SAN JOSÉ OBRERO. DÍA DEL TRABAJO (1 de Mayo)
Después de la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, no hay en el Cielo santo mayor que San José, por ser esposo de la Madre de Dios y Padre legal de Dios. Aparece siempre en el Evangelio representando un papel de extra, como un personaje de referencias, acompañando a María con virtuosos comportamientos de simple esposo. San Mateo nos facilita la única biografía que existe de San José en una oración sustantiva: "José era un hombre justo" (Mt 1,19). Justo quiere decir en la terminología bíblica y teológica cumplidor de la ley, temeroso de Dios, perfecto, Santo del Silencio en la tierra, pues no se sabe quienes fueron sus padres, cómo fue su niñez, su juventud, su muerte, el lugar donde murió y fue enterrado. Fue un santo de elevada contemplación mística, sin manifestaciones espectaculares, superior a la de los místicos más renombrados de la Iglesia católica, que conjugaba su oración con el trabajo perfecto y sublime de las cosas sencillas y ordinarias de la vida. Nos dice la Biblia que “Dios tomó al hombre y lo dejó en el jardín de Edén, para que lo labrase y cuidase” (Gén 2, 15). El trabajo en su origen divino tuvo la finalidad de gozo, sin sacrificio ni fatiga. Sería algo así como si ahora alguien ocupa su tiempo libre en hacer lo que le gusta disfrutando con alegría. Pero el pecado original trastocó toda la persona, y, en consecuencia, adquirió la condición de castigo: “Con el sudor de tu rostro comerás el pan” (Gén 3,19). Y desde entonces produce cansancio, disgusto, esfuerzo, fatiga, dolor y pena.
El trabajo cristiano es un bien para la persona y la Sociedad y un medio para conseguir muchos fines buenos:
- la perfección de las facultades de la persona: el entendimiento se perfecciona para hacer cada vez mejor las cosas, inventar mejoras técnicas y científicas en las Industrias, provecho para el hombre y la Sociedad; la voluntad quiere lo que el entendimiento le propone como un bien; las fuerzas físicas del cuerpo se desarrollan en perfeccionamiento y utilizan con orden y equilibrio;
- ganar el pan nuestro de cada día, como pedimos a Dios en el Padrenuestro nuestro, en cuya petición se incluyen el trabajo y los medios necesarios para llevar una vida digna personal y social;
- el fomento de muchas virtudes: el conocimiento propio y el de los hombres; la paciencia para aguantar; la obediencia para hacer lo que no gusta; la virtud del trabajo cristiano, la disciplina en el horario, la convivencia; la caridad y comprensión; la amabilidad; la necesidad de perdonar y ser perdonado; el compañerismo;
- la evitación del pecado, pues cuando en el trabajo se pone todo el empeño, se cierran las puertas a la tentación y al pecado;
- y la santificación y realización de un apostolado místico en el mundo, si se realiza en estado de gracia, con el lema de San Bernardo “ora et labora”;
- y, por fin, el desarrollo de los pueblos en perfección social y cultural.
A imitación de San José, debemos orar, siempre en línea directa con Dios, y trabajar no solamente para el sustento de una vida justa y digna, perfeccionar nuestra personalidad, contribuir al bien familiar personal y social de todos los hombres, sino como un medio común para la santificación personal y de la Iglesia, porque la oración, humanamente divinizada, y el trabajo cualquiera que sea, en estado de gracia, santifican y apostolizan.