sábado, 1 de marzo de 2025

Octavo domingo. Tiempo ordinario. ciclo C

 


¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo”

Para predicar la homilía en este domingo VIII del tiempo ordinario, ciclo C, voy a fijar mi atención en una frase del Evangelio de San Lucas, que es fundamento para la vida cristiana: ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo”.

 Sin duda alguna que el conocimiento propio es la asignatura más difícil de  la carrera de la santidad que se cursa en la Universidad de la vida, porque en la esencia íntima de nuestro propio ser radica el egoísmo, que nos impide ver las cosas con objetividad. Vemos en el prójimo defectos y pecados más grandes  que los que tenemos nosotros: la mota en el ojo del hermano y no vemos la viga en el nuestro.

El amor propio o egoísmo nos hace aminorar o justificar nuestros defectos y pecados, aunque sean importantes y graves, y agrandar y condenar los defectos de nuestros hermanos, aunque sean iguales que los nuestros y aún más pequeños. Se parece nuestro comportamiento al de los niños cuando riñen, que echan en cara a sus compañeros los mismos pecados que ellos cometen, incluso calumniando a los inocentes. La malicia del corazón de los hombres malos consiste en culpar a todos los hombres de los mismos males que ellos cometen, según dice el refrán castellano: Se cree el ladrón que todos son de su condición.

La verdad de la moralidad de los hombres está en la íntima esencia de su corazón. Lo que realmente somos, buenos o malos, es una realidad exclusiva del misterioso conocimiento de Dios Padre, infinitamente misericordioso. 

 En los juicios humanos hay una declaración del propio reo con derecho a la propia defensa; un abogado que defiende al reo; un fiscal que le acusa; unos testigos que acusan defienden; y un juez que, después de estudiar todos los factores del caso en cuestión, condena y absuelve. En cambio, nosotros, sin conocer las causas del proceder del hermano, condenamos injustamente a nuestro prójimo, sin conocer a fondo a las personas a quienes juzgamos y condenamos, ni las motivaciones de su obrar ni sus circunstancias.

Somos inconsecuentes e injustos con nuestros hermanos, a quienes juzgamos y condenamos sin suficientes elementos de juicio. Somos inconsecuentes e injustos con nuestros hermanos, a quienes juzgamos y condenamos sin suficientes elementos de juicio.

Es muy difícil saber dónde está la verdad humana,  pues todo depende de muchos factores: de la capacidad intelectual del hombre, de la educación que se ha recibido en familia, en Sociedad y en la Iglesia, de la moral de costumbres buenas, de los signos de los tiempos 

No llegamos a conocernos  bien porque nos fiamos solamente de nuestro propio criterio. No estamos de acuerdo con la opinión que los demás tienen de nosotros mismos, y no hacemos caso a los que nos reprenden con cariño. Alguien dijo que el  que se hace maestro de sí mismo se constituye en maestro de un tonto.

Nos ayuda mucho al propio conocimiento la oración, examen de conciencia, lectura espiritual, confesión, director espiritual.

Con el trato amistoso con Dios, mantenido en humildad y obediencia, se llega uno a conocer poco a poco, aunque difícilmente del todo.  En reflexión sincera y humilde de examen sobre la propia vida, sin apasionamiento, y admitiendo la posibilidad de estar equivocados o ser algo, aunque no todo, de lo que se nos acusa, podemos llegar a conocer nuestros fallos y a arrepentirnos de nuestros pecados.  Con la ayuda de un buen libro de espiritualidad, el consejo de personas santas, aunque sean seglares, y sobre todo con la ayuda de sacerdotes virtuosos, confesor o directores espirituales, podemos conseguir con la gracia de Dios el conocimiento propio y adecuado.

Solemos tener un defecto importante: obrar como a nosotros nos parece, diciendo que hemos consultado nuestras decisiones. Y, en realidad, muchas veces no hacemos otra cosa que hacer lo que queremos, respaldados falsamente en lo que decimos que se nos ha aconsejado, que es lo  que nosotros hemos preparado con maniobra  que se nos diga. Pongamos un ejemplo. Imaginemos que un profesor quiere hacer un viaje a un país lejano, que es muy costoso, y tiene que gastar mucho dinero. Y consulta a un sacerdote que quiere hacer un viaje para instruirse, culturizarse, con el fin de poder luego hacer bien a los alumnos. La verdad es que quiere viajar porque le gusta y disfruta viendo muchas cosas bonitas, que merece la pena. Pero para tranquilizar la conciencia de gastar demasiado dinero dice que quiere hacer un viaje cultural ¿Qué le va a decir el sacerdote? ¡Que haga ese viaje! Todo depende de cómo se haga la consulta.                 

El que es bueno todo lo echa a buena parte, todo lo excusa, todo lo justifica, todo lo comprende, conforme nos enseña la Palabra de Dios por medio de San Pablo: La caridad todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1ª Co 13,7).

El amor verdadero, por ejemplo el de una madre o el de un  padre, busca siempre motivos para justificar y perdonar  al hijo que se porta mal o ha cometido algún error, pecado o delito: “Él es bueno, tienen la culpa de su mal los amigos, las desviadas costumbres de los tiempos, la moda... Es bueno, pero le pilló en un mal momento de nervios y obró inconsecuentemente de manera inculpable... Es bueno,  pero las circunstancias de las injusticias le obligaron a cometer ese acto o ese pecado, justificable en cierto sentido.

El que es bueno, nos dice el Evangelio de hoy, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien; y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque lo que rebosa del corazón, habla la boca.

El que tiene el corazón limpio, su mirada será limpia y verá en el prójimo el reflejo de la bondad que hay en su corazón. En cambio, el que es malo, la malicia de hay en su corazón y en sus obras la aplica a los demás, por aquello de que “se cree el ladrón que todos son de su condición”.

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