sábado, 29 de junio de 2024

Décimo tercer domingo. Tiempo ordinario. Ciclo B

 



El Evangelio que acabamos de proclamar en el nombre del Señor, hoy domingo décimo tercero del tiempo ordinario, ciclo b, nos habla de la fe de dos grandes personajes, que han pasado a la Historia de la Iglesia como modelos de fe para el cristiano: la fe de Jairo y la fe de una mujer conocida con el nombre de Hemorroísa.    
       

La homilía de hoy va a consistir en hacer un comentario espiritual sobre el texto del Evangelio.           

No se sabe cuándo ocurrieron estos dos milagros, que nos cuentan los evangelistas Mateo (Mt 9,20-26); Marcos (Mc 5,25-43; y Lucas (Lc 8,43-56) con pequeñas diferencias en la narración. Es probable que Jesús se encontrara ya en el segundo año de su vida pública, teniendo por residencia Cafarnaúm, sede central desde donde realizó su apostolado en Galilea. En distintos lugares y en diferentes ocasiones Jesús predicó las principales parábolas del Evangelio. Después hizo una breve expedición a Gerasa donde curó a dos posesos , y luego,  acompañado de sus discípulos, se dirigió en barca a la ribera de Cafarnaúm. Apenas desembarcaron, observaron que en la orilla había una gran muchedumbre. Estaba todavía Jesús junto al mar, cuando un personaje, presidente de una de las sinagogas de la ciudad, con expresión de suma tristeza en el rostro, se acercó a Jesús, se postró a sus pies, le adoró y le hizo la siguiente apremiante súplica:             

Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva.

Y Jesús, compadecido de este padre que tenía el corazón partido de pena, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud se encaminó hacia la casa de Jairo con el fin de curar a su hija, que tenía 12 años. Y sucedió que en el camino, irrumpió una mujer conocida por los comentaristas del Evangelio por el nombre de la hemorroísa.  Estaba enferma de hemorragias durante doce años, y había gastado todo su capital en médicos, y cada día se encontraba peor. A empujones y tratando de no molestar, esta buena mujer de fe intentaba acercarse a Jesús, a quien sólo conocía de oídas, pensando para sí que si lograba tocar el manto de Jesús, se curaría. Y lo consiguió, pues silenciosamente por detrás tocó su manto, sin que nadie lo advirtiera. Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y notó que su cuerpo estaba curado.

Jesús, notando que había salido fuerza de Él, se volvió a la turba entre la que se encontraba la hemorroísa, y preguntó:

-¿Quién es el que ha tocado el manto?

Pedro, los discípulos y los que con Él estaban, alborotados le contestaron:

-Qué cosas tienes, Señor! ¡Qué preguntas! Estás viendo que todos te tocamos porque no puedes rebullirte, y preguntas: ¿Quién me ha tocado?

Entonces Jesús echó una mirada sobre la turba buscando a la persona que le había tocado, mientras decía:

-Alguien me ha tocado, porque de mí ha salido una fuerza curativa.

Jesús debió posar su mirada, de manera significativa, sobre la hemorroísa de tal manera que quedó descubierta. Entonces la pobre mujer temiendo y temblando se postró a los pies de Jesús y le confesó todo. Y Jesús con semblante bondadoso y mirada agradecida, le dijo:

-Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud.


Todavía estaba hablando cuando llegaron de la casa de Jairo, jefe de la sinagoga, unos criados para decirle un poco en privado:

-Jairo, tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al Maestro?

Jesús alcanzó a oír esta misiva y dijo a Jairo.

-No temas, basta que tengas fe.

Y luego, acompañado solamente por Pedro, Santiago y Juan llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos. Y dijo:

-La niña no está muerta, está dormida. Y se reían de Él. Entró donde estaba la niña con sus padres y acompañantes y cogiéndola de la mano, le dijo:

- Niña levántate.

Y la niña se levantó y echó a andar. Y todos se quedaron viendo visiones.

¿Cómo era la fe de estos dos personajes?

Tanto la fe de la hemorroísa como la de Jairo era una fe  en Jesús, popular, religiosa, un tanto supersticiosa, considerado como profeta taumaturgo de Galilea, y no como verdadero Dios. Para que la hemorroísa pudiera ser curada, tenía que tocar el manto de Jesús; y para que la hija de Jairo fuera sanada, tenía que ir Jesús a su casa e imponer las manos. Más perfecta fue la fe del Centurión que creía en el poder de la palabra de Jesús, sin necesidad de tocar al enfermo:

-“Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, más di una sola palabra y mi criado quedará sano”. Sabía que no era necesario el tacto de Jesús, aunque Él solía hacer siempre un gesto, imponer las manos, tocar, como hizo con un leproso que le pedía:

-“Señor, si quieres, puedes curarme”.  Bastaba para que fuera curado que Jesús quisiera. Y Jesús quiso, pero extendió su mano y le tocó para curarlo.           

La fe de los personajes del Evangelio no era teológica, como la que tenemos nosotros, heredada y estructurada en definiciones dogmáticas, debido a una formación catequética o teológica. Pero era fe del corazón bueno y creyente.

También en nuestros días los cristianos acuden a Jesús a pedirle gracias o milagros, y para conseguir estos favores tienen que ir y tocar, como por ejemplo a Jesús de Medinacelli. Aunque esta fe sea primaria y no teológica, hay que respetarla y jamás ridiculizarla, pero sí educarla, pues sólo Dios premia la fe del corazón sencillo y no la fe de la cabeza. Para que Jesús nos escuche, no hace falta tocarle, sino tocarle con fe. Cuando comulgamos, tocamos el Cuerpo de Jesús, que es más que tocar el manto, como hizo la hemorroísa, y no nos curamos.

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