lunes, 30 de abril de 2012

SAN JOSÉ OBRERO. DÍA DEL TRABAJO (1 de Mayo)

            Después de la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, no hay en el Cielo  santo mayor que San José, por ser  esposo de la Madre de Dios y Padre legal de Dios.  Aparece siempre  en el Evangelio representando un papel de extra, como un  personaje de referencias,  acompañando a María con virtuosos comportamientos de simple esposo. San Mateo nos facilita  la única biografía que existe de San José en una oración sustantiva: "José era un hombre justo" (Mt 1,19). Justo quiere decir en la terminología bíblica y teológica cumplidor de la ley, temeroso de Dios, perfecto, Santo del Silencio en la tierra, pues no se sabe quienes fueron sus padres, cómo fue su niñez, su juventud,  su muerte, el lugar donde murió y fue enterrado. Fue un santo  de elevada contemplación mística,  sin manifestaciones espectaculares, superior a la de los místicos más renombrados de la Iglesia católica, que conjugaba su oración con el trabajo  perfecto y sublime  de las cosas sencillas y ordinarias de la vida.  Nos dice la Biblia que “Dios tomó al hombre y lo dejó en el jardín de Edén, para que lo labrase y cuidase” (Gén 2, 15). El trabajo en su origen divino tuvo la finalidad de  gozo, sin sacrificio ni fatiga. Sería algo así como si ahora alguien ocupa su tiempo libre en hacer lo que le gusta  disfrutando con alegría. Pero el pecado original trastocó toda la persona, y, en consecuencia, adquirió la condición de castigo: “Con el sudor de tu rostro comerás el pan” (Gén 3,19). Y desde entonces  produce cansancio, disgusto, esfuerzo, fatiga, dolor y pena.
El trabajo cristiano es un bien para la persona y la Sociedad y un medio para conseguir muchos fines buenos:
- la perfección de las facultades de la persona: el entendimiento se perfecciona para hacer cada vez mejor las cosas, inventar mejoras técnicas y científicas en las Industrias, provecho para el hombre y la Sociedad; la voluntad  quiere lo que el entendimiento le propone como un bien; las fuerzas físicas del cuerpo  se desarrollan en perfeccionamiento y utilizan con orden y equilibrio;
- ganar el pan nuestro de cada día, como pedimos a Dios en el Padrenuestro nuestro,  en cuya petición se incluyen el trabajo y los medios necesarios para llevar una vida digna personal y social;
- el fomento de muchas virtudes: el conocimiento propio y el de los hombres; la paciencia para aguantar; la obediencia para hacer lo que no gusta; la virtud del trabajo cristiano, la disciplina en el horario, la convivencia; la caridad y comprensión; la amabilidad; la necesidad de perdonar y ser perdonado; el compañerismo;
- la evitación del pecado, pues cuando en el trabajo se pone todo el empeño, se cierran las puertas a la tentación y al pecado;
- y la santificación y realización de un apostolado místico en el mundo, si se realiza en estado de gracia, con el lema de San Bernardo “ora et labora”;
- y, por fin,  el desarrollo de los pueblos en perfección social y cultural.
A imitación de San José, debemos orar, siempre en línea directa con Dios, y trabajar no solamente para el sustento de una vida justa y digna, perfeccionar nuestra personalidad,  contribuir  al bien familiar personal y social de todos los hombres, sino como un medio común para la santificación personal y de la Iglesia,  porque la oración, humanamente divinizada, y el trabajo cualquiera que sea, en estado de gracia,  santifican y apostolizan.

viernes, 27 de abril de 2012

DOMINGO IV DE PASCUA (ciclo b) Segunda lectura (29 de Mayo 2012)
Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! (1Jn 3, 1)

