Podéis todos decir: que pregunta más simple, más fácil. Todos sabemos que era el esposo de la Virgen María, el padre legal de Jesucristo. Es cierto, pero yo no pretendo con esta pregunta saber la personalidad evangélica de San José, sino que quiero explicar su personalidad humana y espiritual.
San José fue en cuanto a su personalidad
humana un hombre, como todos los demás: concebido en estado de pecado original;
sometido, como cualquier hijo de Adán, a tentaciones, a luchas, a vaivenes de
la convivencia social, a malos momentos, como tú y como yo, y como cada hijo de
Dios.
Tenía sus defectos temperamentales, que no se
pueden evitar y no son pecados, aunque sean molestias u ofensas para los
hombres. Fue un hombre bueno, inteligente, virtuoso, perfecto, santo. Sólo se
diferenciaba de nosotros en que él era santo y nosotros queremos ser santos y
trabajamos por serlo; en que él es el Santo más grande que hay en el Cielo,
después de María Santísima, por ser el Esposo de la Virgen, Madre de Dios, y
Padre adoptivo del Hijo de Dios, Jesucristo, y nosotros somos hijos de Dios e
hijos de María Santísima.
Se podría decir que por ser San José el padre
adoptivo de Jesús, y por ser nosotros hermanos de Jesús, San José es, de alguna
manera, padre legal de todos los hombres, a diferencia de María, que es
realmente Madre espiritual de todos los hombres.
Hay un pasaje en el Evangelio donde aparece
la virtud de San José, como hombre santo, y es aquél en que se cuenta el hecho
de que San José observó en su mujer, su
esposa, signos evidentes de maternidad, al regreso de la visita que hizo a su
pariente Santa Isabel, en Ain Karin,
cerca de Jerusalén. Este suceso está narrado por San Lucas 1,39-45, pero por
ser un pasaje sabido, no merece la pena reseñarlo.
San José, ante este hecho evidente de la
concepción de su mujer, lo debió de pasar muy mal. Probablemente pasó noches
sin dormir dándole vueltas a la cabeza. ¿Cómo se explica esto en María, mi
esposa? Sabía que su mujer era santa, virtuosa y virgen; y que en la maternidad
de María, él no tenía arte ni parte, como decimos vulgarmente en castellano. Y
como consecuencia de romperse la cabeza pensando en este asunto, le sobrevino
la zozobra, la inquietud, la desazón, el malestar, la lucha, la tentación y una
serie de interrogantes sin respuestas.
A esta lucha verdaderamente crucial, que tuvo
que padecer San José, la llama Martín Descalzo la noche oscura de José, porque
por más que pensaba y buscaba razonamientos para buscar una solución, no
encontraba ninguna. Se sentía aprisionado en un laberinto sin salida.
Después de pasarse días y noches con
cavilaciones de tortura, a San José se le ocurrieron tres posibles soluciones
de comportamientos para con su mujer.
Primera: dejarla privadamente. Pero esta opción no le pareció humana ni religiosa, porque él hubiera quedado ante el pueblo con la mala fama, injusta, de mal esposo, que abandona a su mujer dejándola embarazada, hecho que merecería ser llevado a los tribunales del Sanedrín. Y desechó esta solución.
Segunda: Hablar serena y piadosamente con su
esposa; y en el caso de que hubiera sufrido una posible violación,
comprenderla, amarla y aceptar el fruto de sus entrañas como algo natural
dentro del matrimonio. Nadie se iba a enterar y él cumplía un deber de amor
comprensivo y un acto de caridad extrema para con el hijo de su mujer.
Pero esta decisión suponía par los dos,
principalmente para él, tema muy espinoso y desagradable. Y desechó esta
opción.
La tercera opción podría ser cumplir la ley:
acudir a los tribunales y pedir el derecho de repudio que consistía en dejarla
legalmente abandonada. Pero este comportamiento, aunque legal, era frío, poco
humano y caritativo, porque sería dejar a su mujer, a la que suponía santa, con
un desprestigio inmoral público. Y para
José era cumplir la ley con poca caridad y comprensión, cosa que le remordía la
conciencia.
Ante esta situación angustiosa, de verdadero
martirio cabe una pregunta de difícil contestación: ¿Por qué María no le dijo a
José que había concebido por obra y gracia del Espíritu Santo? Sencillamente
parece la mejor solución puesto que ambos eran santos, y ambos entenderían
perfectamente los planes de Dios. Sin embargo, no lo hizo. ¿Por qué? ¡Misterio!
¿Por qué San José no pidió a su Esposa una explicación del hecho de su
concepción?
Le dio vergüenza porque suponía culparla de
algo malo que en Ella de ninguna manera ni siquiera imaginaba. Por supuesto que
no podía adivinar la realidad el hecho de la concepción inmaculada de su mujer,
por obra del Espíritu Santo.
Yo pienso que la mejor solución fue la que
adoptó María, porque la tomó la Virgen que era Santísima, tal vez por
inspiración divina: el silencio, ya que la concepción de María era un misterio sobrenatural, que sólo se cree
por la fe o por revelación de Dios, como sucedió. Si María se lo hubiera a San
José ¿él la hubiera creído? Tal vez, pero si las cosas sucedieron de esa manera,
hay que pensar que fue lo mejor.
En estas cábalas estaba José, terriblemente
tentado y angustiado y sin saber qué hacer, cuando un ángel del Señor se le
apareció y le dijo: “José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María,
tu mujer, a casa, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo”
(Mt 1,16.18-21.24).
Cuando la revelación vino de parte de Dios,
por medio de un ángel, José, hombre de fe, creyó en la concepción de Jesús en
el seno virginal de María.
Esto mismo pasa ahora con nosotros, que
creemos en Jesucristo en la Eucaristía, no porque nos lo han dicho nuestros
padres, ni porque nos lo han enseñado en la escuela o en la catequesis, sino
porque tenemos fe. Nadie cree si no tiene la potencia de creer.
Hay muchas cosas en la vida que no
entendemos, muchos interrogantes que nos hacemos frecuentemente, y para los que
no encontramos solución. Nos preguntamos muchas cosas inútilmente ¿Por qué, por
qué, por qué...? No pierdas el tiempo en romperte la cabeza, buscando
soluciones humanas a los misterios de fe. Cree porque te ha revelado la fe.
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