SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA (ciclo b)
“Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn 20,22).
Con estas palabras del Evangelio Jesús instituyó el sacramento de la Penitencia y confirió el poder de perdonar los pecados a sus Apóstoles, a sus sucesores, los Obispos, y a sus colaboradores, los sacerdotes, que son los ministros del Perdón en el sacramento de la Penitencia, en la persona de Cristo, hasta el fin de los tiempos. De este sacramento sólo voy a tratar esquemáticamente tres aspectos: Pecador, pecado y confesor.
Pecador
El pecador es una persona (hombre o mujer), que con su constitución natural, defectos, limitaciones, condicionamientos, causas disminuyentes, agravantes o excusantes de responsabilidad, quebranta la ley de Dios libre y responsablemente; y con ese acto ofende a Dios, según la estimación de la infinita misericordia divina. Cada persona es distinta en su ser, entender, querer y obrar; y, por tanto, peca personalmente de la manera que solamente Dios sabe, y no el hombre.
Pecado
El pecado existe, lo define la Iglesia, lo explican los teólogos, profesores y catequistas, y cuya naturaleza teológica hay que saber y enseñar. Quizás entre las muchas definiciones de pecado que existen, para mí la más acertada, en sentido genérico pastoral, es la del Concilio de Trento: misterio de maldad, Los requisitos necesarios, esenciales, para que un acto humano sea pecado en la ciencia teológica son: advertencia, voluntariedad y libertad. Saber cuándo una persona comete un pecado y su gravedad es muy difícil, porque cada pecado es diferente en cada una, que es única. El pecado no es la simple trasgresión de la Ley de Dios, sin más, sino la evaluación del pecado por Dios infinitamente sabio y misericordioso. El mismo pecado en el mismo pecador puede ser diferente, cuando lo comete en distintos momentos, porque pueden ser distintas las circunstancias en el momento en que lo comete. Una pobre persona, buena, de escasa formación moral, que respira la fe por todos los poros de su alma, pero tiene un dedo de frente, peca menos que un sacerdote que conoce más la naturaleza y malicia del pecado. El cristiano tiene que trabajar por evitar con la gracia y esfuerzo personal el pecado para no ofender a Dios. El que esté metido en la profundidad del amor a Dios tiene que ser comprensivo y justo, porque no todo acto humano que parece pecado al juicio de los hombres, lo es a los ojos de Dios, pues hay muchas personas que hacen cosas malas, pero no cometen pecados.
Confesor
“A quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados”
¿Quién puede perdonar los pecados? Solamente Dios. Jesucristo, Dios, delegó este poder al Obispo y al sacerdote para que ejerzan el ministerio del perdón. El sacerdote perdona los pecados, en la persona de Cristo, por delegación, le presta su palabra y gesto, cuando perdona al penitente arrepentido diciendo: “Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Si eres sacerdote, cuando confiesas a pecadores, perdonas los pecados que a ti no te han hecho, sino a Dios, y te lo crees; y si eres penitente, te perdona Cristo, y no el sacerdote, sea santo o pecador, y te lo crees. ¡QUÉ MISTERIO! Cree y vive el perdón de los pecados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario