Hoy y en los días siguientes, todos vamos a felicitarnos el año nuevo con una
frase usual ¡Feliz año nuevo! para desearnos lo mejor. Hagamos una reflexión
sobre estas palabras.
Realmente
cada año es nuevo, y también cada mes, cada día, cada hora y cada tiempo,
porque ningún momento es igual, todo es distinto y nuevo, aunque se hagan las
mismas cosas.
¿En qué
consiste la felicidad que nos deseamos?
La felicidad
puede concebirse bajo tres perspectivas diferentes: felicidad humana, felicidad
espiritual, y felicidad cristiana.
Para un
hombre de mundo, sin fe, feliz año nuevo significa tener salud, poseer bienes
materiales, desempeñar un cargo de relieve social o político o un puesto de
trabajo, bien remunerado, gozar de autoridad, disfrutar mucho de las cosas,
comer muchas, buenas y variadas comidas exquisitas y degustar bebidas
agradables al paladar y beneficiosas para la salud, divertirse de muchas
maneras... Eso es un año feliz para el que no ve las cosas nada más que con los
ojos del mundo y las considera en relación al bienestar de los apetitos
carnales. Pero la verdadera felicidad no consiste en la salud, porque se puede
ser feliz espiritualmente en la enfermedad; ni tampoco en las riquezas, porque
se puede ser desgraciado con ellas y feliz con la pobreza. Muchos tienen
posesiones inmensas y son desgraciados, y otros tienen lo necesario para vivir
y son inmensamente felices, porque la felicidad no consiste en tener muchas
cosas sino en no necesitar nada más que lo necesario para vivir.
Para muchos,
que son espirituales, no cristianos, la felicidad consiste en satisfacer las
aspiraciones del hombre: buscar y encontrar la verdad, cultivar la ciencia,
bucear en la sabiduría y gozar con ella, fomentar el amor, la justicia, la
amistad... Pero no todos son felices, porque muchos satisfaciendo las
aspiraciones buenas del hombre, son desgraciados; y otros con las cosas más
elementales de la vida el amor, la justicia, la amistad, la paz y otros
valores, son felices.
Para
nosotros que somos hombres de fe y cristianos, el año feliz no significa
totalmente ni lo uno ni lo otro. No descartamos la realidad de que para la
felicidad humana contribuyen mucho los bienes materiales y espirituales, pero
sabemos que la felicidad esencial no consiste solamente en ellos, pues con los
esenciales, se puede ser feliz.
Cuando
nosotros nos felicitamos el año nuevo desde la fe, nos deseamos un año nuevo
lleno de la gracia de Dios y también lleno de gracias materiales y
espirituales, en perfecta subordinación a la voluntad divina, que consiste
fundamentalmente en el cumplimiento de la ley y en la aceptación de los
acontecimientos de la vida, de cualquier manera que se manifiesten. Sólo así se
puede ser totalmente feliz, con las pequeñas y normales contrariedades de la
vida. La verdadera felicidad evangélica consiste en vivir en gracia de Dios,
conformarse con lo que se ha recibido, con lo que uno tiene, es decir,
conformarse con uno mismo y no ambicionar nada de este mundo, que nos lleve al
pecado.
Si yo busco
el dinero, no como fin, sino como medio para cumplir mis necesidades y ser
feliz, hago muy bien y estoy dentro de la felicidad humana y cristiana. Y si
busco la riqueza como medio para mi felicidad y la de otros y con fines
sociales consigo un bien personal y común. Se puede ser feliz o desgraciado en
la riqueza y en la pobreza, en la enfermedad y en la salud, en la
niñez, juventud y vejez, en la vida larga o corta, pues las cosas de
este mundo pueden ser medios para la felicidad, si se administran bien, y
medios para las desgracias, si se utilizan mal, para el pecado.
Desde la fe,
hermanos, un año nuevo es aceptar la voluntad de Dios, de cualquier manera que
se manifieste, agradable a la naturaleza o desagradable: con salud y fortuna y
con enfermedad e infortunios.
Os deseo y
me deseo un año distinto nuevo en amor, gracia y santidad, conforme con lo que
Dios tenga preparado para cada uno de nosotros, aceptando con fe las enfermedades,
los momentos buenos y malos que vayan a venir, sabiendo que Dios es Padre y
quiere el bien para todos sus hijos. De esta manera cada año nuevo será siempre
feliz en la tierra, y después, cuando este mundo termine, vendrá la eternidad
feliz, que nunca acaba, en unión con Dios, visto y poseído en totalidad y gozo
de todos los ángeles y los santos, resplandor de la gloria de Dios eterna.
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