viernes, 7 de diciembre de 2018

INMACULADA CONCEPCIÓN
            8 de Diciembre

Plan de Dios sobre la Inmaculada

En sentido etimológico inmaculada quiere decir no manchada, y en el teológico no manchada del pecado original. Desde toda la eternidad Dios, Uno y Trino, previó que el hombre que iba a crear a su imagen y semejanza, en un estado sobrenatural y preternatural, cometería libremente el misterio del pecado original;  y determinó redimirlo por medio del Hijo, la segunda persona divina de la Santísima Trinidad, mediante el misterio pascual: vida , pasión, muerte y resurrección. Para que se realizara este proyecto determinó crear en el tiempo a una mujer única que se llamaría María, Inmaculada, para que fuera la Madre de  Dios en la persona de Jesucristo. Convenía que esa Madre en la que iba a ser concebido Dios, como hombre, fuera Inmaculada,  no  manchada de pecado original, y  Virgen en la concepción por obra del Espíritu Santo en el parto y después del parto, y Corredentora del género humano. Así lo expresa el prefacio de la misa de la solemnidad de la Concepción de Santa María Virgen con estas palabras: “Porque preservaste a la Virgen María de toda mancha de pecado original, para que en la plenitud de la gracia fuese digna madre de su Hijo… Purísima había de ser, Señor, la Virgen que nos diera el cordero que quita el pecado del mundo. Purísima la que, entre todos los hombres, es abogada de gracia y ejemplo de santidad”.

Inmaculada es lo mismo que Santísima, porque desde el primer instante de su ser fue concebida en plenitud de gracia con todas las virtudes y dones del Espíritu Santo,  tanta gracia cuanta era necesaria que tuviera María para ser hija de Dios, Padre,  Madre de Dios y Madre de todos lo hombres.
Aunque María fue concebida santa, se hizo Santísima, pues perfeccionó su santidad congénita durante toda su vida, de manera progresiva, hasta  subir a los Cielos, en cuerpo y alma, donde fue definitivamente glorificada en plenitud terminal, de manera parecida a su Hijo, Jesús, Dios, que concebido hombre,  por obra y gracia del Espíritu Santo, nació virginalmente santo, pero creció en edad, sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres (Lc 2,52) 
La santidad de María no es comparable con la de ningún otro santo de la Tierra en todos los tiempos, porque por ser  la Madre de Dios  tiene la dignidad más grande de todos los seres creados.

Santificación del cristiano
El cristiano debe imitar la santidad de la Virgen María, su Madre. El hombre, al ser bautizado, recibe la gracia santificante con el complejo de virtudes y dones del Espíritu Santo  con el fin de conseguir la santidad. La santidad no es una exclusiva de unos cuantos hombres y mujeres privilegiados que nacieron con la vocación de  santos, sino una vocación  bautismal común para todo cristiano. “Todos los fieles, de cualquier estado o régimen de vida, son llamados a la plenitud de la vida cristiana (LG 40). Así nos lo dice Jesús en el Evangelio: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48).  La santidad consiste  esencialmente  en el cumplimiento de la Ley del Decálogo con todas sus deducciones, en el cumplimiento  de las obligaciones propias del estado civil  y en la aceptación de los acontecimientos de la vida que sobrevienen con distintas expresiones de dolor y gozo. Ignoramos el modo como cada persona  se santifica en concreto, porque la santidad es ciencia sobrenatural que pertenece al misterio de la gracia de Dios y a la colaboración de la libertad del hombre. Cada persona corresponde a la gracia, según ha sido creada y actúa teniendo en cuenta como es y las distintas circunstancias en que actúa en cada caso.  El ser influye en el obrar, de manera que como es obra.  
Historia de la Inmaculada
            La Inmaculada Concepción de María ha sido siempre una constante creencia en la historia de la Iglesia. En los primeros siglos hasta el Concilio de Éfeso (año 431) a María se la veneraba especialmente con los calificativos de santa, inocente, purísima, intacta, incorruptible, inmaculada en sentido  de santidad única y especial. Esta fe popular en la Inmaculada se fue extendiendo poco a poco hasta el siglo VIII, época en que se empezó a celebrar una fiesta especial en su honor en algunas Iglesias de Oriente, después en Inglaterra, España, Francia y  Alemania.
Las grandes controversias surgieron en los siglos XII-XIV en los que San Bernardo, San Anselmo, y los grandes teólogos escolásticos, como San Buenaventura, San Alberto Magno, incluso Santo Tomás de Aquino pusieron en duda la Inmaculada Concepción de María, por la dificultad de conciliar el dogma de la redención universal de todos los hombres con la Inmaculada concepción de la madre de Dios, que como ser humano, descendiente de Adán, lógicamente debería contraer el pecado original y ser redimida por Cristo. Por fin, el Papa Pío IX, teniendo en cuenta la revelación de la Tradición de la Iglesia, el 8 de Diciembre de 1854 definió como dogma de fe la Inmaculada Concepción de la Virgen con estas palabras: “La beatísima Virgen María, en el primer instante de su concepción, por gracia y privilegio singular de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original”.
Los teólogos desde entonces solucionaron la aparente contradicción de la Inmaculada, sin pecado, con la redención de todos los hombres, diciendo que María fue redimida por Cristo con redención preventiva, impidiendo que contrajera el pecado original.
            Pidamos a la Inmaculada,  Madre de la divina gracia y Modelo de todas las virtudes, que  nos conceda a cada uno la virtud que no tiene o más necesita para ser santo, por ejemplo: la pureza que tanto cuesta a muchos; la humildad para aguantar las humillaciones que tanto duelen y dominar la soberbia que impide la santidad; la paciencia para quien por temperamento nervioso no puede aguantar las cruces de la vida o debe perfeccionarla; la caridad para quien tiene el corazón duro para el pecador o el prójimo molesto; la fe para quienes les cuesta creer y aceptar los acontecimientos adversos; la esperanza para los que tienen puesto el corazón en las cosas terrenas. Estoy seguro de que quienes piden a la Inmaculada estas virtudes u otras, las  obtendrán,  si trabajan por conseguirlas con todas sus fuerzas, si son personas normales y no casos patológicos.

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