
manchado por muchos pecados de la vida pasada o presente; porque vivo envuelto
en muchos vicios, porque soy un gran pecador. ¿Cómo voy a regalar a Dios un
corazón de oro si está manchado de barro?
Quizás sea este tu caso. Hay dos caminos por
los que se puede ir al Cielo: por el camino de la inocencia, con un corazón de
oro, o por el camino de la penitencia, del arrepentimiento, de la conversión.
Si no eres inocente porque has pecado mucho,
de muchas maneras y gravemente, no por esto, se te han cerrado las puertas del
Cielo, pues la gracia de la misericordia de Dios tiene fuerza sobrenatural para
convertir de muchas maneras el barro de tu corazón en oro, sobre todo si acudes a la Fábrica de la conversión, que es
el Sacramento de la Reconciliación con Dios, que perdona los pecados y
convierte el corazón de barro en corazón de oro por la gracia sacramental.
El incienso puede significar para nosotros la
unión con Dios por medio de la oración que mueve montañas, concede la fortaleza
para la lucha contra el pecado, la preparación para la confesión bien hecha,
aunque sea pobre y se haga con defectos.
Cada uno debe hacer su oración como es, como
sabe y como puede, y no como le gustaría o como la hacen otros. No tenemos que
imitar el modo de orar de otros, sino su actitud de orar. Debemos estar
contentos con que otros tengan más gracia que nosotros con tal que cada uno
tenga la que Dios quiera, aunque sea la menor. Dios hará todo lo que te falte,
pues comprende la bondad limitada de tu corazón puro y el modo pobre de orar de
quien está apegado a la tierra, a los bienes de este mundo con miserias y
pecados. Y Él hace todo lo que tú no sabes o no puedes hacer.
Quizás el obsequio más agradable que puedes
hacer al Niño Dios sea la mirra de tu dolor, de tu sufrimiento, de tu cruz,
porque estás enfermo o con debilidades físicas, psíquicas o tienes un problema
familiar insoluble: un marido o una mujer que te hace la vida imposible o con
quien te resulta difícil o muy difícil la convivencia, un hijo que te lleva por
la calle de la amargura, un problema de padres o familia, un desequilibrio,
falta de trabajo, cualquier dolor, pena o angustia.
En este caso ofrécele al Señor la mirra de tu
cruz personal, familiar, social, querida por Dios o permitida, porque estoy
seguro de que el Señor aceptará el regalo del sufrimiento que te purifica y
santifica.
Estos son los regalos que hoy podemos hacer
al Niño Dios, adorado por los Magos: el oro de la bondad de nuestro corazón o
del barro de nuestra conversión, el incienso de nuestra oración y la mirra de
nuestro dolor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario