SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO. CICLO C
9 DE DICIEMBRE
Salmo responsorial: “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”
En el Antiguo Testamento los judíos religiosos del Pueblo de Dios cuando las cosas les salían viento en popa, como, por ejemplo, cuando las cosechas se multiplicaban, recibían bendiciones del Cielo, y, sobre todo, en circunstancias milagrosas como en el paso del mar rojo a pie enjuto, bendecían a Dios proclamando a los cuatro vientos sus maravillas, y se frotaban las manos de gusto diciendo: El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres. En cambio, cuando las cosas les salían al revés, por ejemplo, cuando Moisés tardaba mucho en bajar del Monte Sinaí con las tablas de la Ley, con las joyas fabricaron un ídolo de oro a quien adoraron como a su dios, hecho que fue reprobado por Moisés y severamente castigado. También cuando en el desierto fueron alimentados siempre con el maná bajado del Cielo que les causaba nauseas, renegaban contra Moisés y Aarón por haberlos sacado de Egipto, donde comían mejor, a placer y, a veces, a la carta; o cuando eran derrotados por los enemigos, clamaban al Cielo con protestas, críticas y aberraciones, porque se sentían abandonados de Dios.
Ese comportamiento en sentido humano es normativa natural y lógica de todos los hombres, porque el bien se aplaude y el mal se detesta. En cambio, pensando en cristiano las cosas son diferentes, porque desde la fe el Señor está siempre grande con nosotros y debemos estar alegres, porque todo lo que sucede es gracia de Dios, alegre en el bien o penosa en el mal. Es humano y cristiano que disfrutemos a tope rebosando de alegría, cuando las cosas nos salen a nuestro gusto, a pedir de boca, porque los bienes que satisfacen nuestras aspiraciones o gustos nos causan gozo y paz, y hay motivo para estar contentos y dar gracias a Dios. Pero es también cristiano que estemos tristes cuando nos suceden males, como la pérdida del trabajo, conflictos familiares, laborales, injusticias, traiciones, que se repiten y se amontonan, y, sobre todo, cuando nos visita la enfermedad o se queda con nosotros una temporada o para siempre. En el peor de los casos no hay otra solución que resignarse cristianamente y pedir a Dios gracia para aceptar y fuerza para sufrir. Podemos estar tristemente alegres y conformes con la voluntad amorosa de Dios que nos hace sufrir o permite nuestro sufrimiento, porque esos males son para un bien misterioso que solamente Él sabe y nosotros no conocemos, y no creer que Dios nos ha abandonado y nos castiga. Lo dice también un refrán popular que tiene sentido teológico: “no hay mal que por bien no venga”. Solamente hay que estar triste cuando libre y responsablemente se peca, pues el pecado es el único mal que existe en el mundo.
Los buenos cristianos, de profunda fe, y más aún los santos, ven siempre gracia en todo lo que les ocurre, porque todo lo que Dios hace o permite es forzosamente un bien que el hombre no descubre, porque Dios es infinitamente Bondadoso y Padre de todos los hombres.
Concepto del bien y del mal
El bien y el mal no son conceptos subjetivos, porque lo que gusta o apetece no es siempre un bien, ni tampoco un mal lo que disgusta o se rechaza, pues el bien y el mal están sometidos a las leyes de la ciencia, de la ética, de la política, del gobierno o de la religión, y no al arbitrio de cada uno. Si decides obrar por ti mismo, sin consultar a nadie, eres un soberbio discípulo de un tonto.
En sentido humano es bien lo que satisface las apetencias o gustos de la persona dentro de unas leyes razonables. Porque se puede querer el mal bajo el aspecto de bien, y el bien subjetivo como un mal objetivo. Bajo el punto de vista religioso es bien o mal lo que esté regulado por ley constitucional de la religión que se practica y se vive.
En la Iglesia católica el bien y el mal tienen su última referencia con la ley eterna de Dios, que está expresada en la ley natural, en la divina de los diez mandamientos del Decálogo y en los cinco mandamientos de la Santa Madre Iglesia. La moralidad de los actos humanos para un cristiano no es lo que a uno le gusta, lo que se estila por moda, la costumbre de un lugar, lo que legisla un gobierno, lo que establece la política, sino lo que manda la ley divina y eclesiástica. No hay otra norma para alcanzar la felicidad humana y la santidad divina.
Da gracias a Dios con alegría humana y cristiana por todo el bien que te viene de Él o de los hombres, y también por los males que te suceden, no quieres y rechazas. Trabaja por convertir esos males en bienes. Reconoce tus defectos temperamentales que ves en la oración, haciendo caso a lo que te dicen los hombres sensatos y Dios también te habla a través de las circunstancias.
Me imagino que quizás sufres mucho, pero todavía no ha llegado la sangre al río, pues Dios te dará la fuerza que necesitas para soportar todos lo males que Él manda y los hombres te ocasionan o causan, pues Dios no prueba por encima de las fuerzas que no se tienen. No te quejes tanto, como lo haces, ni exageres tu dolor con pantomimas, ni pregones a los cuatro vientos tus dolencias con protagonismo, ni seas melindre y quejumbroso en tus palabras y acciones. Piensa con la coraza de la fe que hay otros que sufren más y llevan mejor la cruz que tú. Los males no son eternos, terminan, y aceptados y sufridos con fe y tranquilidad de conciencia, aunque con debilidades justificables, son medios para en Bien eterno que es la visión y gozo eterno en el Cielo, la única ilusión de vivir, gozar y sufrir.
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