CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO CICLO C
23 DE DICIEMBRE
Aquí estoy para hacer tu voluntad
La segunda lectura de la liturgia de la Palabra, original del Espíritu Santo y escrita por el apóstol San Pablo en la carta a los Hebreos nos habla de la actitud virtuosa que tenemos que tener siempre en nuestra vida cristiana: “Aquí estoy para hacer tu voluntad” Esta frase me ofrece una oportunidad para hablar de la voluntad de Dios.
¿Qué es la voluntad de Dios?
Dios es el SER eterno, Bondad Infinita, el que es amando siempre, es misterio absoluto, cuyo concepto no cabe dentro de las categorías del entendimiento ni de imaginación del hombre: Amor en el ser, pensar, querer y obrar. El pensamiento de Dios, su voluntad y su obrar son conceptos inescrutables para el hombre, que sólo conoce defectuosamente con metáforas, analogías, errores y limitaciones. Nadie sabe ni puede saber el pensar de Dios, el querer de Dios y el obrar de Dios. ¿Quién es Dios y cómo será Dios? ¿?
Dios en si mismo, en el seno íntimo de su Ser, Uno y Trino, es un misterio que sólo puede ser conocido en el mundo por la fe. Sólo Dios puede ser conocido por Él mismo en su plenitud en la esencia de las tres divinas Personas. Los moradores del Cielo conocen a Dios, según la capacidad glorificada que cada uno haya realizado con sus obras buenas en la Tierra.
El Ser, conocer, querer y obrar de Dios es una misma cosa en la esencia divina trinitaria, sin distinción real, sino de razón. Cuando lleguemos al Cielo y abramos los ojos del alma glorificada, todo será agradable y gozosa sorpresa: veremos que todo era como sabíamos por la fe en el conocimiento humano y defectuoso en la Tierra, pero con la total visión y gozo eterno de la Verdad. En el Cielo entenderemos, veremos y comprenderemos todos los misterios sobrenaturales y naturales, pero no todos los secretos de Dios, exclusivos de las tres divinas Personas.
Los grandes interrogantes que el hombre tiene, que no tienen respuesta humana, sino de fe católica, los comprenderemos con claridad divina. Por ejemplo: ¿Por qué Dios ha creado este mundo en que vivimos, con tantos males, desgracias, enfermedades, odios, guerras, y pecados? ¿Por qué Dios ha creado el hombre, sabiendo que iba a cometer el pecado original, causa de todos los pecados y males del mundo? ¿Cuál es la naturaleza del hombre? ¿Cuál es su fin? ¿Qué hay después de la muerte?
La Iglesia católica responde a estos interrogantes de esta manera, que resumo en cuatro principios:
1 El Universo y el mundo en que vivimos han sido creados por Dios para el bien del hombre, que humanamente no se conoce.
2 El primer hombre, Adán, fue creado por Dios a su imagen y semejanza, en estado original sobrenatural de gracia con dones preternaturales, para que le sirviera en la Tierra por un tiempo, y lo sometió a una prueba de obediencia, para que, si la superara, fuera glorificado y gozara de Dios eternamente en el Cielo. Pero Adán desobedeció a Dios y cometió el misterio del llamado pecado original con el que todos los hombres nacemos con sus efectos: la ignorancia; concupiscencia o inclinación al mal, el dolor y la muerte.
3 Dios Padre se compadeció del hombre, lo perdonó, y le prometió en el Antiguo Testamento, de muchas maneras, la salvación de los hombres por medio de su Hijo, Dios mismo, la segunda Persona de la Santísima Trinidad. Y en el Nuevo Testamento se cumplió la promesa: Jesucristo, Dios y hombre verdadero, redimió al hombre por medio del misterio pascual: Encarnación en Santa María Virgen, por obra y gracia del Espíritu Santo; nacimiento virginal, pasión, muerte resurrección y ascensión a los Cielos. Este estado en su desenlace final, glorioso, es infinitamente superior al estado primitivo de Adán, creado por Dios en santidad y justicia.
4º No existe más mal en el mundo que el pecado, los demás males, materiales y humanos, son aparentes y medios para el Bien Supremo que es Dios.
Mientras llega la hora de nuestra redención en su plenitud, tenemos que aceptar la voluntad de Dios para conseguir la salvación eterna con fe, creyendo que siempre pasa lo que tiene que pasar, no por fatalidad ni casualidad, sino por la causalidad providente del amor de Dios, infinitamente misericordioso, que siempre quiere o permite todo para el bien de todos los hombres, según su sabia planificación eterna de la Redención, aunque la razón humana no lo entienda; fortaleza, pidiendo a Dios la gracia para sufrir sabiendo que el mal es pasajero para un tiempo y nos reporta el bien eterno del Cielo; esperanza, sabiendo que con la oración, dolor y obras buenas completamos lo que faltó a la Redención de Jesucristo en los miembros de su Cuerpo Místico.
El que es verdadero cristiano consecuentemente cree y vive siempre la voluntad amorosa de Dios en todo lo que acontece, como gracia bondadosa o dolorosa. Por eso hay que gozar y sufrir con la disposición total y plena de cumplir siempre la voluntad de Dios. Por siguiente debemos estar siempre en actitud permanente viviendo: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.
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