La palabra adviento, en su sentido etimológico,
quiere decir advenimiento o venida o llegada. En el culto pagano se utilizaba
para solemnizar la llegada de la estatua del dios patronal al templo de un
pueblo o capital. En la antigua cultura romana significaba la venida del
Emperador o de un personaje oficial a un lugar de sus territorios. Todos estos
acontecimientos suponían una intensa, difícil, compleja y costosa preparación
que terminaban en una solemne celebración de fiesta popular. En sentido bíblico
era la preparación y llegada de un Rey o de un dignatario oficial a su pueblo.
Los primeros cristianos, imitando las costumbres
tradicionales de su época, incorporaron el concepto de adviento a su primitiva
liturgia en un doble sentido: Adviento o tiempo de preparación para la Navidad
y advenimiento o Navidad, conmemoración del nacimiento de Jesús. A esto
contribuyó mucho la figura profética de Juan el Bautista, el Precursor del
Mesías, que invitaba al pueblo judío a prepararse para la venida del Señor.
El origen de la formación del ciclo litúrgico de
Adviento y el tiempo en que se celebraba son circunstancias casi desconocidas
en la historia de la liturgia de la Iglesia. Parece ser que, desde finales del
siglo IV y durante el siglo V, en España y Francia los cristianos empezaron a
celebrar el tiempo de adviento con una intensa vida de oración y penitencia. En
Francia, en concreto, por normativa del Concilio de Tours, los monjes se
preparaban para la Navidad ayunando todos los días del mes de Diciembre e intensificando
su vida de piedad. Los clérigos, y probablemente también todos los fieles,
ayunaban y cantaban el oficio divino desde el 11 de Noviembre, fiesta de San
Martín, hasta Navidad, tres días por semana: lunes, miércoles y viernes. El
adviento revistió un carácter oracional y penitente hasta el punto que llegó a
considerarse como una segunda cuaresma; y se celebraba en un tono gozoso,
profético, lleno de esperanza inefable ante la venida litúrgica del Mesías con
proyección escatológica.
El tiempo del adviento en Occidente fue muy variado,
duraba desde seis semanas a cinco. Durante el pontificado de S. Gregorio Magno,
año 604, el adviento quedó definido en cuatro semanas o domingos, tal como se
celebra hoy, aunque la liturgia de la Palabra ha variado mucho en el decurso de
los siglos.
En un sentido amplio, podemos concebir cinco
acepciones diferentes del adviento: histórico,
litúrgico, sacramental, eucarístico y teológico.
Adviento histórico en el Antiguo Testamento
Desde el punto de vista histórico, en el mismo
momento en que el hombre pecó, Dios le prometió en un lenguaje apocalíptico la
venida de un Salvador en la llamada profecía del Protoevangelio (Gn 3,15). Y
desde entonces empezó el adviento en el Antiguo Testamento o la espera del
Mesías, anunciado por Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas en
distintas ocasiones y de muchas maneras (Hb 1,1). Durante un período largo de
muchos siglos, el pueblo de Israel se convirtió en el gran maestro de la
esperanza, animado por los profetas, principalmente Isaías; y llegó a la
plenitud de los tiempos con Juan Bautista, el Precursor del Mesías.
Como las múltiples profecías sobre la venida del
Salvador fueron escritas en la Biblia en estilo literario de género popular,
frecuentemente enigmático, y en distintas épocas en las que el sufrido pueblo
de Israel estaba sometido a constantes guerras, frecuentes deportaciones,
injustos exilios y esclavitudes inhumanas, las profecías mesiánicas fueron
interpretadas frecuentemente en sentido humano y sociopolítico con carácter
religioso. Muchos imaginaban que la llegada del Mesías sería un acontecimiento
histórico grandioso, espectacular. Esperaban para Israel un Rey temporal que
constituiría un reino humano, sociológico y político; y de esta forma se
tergiversó el verdadero sentido de la venida del Mesías, a pesar de estar
revelado como Redentor, Mesías y Salvador de todos los hombres en el Antiguo
Testamento, que constituiría un Reino transcendente: temporal y eterno,
material y espiritual.
Adviento histórico en el Nuevo
Testamento
El advenimiento de Jesús tuvo lugar en el momento en
que el Hijo de Dios fue concebido por el Espíritu Santo en las entrañas
purísimas de Santa María Virgen, nacido después virginalmente en Belén. Era la
llegada del Mesías en su ser personal de Dios y hombre en el útero virginal de
María.
Después de vivir alrededor de treinta años oculto en
Nazaret, redimiendo místicamente al nuevo Pueblo de Dios, mediante la oración y
el trabajo de la vida ordinaria en obediencia, predicó el Evangelio realizando
milagros durante unos tres años; y, por fin, padeció, fue crucificado, murió,
resucitó al tercer día y subió a los Cielos. Era la llegada del Mesías
realizando la salvación en la constitución del Reino de la Iglesia.
Terminada la misión que el Padre había encomendado a
Jesús en la Tierra, después de anunciar a sus discípulos que les enviaría el
Espíritu Santo, para que les comunicara la fuerza de ser testigos de Él hasta
los últimos confines de la Tierra, en presencia de todos empezó a subir a los Cielos
hasta que una nube lo ocultó a sus ojos. Mientras miraban fijos al Cielo viendo
cómo se iba Jesús, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les
dijeron:
- Galileos,
¿qué hacéis ahí plantados mirando al Cielo? El mismo Jesús que os ha dejado
para subir al Cielo, volverá como le habéis visto marcharse. (Hch 1,8-11).
Los cristianos del siglo I creyeron firmemente que
la segunda venida del Señor iba a ser un acontecimiento inminente, como aparece
claramente en la segunda carta del Apóstol San Pablo a los Tesalonicenses (2 Ts
2,1-3). Pero “el día y la hora nadie lo
sabe, ni los ángeles del Cielo ni el Hijo del hombre, sólo el Padre” (Mc
13,32).
Desde el mismo momento en que Jesús subió a los
Cielos empezó el Adviento escatológico
del nuevo Pueblo de Dios, que terminará al fin del mundo, “en que
Cristo, Señor y Juez de la Historia, aparecerá, revestido de poder y gloria,
sobre las nubes del Cielo. En aquel día terrible y glorioso pasará la figura de
este mundo y nacerán los cielos nuevos y la nueva tierra, como rezamos en el
prefacio tercero de Adviento. Entonces Cristo Rey vendrá a juzgar a vivos y
muertos y a consumar el misterio de la redención humana, entregando al Padre un
reino eterno y universal: el reino de la verdad y la vida, el reino de la
santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz (pref de Cristo
Rey).
La liturgia actual describe el adviento histórico en
su doble sentido con estas palabras: “Al venir por vez primera en la humildad
de nuestra carne, realizó el plan de redención trazado desde antiguo y nos
abrió el camino de la salvación; para que cuando venga de nuevo en la majestad
de su gloria, revelando así la plenitud de su obra, podamos recibir los bienes
prometidos que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar” (primer prefacio
de Adviento).
Adviento litúrgico
El adviento, en su acepción litúrgica, es un tiempo
de preparación para la Navidad. Contiene una riqueza bíblica sobre el misterio
de la salvación, desde la entrada de Jesús en la Historia hasta su final; y
evidencia con fuerza la dimensión escatológica del misterio cristiano.
Su estructura consta de cuatro domingos que nos
preparan para conmemorar el aniversario del nacimiento de Jesús, Redentor,
centro de la Historia humana. El primer domingo coincide con el comienzo del
año litúrgico, que termina el día de la solemnidad de Cristo Rey.
La liturgia invita a los cristianos a vivir, entre
otras, tres actitudes esenciales del adviento: la conversión, la
preparación para conmemorar el
nacimiento de Jesús, en la Navidad, y la vigilante espera de la venida del
Señor, a la hora de nuestra muerte, dentro del adviento escatológico.
- La conversión de la vida de
pecado a la vida de gracia y de la vida de gracia a mayor perfección es una
condición indispensable para celebrar el advenimiento litúrgico de Jesús en la
Navidad.
- La preparación para la Navidad
en oración y penitencia.
- La vigilante espera de la
venida del Señor para cada hombre, a la hora de su muerte. Es la gozosa
esperanza en Dios, Padre infinitamente misericordioso, que colma de alegría y
paz con la desbordada fuerza del Espíritu Santo (Rm 15,13) para celebrar con
Cristo en el Cielo la navidad eterna.
El adviento es un tiempo de
oración, penitencia y ejercicio de
buenas obras en el que el cristiano debe intensificar su adviento histórico
para la venida del Señor y el Aviento litúrgico como preparación para la
Navidad. Es más, debe convertir toda su vida en un adviento permanente,
preparándose para el encuentro personal con Jesús, empuñando la antorcha de la
fe de la Iglesia. La vigilancia no debe entenderse solamente como defensa del
mal que nos acecha, sino como expectación confiada y gozosa de Dios que viene a
liberarnos de todo mal y a salvarnos definitivamente.
Adviento sacramental
En un sentido espiritual, se puede concebir también
una nueva acepción de adviento: adviento sacramental, que es el tiempo en que
el cristiano se prepara para recibir un sacramento cualquiera. Cuanto mejor se
prepara uno para recibir un sacramento, mayor es la gracia que se recibe.
Cuando Cristo se hace presente en la celebración de un sacramento, se celebra
la navidad del nacimiento de la gracia en el alma. Es adviento cuando el
cristiano se prepara para recibir a Cristo en su gracia en el sacramento y es navidad
cuando se ha recibido.
Adviento eucarístico
Es adviento eucarístico, cuando el cristiano hace de
su vida de fe una preparación permanente para asistir a la llegada de Jesús
sacramentado, bajo las especies de pan y vino, en el sacrificio de la Santa Misa.
Es adviento eucarístico cuando el cristiano se prepara para la celebración de
la Eucaristía, y Navidad eucarística cuando Cristo nace sacramentalmente en el
sacrificio de la Santa Misa.
Adviento teológico
Y, por fin, celebrando el adviento de todo el año
litúrgico y el adviento sacramental y eucarístico, se puede hablar también de
un adviento teológico, que es la preparación total y absoluta del cristiano
para recibir a Jesucristo en todos los encuentros con los hombres y con los
acontecimientos, como nos enseña la liturgia de adviento en el prefacio del
tercer domingo: “El mismo Señor, que se nos mostrará entonces lleno de gloria,
viene ahora a nuestro encuentro en cada hombre y en cada acontecimiento, para
que lo recibamos en la fe y por el amor demos testimonio de la espera dichosa
de su reino” (Pref III de adviento).
Resumiendo, es adviento escatológico mientras que la
Iglesia en su estado de peregrinación en la Tierra se prepara, de muchas
maneras, para la venida del Señor al final de los tiempos, momento en que se
celebrará la navidad eterna del triunfo y la gloria de Jesucristo, Rey, que
consumará su reinado eterno, objeto de felicidad completa de todos los
bienaventurados, en compañía de María y de todos los ángeles en el Cielo.
Es adviento litúrgico cuando los cristianos
se preparan espiritualmente para la Navidad, conmemoración del nacimiento de
Jesús, el 25 de Diciembre.
Es adviento sacramental cuando vivimos en
unión con Dios y santas obras esperando celebrar la navidad de la gracia en cualquier
sacramento. Es adviento eucarístico cuando hacemos que nuestra vida santa sea
una preparación permanente para la llegada de Jesús sacramentado en el
sacrificio de la Santa Misa y lo recibimos en el corazón para vivir unidos a
todos los hombres y a todas las cosas. Y es adviento teológico cuando con todos
los actos de nuestra vida hacemos que sea navidad esperando y celebrando
diversos encuentros con Cristo.