Aunque María fue concebida Inmaculada, o en plenitud de gracia, santa, se hizo Santísima porque la gracia excepcional que recibió de Dios no fue total y definitiva, sino que durante su vida creció en sabiduría del Espíritu Santo, de la misma manera que Jesús, que, aunque era Dios, como hombre creció en edad, sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres. Por consiguiente, María no tuvo el mismo grado de gracia cuando fue concebida que cuando subió en cuerpo y alma a los Cielos.
¿Cómo creció la gracia en María Santísima?
De igual manera que crece en nosotros, los cristianos: con la oración, las obras buenas, el sacramento de la Eucaristía que recibió muchas veces, el amor con que hizo todas las cosas y el dolor con que sufrió todos los acontecimientos adversos de la vida.
María amó tanto a Dios que su amor no es
comparable con ningún santo de la Tierra, porque era la Madre de Dios; y sufrió
tanto como nadie en el mundo ha sufrido ni podrá sufrir jamás. Esta afirmación
no es gratuita, pues puede argumentarse de la siguiente manera: Cuanto más
perfecta es una persona, más ama y más sufre. Es así que María es la persona
más perfecta que ha existido y existirá, luego amó a Dios y sufrió más que
nadie, porque su capacidad de amor y de sufrimiento supera a todas las
criaturas salidas de la mano de Dios.
Pongamos un ejemplo para explicar esta
verdad, a sabiendas de que los ejemplos no explican siempre las realidades
difíciles, y menos cuando se trata de verdades de fe.
Así como un globo va creciendo en su capacidad a medida que va entrando el aire dentro, y sus paredes se van ensanchando poco a poco, recibiendo cada vez más aire hasta llegar a su total plenitud, así María, concebida Inmaculada, fue creciendo en gracia con cada acto hasta llegar al final de su vida a su plenitud total. De esta manera María cumplió su misión en la Tierra hasta merecer el premio de la resurrección anticipada, con Asunción en cuerpo y alma a los Cielos.
Nuestra Madre, María, puede ser estudiada e imitada en su santidad bajo muchos aspectos, no sólo en cuanto a su vida evangélica, que fue sencilla y breve en biografía, sino en cuanto a los misterios que nos enseña la Teología Mariana. A mí se me ocurre presentarla hoy como modelo de paciencia, sabiendo que es modelo de todas las virtudes.
María durante su vida en la Tierra fue modelo de paciencia personal, pues en su constitución de persona existía un equilibrio total y perfecto al no tener las pasiones que inducen al pecado, pues estaba exenta de la concupiscencia. Y las otras pasiones buenas, que conoce la psicología, se desenvolvían con perfección inimaginable por la gracia del Espíritu Santo que concurría con ella a la máxima perfección en todos sus actos; modelo de paciencia familiar en el trato con su esposo y su Hijo Jesús a quienes tuvo que aceptar con gozoso sufrimiento no los pecados que no tuvieron, sino para comprender sus comportamientos misteriosos. En el caso de Jesús, recordemos solamente uno: el dolor comprendido que tuvo que padecer María en el encuentro con su Hijo en el templo, a los doce años, cuyo comportamiento, nos dice el Evangelio, que no entendieron sus padres. Y respecto del santo San José, pienso que algunos modos de vivir temperamentalmente la virtud, le ocasionarían motivos de ofrecer a Dios pequeños y gustosos sacrificios, como le pasaría también a San José respecto de María y del Niño Jesús; modelo de paciencia laboral en el trabajo obligado, aceptando las impertinencias de la gente; y modelo de paciencia social en las relaciones humanas, que tantos sufrimientos imprevistos conlleva, pero que los sufriría con amor y paciencia.
Cuando nosotros nacemos, nacemos en pecado. El Sacramento del Bautismo nos perdona el pecado original con la infusión de la gracia santificante. Esa gracia bautismal, cuando llegamos al uso de razón, va creciendo en nosotros por las obras, a lo largo de nuestra vida; pero a veces mengua por la imperfección o tibieza con que realizamos las acciones buenas; o desaparece por el pecado grave que hace perder los méritos adquiridos, que se recuperan por el sacramento de la Penitencia. Sin embargo, la gracia bautismal que recibe una persona subnormal permanece igual durante toda la vida hasta la muerte, pues al no tener responsabilidad moral, al morir va al Cielo con la plenitud de gracia bautismal que ha recibido en el sacramento.
Este ejemplo de María, modelo de paciencia, es aplicable a todas las virtudes. Cada uno reflexione en la presencia de Dios sobre la virtud que más necesite y se la pida a la Virgen, que es modelo de todas las virtudes.
Imitemos a María Santísima en el crecimiento
de las virtudes, pidiéndole la gracia de la fuerza necesaria para crecer en
gracia y sabiduría del Espíritu Santo, a medida que vamos creciendo en edad,
para que lleguemos a la plenitud total de gracia a la que cada uno ha sido
llamado.
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