Hijos de Dios a su imagen y semejanza

El hombre es hijo de Dios por haber sido creado por Él a su imagen y semejanza con un parecido analógico en el ser, entender y querer;  y además es hijo de Dios adoptivo por la gracia del bautismo: filiación verdadera, real, distinta, mejor y superior a la filiación natural. No es una  adopción humana, extrínseca y jurídica, por la que una persona es adoptada  por otra, que  no la ha engendrado, como si fuera hijo natural, con los mismos derechos y obligaciones; ni tampoco es como un hijo espiritual de un  sacerdote o seglar que  adopta a otra persona, como padre, por razones espirituales o humanas. La adopción filial del bautizado es una adopción intrínseca, una realidad divina, misteriosa, un nacimiento sobrenatural, que supera a la generación natural.
Según  el Catecismo de la Iglesia Católica del Papa Juan Pablo II, la filiación adoptiva de hijo de Dios es “una participación en la vida de Dios que nos introduce en la intimidad de la vida trinitaria   y nos hace hijos adoptivos de Dios” (Cat 1997). Se  realiza en el sacramento del bautismo en el que se comunica la misma vida de Dios, como ES, por medio de la gracia, llamada  santificante,
La participación en la vida de Dios no es una transfusión de su naturaleza divina, absurdo metafísicamente imposible, sino  una comunicación analógica de la misma naturaleza de Dios por medio de un ente creado, llamado gracia, que hace  que el hombre, nacido en pecado, entre a formar parte de la familia divina. ¡Qué maravilla pertenecer a la familia de Dios!
La participación de la naturaleza divina en el bautizado  suele ser explicada  por los teólogos por dos metáforas: la del hierro quemado al rojo vivo en la fragua, que conservando su naturaleza propia, participa del fuego, siendo dos cosa distintas: hierro y fuego; y la del sol participado en la Tierra  por medio de su luz y calor, siendo distinto el sol y su participación de luz y calor.
Efectos principales del bautismo
El bautismo produce  dos efectos principales: la remisión de los pecados y la creación de una criatura nueva, un nuevo nacimiento en el Espíritu Santo, una segunda naturaleza sobrenatural (Cat 1262). El bautizado nace dos veces: como hijo natural  por generación de los padres  por la que participa de su misma naturaleza; y, como hijo adoptivo del Padre, engendrado por el bautismo a la vida de Dios: nueva criatura, sobrenatural (2 Co 5,17). No solamente perdona todos los pecados y sus penas, sino  hace que el bautizado sea hijo adoptivo de Dios (Ga 4,5-7), partícipe de la naturaleza divina (2 P 1.4), miembro de Cristo (1 Co 6,15; 12,27) coheredero con Él (Rm 8,17) y templo del Espíritu Santo (1 Co 6,19).
El bautismo hace que el cristiano unido con los otros bautizados (Ef 4,25),  formen un solo Cuerpo (1Co 12,13), que es la Iglesia, sea realmente miembro del Cuerpo Místico de Cristo, participe del sacerdocio de Cristo y de su misión profética y real, merezca  en estado de gracia sobrenaturalmente con sus obras el Reino de Dios, y se convierta en templo vivo del Espíritu Santo y Sagrario de la Santísima Trinidad; y después, como coheredero con Cristo, vea y goce eternamente de la visión y gozo de la Santísima Trinidad en unión del conjunto de la glorificación de ángeles y santos, hecho que supera todo entendimiento creado.

viernes, 20 de abril de 2012

DOMINGO III DE PASCUA (ciclo b)
Segunda lectura: “Hijos míos: Os escribo esto para que no pequéis” (2 Jn 2,1).

“Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Pero si confesamos nuestros pecados, Él que es fiel y justo, nos perdonará los pecados” (1 Jn 1,8-9).
El apóstol San Juan recomendó encarecidamente a sus discípulos que no pecasen, pero si alguno pecara que abogue ante el Padre: a Jesucristo, víctima de propiciación por nuestros pecados y los de todo el mundo.
El pecado realmente existe y el pecador también. ¿Pero qué es el pecado y quién es pecador? El pecado se define científicamente en la Moral Católica: un acto moral malo que un pecador  comete consciente y libremente contra le Ley divina, sabiendo que es una ofensa a Dios. ¿Y quién es pecador? Solamente Dios, rico en misericordia, sabe quién es pecador y cuál es el pecado que comete. El pecador es un hombre  limitado en su conocimiento, defectuoso, con taras físicas o psíquicas, condicionamientos personales que peca. ¿Quiénes pecan?
  Podríamos clasificar los pecadores en los siguientes grupos:
- Ignorantes de la ciencia moral, aunque sean sabios en las ciencias humanas,  cuya responsabilidad moral del pecado es poca o nula, dependiendo del conocimiento, voluntariedad y libertad que tengan al cometer el pecado.
- Incultos con poca cultura por incapacidad intelectual, cuya responsabilidad del pecado es solamente evaluable por la infinita sabiduría misericordiosa de Dios.    
- Equivocados que por diversas causas  confunden el bien por el mal, y sus pecados deben ser evaluarlos no por sus actos malos, sino por la malicia que tengan en la presencia de Dios.
- Apasionados que por naturaleza constitutiva  están inclinados al mal, más o menos, y sus pecados deben ser evaluados también por las influencias de las pasiones, que solamente Dios conoce.
- Malos, incluso satánicos, cuya malicia hay que reservar a la justicia misericordiosa de Dios.
- Enfermos, psiquiátricos, que debido a su enfermedad hacen cosas malas, pero no cometen pecados, porque sus facultades espirituales no funcionan correctamente, cuya enfermedad depende  de médicos y  psiquiatras, y no de los confesores, que sólo pueden escuchar con amable paciencia  y absolver  los pecados, según estén en la presencia infinita de la misericordia  de Dios.
- Débiles que hacen por no pecar, luchan contra el pecado y caen queriendo corregirse, y difícilmente lo consiguen, y generalmente nunca del todo.
- Buenos virtuosos y santos, cuyas faltas o defectos temperamentales   son purificaciones  de los pecados de la vida pasada o humillaciones para la santidad de la vida presente, que Dios permite permanezcan  en las personas piadosas y santas  para que reconozcan que su bondad se debe a la gracia, vivan en humildad de gratitud a Dios y comprendan a los pecadores.
Según esta clasificación genérica y elemental de pecadores, podemos decir que somos pecadores y cometemos pecados según la malicia que el pecador tenga en la presencia de la infinita misericordia de Dios, porque si confesamos nuestros pecados, Él que es fiel y justo, nos perdonará los pecados” (1 Jn 1,8-9).

viernes, 13 de abril de 2012

SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA (ciclo b)

“Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis,  les quedan retenidos” (Jn 20,22).
Con estas palabras del Evangelio Jesús instituyó el sacramento de la Penitencia y confirió el poder de perdonar los pecados a sus Apóstoles, a  sus sucesores, los Obispos, y a sus colaboradores, los sacerdotes, que son los ministros del Perdón en el sacramento de la Penitencia, en la persona de Cristo,  hasta el fin de los tiempos. De este sacramento sólo voy a tratar esquemáticamente tres aspectos: Pecador, pecado y confesor.
Pecador
El pecador es una persona (hombre o mujer), que con su constitución natural, defectos, limitaciones, condicionamientos, causas disminuyentes, agravantes o excusantes de responsabilidad, quebranta la ley de Dios libre y responsablemente; y con ese acto ofende a Dios, según la estimación de la infinita misericordia divina. Cada persona es distinta en su ser, entender, querer y obrar; y, por tanto, peca personalmente  de la manera que solamente Dios sabe, y no el hombre.
Pecado
            El pecado existe, lo define la Iglesia, lo explican los teólogos, profesores y catequistas, y cuya naturaleza teológica hay que saber y enseñar. Quizás entre las muchas definiciones de pecado que existen, para mí la más acertada, en sentido genérico pastoral, es la del Concilio de Trento: misterio de maldad, Los requisitos necesarios, esenciales, para que un acto humano sea pecado en la ciencia teológica son: advertencia, voluntariedad y libertad. Saber cuándo una persona comete un pecado y su gravedad es muy difícil, porque cada pecado es diferente en cada una, que es única.  El pecado no es la simple trasgresión de la Ley de Dios, sin más, sino la evaluación del pecado por Dios infinitamente sabio y misericordioso. El mismo pecado en el mismo pecador puede ser  diferente, cuando lo comete en distintos momentos, porque pueden ser distintas las circunstancias  en el momento en que lo comete.  Una pobre persona, buena, de escasa formación moral, que respira la fe por todos los poros de su alma, pero tiene un dedo de frente, peca menos que un sacerdote que conoce más  la naturaleza y malicia del pecado.  El cristiano tiene que trabajar por evitar con la gracia  y esfuerzo personal el pecado para no ofender a Dios. El que esté metido en la profundidad del amor a Dios tiene que ser comprensivo y justo, porque no todo acto humano que parece pecado al juicio de los hombres, lo es a los ojos de Dios, pues hay muchas personas que hacen cosas malas, pero no cometen pecados.
Confesor
“A quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados”
¿Quién puede perdonar los pecados? Solamente Dios. Jesucristo, Dios, delegó este poder al Obispo y al sacerdote para que ejerzan el ministerio del perdón. El sacerdote perdona los pecados, en la persona de Cristo, por delegación, le presta su palabra y  gesto, cuando perdona al penitente arrepentido diciendo: “Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo  y del Espíritu Santo. Si eres sacerdote, cuando confiesas a pecadores, perdonas los pecados que a ti no te han hecho, sino a Dios, y te lo crees; y si eres penitente, te perdona Cristo, y no el sacerdote, sea santo o pecador, y te lo crees.  ¡QUÉ MISTERIO! Cree y vive el perdón de los pecados.

sábado, 7 de abril de 2012

Domingo de Resurreción

Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre (Jn 11,25-26).

             Estas palabras lapidarias fueron pronunciadas por Jesús a Marta, cuando le dijo que su hermano resucitará, que ella entendió sería al fin del mundo: “Sé que resucitará en la resurrección del último día” (Jn 11,23).  Hagamos un comentario esquemático sobre estas palabras en este domingo de resurrección.

            Cristo es la Resurrección

            Cristo  es la resurrección y la vida para todos los hombres, porque   por todos realizó la Redención objetiva, que culminó en la Resurrección. Pero no todos se la aplican subjetivamente, pues unos la rechazan voluntariamente y se condenan y otros se la personalizan y se salvan. ¿Quiénes? Misterio insondable de la infinita sabiduría misericordiosa de Dios en favor del hombre. Para creer que Cristo es la Resurrección y la Vida es necesaria la fe,  don de Dios que da la capacidad para creer en la Resurrección. Quien cree en Cristo resucitado y vive esta verdad dogmática  en gracia operativa  tiene ya en su alma la resurrección de Cristo  en semilla, que se desarrolla en la vida cristiana y fructifica en el Cielo con la visión y gozo de Dios por toda la eternidad, pues el que cree en Cristo resucitado no morirá para siempre.

            La muerte,  paga del pecado del hombre, es la última gracia que recibe el cristiano para conseguir la resurrección y vivir eternamente con Cristo resucitado. Cuando el alma entra en el Cielo, en el primer instante le parece  que ha estado allí eternamente, y  nunca  en la tierra.

            La primera resurrección del cristiano tuvo lugar en el Bautismo, en el que  se realiza una auténtica resurrección sobrenatural, porque el hombre, nacido muerto por el pecado original, resucita  a una nueva vida de gracia, participación analógica de la misma vida de Dios Trinitario. Si el cristiano comete un pecado mortal, la única desgracia que existe en el mundo, puede resucitar a la vida de la gracia por el sacramento de la Penitencia, que es la resurrección del alma muerta por el pecado  a la vida de la gracia.

            Cristo es la Vida               

            La vida de la gracia se conserva y aumenta con la vivencia de “Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el pecado (Hch 10,38)”, como  dice la primera lectura de la liturgia de la Palabra de este domingo.       

            Como hemos resucitado con Cristo en el Bautismo, “debemos buscar los bienes de allá arriba y no  los de la tierra” (Col 3,1-3), como manda la Palabra de Dios a los cristianos en la segunda lectura. Un cristiano, consagrado por el bautismo a la santidad, debe  buscar primero y siempre los bienes de la resurrección, que son: la vida cristiana orante en gracia;  la recepción de la Eucaristía  en la que se recibe a Cristo resucitado, glorioso y sacramentado, que  es ya resurrección anticipada; y la realización de obras buenas  que aumentan  la gracia y propina la resurrección de la vida futura.

                        En resumen: Cristo es la Resurrección de todos los muertos en el último día; la resurrección de los bautizados muertos por el pecado mortal mediante el sacramento de la Penitencia; y la Vida de la gracia para los cristianos que se alimentan con la oración,  la Eucaristía, y la vida sacramental operativa de las buenas obras.

viernes, 6 de abril de 2012

Sábado Santo

        SÁBADO SANTO

            En la Vigilia pascual del Sábado Santo se celebra el triunfo de Cristo resucitado y glorioso sobre el pecado, el dolor y la muerte. La Resurrección de Cristo es el modelo de la resurrección de todos los muertos. Pero antes tendrá lugar cuatro acontecimientos transcendentales: Fin del mundoResurrección de los muertos, juicio final y los Cielos Nuevos y la Tierra Nueva

            Fin del mundo
            Antes de la Resurrección de los muertos tiene que venir el fin del mundo,  como el último acontecimiento de la Tierra, pero no se sabe cómo, ni cuándo, pero será de manera catastrófica, como es natural. El Evangelio lo describe  con imágenes espeluznantes.   (Mt 24,29; 1Co 15,24; 2 Pe 3,12 Ap 21,1). ¿El fin del mundo y la resurrección de los muertos sucederán al mismo tiempo?
             Se señalan como signos precursores del fin del mundo: la predicación del Evangelio en todo el mundo; la apostasía universal; la conversión de los judíos; el advenimiento del anticristo, naturaleza muy misteriosa de precisar, pues algunos teólogos piensan que podría ser no una persona física sino una situación de espíritu anticristiano de pecado universal, de herejía o persecución a la Iglesia. El mismo Santo Tomás, el doctor angélico, nos enseña que estas señales no son fáciles de imaginar, porque pertenecen al misterio.
            Resurrección de los muertos
            La resurrección de los muertos  es  un elemento esencial de la fe cristiana desde siempre, y  además dogma de la fe católica, porque está contenido en la Revelación: en la Sagrada Escritura  tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento (Dn 12,2;2 Mac 7; Lc 20,34-36; Jn 5, 28-29; Jn 6,40, 44.54; Jn 11,23-26; Jn 11,23-26 y en otros muchos textos del apóstol San Pablo. Este acontecimiento sobrepasa nuestro entendimiento y nuestra imaginación, y no es accesible más que desde la fe, dice Santo Tomás de Aquino. ¿Cómo será? No se sabe. El alma espiritual separada del cuerpo se unirá a su cuerpo resucitado y será persona resucitada: resucitada y gloriosa para los que merecieron el Cielo. El Catecismo de San Pío V nos dice que son cuatro las dotes principales que tendrán los cuerpos gloriosos: Impasibilidad, pues no padecerán ninguna molestia, ni sentirán dolor o incomodidad alguna; claridad pues brillarán como el solagilidad pues podrán moverse adonde quiera la persona gloriosa, y sin ningún obstáculo material y con la velocidad que no se puede concebir; sutileza de manera que los cuerpos gloriosos serán sometidos al imperio del alma, y le servirán y estarán pronto a su arbitrio” (Cat de San Pío V Pág. 127 y 128; n13 y 14). Los que libremente se condenen resucitarán sin gloria para el Infierno eterno.  
                Juicio final
     Nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica que después  de la Resurrección de los muertos tendrá lugar el Juicio Final. “El juicio final revelará hasta sus últimas consecuencias lo que cada uno haya hecho de bien o haya dejado de hacer durante su vida terrena” (Cat 1029).  Será un acto sobrenatural de un instante, no de tiempo, en el que todos los hombres resucitados veremos con claridad divina la justicia y misericordia de Dios.                      
            Los Cielos Nuevos y la Tierra Nueva
            El mundo se convertirá en una nueva creación: la destrucción, o más bien, transformación profunda del mundo material que afecte más inmediatamente al hombre.  Algunos teólogos piensan que podría ser el mismo Universo de ahora, destruido pero no aniquilado, transformado en unas características apropiadas a los cuerpos gloriosos.
        
                       

Viernes Santo

VIERNES SANTO

            Desde una tradición antiquísima, la Iglesia no celebra en este día la Eucaristía sino la Pasión  de Jesús. Para meditar este doloroso acontecimiento,   me parece oportuno hablar del misterio del dolor.

 El dolor en la cultura popular, pagana,  filosófica y religiosa de la Historia ha tenido muchas y diversas interpretaciones peregrinas, extravagantes, imaginarias e irrisorias, como lo explica la Historia de las Religiones. La explicación auténtica la reveló Dios y está contenida en el Magisterio auténtico y perenne de la Iglesia: el dolor es consecuencia del pecado original. Sabemos por la fe que Dios creó al hombre y a la mujer en un estado de santidad y justicia, especial participación de la vida divina, en el que el hombre no iba a sufrir ni morir, y con una perfecta armonía consigo mismo. Pero el hombre misteriosamente desobedeció a Dios y perdió el estado en que fue creado y cometió el pecado original, y como consecuencia sobrevino el dolor y la muerte (Compendio Catecismo de la Iglesia Católica nº 71,72,75,76).

Jesús, Dios hecho hombre,  asumió la naturaleza humana en todo menos en el pecado; y por eso la vida, el gozo, el dolor y la muerte adquirieron la categoría divina de Redención. 

