viernes, 27 de abril de 2012

DOMINGO IV DE PASCUA (ciclo b) Segunda lectura (29 de Mayo 2012)
Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! (1Jn 3, 1)

Hijos de Dios a su imagen y semejanza

El hombre es hijo de Dios por haber sido creado por Él a su imagen y semejanza con un parecido analógico en el ser, entender y querer;  y además es hijo de Dios adoptivo por la gracia del bautismo: filiación verdadera, real, distinta, mejor y superior a la filiación natural. No es una  adopción humana, extrínseca y jurídica, por la que una persona es adoptada  por otra, que  no la ha engendrado, como si fuera hijo natural, con los mismos derechos y obligaciones; ni tampoco es como un hijo espiritual de un  sacerdote o seglar que  adopta a otra persona, como padre, por razones espirituales o humanas. La adopción filial del bautizado es una adopción intrínseca, una realidad divina, misteriosa, un nacimiento sobrenatural, que supera a la generación natural.
Según  el Catecismo de la Iglesia Católica del Papa Juan Pablo II, la filiación adoptiva de hijo de Dios es “una participación en la vida de Dios que nos introduce en la intimidad de la vida trinitaria   y nos hace hijos adoptivos de Dios” (Cat 1997). Se  realiza en el sacramento del bautismo en el que se comunica la misma vida de Dios, como ES, por medio de la gracia, llamada  santificante,
La participación en la vida de Dios no es una transfusión de su naturaleza divina, absurdo metafísicamente imposible, sino  una comunicación analógica de la misma naturaleza de Dios por medio de un ente creado, llamado gracia, que hace  que el hombre, nacido en pecado, entre a formar parte de la familia divina. ¡Qué maravilla pertenecer a la familia de Dios!
La participación de la naturaleza divina en el bautizado  suele ser explicada  por los teólogos por dos metáforas: la del hierro quemado al rojo vivo en la fragua, que conservando su naturaleza propia, participa del fuego, siendo dos cosa distintas: hierro y fuego; y la del sol participado en la Tierra  por medio de su luz y calor, siendo distinto el sol y su participación de luz y calor.
Efectos principales del bautismo
El bautismo produce  dos efectos principales: la remisión de los pecados y la creación de una criatura nueva, un nuevo nacimiento en el Espíritu Santo, una segunda naturaleza sobrenatural (Cat 1262). El bautizado nace dos veces: como hijo natural  por generación de los padres  por la que participa de su misma naturaleza; y, como hijo adoptivo del Padre, engendrado por el bautismo a la vida de Dios: nueva criatura, sobrenatural (2 Co 5,17). No solamente perdona todos los pecados y sus penas, sino  hace que el bautizado sea hijo adoptivo de Dios (Ga 4,5-7), partícipe de la naturaleza divina (2 P 1.4), miembro de Cristo (1 Co 6,15; 12,27) coheredero con Él (Rm 8,17) y templo del Espíritu Santo (1 Co 6,19).
El bautismo hace que el cristiano unido con los otros bautizados (Ef 4,25),  formen un solo Cuerpo (1Co 12,13), que es la Iglesia, sea realmente miembro del Cuerpo Místico de Cristo, participe del sacerdocio de Cristo y de su misión profética y real, merezca  en estado de gracia sobrenaturalmente con sus obras el Reino de Dios, y se convierta en templo vivo del Espíritu Santo y Sagrario de la Santísima Trinidad; y después, como coheredero con Cristo, vea y goce eternamente de la visión y gozo de la Santísima Trinidad en unión del conjunto de la glorificación de ángeles y santos, hecho que supera todo entendimiento creado.

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