El dolor o la cruz, gracia de salvación
El hombre  en su peregrinación por la tierra hacia la vida eterna lleva  la cruz a cuestas, de una o de otra manera, en siete expresiones distintas: personal, familiar, cultural, laboral, social, política y circunstancial. 
Todas estas cruces, inevitables muchas veces, pueden aprovecharse para la santificación personal y bien espiritual de todos los miembros del Cuerpo Místico de Cristo.

Posturas ante la cruz
Entre otras muchas actitudes que se pueden adoptar, se me ocurren tres principales: No hacer nada, rebelarse o aceptar la cruz.

 No hacer nada por no saber o no poder es una solución  humana, explicable y no responsable, pero cristianamente  se puede hacer mucho: rezar, sufrir y ofrecer. No hacer nada por no querer es actitud negativa y pecaminosa.
 Rebelarse no es una postura cristiana, pues  con esa actitud no  se consigue siempre lo que se pretende, es inútil y se aumenta la cruz a cambio de nada.
Aceptar la cruz que viene de parte de Dios o permitida por ÉL, es una postura fundamentalmente cristiana; y cuando sea muy pesada ofrecerla en reparación de los pecados propios o ajenos o por otras intenciones espirituales, como medio de santificación personal y eclesial, pues el dolor redime y santifica. Con la cruz aceptada, sufrida y ofrecida nos identificamos con Cristo y completamos lo que faltó a su pasión en sus miembros.



    

lunes, 2 de abril de 2012

JUEVES SANTO
           
Institución de la Eucaristía
            En el primer jueves Santo de la Historia de la Salvación, Jesús en la noche en que fue entregado (1 Co 11,23) instituyó la Eucaristía, el Sacerdocio y estableció el gran precepto del amor. En este documento trato la Eucaristía a grandes rasgos, dejando  el sacerdocio y el Amor fraterno para otra ocasión.
           
            Cuando Jesús celebraba con sus apóstoles la Última Cena en el Cenáculo  tomó en sus manos el pan, lo partió y se lo dio a sus discípulos diciendo: “Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros”. Después tomó en sus manos el cáliz con el vino y les dijo: “Tomad y bebed todos de él, porque este es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la Alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros  para el perdón de los pecados”. Haced esto en conmemoración mía y con estas palabras instituyó el Sacerdocio.

 Naturaleza de la Eucaristía
“La Eucaristía es el sacrificio mismo del Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús, que Él instituyó para perpetuar por los siglos, hasta su segunda venida, el Sacrificio de la Cruz confiando así a la Iglesia el memorial de su muerte y                                resurrección. Es signo de unidad, vínculo de caridad y banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la vida eterna” (Cat compendio 271).
           
            Según esta definición del Catecismo de la Iglesia Católica del Papa Juan Pablo II, la Eucaristía es el sacrificio perpetuo que Jesús ofreció al Padre para  redimir los pecados de todos los hombres  que se celebrará en la Iglesia hasta el fin del mundo. Es banquete pascual en el que se come el verdadero Cuerpo de Cristo y se bebe su sangre, como alimento espiritual del alma para la vida eterna; fuente de la que mana toda la gracia para la vida cristiana y apostólica, y cima a la que se encaminan todos los demás sacramentos, los ministerios eclesiales y las obras de apostolado. La Eucaristía celebrada y recibida debidamente  santifica más que cualquier otro sacramento, porque es Cristo, el autor de la gracia, quien, glorioso y sacramentado, santifica personalmente con su gracia, mientras que en los demás santifica solamente con su gracia. Es presencia  real y sustancial del cuerpo, alma y divinidad de Jesucristo bajo las especies de pan y vino.

 Presencia eucarística
 La presencia de Cristo sacramentado en la Eucaristía  no se puede comparar con ninguna de las presencias que conoce la filosofía y la teología porque rebasa todo conocimiento humano. No se conoce por los sentidos, dice Santo Tomás, sino sólo por la fe. Es, por tanto, una presencia real, verdadera, sustancial, sobrenatural, y no imaginaria, ni metafórica. No es  una presencia teológica por la que Cristo está presente en la oración, en el canto, en  la caridad con el prójimo,  ni mucho menos una presencia espiritual humana de entendimiento, ni presencia de amor en el corazón, ni  una presencia virtual de imagen.